6 de junio de 2020
Hermano:
Aprender a servir supone aprender a renunciar a mis
planes. A mis deseos, a mis caprichos y todo por amor al otro. Todo servicio
implica renuncia porque supone servir la vida ajena y no pensar sólo en la
propia. Tiene este tiempo algo de Nazaret. Tal vez no pueda hacer muchas cosas.
Sólo quedarme en casa y cuidar a los míos. Suena egoísta. Pero no lo es. Es un
tiempo en el que puedo crecer en profundidad y hondura. Es una oportunidad para
cambiar mis categorías. Puedo llegar a ser mejor que antes. El otro día
escuchaba: «Es necesario aprender a perder para ganar». No me gusta mucho
perder. Aprendí de pequeño a ganar. Me dijeron que era lo mejor. Yo lo viví
así. Sé que el que gana sufre menos. El que pierde es humillado. Sentía que si
perdía en algo fracasaba. El problema era mío, o de este mundo que me enseña a
ser competitivo desde niño. Entendía la derrota como quedar por debajo de
alguien que triunfaba. En los deportes, en los juegos, en los estudios, en la
vida. Con el tiempo comprendí que aprendía más de las derrotas que de las
victorias. Cada vez que salía derrotado podía mirar mi vida y sonreír. No era
tan terrible. La vida da nuevas oportunidades siempre. No era un fracasado por
haber perdido una o más veces. Siempre podía empezar de nuevo desde cero. Podía
volver a luchar sin perder la esperanza. Hicieron más fuerte mi carácter las
derrotas que las victorias. Me educaron más en mi espíritu de lucha. No era
todo fácil, no siempre iba a ganar. Con el paso del tiempo fui ampliando el
significado de perder. Podía perder amigos, podía perder vínculos, personas
amadas, lugares amados. La pérdida con los años pasó a formar parte de mi
repertorio de verdades profundas. No hay crecimiento sin pérdida. No hay
ganancia sin haber perdido antes. Aprendí con la vida que siempre que se pierde
algo, surge un hueco doloroso en el corazón, un gran vacío. Y a la vez brota
una nueva presencia antes desconocida. Perder va acompañado de ganar. Gano mientras
pierdo. Consigo mientras no alcanzo. Esa paradoja de la vida ha ido tomando
fuerza en mí. Perder siempre implica un cambio, una transformación interior, un
revulsivo. Perder me lleva irremisiblemente a ganar. Una poesía de Francisco
Luis Bernárdez me muestra la verdad de todo esto: «Si para recobrar lo
recobrado debí perder primero lo perdido, si para conseguir lo conseguido tuve
que soportar lo soportado, si para estar ahora enamorado fue menester haber
estado herido, tengo por bien sufrido lo sufrido, tengo por bien llorado lo
llorado. Porque después de todo he comprobado que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido. Porque después de todo he comprendido por lo
que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado». Vivo de lo que
he perdido, de lo que he enterrado como semilla en la tierra de mi alma. Sin
amargura, con la cuota adecuada de pena, con el duelo necesario e
irrenunciable. Pero siempre esperando las flores de la primavera. Porque Jesús
se manifiesta en mis derrotas con más fuerza que en mis victorias. En momentos
de gloria la fama y el aplauso no me dejan ver su rostro. Leía el otro día:
«Ahora sabemos cómo nos mira cuando sufrimos, cómo nos busca cuando nos
perdemos, cómo nos comprende y perdona cuando lo negamos» . Jesús me mira
conmovido en mi dolor. Y viene a abrazarme mientras camino cabizbajo y sombrío.
De la derrota y de la pérdida saca una ganancia infinita para mi vida. Sólo
tengo que descubrirlo. Pienso en este tiempo que vivo. Tiempo de pérdidas.
Tantas cosas que pierdo para ganar otras. Tal vez no vea ahora lo que puedo
ganar. Tal vez ahora no me deja ver la tristeza de la pérdida la belleza de la
ganancia. El tiempo puede que me ayude a desmalezar el camino. A ver con más
claridad en lo que ahora me entristece una fuente de agua verdadera. Pienso en
lo que la vida me ha quitado. Pienso en lo que no me ha dado. Y me alegro de
todo lo que he ganado. He ganado más veces de las que he perdido. Victorias
pequeñas, íntimas, invisibles a los ojos de los hombres. Algunas victorias
sobre mi ánimo, sobre mi pereza, sobre mi desesperanza. Victorias que se
convierten en ganancia para mí, para los míos. Tal vez este tiempo me haga
ganar mucho para mi vida. Es como si perdiera el tiempo, u oportunidades que
nunca han sucedido. Puede que lamente las cosas que no han pasado. Los viajes
no realizados. Las vidas que no han sanado. Los trabajos perdidos. El dolor es
parte de mi camino. No lo vivo en la superficie. En lo hondo de mi corazón
sufro y lloro haciendo el duelo que mi alma precisa. Pero sé que perder es
parte de mi vida. No puedo tenerlo todo en mi poder, como a veces pretendo. Mis
elecciones suponen pérdidas y ganancias. No existe el crecimiento ascendente y
lineal. La vida da muchas vueltas y si ahora estoy arriba, mañana puede que
esté abajo. Si ahora estoy riendo, puede que mañana llore. No me lamento por la
herida de ahora. No me glorío en mi risa de este momento. Doy gracias a ese
Dios que camina a mi lado ayudándome a ver lo bello de cada día.
Enviado
por:
Jesús Manuel
Cedeira Costales.
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