17 de junio de 2020
Hermano:
Me asusta esta nueva normalidad de la que hablan. Esa
normalidad tan llena de prohibiciones e impedimentos. ¿Será una vida castrada
la que me ofrecen? De mí depende. Me da miedo moverme entre señales de tráfico
que señalan límites infranqueables, resaltan las no posibilidades que tengo
ante mí y los caminos que no puedo recorrer. No pierdo el ánimo ni la
esperanza. Tengo claro que está en mi mano alterar el mundo, cambiar los vientos,
disponer nuevas rutas antes imposibles y lograr que las corrientes del mar
cambien su rumbo. Está en mi corazón que se puede abrir si dice que sí a los
nuevos deseos de Dios para mi vida. ¿Será posible vivir sin miedo cuando es
tanto lo que puedo perder? Puedo perder más de lo que ya he perdido. Puedo
ganar más de lo que nunca he ganado. La actitud del alma es la que lo cambia
todo. El otro día escuchaba una canción de Fito Páez: «¿Quién dijo que todo
está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón. Como un documento inalterable. No
será tan simple como pensaba, como abrir el pecho y sacar el alma. Una
cuchillada del amor. Y te daré todo y me darás algo, algo que me anime un poco
más. Cuando no haya nadie cerca o lejos, yo vengo a ofrecer mi corazón». Lo importante
es la entrega de la vida, del corazón. ¿A quién le entrego el alma, la vida, el
corazón? A alguien que no me hiera, no me mate y no me deje solo. Es importante
lo que ofrezco y a quién se lo entrego. Miro a Dios en este tiempo incierto.
Vengo a ofrecerle a Él mi corazón. Como María al abrir su alma ante el Ángel de
Dios. Un hágase que me rompe por dentro. Vengo a ofrecer el alma, abriendo el
pecho. Y dejando que Dios en su Espíritu me penetre. No quiero una nueva
normalidad que norme mis pasos, vigile mis gestos y acabe con mi voz. No quiero
dejar de expresar lo que llevo dentro. No dejaré nunca de ser normal, de ser yo
mismo, de amar por entero, de vivir entregado. No dejaré nunca de soñar nuevos
caminos, nuevas vidas, nuevas formas de entregar el mismo amor que nace dentro
de mi alma, de mi vida. Ese amor siempre nuevo. Como la vida que me regala el
Espíritu que lo hace todo nuevo. Jesús hacía todas las cosas nuevas en su
camino a la cruz, muriendo. Es lo que yo quiero en este tiempo nuevo que Dios
me regala. No quiero volver a lo de antes. No quiero una nueva normalidad llena
de reglas. Quiero, eso sí, una nueva forma de vivir, de amar, de decir te
quiero. Una nueva pasión por la vida que se me regala como un don, cuando pase
esta tempestad que me asola. Quiero una nueva forma de seguir los pasos de
Jesús agradecido, con el viento dentro, muy dentro. Lo importante es entregar
mi corazón. Ahora de forma nueva, venciendo los miedos que quieren poner
límites a mis pasos y vender muy caro el abrazo más tierno. Quiero una nueva
forma de entender la vida en la que lo más valioso será lo personal, lo humano.
Porque es en lo humano, en lo más humano, donde Dios se hace presente y vivo:
«Lo humano es la puerta que nos permite entrar en lo divino. De hecho, las
experiencias más intensas de comunicación, de amor humano, de dolor
purificador, de belleza o de verdad son el cauce que mejor nos abre a la
experiencia de Dios». Y he acariciado mucho lo humano en este tiempo sin pensar
que estaba acariciando a Dios con mis pobres manos. Así que le digo que sí a
ese Dios que ha entrado en el espacio sagrado de mi tienda, donde soy yo mismo,
un niño abrazado a la pierna de su madre. Con miedo a soltarse y caer del nido.
No importa el salto siempre que sepa a quién le entregado mi confianza, mis
intimidades, mis deseos más hondos y verdaderos, mis proyectos más sublimes. No
importa mientras tenga claro que no quiero escribir sobre la arena verdades
profundas, porque las olas del mar se llevan mis letras. Escribiré mejor con mi
propia sangre las verdades que hoy me despiertan. Sí, sueño con un mundo nuevo.
No con un mundo normal. No con una vida como la de antes. Sé que hacer todas
las cosas nuevas es un reto. Más aún cuando tiendo a esclavizarme en rutinas.
Acepto el reto de estos cielos nuevos que rompen en un rojo intenso al caer la
tarde de mi vida. Y me ato a la vida con mí sí sincero. Sí, quiero, yo vengo a
ofrecer mi corazón. «El alma desciende nuevamente por la ‘escala de Jacob’ del
amor. Ama nuevamente la patria, los bosques y las flores, la familia y los
amigos, el arte y la ciencia. Pero los ama con un amor nuevo: no ya porque el
yo terreno los apetezca, sino por el bienamado Padre del Cielo, que ha creado
todos esos bienes y quiere ahora que su hijo se alegre por ellos». Quiero un
amor nuevo, más libre. Una mirada nueva, más agradecida. Un corazón nuevo, más
compasivo y solidario. Un abrazo nuevo, más hondo, hasta lo más profundo del
alma. Una vida nueva revestida de esperanza. Unos pasos nuevos, más confiados
en medio del mundo. Unos límites nuevos, los que Dios despliega ante mis ojos.
Unas palabras nuevas que llenan de esperanza. Unos vínculos nuevos, que nadie
pueda romper porque están forjados en el corazón herido de Jesús. Una nueva
forma de vivir amando el presente, sin temer tanto el futuro. Con mi anclaje en
lo más profundo del corazón de Dios.
Enviado
por:
Jesús Manuel
Cedeira Costales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.