7 de junio de 2020
Hermano:
El deseo del corazón es lo que mueve mi vida. El deseo
más profundo y verdadero. ¿Qué deseo en mi interior? Después de la Ascensión
los discípulos deseaban que Jesús volviera. Que enviara a quien les había
prometido. Una presencia viva junto a ellos que les diera paz y esperanza. Hoy
escucho: «Aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de la que me habéis oído
hablar, porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con
Espíritu Santo dentro de no muchos días». Las promesas levantan mi ánimo. Me
lleno de esperanza anhelando al que ha de venir. Eso es lo que sueñan los
discípulos. ¿Qué espero yo? Espero a que pase este tiempo. A que algo cambie en
mi vida, en la de los que amo, en la vida de los que me acompañan por los
caminos. Que no haya sido todo en vano. Algo habrá cambiado. Necesito una
promesa que me sostenga cuando se tambaleen mis seguros y el miedo sea más
fuerte que la confianza dentro de mi alma. Quiero anhelar con fuerza. «Nuestro
anhelo es la medida del cumplimiento. Este anhelo es lo primero y es un
importante paso, una condición para la gracia de transformación». Si no lo
deseo no estaré capacitado para recibirlo. El deseo ensancha el corazón. El
Catecismo de la Iglesia Católica se abre con esta declaración: «El deseo de
Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado
por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en
Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar». El deseo
más verdadero de mi alma es una nostalgia de infinito que me acompaña cada día.
No quiero reprimir mis deseos verdaderos. Hay quizás otros deseos que no me
llevan a lo que me conviene, o me desordenan y alteran mi alma inquieta. Y vivo
sin paz, sin rumbo. Pero hay otros deseos que ensanchan mi alma y la hacen más
capaz para el amor. Quiero educarme en el deseo. Un deseo sano y verdadero. Un
deseo de Dios. Una persona me decía el otro día: «Nos han dicho los curas
tantas veces lo que no es, que ya no me acuerdo realmente de lo que sí es». Me
impresionó esta afirmación. ¿Será cierto? Tanto tiempo evitando tocar los
límites que no puedo traspasar que el corazón deja de desear lo imposible.
Aprendo entonces a vivir sin desear, para que no llegue a desear lo que no es
un bien para mí. O no me conviene. O no es lo que me dará la paz. Y una vida
sin deseos es una vida muerta. Comenta S. Ignacio Antioquia: «No queráis a un
mismo tiempo tener a Jesucristo en la boca y los deseos mundanos en el
corazón». Quisiera dejar de lado esos deseos mundanos que me llevan a buscarme
egoístamente, de forma enfermiza, a vivir sin salir de mi círculo cerrado, sin
abrirme. Esos deseos no me hacen bien, me matan. Matan la vida de mi alma. Pero
hay otros deseos que quiero cultivar. Son deseos buenos y nobles. Son los
deseos que quiero cuidar en mi alma. Son esos deseos que me hacen volar soñando
las alturas y me llevan a aspirar a las cumbres más altas. Son los deseos que
viven dentro de mí y me hablan de alguien que hay escondido en mi interior y
que sólo quiere salir. Son los deseos que expresan la libertad que sueña mi
corazón. Tantas veces estoy triste porque soy esclavo. Esos deseos me hablan de
los caminos que pudiera emprender si fuera más valiente. Esos deseos me llevan
a dejar a un lado tantas cosas que me limitan en mi torpeza. Esos deseos de
cielo viven en mi interior y son los que ensanchan el alma para que quepa Dios
en ella. Son deseos de un infinito y una eternidad que acabe para siempre con
los límites da hora. Esos deseos me hacen no querer conformarme con mi vida tal
y como es. Esos deseos no me hablan de pecado sino de un amor más grande con el
que nunca he soñado. Esos deseos no me dicen que tengo que hacerlo todo bien
para llegar al cielo y ser feliz. Esos deseos me muestran que si tengo tanta
hambre de Dios es porque Dios me desea a mí también. Es un amor correspondido,
una necesidad que tanto Él como yo tenemos. Quiero cuidar ese deseo de infinito
que tengo en mi interior. Sé que la medida del anhelo será la medida de la
gracia que reciba. Y la medida del anhelo hará posible que venga Jesús a mí en
forma de lengua de fuego. Y me cambie por dentro. Sólo quiero seguir soñando,
deseando, anhelando. Esta es la semana del anhelo. Aspiro a algo más grande.
Tengo pena y a la vez tantas ganas de vivir con Jesús dentro de mi alma para
siempre. No me dejará solo, lo tengo claro. Me lo ha dicho. Voy a cuidar ese
deseo ahondando en mi mundo interior. Allí puedo estar a solas con Dios. Allí
me reconozco en mi verdad ante su rostro. Quiero cultivar ese deseo en comunidad.
Cuando dos o tres rezamos en su nombre todo cambia. Quiero alentar desde el
deseo, no limitarme a reprimir otros deseos que no hacen bien. El ideal que
Dios siembra saca lo mejor de mí.
Enviado
por:
Jesús Manuel
Cedeira Costales.
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