miércoles, 10 de junio de 2020

LAS HERMANDADES SON UNA REALIDAD PROVIDENCIAL PARA LLEVAR LA VIDA CRISTIANA A MUCHOS AMBIENTES




Don Mario Iceta Gabicagogeascoa es Obispo de Bilbao desde 2010. Nace en Gernika el 21 de marzo de 1965. Es ordenado diácono en diciembre de 1993 y presbítero el 16 de julio de 1994. En febrero de 2008 es nombrado Obispo titular de Álava y Auxiliar de Bilbao. Recibe la Ordenación Episcopal en la Catedral de Bilbao el 12 de abril de 2008. Vinculado a Andalucía desde 1994 como miembro «in solidum» del equipo sacerdotal en Priego de Córdoba. Más adelante fue Párroco de la Inmaculada Concepción de Almodóvar del Río y en 2007 es nombrado Vicario general de la Diócesis de Córdoba. Pertenece a la Subcomisión de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Española. Ha predicado en diversas cofradías sevillanas, teniendo ocasión de conocer de cerca la labor que realizan nuestras corporaciones.

– ¿Cómo es Monseñor Mario Iceta?

Pregunta complicada, porque uno no se ve del todo como realmente es. Podría decirte sencillamente que soy un obispo de la Iglesia católica que trata de llevar adelante la tarea que se me ha confiado cuidando una porción del Pueblo de Dios. El año pasado cumplí mis bodas de plata sacerdotales. Para tal efeméride, elegí dos lemas, curiosamente los dos carmelitanos. Uno de san Juan de la Cruz: “el alma que anda en amor, ni cansa, ni se cansa, ni descansa”. La persona que ama no cansa a los demás, sino que los hace felices. Cuando te rodean personas que quieres, que te quieren, estás a gusto a pesar de las dificultades y dolores, el amor no cansa, no se hace pesado. La persona que quiere amar, no se cansa de amar. El amor es capaz de restañarlo todo y seguir adelante a pesar de todo. Es la gran medicina de la curación. Y no descansa. Siempre está con ánimo para seguir entregándose.

Y otra frase de santa Teresa de Jesús: “Es tiempo de caminar”. Que lo dice hacia el final de su vida. Nuestra vida es un caminar. Hay que saber hacia dónde. Siempre es tiempo de caminar. Pero sabemos hacia dónde caminamos. Caminamos hacia el cielo. Y caminamos acompañados, porque caminar solos es triste. Y sabemos que esto tiene un final feliz cuando ponemos todo en manos de Dios.

Por eso podría decir que soy un obispo católico, que comienza ya sus pasos, pasado el mediodía, en el atardecer de la vida y que pretende caminar hacia el cielo, sirviendo a los hermanos y viviendo en el mandato del amor que el Señor nos ha dejado.

-¿Cómo ha vivido el Señor Obispo los días de confinamiento? ¿Ha cambiado radicalmente su agenda de trabajo como pastor de la Diócesis?

Han sido realmente días muy intensos. Evidentemente ha habido que cambiar la agenda, ya que se han suprimido los actos públicos que se habían programado.

El trabajo, lejos de disminuir, se ha multiplicado. Hemos escrito el obispo auxiliar y un servidor una carta pastoral, y una segunda carta pastoral con los demás obispos de Pamplona, San Sebastián y Vitoria. Hemos publicado diversas disposiciones para adaptar el servicio pastoral a las circunstancias y restricciones, hemos seguido teniendo consejos y reuniones por vía telemática, hemos seguido resolviendo cuestiones que surgían, además de atender el correo electrónico y la correspondencia que se han multiplicado estos días.

Al mismo tiempo, me parecía que era un momento para estar particularmente cercano a la gente, así que me he sumergido en las redes sociales siendo un novato en estas lides. Y ahí estoy intentando acompañar a la gente y suscitando esperanza y ánimo.




-¿Cómo valora el papel de la Iglesia española en general en estos días?

A toro pasado, cuando se evalúan las cosas, siempre se ven aspectos que pudieran haberse hecho mejor. Pero en una situación de emergencia tan compleja, inédita y para la que ni estábamos concienciados ni preparados, pienso que hemos aprobado el examen, con o sin nota para unos u otros. En prácticamente una semana hubo que tomar decisiones de gran calado y reinventar el modo de seguir sirviendo al Pueblo de Dios y a la sociedad en general.

La Iglesia no ha cerrado, aunque los templos estuvieran en muchos lugares cerrados o con la actividad presencial muy limitada a causa de las disposiciones gubernamentales. No sólo la Iglesia no ha cerrado, sino que se ha multiplicado. Las Eucaristías no han dejado de celebrarse y se ha estimulado su difusión y participación a través de medios de comunicación y redes sociales. La actividad caritativa y asistencial se ha multiplicado. La actividad formativa se ha adaptado a formatos on-line. La asistencia a los hospitales, residencias y centros sanitarios se ha potenciado…

– ¿La sociedad es más débil si da la espalda a la Iglesia?

La Iglesia siempre hace muchas cosas que no se reflejan en muchas ocasiones en los medios de comunicación. Contribuye muy profusa y generosamente al bien común. Si todas las actividades de la Iglesia se suspendieran hipotéticamente un día, o una semana, se daría verdaderamente un quebranto social. Partiendo de su raíz espiritual, que es el origen de todo, teniendo la Eucaristía como centro y fuente, la acción de la Iglesia en el crecimiento de las personas no sólo en la dimensión trascendente, sino también en el bien, el amor, la esperanza, la entrega, que se derivan de aquella, es fundamental. Y de ahí parte su ingente acción social: sostiene comedores sociales, familias que no llegan a fin de mes, residencias de ancianos, colegios, centros de ayuda a mujeres maltratadas, de rehabilitación de personas con dependencias, de atención a personas con discapacidad, de acogida a inmigrantes y refugiados… Ahí tenemos la Memoria de la Conferencia Episcopal Española que invito a leer a todos. La Iglesia hace una grandísima aportación a la sociedad que no se ve, no está en la superficie, está debajo, como los fundamentos de una casa, que no se ven, pero si fallan cae todo el edificio.

-¿Qué le parecieron los momentos protagonizados por el Santo Padre y vividos en directo gracias a la televisión por la población mundial: la bendición urbi et orbi y el rezo del vía crucis en una Plaza de San Pedro vacía de fieles?

Me parecieron unos momentos ciertamente duros, que expresaban el dolor que estaba atravesando buena parte de la humanidad a causa de la pandemia. Pero también me parecieron momentos de esperanza porque, como bien decía el Papa, Dios no nos abandona nunca. Siempre está en la barca de nuestra vida, de la Iglesia, de la historia y no permite que la fuerza de la tempestad desborde la salvación y la vida que Él nos comunica. Esta situación nos obliga a reflexionar sobre el sentido de la vida, su fragilidad, su interdependencia de los demás y su dependencia última de Dios como fuente de vida y de sentido. La cuestión del sufrimiento, especialmente del sufrimiento del justo, es una de las cuestiones que emerge en estas situaciones. Cómo es posible que Dios permita estas situaciones que generan dolor y sufrimiento. Poder dar testimonio de la respuesta de Jesús a esta pregunta, que realmente sea significativa para las personas que quieran escucharnos es un elemento fundamental. Mostrar cómo Dios está de parte del ser humano, que lo ha creado por amor y está llamado al amor. Que el sufrimiento puede ser iluminado por esta experiencia de amor, que lo abre a la esperanza y le muestra un camino hacia la vida plena. En la carta pastoral que hemos escrito, tratamos esta cuestión en un largo apartado. Invito a su lectura.

-La búsqueda de misas por Internet se ha disparado notablemente. La gente quiere seguir la Eucaristía desde su casa. ¿Cómo valora esto? ¿Cree que aumentará el cumplimiento del precepto dominical tras el estado de alarma?

La imposibilidad de reunirnos como asamblea eucarística, como Pueblo de Dios que celebra la fe y es enviado a anunciarla ha sido una dimensión dolorosa de esta situación. En esta celebración eucarística de la fe, en la celebración de la Santa Misa, hemos echado de menos estar juntos y también celebrar la Eucaristía por los fallecidos. Las medidas de confinamiento y la imposibilidad de acompañar a los enfermos en los momentos que rodeaba su muerte también han sido especialmente dolorosas. El no poder elaborar adecuadamente el duelo y celebrar los funerales como hubiera sido el deseo de los familiares también ha sido causa de sufrimiento añadido a una situación ya de por sí dolorosa.

No sé si aumentará el cumplimiento del precepto dominical. Lo que sí creo es que esta situación ha puesto en evidencia que se hace especialmente necesario recomenzar desde Cristo, desde una verdad que ilumina todas las dimensiones humanas y sociales, que nos muestra el camino de una sociedad justa y fraterna, libre de demagogias, discursos estériles, ideologías que enmascaran la realidad.

Ahora estamos inmersos en la tarea de hacer frente a los desafíos, reflexionar sobre lo que nos ha ocurrido, sacar conclusiones y abordar el futuro con realismo y esperanza. El Señor nos vuelve a ungir y enviar “a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19). Me gusta también el modo en que el texto del profeta Isaías, al que hace referencia Jesús, completa esta afirmación. Él nos ha enviado también a regalar “una diadema en lugar de cenizas, perfume de fiesta en lugar de duelo, un vestido de alabanza en lugar de un espíritu abatido” (Is 61, 3). Una tarea que nos compete a todos y que está sostenida ahora y siempre por Dios. Esto nos llena el corazón de paz y esperanza.




-¿Cómo valora las diversas manifestaciones de devoción popular de nuestro país?  El caso de las procesiones de Sevilla que tan arraigadas están en la sociedad y en sus costumbres han sufrido un fuerte golpe con esta situación. No obstante las diversas hermandades están volcadas en la ayuda y asistencia del más desfavorecido por esta crisis. ¿Qué mensaje daría a los cofrades?

Las informaciones que me llegan es que las cofradías se han volcado en ayudar a los necesitados y también han sabido adaptar los cultos a las limitaciones dispuestas por las autoridades sanitarias. La procesión ha consistido en ayudar a quienes más sufren y están sufriendo esta situación tan dolorosa. El mensaje sería de agradecimiento por haber servido a Cristo pobre en los necesitados y de ánimo, porque podremos recuperar la vida cofrade habitual viviendo lo que caracteriza a una hermandad: vivir como hermanos en la ayuda fraterna, formarnos y crecer como seguidores del Señor, testimoniar el servicio y amor en la ayuda a los necesitados y celebrar la fe en los cultos y demás actos devocionales en el contexto de la vida parroquial y diocesana a la que pertenecen las hermandades.



– Usted ha predicado en varias cofradías sevillanas. ¿Qué impresión se ha llevado en cada ocasión sobre nuestras hermandades?

He disfrutado mucho en las invitaciones que me han cursado diversas cofradías sevillanas. He visto el enorme potencial evangelizador que poseen. El cuidado y decoro con el que preparan las celebraciones y el modo intenso y profundo de participar en ellas. Conmigo han tenido muchísimos detalles de afecto y atención que quisiera testimoniar y agradecer. Me ha admirado la diversidad de obras sociales que promueven en favor de los necesitados y la capacidad de mover a la juventud y ofrecerles un cauce de iniciación en la fe. Además de la extraordinaria belleza de sus imágenes sagradas, templos, ornamentos, el modo de decorar altares y pasos, el arte que se desprende de todo ello, el estímulo de todos los sentidos para alabar a Dios e invitarnos a entregarnos al servicio de los hermanos. Han sido encuentros muy gratos para mi en los que he aprendido mucho y en los que en muchas ocasiones me he emocionado y conmovido.




-¿Cree que las hermandades pueden ser un medio que eviten la secularización de nuestra sociedad, especialmente en los más jóvenes?

Sin duda, las hermandades han constituido una realidad providencial para llevar la vida cristiana a muchos ambientes y fomentar la presencia pública de la fe. Es un instrumento evangelizador de gran valor porque conjuga diversas dimensiones que son muy actuales para la misión de la Iglesia: el sentido de la fraternidad y la pertenencia, la posibilidad de crecer en el conocimiento de la fe, la integración en la vida parroquial y diocesana, el servicio de los necesitados, la presencia pública en la sociedad, la celebración de la liturgia y otros actos devocionales, …


– Se habla mucho en Andalucía de la realización de algún tipo de celebración popular o procesión extraordinaria a modo de acción de gracias por el fin de la pandemia y para pedir por sus víctimas, todo ello cuando las circunstancias lo permitan. ¿Cómo valora esta iniciativa?

Las hermandades, siendo asociaciones públicas de la Iglesia, y siendo al mismo tiempo realidades diversas entre sí, son quienes deben valorar la conveniencia de esta posibilidad en diálogo con los responsables diocesanos. Es una decisión que debe examinarse en cada lugar teniendo en cuenta las circunstancias particulares de cada hermandad y el entorno en el que están insertas.




– Hay algunas plataformas en defensa del patrimonio de Sevilla y otras localidades de Andalucía, como en el caso de la Catedral de Córdoba que reclama a la Iglesia diversos inmuebles inmatriculados en los últimos años. ¿Qué opinión le merecen estas reclamaciones?

Quien de modo principal conserva y cuida su patrimonio es la propia Iglesia. Ahí está la tarea de conservación y promoción durante muchos siglos, de cuidado y posesión quieta y pacífica multisecular, cuando otras instituciones ni siquiera existían aún.

La Iglesia no tiene ningún interés en poseer nada que no sea legítimamente suyo. Tenemos la responsabilidad grave de defender y cuidar lo que pertenece a las instituciones eclesiales y que ha sido fruto de la generosidad multisecular del pueblo cristiano, subrayo lo de pueblo cristiano, de donaciones y esfuerzos que han aportado bienes para edificar templos, ermitas, conventos, que no son un fin en sí mismo, sino para el servicio de Dios y de los hermanos. Quienes aportaron las donaciones no tenían ninguna duda sobre la titularidad de los mismos y a quién entregaban sus bienes. Y esto también debe tenerse muy en cuenta, sin entrar en planteamientos demagógicos.

Además, a nosotros nos interesan fundamentalmente las piedras vivas. Y nos interesan las piedras muertas en la medida en que sirven para que las piedras vivas vivan su vocación como hijos e hijas de Dios, hermanos que se ayudan en la entrega y el servicio. La conservación del patrimonio monumental por parte de la Iglesia ha sido ingente. Y se ha hecho con la generosidad de los fieles. Nosotros tenemos el deber de cuidarlo y entregarlo a las generaciones futuras en mejores condiciones de conservación para que sea utilizado siempre con la voluntad y el fin para el que fueron creados.




-¿Qué mensaje lanzaría a todos los cristianos de nuestro país?

En estos momentos de extrema dureza, quisiera dirigir ante todo un mensaje de ánimo y esperanza. Esta situación revela la vulnerabilidad de la propia condición humana y también la fragilidad de nuestras estructuras sociales y económicas. Pero también muestra cómo el ser humano se crece ante las dificultades y es capaz de entregarse decididamente al servicio de los demás con gran creatividad, solidaridad y capacidad de sacrificio, venciendo y superando los problemas y desafíos que le atenazan.

Debemos estimularnos a ejercer generosamente la caridad hacia todos, que se muestra en el cuidado y la entrega a las personas que nos rodean, a las familias, a los ancianos y enfermos, a los necesitados y en todos los ámbitos en los que tenemos mucho que aportar. La escucha atenta de la Palabra de Dios, y la oración personal y familiar sostienen nuestro camino, nos llenan de fortaleza y paciencia y nos impulsan a salir de nosotros para pensar en los demás y entregarnos sin reserva. La comunión de los santos nos asegura la vinculación a la Eucaristía, pan de vida y sacramento de caridad y unidad.

Es también momento de agradecer vivamente la tarea que, desde las comunidades cristianas, sacerdotes, diáconos, miembros de vida consagrada y laicos, están realizando para seguir muy de cerca la situación de los fieles y atenderles en sus necesidades materiales y espirituales.  Merecen especial atención los equipos de pastoral de la salud y los presbíteros que estos días se desviven para atender a los enfermos, familiares y profesionales sanitarios, tanto en el ámbito hospitalario, como en residencias y domicilios. También es necesario reconocer la labor de las congregaciones religiosas que continúan prestando ayuda eficaz, con corazón y afecto, a enfermos, familias empobrecidas, personas sin hogar, excluidos y descartados.

Cómo no mostrar un agradecimiento profundo a los profesionales sanitarios, voluntarios, bomberos, cuerpos y fuerzas de seguridad, servicios públicos, personas, asociaciones e instituciones volcadas en atender a los enfermos, a sus familias y a la población en general. El agradecimiento también para quienes desde su responsabilidad política, económica, empresarial, laboral y social procuran hacer frente a esta situación, mediante la adopción de medidas que ayuden a todos a superar la crisis sanitaria y sus consecuencias familiares, económicas, laborales y sociales.

También debemos orar por los difuntos profesando nuestra fe en la comunión de los santos y en la vida eterna. Y mostrar un agradecimiento particular a las familias que en tiempo de crisis se revelan como espacio humano primordial y fundamental, donde siempre encontramos cobijo, consuelo y protección y donde aprendemos a servir generosamente a los demás.

Que no decaigamos en la actitud responsable y el servicio constante a los demás. Que la presencia de Cristo muerto y resucitado nos mueva a entregarnos cada día, con ilusión y creatividad, siendo sembradores de esperanza, sirviendo a todos en la edificación de una humanidad fraterna según el corazón de Dios. Para toda esta ingente tarea nos encomendamos a la Virgen María, tan querida y venerada por nuestro pueblo.


Enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales.
Fuente: cinturondeesparto.com Entrevista a Mario Iceta, Obispo de Bilbao


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