21 de junio de 2020
Hermano:
Hoy Jesús me dice que Él es el pan de vida: «Yo soy el
pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que Yo daré es mi carne por la vida del mundo». Y sus palabras llevan
al escándalo. ¿De verdad no me escandaliza pensar que Jesús pueda partirse para
darse? ¿No me confunde que, al partirse por todos, no sólo no disminuya, sino
que aumente el poder de su presencia en cada uno? Es incomprensible. Yo me he
acostumbrado a lo imposible. Lo adoro, lo recibo, sin darle el valor que tiene.
Es un milagro que pueda recibirlo entre mis dedos y llevármelo a la boca. Es un
milagro que su presencia me haga mejor persona. No comulgo porque soy bueno,
comulgo para ser más humano, más compasivo, mejor hijo. La comunión es una
gracia que no siempre fue comprendida. Las palabras de Jesús resultan
escandalosas: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». A veces hasta a mí
me pude llegar a escandalizar. Pero Jesús me lo vuelve a recordar: «Si no
coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en
vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y Yo lo
resucitaré en el último día. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí
y Yo en él». Viviré para siempre si como su pan. Me gustaría sentir lo que
siente S. Francisco: «Francisco utiliza en cierta ocasión una imagen: - El alma
ha dejado todas sus inclinaciones. Desnuda está en la presencia de Dios.
Entonces, se reviste nuevamente de las antiguas inclinaciones hacia los padres,
el hogar, la patria y los amigos. Pero ahora se trata de inclinaciones nuevas,
diferentes» . Comulgar con Jesús me hace renunciar a todo para estar vacío ante
Él. Y al mismo tiempo volver a tomarlo todo entre mis manos, pero ahora con una
mirada nueva. Llego a ser un hombre nuevo por la comunión. Jesús no me pide que
renuncie a lo humano. No quiso que renunciara a comer su cuerpo y beber su
sangre. En Él se une lo humano y lo divino, el cielo y la tierra. Leía el otro
día: «Dios está en lo íntimo de cada ser humano. No es algo separado de nuestra
vida. No es una fabricación de nuestra mente, una representación medio
intelectual o medio afectiva, un juego de nuestra imaginación que nos sirve
para vivir «ilusionados». Dios es una presencia real que está en la raíz misma
de nuestro ser» . Su presencia dentro de mí es real. Y esa presencia se
fortalece con la comunión diaria. Recibir a Jesús me hace más parecido a Él.
Hace que mis sentimientos sean más los de Cristo. Logra que me parezca más a
ese Jesús que iba por los caminos bendiciendo, dando la vida. Comulgar es ese
paso imprescindible para que mi vida cambie y se parezca más a su vida. Quiero
los sentimientos de Jesús: misericordia, bondad, verdad, justicia,
autenticidad, humildad, mansedumbre, esperanza, alegría. Compartió la tristeza
conmigo al ver tanto dolor y no poder hacer todos los milagros que deseaba.
Sufrió el dolor al sentir la dureza del corazón del hombre que no se dejaba
amar. Comparte conmigo la desilusión al no ver realizados tantos planes que
anidarían en su alma. Y le dolería tanto ese madero de la cruz que acababa con
esperanzas humanas tan valiosas. Me gustan los sentimientos de Jesús. ¡Qué
lejos estoy! Puedo comulgar todos los días por gracia de Dios. Pero no se nota.
No cambio tanto como quisiera. No soy de Dios como sueño. Miro con nostalgia al
que me gustaría llegar a ser.
Enviado
por:
Jesús Manuel
Cedeira Costales.
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