5 de junio de 2020
Hermano:
El alma permanece tranquila a través de mi ventana.
Observo la vida que brota a mi alrededor. Dentro de mí, guardado, confinado. No
quiero que el miedo paralice mis pasos. Pero mi corresponsabilidad me pide
guardarme. Y me quedo mirando mi jardín. Los árboles mecidos por la brisa. La
soledad de un espacio habitualmente lleno de gente. Duele la ausencia y los
relojes siguen su curso. Se llevan por delante planes soñados, ahora
imposibles. Quiero que se calmen las ansias de hacer lo que no puedo hacer. Que
se calme el temor a una muerte posible que a veces me intimida. Que se calmen
los vientos que con su fuerza pretenden romper las vigas de mi alma. Nace
dentro de mí la impotencia. Y siento el deseo grande de hacer las cosas bien.
Me arrepiento por las palabras dichas, por los silencios no guardados, por las
críticas lanzadas al aire. Me asusta que estas semanas hayan sembrado en mí la
desconfianza y el miedo. Me asusta haber visto el lado oscuro de mi alma
herida. Me asusta haber tocado mi desidia y pereza cuando no me exigen ponerme
a trabajar y hacer las cosas bien en cada momento. Me asusta la torpeza de mis
gestos y mis actos en la monotonía de lo cotidiano. Me asusta mi egoísmo cuando
la vida se convierte en una entrega continua. Me asusta ser poco creativo y
tener miedo a reinventarme. Temo no haber sido capaz de enfrentar la soledad
con alegría. Me da pena haber visto mi incapacidad para besar alegre los planes
truncados. Me detengo pensando frente al jardín de mi alma y pienso que han
florecido flores antes desconocidas. Quizá habré quitado algunas plantas
rebeldes que conseguían turbar mi alma. Puede que haya más luz en este jardín
de dentro, más luz que antes cuando creía que el mundo era mío. Pienso que tal
vez ahora he tocado la aspereza de la vida y he reaccionado con alma de niño
abriéndome a lo desconocido. Siento que están cambiando los ritmos de mi vida.
Que no es fácil volver a lo de antes sino a algo nuevo que traerá vientos
nuevos. Creo que esta cuarentena está alimentando mi alma para hacerla más
fuerte y profunda. Me ha quitado un poco el miedo a perder la vida. Me ha
regalado un corazón más grande para amar con más intensidad a los míos. Creo
que puedo ser más niño de lo que nunca he sido. Y abrazar la naturaleza que la
primavera ha hecho surgir casi de entre mis manos. He pedido por tanta gente
que desconozco. Y he querido a tanta gente que aún no he visto. He sentido en
mi alma el destello de un fuego que viene de lo alto. No me lo he inventado, ha
sido Dios quien lo ha encendido dentro. He recorrido caminos nuevos por sendas
nuevas. Pensando que la vida se define en ese momento concreto que vivo ahora
mismo. He aprendido a contemplar el instante que Dios me regala sin exigirle al
futuro que todavía no llega. He abrazado sin miedo la vida que hoy tengo, pues
sé que es lo único que ahora me dejan abrazar. He comenzado de nuevo tras haber
visto algunas caídas. He amansado el asno que llevo dentro, que se rebela
incluso contra mí mismo, con dosis de paciencia y mucha calma. He empezado a
levantarme sobre mis propias fatigas. Sonrío ahora con más ganas, quizá he
rejuvenecido. Y las semanas pasadas no han dejado sino en mi alma una fuerza
nueva que antes desconocía. Tengo el corazón más grande, más lleno de personas
que antes no conocía. Y he sentido en mis manos el peso de este mundo. Me ha
turbado, es cierto, la muerte de inocentes. Y he temido como un niño las
oscuras nubes inciertas. Pero tengo que decir con nostalgia de infinito que el
cielo en estos días se me ha hecho más presente. El cielo en aquellos que
trabajan por servir la vida ajena sin cuidar su propia vida. He visto a Dios
presente en tantos que se entregan en un silencio oculto sin exigir aplausos. Y
he sentido en mi piel la brisa de un nuevo día que tiene que morir para nacer
de nuevo. He sembrado esperanzas con palabras muy pobres pretendiendo cambiar
la vida de los hombres. ¡Vana ilusión la mía! Las palabras se las lleva el
viento y solamente son los actos que las refrendan los que pueden cambiar el
mundo. Quiero que mi amor sea más grande en este día. Más grande todavía de lo
que nunca ha sido. No quiero pensar mal de nadie y hablar siempre en positivo.
Tejer esperanzas nuevas con los mismos hilos de siempre y lanzarme al vacío
confiando en que alguien estará allí para abrazarme. Quiero poner el acento en
la confianza que tengo, en la que me han dado y en la que doy. No quiero
desconfiar más de nadie en mi camino. Aunque me engañen y piense después que
soy bastante ingenuo. Ya no me importa tanto lo que piensa la gente, eso he decidido.
Y me he puesto a imprimir hojas y hojas con unas palabras muy claras: «Sé niño,
confía, no temas, espera, que la vida es más de lo que tú nunca has soñado».
Tengo en mi alma un sueño que brota cada mañana. Es un sueño pequeño de esos
que duermen pronto y se levantan temprano. Es el sueño más sencillo que pueden
tener los niños. Mi sueño es simplemente que cada día que amanezca lo haga con
una sonrisa. Eso espero. No le exijo a la vida que me dé lo que me debe.
Tampoco sé cuánto me debe. Sólo sé que he amado, he soñado y he esperado
siempre todo de todo lo que he vivido. Y cuando no lo he tenido simplemente no
me he amargado. Vuelvo a acariciar la tierra de la cual he comido su fruto. Y
espero que en mi jardín los árboles sigan meciéndose con la brisa o con el
viento. Volveré a ver los rostros amados de siempre y los nuevos. Volveré a
escuchar las voces y los cantos en la tierra. Este tiempo no se ha perdido,
solamente está enterrado. Y de la tierra sembrada surgirán nuevos frutos. Y mi
corazón entonces será más grande, más libre. Desde mi jardín florido sé muy
bien cuánto he crecido.
Enviado
por:
Jesús Manuel
Cedeira Costales.
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