domingo, 28 de febrero de 2021

La mesa presidencial



Las Reglas han sido siempre objeto de un trato especial por parte de las hermandades que las han recopilado en un libro. 




Muy importante es la encuadernación que suele presentar: generalmente con tapas duras y forrado en piel o terciopelo. Muy frecuentemente llevan cubierta lujosamente adornada con remates de plata y el escudo de la corporación en el centro, tallado en el mismo metal.




En los cultos suele ocupar un lugar destacado en la mesa de presidencia de la junta de gobierno. En cuanto a los cortejos, suele ir delimitando el último tramo de nazarenos del primer paso. Esta ubicación obedece a la utilidad histórica de acreditar la antigüedad de la hermandad, dado que en caso de cruce con otra cofradía tenía preferencia de paso aquella más antigua. Hoy en día es simplemente un libro testimonial que porta un hermano vestido de nazareno y que está escoltado por un par de varas.





En todos los cultos solemnes que celebre la Hermandad, se colocará la mesa presidencial de los mismos, que estará situada transversalmente en el lado de la Epístola de la Iglesia y a cuya izquierda se encontrará el Estandarte que representa corporativamente a aquella.




La mesa presidencial estará cubierta por un paño de color corporativo, así como un crucifijo sobre la misma o la imagen del Niño Jesús, alumbrado por dos cirios y colocándose en su parte delantera verticalmente la vara correspondiente al Hermano Mayor en el centro, y dos varas más a derecha e izquierda.




Sobre la mesa presidencial se colocará el Libro de Reglas de la Hermandad, abierto por las vitelas en que están representados los Titulares, en señal de acatamiento de sus preceptos.





1.- En todos los Cultos Solemnes que la Hermandad celebre, se colocará la mesa presidencial

de los mismos, que estará situada en el lado de la Epístola y a cuya derecha se encontrará el 

Guión que representa corporativamente a aquélla.





2.- Ante la Imagen que se halle sobre la mesa presidencial estarán colocadas, sobre un atril, las

Santas Reglas, en señal de acatamiento de sus preceptos por todos los presentes.





3.- La mesa presidencial durante los días de Cultos estará formada por el Hermano Mayor,

ocupando el centro, teniendo a la derecha y a la izquierda al Teniente de Hermano Mayor,

Fiscal, Secretario, Tesorero y Albacea General. La ausencia de alguno de ellos será cubierta por

el Contador.





4.- Caso de asistir representantes de otras Cofradías o Hermanos

Mayores de las Hermandades con las que nos unen lazos fraternos, vecinales, el Vocal de protocolo le designará el sitio preferente que estime oportuno.



5.- Siempre que sea posible, las primeras filas de ambos lados de la nave central serán

reservadas para los Hermanos Mayores o representantes de las Hermandades invitadas, ex

hermanos mayores de la Hermandad, medallas de oro, hermanos honorarios y distinguidos,

aquellos otros invitados que protocolo considere oportuno y miembros de la actual Junta de

Gobierno que no ocupen lugar en los bancos de la mesa presidencial.





Enviado por:


Jesús Manuel Cedeira Costales.

Sencillas recomendaciones a los lectores


La Liturgia de la Palabra: La Mesa de la Palabra


– La liturgia de la Palabra es una Celebración. Se debe notar que es una Celebración. Es en la Escucha e Interiorización de la Palabra que alimentamos nuestra vida cristiana y recordamos la Acción de Dios en favor de su Pueblo – hoy para nosotros – y que debemos acoger en nuestra vida personal y comunitaria.


– La Liturgia de la Palabra  nos recuerda algunos de los aspectos de la obra salvadora de Dios en nuestro favor y debemos prestarle atención. Hace que la Eucaristía sea cada día diferente y hace diferente los Domingos y tiempos litúrgicos.


– La Lectura – PROCLAMACIÓN – de la Palabra debe hacerse de tal manera que pueda ser entendida , interiorizada y acogida por los que escuchan. Tiene que haber espacios de contemplación y de oración. El canto debe ayudar la participación y la homilía actualice y aplique a la comunidad lo que se ha leído.


El Lector debe saber y tener presente que:


– Proclamar las lecturas es misión del lector y no del sacerdote.


-Ser Lector es un Servicio importante en la Asamblea. Los que leen deben saberlo, hacerlo con alegría y responsabilidad pues son los que hacen posible que la asamblea reciba bien la Palabra de Dios.


– Es bueno que las lecturas sean leídas por lectores «instituidos» =  preparados para que así el Mensaje llegue bien a la asamblea, aunque lo puedan hacer otros. Instituidos o no, lo importante es que se haga de  manera adecuada y se de una buena imagen de comunidad cristiana organizada y en crecimiento.


– Es bueno que los lectores no sean siempre los mismos, pero no cambiar apenas para que «participe más gente». Lo que no podemos permitir es que lo hagan personas sin preparación o que no tengas las condiciones necesarias. Hay que escoger a los buenos lectores como a los buenos músicos… ampliar el número y la variedad es bueno.


¿Cómo se debe hacer este Servicio?


En el Ordenamiento de las Lecturas de la Misa en el Nº 55 dice: «Para que los fieles consigan un profundo y vivo afecto por la Sagrada Escritura, al escuchar las lecturas, es necesario que los lectores que realizan este ministerio tengan verdaderas cualidades  para la lectura y estén bien preparados. Esta preparación tiene que ser, ante todo espiritual, pero también técnica.


La preparación Espiritual presupone, por lo menos, instrucción bíblica y litúrgica. Debe hacerse para que los lectores estén capacitados para recibir el sentido de las lecturas en su propio contexto y para entender, a la luz de la fe, el mensaje revelado. La formación litúrgica debe facilitar a los lectores conocimiento del sentido y de la estructura de la Liturgia de la Palabra y de la Liturgia Eucarística.


La preparación técnica tiene que conseguir que los lectores se hagan cada día más aptos para el arte de leer para el pueblo  en la iglesia, sea de viva voz o por micrófono.


(Este texto no es para desanimarnos y sí para estimularnos, no es un obstáculo y sí un camino a recorrer, queriendo todos: personas y comunidad, hacer mejor lo que hacemos).


La Preparación espiritual consiste, principalmente, en conocer cada vez mejor lo que se lee. Leer antes la lectura, leer algún comentario, participar en cursos bíblicos. Es bueno tener en casa un Misal popular con las lecturas y prepararlas en casa aunque no se lea ese día. ¿Qué te parece esto? ¿ Indicarías alguna otra cosa?.


La Preparación técnica consistirá en querer cada vez mejorar con ensayos para leer con seguridad y sin miedo, sin prisas, con buena dicción y vocalización. El momento y la manera de salir para leer. La  colocación del micro, nuestra colocación delante del mismo, la posición del cuerpo: los pies y las manos…




Consejos para un buen lector en la Eucaristía


1º- Leer la lectura antes, si se puede en voz alta y varias veces. Tener cuidado con las palabras difíciles que puedan existir.


2º- Estar atento y subir al presbiterio en el momento  oportuno.


3º- Tener cuidado con la postura que adoptamos con el cuerpo: las manos y las piernas.


4º- Ponerse a una distancia adecuada frente al micrófono para que se oiga bien.


5º- Comenzar a leer cuando haya silencio y estén todos sentados.


6º- Muy importante: leer despacio y sin amontonar (sobreponer)  las palabras.


7º- Mantener un tono de calma: respirar antes de comenzar, hacer pausa en las comas y puntos.


8º- Vocalizar bien, marcando cada sílaba pero sin teatralizar.


9º- No bajar el tono al finalizar las frases o palabras.


10º- Procurar leer con la cabeza levantada y si fuera necesario levantar el libro.


11º- Antes de comenzar mirar a la asamblea. Al final decir «Palabra de Dios» mirando a la asamblea – también se puede mirar a la asamblea mientras se lee principalmente en las frases relevantes, intentando crear un clima de comunicación.




Es bueno recordar cosas sencillas, porque en ocasiones las damos por ya sabidas, y tal vez no se saben, o porque recordándolas, las podemos afianzar. En este caso la catequesis va dirigida a los lectores de la Palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas


Es un servicio litúrgico de gran importancia, nunca una excusa para intervenir, ni tampoco un ‘derecho’ de nadie. Es un servicio litúrgico de quien sabiendo la importancia de lo que lee, sabe proclamar en público la Palabra de Dios sin arrogancia, ni protagonismo alguno. No todos pueden ni deben leer, porque no todos lo saben realizar adecuadamente.


Ofrecemos unas recomendaciones sencillas para los lectores. Tal vez imprimirlas y difundirlas podría ser un apostolado litúrgico sencillo pero eficaz.




* El lector debe entender la Palabra que proclama; si no la entiende, no puede darle el sentido que tiene. Primero debe ser oyente de esa Palabra -haberla leído antes, captado, rezado- y luego será el portavoz para la Iglesia.


* Clara conciencia de que en ese momento se convierte en portavoz de la Palabra de Dios, en su altavoz, para que todos escuchen la Revelación que se da. En consecuencia debe ser fiel transmisor de una Palabra que procede de Dios, escrita por los autores sagrados (: hagiógrafos) y cuyo último eslabón es el propio lector para que llegue esa Palabra a la Iglesia, aquí y ahora, en la celebración de los Santos Misterios.


* Hay que tener especial cuidado con las palabras difíciles, nombres inusuales, estilo de la misma lectura (poético, narrativo, exhortativo, etc.), y por eso es bueno repasar ante las lecturas.


* El lector comunica la Palabra de Dios no sólo con las palabras pronunciadas correctamente (correctamente, claro, no precipitadamente) sino también con el convencimiento, el tono, el volumen, las inflexiones de voz según las frases. No es “hacer teatro", sino comunicar adecuadamente, porque es distinto leer para uno mismo que leer para los demás en alta voz haciendo que los oyentes y el propio lector se enteren bien de la lectura.


* La preocupación de lector debe ser que todos se enteren y escuchen bien la Palabra de Dios: para ello procurará leer despacio, alto y claro, con ritmo (ni demasiado lento que distrae, ni demasiado rápido que aturde), vocalizando, ya que el sonido llega más lento al oído del oyente. Para eso, además, hay que mirar que el micrófono esté encendido y a la altura adecuada para recoger la voz, sin pegarlo a la boca.


* Antes de comenzar, cerciorarse de que es la lectura correcta: el libro debe estar abierto (y si no abrirlo por la cinta que debe estar de modo lateral), fijarse en el día de la semana en que se está o en qué fiesta o solemnidad. Se ha dado el caso de que el que ha leído en la misa anterior no ha dejado la cinta en su lugar adecuado, y el que lee en la siguiente Misa no se da cuenta y lee la lectura del día siguiente o del anterior. También esto es señal de que no se ha preparado antes la lectura ni se ha mirado el leccionario, tristemente.


* Al comenzar la lectura no se lee nunca lo que está en rojo, con tinta roja: “IV Domingo de Cuaresma", ni el orden de las lecturas tampoco se lee porque está en rojo: “Primera lectura", “Salmo responsorial", “Segunda lectura". Es decir, nunca se lee lo que esté escrito en letra roja, porque son indicaciones, no texto para leer en alta voz.


* Se comienza diciendo: “Lectura de…” y se termina haciendo una pequeña pausa con “Palabra de Dios”, no seguido, como si formase parte del texto, o leído como si fuera una pregunta “¿Palabra de Dios?", sino con tono de afirmación-aclamación: “Palabra de Dios". Como es una aclamación, y no una información, no se dice: “Es Palabra de Dios", ni tampoco se dirá “Esto es Palabra de Dios".


* El salmo habitualmente debe ser cantado, o al menos, el estribillo o respuesta. Lo excepcional debería ser que se leyese, porque la naturaleza del salmo es la de ser un poema cantado, una plegaria con música. Si hay que leerlo, no se dirá “Salmo responsorial” (porque está escrito en rojo) sino directamente lo que todos van a repetir, por ejemplo: “Mi alma tiene sed del Dios vivo", dando tiempo a que los demás puedan responder después de cada estrofa. Ayudará mucho que el lector repita cada vez la respuesta para facilitar los fieles que la recuerden mejor.


* El Aleluya no se lee. Si no se canta, es mejor omitirlo porque es absurdo convertir una aclamación musical en algo fugaz leído en voz alta.


* Lo ideal será que en todas las Misas haya un lector y a ser posible un lector distinto para cada lectura. El salmista es el cantor del salmo; si no lo hay, mejor un lector distinto que aquel que haya leído la primera lectura.


* El lector o los lectores deben acercarse dignamente al ambón para leer, sin carreras ni precipitación, con dignidad. Lo harán cuando los fieles hayan respondido “Amén” a la oración colecta que el sacerdote ha recitado, y no antes. Si son varios lectores, mejor que entonces vayan todos juntos, hagan inclinación profunda al altar al mismo tiempo, y suban a la vez hacia el ambón para evitar las idas y bajadas entre lecturas.


* Al final, dejar la cinta del leccionario bien colocada, de manera lateral y no hacia abajo, evitando que desaparezca entre las hojas del libro y evitar confusión alguna al siguiente lector.




Enviado por:

Jesús Manuel Cedeira Costales.


Fuente:

www.iglesiadeasturias.org

parroquia-san-agustin.es

infocatolica.com

CARTAS DE ESPERANZA 28 DE FEBRERO DE 2021

 



28 de febrero de 2021

 

Hermano:

 

«El Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían»

«Quiero dejar los maquillajes y los disfraces. Olvido las mentiras y vivo mis verdades. Abandono las angustias y me quedo con la paz de los niños en medio de la tormenta»

Actualmente hay 391 pacientes hospitalizados por covid y 121 en cuidados intensivos.

Asturias afianza el descenso de contagios, pero suma 11 nuevos fallecidos.

Asturias ha sumado una semana por debajo de los 200 positivos diarios en esta tercera ola pero la presión hospitalaria sigue siendo muy elevada, extrema las precauciones para evitar contagiarte.

Las cosas que me suceden me hablan de Dios. Lo que veo en las personas y en los acontecimientos. Como una voz clara o tal vez confusa, ya no lo sé. A menudo no sé interpretarla y saber lo que me conviene. Creo que me empeño en hacer lo de siempre, en repetir rutinas, en exigirle a la vida lo que siempre me ha dado. Incluso cuando ya no me lo puede dar. Le pido a Dios que no me falle, que esté a la altura de mis expectativas. Quiero que todo salga como lo tenía previsto. Tengo derecho a vivir mi vida, me digo olvidando de pronto que la vida es un don, y no un derecho. Igual que el tiempo que me queda y se me escapa entre los dedos. O ese aire que respiro y puede llegar a faltarme. ¡Qué caro sale ese oxígeno que no es el que me regala Dios! No acepto que las cosas cambien de repente y todo se dé la vuelta. Puede que no esté dispuesto a renunciar a nada, aunque la vida implique un riesgo. Quizás me acostumbré a recibirlo todo sin tener que dar nada a cambio. Lo que me da miedo de verdad es lo que decía Jorge Bucay: «El único temor que me gustaría que sintieras frente a un cambio es el de ser incapaz de cambiar con él. Creerte atado a lo muerto, seguir con lo anterior, permanecer igual». Quizás yo tengo el miedo a quedarme igual que siempre, inmóvil ante este tiempo que cambia. Nada será igual cuando pase la pandemia, pero no sé cuándo veré la luz al final del túnel. Yo espero no ser el mismo. ¿Habré cambiado en mis formas y en el fondo de mi alma? Me da miedo no ser capaz de cambiar con los cambios. Empeñarme en hacer lo mismo de siempre. No ser capaz de adaptarme al aire cuando vuelo, o al mar cuando nado, o a la tierra cuando camino. No ser capaz de hacerme sociable cuando soy amado y no lograr romper mi coraza cuando me abren el alma. Me da miedo no vencer mi pudor cuando confían en mí y no ser capaz de correr cuando correr toca. Como si la realidad a mi alrededor pareciera otra, o la de siempre. Me dicen que Dios me ama y yo me empeño en amarlo a mi manera que es egoísta. Como si la vida consistiera en repetir modelos aprendidos o adaptarme a lo de siempre porque lo necesito, porque tengo derecho, porque siempre ha sido así, porque los demás tienen que adaptarse a mí y respetar mis necesidades esenciales. No importa que otros tengan que renunciar, lo fundamental es que yo no tenga que hacerlo. No renuncio a mis fiestas, a mis retiros, a mis encuentros, a mis hobbies. No me importa el riesgo, tengo derecho, pienso. Y me aferro a lo de antes, porque es más seguro. Y Dios sigue pasando en todo lo que me sucede. Y a mí me deja indiferente el sonido de su voz. No quiero ser indiferente ante el mal que sufre el hombre, aunque yo no lo sufra. No quiero sentirme preso en mi egoísmo, ese pecado que se convierte en rutina dentro de mi alma. No quiero tender de forma enfermiza a hacer siempre mis planes, mis deseos, mis proyectos. Yo y mi vida tal como la he soñado siempre, tal como la he vivido. No quiero cambiar nada. No importa que el mundo cambie en torno a mí. Yo sigo haciendo lo que siempre he hecho. ¿Qué importa? Nada importa. Aunque el mundo cambie, yo no estoy dispuesto a ninguna renuncia. No sé si soy capaz de aprender algo nuevo en esta vida. De enamorarme de otras playas. De soñar otros sueños. De cantar otras canciones. Quiero ser capaz de dejarme interpelar por los vientos. Y dejarme tocar por esas nuevas olas que acarician mis playas. Ya no sé si mi alma está abierta a nuevos horizontes. Y si mi corazón es capaz de dar cabida a más gente, o tiene suficiente con los de siempre. Sueño con una vida diferente a la que ahora veo en mi pasado. Ni mejor ni peor. Sólo distinta como la tierra nueva que cambia en esta época de cambios. No quiero regresar a lo de siempre. Sin dejar de luchar por esos valores que me enamoraron un día. Me gustan las palabras de Víctor Hugo: «Dejé de vivir historias y comencé a escribirlas, hice a un lado los estereotipos impuestos, dejé de usar maquillaje para ocultar mis heridas. Me olvidé de idealizar la vida y comencé a vivirla». Yo también quiero dejar los maquillajes y los disfraces. Olvido las mentiras y vivo mis verdades. Abandono las angustias y me quedo con la paz de los niños en medio de la tormenta. Elijo los abrazos, aún sin poder darlos. Elijo el mar antes que el desierto. Y la lluvia que calma las lágrimas del alma. Elijo la aventura y no tantas rutinas. Amar lo que no conocía, sin olvidar lo que amaba. Y ensanchar el alma. Decido comenzar de nuevo por donde dejé la escritura. Y pinto sobre un lienzo virgen las noches que he ido viviendo. No dejo de caminar aún en pleno invierno. Y no disimulo mi dolor pretendiendo no sentirlo. Decido que desde hoy comenzaré a vivir de nuevo. Es tan bonito saber que la vida cambia a mi paso. Y yo con ella. Confío de nuevo en la paz que me da vivir feliz. Sabiendo que la realidad que toco es la mejor que tengo.

Tengo un corazón que no siempre piensa y siente de forma correcta. No sé por qué, pero no siempre encuentro la paz cuando navego en mi interior. No siempre descanso tranquilo cuando me quedo a solas conmigo mismo, en medio de la batalla. Y es precisamente la paz lo que más deseo. Sueño con un corazón paciente, tranquilo, alegre, pacífico, puro, confiado. Tiene razón Jesús cuando me dice que del exterior no puede llegar a mi alma nada impuro. Que es de dentro de donde salen las impurezas. Marcos 7,14: «Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre. Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad». Todo lo impuro nace en mi alma. Y con lo que sale de dentro yo puedo contaminar mi entorno. Mi mirada desconfía de los demás y los juzga. Los mira desde la propia herida de la que supuran rabia y amargura. Mido las cosas por lo que es justo y lo que es injusto. El bien que me hacen o el mal que recibo me afecta. Siempre es así. Siento que no me valoran, no me toman en cuenta, no me quieren, no me aprecian. Y esa lista interminable de desaires recibidos me llenan el alma de dolor y amargura. Y pienso entonces que el mundo está mal y yo estoy herido. Y así brota el mal de mi corazón. El mal que me daña por dentro. Porque el odio no me hace mejor persona. Me hunde en un sentimiento doloroso de injusticia. Todo es injusto a mi alrededor y sufro con ello. Los demás actúan mal y yo quiero hacerlo bien, pero no me dejan. Entonces opino, critico, juzgo, condeno. La malicia surge de mi alma. ¿De dónde vienen esos sentimientos de venganza que afloran en el corazón? Miro hoy a Jesús que es compasivo y misericordioso, paciente y alegre. No mide si el mundo es justo con Él o no lo es. Él lo ama hasta el extremo. Nada de lo que viene de fuera puede hacerme impuro. Me duele, eso sí. El mal de los hombres me afecta. Pero no me hace impuro. Necesito esa fe que cree sin ver, que confía sin poseer, y espera sin saber. Es la pureza en la mirada la que me hace esperar cuando todo a mi alrededor es oscuro. Sé que sólo un corazón puro podrá cambiar el mundo que le rodea. Un corazón que piense bien y confíe siempre. Un corazón que vea la belleza de las personas y no se detenga en sus puntos oscuros. Una mirada que vea el mantel blanco sin fijarse tanto en la mancha pequeña que lo marca. Nada del exterior puede hacerme daño cuando mi corazón es puro y confiado como el de los niños. Nada de lo que ocurra puede oscurecer mi mirada cuando tengo suficiente luz en mi interior. Sólo desde mi corazón pueden brotar tinieblas y quitarme la paz y la alegría. Quiero tener un corazón que sepa amar bien, mirar bien, confiar y hablar bien de todos. Un corazón que perdone y no guarde el rencor. Un corazón abierto al amor de Dios que se sepa querido como un niño en manos de su madre. No sé de dónde brota mi tristeza, o mi rabia, o mi amargura en ocasiones. Algo habrá en mi alma que no está perdonado, o trabajado, o purificado. Hoy quiero beber del agua pura que brota del corazón de María porque sé que su agua me salva. Me gustaría también tener yo agua para dar, un agua que brotara de la fuente de mi ánimo. No es tan sencillo tener siempre sentimientos buenos y una mirada alegre y confiada. Debo beber de fuentes que tengan esa agua pura. Beber de personas que transmitan esperanza y alegría. Beber de aquellos que me hablen con optimismo en este presente extraño que ahora vivo. Quiero sacar de mi corazón sentimientos buenos, nobles, alegres. Miro mi corazón en este tiempo de Cuaresma que se me regala. Es la oportunidad para dejar que Dios me vaya cambiando por dentro. Quiero encontrar la calma y sentir la mano de Dios en mi interior. No tengo miedo, no me asusta renunciar para poder cambiar. Que Jesús me pode para crecer con orden. Que logre ahondar dentro de mi tierra para que la raíz de su amor se adentre en lo profundo.

Dios hace un pacto con el hombre. Hace un pacto conmigo para que aprenda a caminar en su presencia. Así lo hizo con Noé y sus hijos: «Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron: aves, ganado y fieras; con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Esta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las edades: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra». La alianza de Dios con el hombre siempre me conmueve. ¿Por qué necesitará Dios mi ayuda? ¿Para qué tiene que abajarse a la altura de mis ojos para suplicar mi ayuda, mi sí, mi entrega? No lo entiendo, pero vuelve a suceder. Dios desde el comienzo busca sellar una alianza con el hombre. Busca que el hombre sea fiel a Él dejando a un lado otros dioses. Y a cambio se compromete a acompañarlo en el camino y a cuidar sus pasos. Ni el sol le hará daño. Ni la lluvia pondrá en peligro su vida. Nada turbará su descanso. Me gusta mirar mi camino como una alianza con Dios. Yo pongo mi parte, Dios la suya. Yo le hago una promesa, Él me hace las suyas. Esa forma de mirarme me conmueve. Necesita mis pasos, mi entrega, mi fidelidad heroica. Necesita que camine a su lado cada día por sus sendas: «Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador». Los senderos de Dios. ¿Son los míos? Es lo que deseo, que sus sendas sean las mías. Quiero caminar por sus caminos. ¿Coincidirán con los míos? ¿O lograré hacer que sus sendas sean mis caminos? Miro hacia atrás y veo caminos errados y otros que me han traído la paz. Hacia atrás tengo claro que en todos mis caminos estuvo Dios. Incluso cuando me equivoqué o no hice caso a sus mandatos. Incluso en el camino del pecado que no me llevaba a ninguna parte. También ahí mi camino perdido se convierte con los años en su camino. Y otros caminos que eran suyos, pasaron también a ser los míos. Porque elegí lo que no amaba y opté por lo que no quería, sin saber que me convenía, como así me lo hizo ver el paso del tiempo. Ser aliado es lo que me da paz para enfrentar la vida. ¿Cómo me va a abandonar quien tanto me ama, aunque ahora no entienda el dolor de lo que me sucede? En ocasiones tocaré el dolor de la pérdida, o la ausencia. Y sentiré que Dios me abraza con fuerza, me sostiene, en ese camino que creía cierto, o tal vez equivocado. Nunca tengo certezas absolutas, sí intuiciones que levantan mi ánimo y mi mirada. No es tristeza lo que empapa el alma, sino una paz serena traspasada por un dolor profundo. Entonces siento que no me he perdido, que Dios siempre me encuentra, vaya por donde vaya. «Cuando una persona vive una acentuada conciencia de alianza, conciencia de donación y aceptación recíprocas, hasta en el subconsciente, no le resulta difícil imitar la actitud y la acción de María en las Bodas de Caná, y repetir en todas las situaciones con gran serenidad y seguridad, con fe y confianza: - No tienen vino». Cuando me sé amado en mi verdad, en mi pequeñez, vuelvo el corazón a María y exclamo con sus palabras que me falta vino. Cada vez que experimento la debilidad y la pérdida. Y el dolor de una espada que atraviesa el alma. María conoce mi sed y ha tocado mi hambre. Y no me va a dejar solo en el desierto de mi vida. Menos aun cuando me siento perdido, sin rumbo, sin camino. Cuando no sé por dónde ir o no entiendo los pasos dados y los que me faltan por dar. En esos momentos recuerdo la alianza sellada con Dios. Él me prometió una tierra, un hogar en el que habitar donde me sentiría seguro. Es la promesa que le hizo a Abraham y cumplió con su pueblo. Es la misma que me hizo a mí. Me dijo que me daría un hogar en el que echar mis raíces. Pienso en ese hogar en mi vida donde me siento siempre en casa y encuentro la paz. Me prometió una descendencia inmensa como las arenas de la playa, como las estrellas del cielo. Lo hizo a través de Sara que era estéril y le concedió a Isaac. Y fue fiel a esa promesa. Lo ha hecho conmigo en mi vida, en esos hijos que he visto, que forman parte de mi historia. Y le prometió una intimidad con Él. Un solo Dios, una sola alianza, un solo amor. Y pienso en esa intimidad con Dios. Me la ha prometido a mí desde mi cuna. No iba a estar solo nunca. Y me regaló un lugar en el que descansar mi rostro en el costado de Jesús. Como un niño en las manos de su padre. Y así pude ver que esa intimidad era algo sagrado. ¿Cómo voy a dudar de esa alianza sellada con Dios, con María? Hoy miro al cielo, veo las estrellas y confío. Así se cumple su promesa y se hace más firme mi paso. No busco explicaciones ni encontrarles un sentido a todas mis decisiones. No espero que todo cuadre y funcione a la medida de lo que yo he soñado. Su promesa trasciende todos mis pasos. Es más grande que mi capacidad para entender la vida. No me va a dejar nunca porque me ama y me ha elegido. Y esa elección le da paz a la vida que hoy llevo.

Comienza la cuaresma y pienso en la ternura y la misericordia de Dios: «Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas. Acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor. El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes». Es este tiempo de desierto un tiempo de misericordia. Dios me mira conmovido, compasivo y me ama como soy, sin condiciones. Viene a mi vida para que mi vida cambie y sea mejor. Este tiempo de desierto no es un tiempo triste sino alegre. No es un tiempo de oscuridades sino de luz y gozo. Eso me da tanta paz. Miro hacia delante. Estos cuarenta días son una aventura de la mano de Dios. Él no se baja de mi vida. Me sostiene y me alienta para que no desfallezca. Me gusta su mirada en la cuaresma. Sostiene mis pasos. Alienta mi desánimo y me permite creer que puedo caminar a su lado sin temer. Porque a su lado las tentaciones que sufra no van a encontrar mi debilidad. Hoy escucho: «En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían». Jesús se quedó cuarenta días en el desierto y fue tentado. Allí vivió la triple tentación que narran los evangelios. El demonio lo tienta con el poseer. Todo será suyo si se doblega y lo adora a él. El mundo quedará a su servicio si él se convierte en siervo. Jesús al hacerse hombre ha renunciado a todo su poder. No quiere la omnipotencia. Renuncia a ella y se convierte en un hombre más. El demonio lo tienta. Podría ser el Señor de todo. Sólo si cambia de Señor. Si renuncia a ser hijo. Y luego le tienta con los alimentos. No necesita pasar hambre. Él, si recupera su poder, puede convertir una piedra en un pan. ¿Para qué sufrir? Y le sigue tentando. Puede llegar a ser el Señor de todo y todos lo servirán. Pero no, Jesús no se deja tentar y se mantiene firme. Es el Hijo amado de Dios y eso basta para que los ángeles le sirvan. No necesita nada más. Ha renunciado al poder de Dios para ponerse a la altura de mis ojos. Y yo pienso en mis tentaciones en este tiempo de cuaresma. Me adentro en el desierto de mi alma y escucho al demonio tentándome. ¿No me tienta acaso cuando me ofrece ser querido y amado por todo el mundo si me doblego a lo que me piden? ¿No me dice que no tengo que renunciar a nada, que no tengo que optar por un camino y puedo aceptar todo como parte de mi vida? ¿No me sugiere que cualquier cosa que desee la puedo conseguir si me esfuerzo e incluso si renuncio a mis principios para conseguirla? Esa tentación me dice que nunca estaré solo, nunca pasaré hambre y siempre tendré todo lo que desee. La felicidad plena aquí en la tierra, con eso basta. «Lo que nuestro tiempo necesita, por no decir lo único que necesita, son nuevos santos, santos grandes, convincentes, cautivadores; y si no santos, ciertamente hombres nuevos, hombres íntegros, cristianos nuevos, verdaderos, de vida interior, perfectos». La invitación de este tiempo es a ser santos, no simplemente buenos. El mundo necesita hombres de Dios, enamorados de Él. Por eso me adentro en este desierto de tentaciones y le suplico a Dios que me dé la fuerza que necesito para ser fiel. Porque llegan las tentaciones y no me siento fuerte. El mundo me ofrece el placer de los bienes de la tierra y yo me apropio de ellos, los busco, los deseo. Renuncio a otras cosas con tal de poseerlos. Los quiero para mí, no estoy dispuesto a renunciar. El mundo me habla del poder que puedo tener si renuncio a esos principios que Dios me ofrece, si busco sólo mi bien, si me vuelvo egoísta y me centro sólo en mí. Entonces me tienta tocar el mundo, la tierra y me siento débil con ese contacto que parece alejarme de Dios. En esta cuaresma soy llevado por el Espíritu Santo al desierto. Y allí, desprovisto de mis seguros, soy tentado. Con la fuerza del mundo que pesa sobre mis hombros. Puedo triunfar en todo, puedo ser el primero, puedo vencer en todas mis batallas, puedo conseguir la admiración de los hombres. Me siento pequeño. La tentación es poderosa. Y yo experimento la debilidad. Quisiera romper ese yugo que parece hundirme, tira de mí hacia la tierra. Quiero levantarme y luchar. Quiero ser capaz de decir que no sólo de pan vive el hombre, cuando el pan me tienta. O decir que no quiero tentar a Dios, cuando me seduce el mundo que me halaga y aplaude. Puedo decir que no quiero poseer todo lo que me atrae porque sólo es Dios el que le da sentido a mis pasos. Es verdad, es así, pero me cuesta ser firme y fiel al ser tentado. Es demasiado atractivo el placer que se me ofrece. Es como toda una vida que pasa tentadora ante mis ojos ofreciéndome el cielo en la tierra. ¿De qué me sirve tanta renuncia por amor? No quiero renunciar a nada porque duele la renuncia. Duele entregar la vida por la persona amada. Duele renunciar al primer puesto para que otros lo ocupen. Duele pasar hambre y sed para que otros puedan seguir comiendo y bebiendo. Tantas tentaciones me seducen con placeres pasajeros. Se me olvida que estoy llamado a ser santo, a dar la vida por algo grande que merezca la pena.

La primera invitación de la cuaresma es a la conversión: «Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios: - Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: - convertíos y creed en el Evangelio». Me pide el Señor que me convierta y crea en el Evangelio. Me lo pide mientras la ceniza de esta cuaresma me recuerda que estoy hecho de cielo, soy una obra de su amor. Soy tan pequeño y frágil. Él me sostiene. Sólo quiere que cambie mi forma de pensar, de mirar, de vivir, de amar. Parece tan sencillo, pero me resulta imposible. ¿Cómo voy a lograrlo si me siento tan débil? Los días vuelan ante mis ojos y no soy capaz de nada. Tocar el cielo, acariciar la cumbre de la montaña. Allí donde sólo llegan las águilas. Y yo tengo alas de gorrión, no logro alzar el vuelo. Vivo caminando, no vuelo. Necesito cambiar tantas cosas en mí que me anclan en la tierra, en el pasado. No me olvido de lo que estoy hecho. Soy de Dios, soy suyo. Comenta el Papa Francisco esta cuaresma: «El ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (cf. Mt 6,1-18), son las condiciones y la expresión de nuestra conversión. La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada y los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el Padre (la oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante». Son los tres pilares que me da Dios en esta cuaresma para convertirme. Tres formas de vivir una vida nueva. Son una oportunidad para cambiar por dentro. Porque si cambio mi mirada sobre el que sufre estaré cambiando mi actitud ante el que me necesita. Dejaré de verlo como un problema, como un estorbo, como un rival, como un enemigo. Dejaré de mirar a mi hermano con recelo. ¡Cuánto cuesta cambiar esta mirada! La limosna es el cambio del corazón. Es la transformación más honda que espero en este tiempo. Necesito cambiar mi actitud interior para que en esta Cuaresma algo pueda cambiar en mí. Miro a mi prójimo con los ojos de Jesús. Eso es lo que deseo, un cambio radical. En esta Cuaresma me hago pobre, me vacío de bienes, dejo de pensar en comprar, en consumir. Dejo de mirar lo que aún me falta. Siempre me puede faltar algo, soy un necesitado. Y esa sensación de pobreza me hace bien. Cuando no todo lo tengo a mano. Cuando no poseo todo lo que me vendría bien. Cuando no todas mis necesidades básicas están cubiertas. Cuando paso hambre, tengo sed o sufro el frío. Esa experiencia es sanadora. Me vuelvo más dependiente de Dios al vaciarme de mis posesiones. No sólo de pan vive el hombre, lo recuerdo, pero yo lo olvido creyendo que sí, que, si lo poseo todo, si tengo lo que necesito, sí seré capaz de vivir con paz y contento. Experimentar el vacío, la falta, la ausencia, la pérdida, me hace bien. Porque así me siento más niño dependiente de Dios. En mi pequeñez Él me salva. ¿A qué cosas estoy dispuesto a renunciar en esta cuaresma por amor a Él? Tengo muy claro que puedo vivir con poco. En este tiempo de carencias renuncio por amor. Es más fácil renunciar cuando amo. Renunciar por la persona amada. Negarme a mí mismo y mis deseos para que el otro tenga más. Para que sea feliz, para que sea pleno. Renunciar es parte de la vida. El que renuncia es capaz de dar su vida por amor. Eso es lo que me salva. La Cuaresma me regala la oportunidad de crecer en la renuncia por amor. Al mismo tiempo es una oportunidad para crecer en la intimidad con Dios. Más oración. Digo que rezo, pero luego me cuesta tanto esfuerzo quedarme en silencio ante el Señor. En seguida busco distracciones. Y el pensamiento sigue sus propios caminos. Y pierdo la paz pensando solo en todo aquello que me inquieta y preocupa, angustiado por mis miedos. La Cuaresma es un tiempo de Dios, un tiempo santo, un Kairós en el cual recibo gracias especiales para intimar más con Jesús en medio de mi desierto. Me acerco a Él que camina rumbo a su pasión y quiero sostenerlo. Me quedo como María al pie de su cruz. Rezo en silencio, en alto, cantando, caminando. Rezo a su lado y dejo que su voz calme mi alma y me dé la paz. No busco ningún fruto en mis ratos de oración. Sólo quiero estar con Él, adentrándome en mi alma y dejando que Él viva dentro de mí para siempre.

 

 

 

Enviado por:

 

 

 

Jesús Manuel Cedeira Costales.

 

sábado, 27 de febrero de 2021

Normas de obligado cumplimiento para la celebración de la Semana Santa 2021 en parroquias y comunidades cristianas

 


Introducción


La Pascua de Resurrección es la fiesta en torno a la cual gira todo el año litúrgico. Hacemos el memorial de la victoria de Jesús sobre su muerte y la nuestra, y tras la inmediata preparación, con los textos y gestos con que el tiempo de Cuaresma nos ha acompañado, entramos en el gozo pascual poniendo un aleluya en nuestros labios.


Esta liturgia madre se concentra en los días del Triduo pascual que nos prepara para llegar a la noche de pascua desde el Domingo de Ramos con la entrada en Jerusalén, pasando por la Misa Crismal, la Misa In Coena Domini del Jueves Santo y el Oficio de la Pasión del Señor del Viernes Santo. Todo un itinerario que nos permite hacer un camino que nos conduce hasta la luz resucitada de la victoria de Cristo.


La Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos ha publicado una nota el 17 febrero 2021 con orientaciones concretas para poder vivir esta circunstancia. En base a ella, damos nuevamente estas indicaciones que hemos de observar para evitar el exceso de una actuación que sería inadecuada como si nada estuviera pasando, o el defecto de una inanidad que nos dejaría sin celebrar debidamente el corazón de la liturgia cristiana.


Quiera el Señor y nuestra madre la Santina de Covadonga sostener nuestra esperanza y hacernos vivir este momento con una actitud verdaderamente cristiana. Quizás no está en nuestras manos cambiar las circunstancias, pero sí poder mirarlas y vivirlas de otra manera, la manera cristiana.


 


Orientaciones para el Domingo de Ramos

 


Se omite la bendición de los Ramos. La Misa comenzará con la señal de la cruz y el saludo del ministro.

La lectura de la Pasión la puede hacer un solo lector, en este caso, el sacerdote que preside la Misa.

 


Orientaciones sobre la Misa Crismal

 


La Misa Crismal se celebrará el Martes Santo, como es habitual, en nuestra Catedral Metropolitana a las 11h de la mañana. Como señala la Santa Sede, invitando a una recuperación de esta importante cita, “conviene que participe una representación significativa de pastores, ministros y fieles”. En esta coyuntura se urge a que tal representación se concrete en: Consejo Episcopal, Cabildo Catedral, Arciprestes, Permanente del Consejo Pastoral Diocesano y Seminarios. Los fieles que espontáneamente quieran participar en la Misa Crismal como otros años, podrán hacerlo hasta completar el aforo permitido en la Catedral.

Se insta a que se recojan los óleos bendecidos este año, dado que el año pasado no se celebró la Misa Crismal. Los Arciprestes se encargarán de recoger los óleos para las parroquias de su Arciprestazgo.

 


Orientaciones para el Jueves Santo

 


Se omite el rito del lavatorio de los pies.

Después de la comunión, se reservará el Santísimo en el Monumento que previamente se habrá preparado, omitiendo la procesión, para la adoración personal de los fieles posteriormente. La Misa terminará con la oración para después de la comunión.

Donde se tenga una Hora Santa, habrá que tener en cuenta el horario establecido por las autoridades civiles como “toque de queda”.

 


Orientaciones para el Viernes Santo

 


La celebración de la Pasión del Señor se desarrolla tal y como indica el Misal Romano. No obstante, la adoración de la Santa Cruz con el beso se limitará sólo al celebrante, y los demás harán un gesto de piedad hacia la Cruz desde sus sitios.

En la oración universal se añadirá una plegaria con el número XI con el siguiente texto:

“Oremos también por los enfermos de la Covid-19, por todos los que están a su cuidado, por los profesionales de la sanidad, por los sacerdotes y voluntarios cristianos que trabajan en esta circunstancia por los demás, por los que están buscando una solución desde la ciencia a esta pandemia, por las fuerzas de seguridad, por los que han muerto, por sus familiares y amigos, para que el Señor, dueño de la vida y de la muerte sostenga nuestra esperanza y nos dé abundantemente su gracia˝.


 


            Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:


Dios todopoderoso y eterno,


que quisiste que tu Hijo Unigénito


soportara la debilidad de nuestra carne,


el sufrimiento y la muerte de cruz,


concédenos propicio consuelo en la enfermedad,


fuerza a los que están al cuidado de la salud de los enfermos,


apoyo en nuestras debilidades,


consuelo a los que lloran la muerte de sus seres queridos,


y el descanso eterno a los que han sufrido la muerte,


para que tu pueblo pueda alegrarse


por el cese de la pandemia que nos aflige,


y pueda servirte llevando a cabo lo que te agrada.


Por Jesucristo, nuestro Señor.


 


Orientaciones para la Vigilia Pascual

 


La primera parte de la celebración, denominada Lucernario, se realiza en el presbiterio. Tras la monición inicial, que puede omitirse, se suprime la bendición del fuego y se procede a la bendición del cirio pascual, que se enciende y se coloca en su lugar. Omitiendo la procesión y las aclamaciones, se cantará o leerá el pregón pascual.

La Liturgia bautismal se reduce únicamente a la renovación de las promesas del Bautismo. Se omite, pues, la procesión a la pila bautismal y la aspersión. Se finaliza esta parte con la oración de los fieles.

En los lugares donde se celebre el sacramento del Bautismo, se preparará la fuente bautismal con agua sólo para los bautizandos.

Para el horario de la Vigilia Pascual téngase en cuenta la hora marcada por las autoridades civiles como “toque de queda”.

 


Retransmisión de las celebraciones por medios de comunicación social

 


La nota de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos del 17 febrero 2021 señala que, en esta circunstancia de la pandemia, el uso de las redes sociales para la retransmisión de las celebraciones, “junto a los resultados positivos, también se han observado aspectos problemáticos. Para las celebraciones de la Semana Santa se sugiere facilitar y privilegiar la difusión mediática de las celebraciones presididas por el Obispo, animando a los fieles que no pueden asistir a su propia iglesia, a seguir las celebraciones diocesanas como signo de unidad”. Así pues, pensando en los enfermos o impedidos por algún motivo, se pide que únicamente se retransmitan las celebraciones desde nuestra Catedral presididas por el Arzobispo, invitando a todos los demás fieles a que acudan a sus parroquias o comunidades cristianas.


 


Nuevamente elevo mis oraciones por todos vosotros, sacerdotes, consagrados y laicos, para que cada cual, en su lugar y con su menester en la vida, trate de vivir esta circunstancia de la mejor manera cristiana. Junto a la bendición del Señor, invoco la intercesión de nuestra Santina de Covadonga, Madre de nuestra esperanza.


 


Dado en Oviedo, a veintiséis de febrero de dos mil veintiuno.


 


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo


Enviado por:

Jesús Manuel Cedeira Costales.


Fuente:

www.iglesiadeasturias.org

VÍA CRUCIS Y PROCESIONES VIRTUALES Y BOCADOS DEL COFRADE: ASÍ SERÁ LA SEMANA SANTA DE OVIEDO

 



El concejal de Turismo, Hostelería y Congresos, Alfredo García Quintana, ha presentado esta mañana el cartel de la Semana Santa 2021. Han acompañado al edil el presidente de la Junta de Hermandades y Cofradías de Oviedo, Luis Ángel García; el presidente de Otea, José Luis Álvarez Almeida y el director territorial de Maphre. Luis Gutiérrez Mateo.

García Quintana ha agradecido la participación y el trabajo de los ponentes parta poner y potenciar la Semana Santa como un recurso turístico. “Ya el año pasado, que se celebraba el 25 aniversario de la Semana Santa, se suspendieron los actos. Este año hay una serie de actuaciones previstas. Desde el Ayuntamiento no vamos a dejar de apoyar y potenciar la Semana Santa, tiene que ser una Fiesta de interés turístico regional, en ello trabajaremos conjuntamente con la Junta de Hermandades. Gracias por el trabajo que están realizando. Esperemos que el año próximo podamos celebrarla como se merece”. 

José Luis Álvarez Almeida ha asegurado que “desde el sector turístico ovetense tenemos que reconocer el trabajo de todas las cofradías de Oviedo. Gracias por vuestra labor, callada y humilde, que ha convertido a Oviedo en un referente y que cuando salís con los pasos, esta ciudad ofrece una imagen diferente. Sé que será una Semana Santa diferente para vosotros pero seguiremos ahí apoyándoos. El Ayuntamiento de Oviedo juega un papel esencial y ha demostrado que cuando apoya al sector turístico, éste levanta la cabeza. Las palabras del Alcalde son muy valoradas por la Asociación, como lo que se necesita: sumar entre todos siempre cumpliendo con las medidas sanitarias”. Desde Otea, ha añadido: “seguiremos haciendo los Bocados del cofrade como una muestra más del apoyo de la hostelería a la Semana Santa”. 

Luis Gutiérrez Mateo ha calificado de “lujo el poder estar aquí. Será un Semana Santa distinta pero también es verdad que por el esfuerzo la ilusión y el trabajo hoy estamos aquí. Eso significa reactivar la cultura, la economía, siempre respetando los protocolos de seguridad. ES un privilegio el poder participar. Gracias a los participantes en el diseño del cartel. “

La obra ganadora de este año es un cartel de Juan Diego Ingelmo Benavente, natural de Oviedo y residente en Castellón. El propio autor, en video, ha definido su obra “asegurando que mezcla un elemento como la Catedral de Oviedo con las imágenes de pasos y penitentes. Sobre la Aguja de la Basílica se proyecta la imagen de la Virgen, quien nos lleva hacia Dios y en el centro, Jesucristo. Espero que os guste y sea un digno representante de la Semana Santa en Oviedo”. 

El presidente de la Junta de Hermandades y Cofradías de Oviedo, Luis Ángel García, tras tener un “recuerdo especial a todos los que se han visto golpeados por esta pandemia”, ha detallado el programa de actividades previstas para Semana Santa, “que incluirá el 16 de marzo la inauguración de una exposición en la plaza de Trascorrales; el 21, un concierto de marchas a cargo de la Banda de Música Ciudad de Oviedo en el Auditorio; el 23 de marzo, Ignacio Álvarez , Presidente de la Junta de Hermandades y Cofradías de Gijón leerá el pregón. También estaremos presentes en las misas de Ramos y de Domingo de resurrección. Habrá un Vía crucis virtual; se colocarán mupis con la ayuda del Ayuntamiento y, para hacernos presentes en la calles, se colocarán balconeras por las calles que discurren las procesiones. Colocaremos nuestros escudos en el edificio frente  al Ayuntamiento y retomamos una acción del año pasado, que resultó un éxito, una idea de nuestro compañero Raimundo Porres: las procesiones virtuales para adaptarnos a esta situación.  Además la Junta trabaja en conseguir el reconocimiento de Fiesta de interés turístico regional así que la idea es hacer una campaña de recogida de firmas. También está prevista la apertura de los templos para poder visitar las imágenes titulares de cada cofradía”. 


Enviado por:


Jesús Manuel Cedeira Costales.


Fuente:


www.oviedo.es

jueves, 25 de febrero de 2021

Custodios con todas las letras


 La Hermandad de los Estudiantes recibirá el domingo los pergaminos que la acreditan como guardiana de las capillas del Monsacro.




Enviado por:

Jesús Manuel Cedeira Costales.


Fuente:

Custodios con todas las letras - La Nueva España (lne.es)

¿Por qué se cubren las imágenes de las iglesias?



Cubrir las imágenes de santos y otros iconos sagrados durante la cuaresma se basa en la angustia y sufrimiento de nuestro Señor Jesucristo, llevando a los fieles a una reflexión profunda, al contemplar estos objetos sagrados cubiertos, simbolizando tristeza, dolor y penitencia.

La tradición de cubrir a los santos es muy antigua. Para entenderla hay que entender primero lo que significan las imágenes de los santos en una iglesia.

Desde el punto de vista espiritual, la costumbre de la velatio (velar) fue interpretado como señal de la penitencia a la que todos los fieles son llamados como señal de la anticipación del duelo de la iglesia por la muerte de su esposo y de la humillación de Cristo, que tuvo Si para escapar de la amenaza de muerte, (do 8,59).

El motivo principal para la orientación de cubrir las imágenes en las iglesias, con velos morados, es para que los fieles no "se distraigan" con los santos y que su piedad esté basada en el misterio pascal de Cristo, es decir, en su pasión, Muerte y resurrección.

Cuando cubrimos a los santos en la cuaresma y, sobre todo en la semana santa, estamos queriendo señalar que antes de que vivieran el misterio de la gloria con Cristo, pasaron por el misterio del dolor, de los sufrimientos y de la muerte Los Santos no están cubiertos como signo de disgusto, sino como señal de "Solidaridad" y unión profunda a la pasión y muerte del Señor.


Enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales-

martes, 23 de febrero de 2021

Los Estudiantes reciben el domingo a los nuevos hermanos

 

La Hermandad de los Estudiantes, una de las seis que procesionan en la Semana Santa ovetense, celebrará el domingo la función principal anual de instituto en la que los nuevos hermanos jurarán las reglas y recibirán las medallas.


Entre ellos se encuentra Carlos Muñoz, héroe del último ascenso del Real Oviedo a Primera, allá por 1988. El que fuera “Pichichi” de Segunda División, internacional con España, y durante varias temporadas máximo goleador nacional en Primera, quiere sumarse como costalero a las cada vez más concurridas procesiones de la capital asturiana “en cuanto la pandemia lo permita”.



La pasión de “Carlos Gol” por la Semana Santa viene de lejos. En su Úbeda (Jaén) natal creció siendo un devoto seguidor de las cofradías del Santo Borriquillo y el Nazareno y en su etapa como jugador en Elche quiso sumarse a los nazarenos.


En la sesión del domingo el párroco y capellán de las capillas del Monsacro entregará a la hermandad los diplomas rubricados que acreditan de forma oficial el cometido de la cofradía como guardianes y custodios de las capillas vinculadas al Arca Santa.


La hermandad se ha vinculado de manera especial con las capillas del Monsacro, en el concejo de Morcín. La iniciativa se está llevando a cabo en coordinación con las parroquias de la zona y traerá consigo una serie de actos y actividades que se irán desarrollando en los próximos meses.



Enviado por:


Jesús Manuel Cedeira Costales.



Fuente:


Los Estudiantes reciben el domingo a los nuevos hermanos - La Nueva España (lne.es)


domingo, 21 de febrero de 2021

CARTAS DE ESPERANZA 21 DE FEBRERO DE 2021

 



21 de febrero de 2021

 

Hermano:

 

«Si quieres, puedes limpiarme. Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: - Quiero, queda limpio».

«El amor que no se cuida se muere, el que no se acaricia con suavidad se vuelve áspero y duro. La planta que no se riega se acaba secando. El jardín que no se cultiva se convierte en erial».

Asturias pone a disposición de la ciudadanía un programa de atención psicológica para casos relacionados con la crisis sanitaria.

Para paliar este problema, la Consejería de Salud del Principado de Asturias ha puesto a disposición de la población general un programa de atención psicológica para casos relacionados con la pandemia.

También hay otras dos líneas: una para el asesoramiento, apoyo y asistencia psicológica para personas hospitalizadas por covid o sus familias; y otra para los sanitarios de primera línea.

Se inició a finales del mes de mayo y ya han participado 413 usuarios.

Los ingresos hospitalarios bajan a 36, siete de ellos en la UCI, en donde permanecen graves un total de 129 pacientes.

Asturias baja de los 200 contagios diarios de covid en una jornada con 7 muertos.

 

No sé muy bien si busco agradar a los hombres más que a Dios. A menudo intento cuidar esa imagen que proyecto. Como decían en una película: «Perciben la imagen que proyectamos». Ven lo que proyecto. Si tengo miedo perciben mi miedo. Si me siento inseguro palpan mi inseguridad. Si pienso que voy a fracasar percibirán mi temor ante una posible derrota. Lo que proyecto es lo que cuenta. Pero no puedo vivir queriendo proyectar una imagen perfecta e inmaculada, eso me desgasta y acaba matando por dentro. No puedo depender tanto de cómo me ven los demás, de cómo me valoran. No puedo vivir haciendo encuestas para saber mi popularidad, buscando un amor que no siempre recibo en la medida que deseo. «Les pido encarecidamente que sean independientes frente a los juicios humanos. Si yo no hubiese sido absolutamente independiente frente a los hombres, todo habría fracasado. Pero yo siempre pensaba: esto corresponde al deseo de Dios». El mundo espeja mi imagen. En él me veo reflejado. Y no siempre me gusta lo que veo. La imagen que me dan los demás de mí mismo no siempre coincide con la realidad. Decía el siquiatra Enrique Rojas: «Todos tenemos tres caras: lo que yo pienso que soy (autoconcepto), lo que los demás piensan de mí (imagen) y lo que realmente soy (la verdad sobre mí mismo)». yo veo una parte de mi verdad, pero a menudo esa imagen viene distorsionada por mis experiencias vitales desde niño. Lo que he percibido. La aceptación o el rechazo. Las críticas o los halagos. Todo va formando una imagen de mí dentro de mi alma. Me veo de una forma y a veces esa manera es errónea. No soy tan torpe como me han dicho desde pequeño. Ni tampoco soy tan mentiroso. A lo mejor no soy tan ingenuo ni tan duro. He recibido golpes y me han ido haciendo de una manera. Me percibo peor muchas veces de lo que realmente soy. Necesito entonces a personas junto a mí que me quieran y me digan quién soy y cómo me ven. Necesito ojos que me vean como me ve Dios. No es tan sencillo tener amigos buenos que me quieran y acepten en mi verdad. Padres que me hablen y me miren como un hijo precioso. No es fácil que la persona que más me ama sepa decirme cómo soy, a veces puede estar contaminada por experiencias recientes que le llevan a ver sólo un parte de mi verdad. Entonces necesito hacer un camino más profundo, buscar en mi interior mi verdadero yo, mi imagen más auténtica, mi verdad sin ropajes, sin tatuajes, sin máscaras. Mi verdad desnuda, sin arreglos ni mentiras. Lo que los demás piensan sobre mí a menudo no me ayuda. Porque no me conocen de verdad y se quedan en lo que proyecto, en lo que han oído sobre mí, en lo que han percibido de forma sesgada. Han escuchado algo, han leído algo escrito por mí, o dicho por mí. Lo interpretan y creen poseer un juicio exacto y verdadero. Pero sólo tienen una parte de mi verdad, el lado visible, pero no toda la verdad. Y quizás su mirada exagera, y no ve nada más que ese aspecto. Se queda a mitad de camino para llegar a la verdad que llevo dentro. No me vale con lo que otros dicen sobre mí para saber cómo soy. Me ayudan los que están más cerca de mí y han visto todos los lados ocultos que muchos no ven. Conocen mi pecado, mi debilidad, mis pasiones, mis tensiones internas, mis conflictos profundos. Han palpado mi debilidad y me han visto desvalido, enfermo, necesitado, débil, confundido. Han percibido que no lo hago todo tan bien como intento mostrarle al mundo. Aman mi lado más humano y me lo recuerdan para que me conozca bien, para que sepa quién soy en realidad. Esa verdad de los demás me ayuda. Pero luego tengo que dar un paso más y adentrarme en mi alma. Allí vive Dios oculto en mi pobreza, amando mi rostro de niño que quiere entregarse sin máscaras, en su debilidad, al Dios de su vida. Ese Dios al que amo me refleja mi verdadero yo. Necesito hacer silencio para encontrarme conmigo mismo en el rincón más oscuro y valioso de mi alma. Allí donde sólo puedo adentrarme yo, de rodillas, dispuesto a amar el rostro que reconozca como el mío. Sin miedo a lo que pueda ver. Sabiendo que sea lo que sea es lo que Dios más ama.

 Me quieren convencer de algo que no es real. Quieren que crea que no hay límites en esta vida. Que si algo lo deseo con mucha fuerza lo puedo conseguir. Que si creo que algo puede ser posible, lo acabará siendo. Pero no es verdad. Hoy cuesta asumir la propia culpa, aceptar los errores, reconocer la responsabilidad. Normalmente le pido a los demás que den la cara y pidan perdón por sus errores. Pero yo acallo mis errores, oculto mi culpa, tapo mis límites. Se me olvida quién soy. Sólo soy un hombre frágil. No lo puedo negar, los límites forman parte de mi existencia. No lo puedo hacer todo bien. No todo es posible. Hay límites que me ponen en perspectiva y me muestran que no soy Dios. Mi tarea a lo largo de mi vida consiste en ensanchar mis límites. En potenciar mis capacidades. En hacer que mis habilidades den más fruto. No me guardo el talento escondido y lo invierto en tierra fértil. Los límites me recuerdan siempre que soy humano, frágil y débil. Mi herida en el alma aflora en esos momentos en los que me creo superior a otros, mejor que muchos. Entonces destaca mi impureza y me siento leproso, enfermo, roto por dentro. Las palabras que hoy escucho tienen que ver con mi vida, con mi alma. «El enfermo de lepra andará con la ropa rasgada y la cabellera desgreñada, con la barba tapada y gritando: - ¡Impuro, impuro! Mientras le dure la afección, seguirá siendo impuro. Es impuro y vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento». Me siento impuro, incapaz de mirar la vida con pureza y de aceptar mis límites y dolencias. No logro reconocer mi culpa, ni mi pecado. Busco enemigos fuera de mí, o culpables. Guardo mi impureza bajo la piel para protegerme de juicios y condenas. No quiero que vean que no soy tan perfecto como quiero mostrar. Hasta S. Pablo tenía ese aguijón clavado en la piel que le recordaba que solo no podía hacer nada, que necesitaba a Dios cada día para poder caminar. Y en medio de sus límites se atrevía a decirles a los suyos: «Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo». Soy imitador de Cristo y qué lejos me siento de vivir y amar como Él. Siendo lo que más deseo, huyo cuando no lo consigo. Y me siento impuro, o veo mi impureza en el corazón. Me siento débil y culpable y necesito palpar su misericordia cada día. Me recuerda José Antonio Pagola cómo lo vivían sus discípulos: «El amor íntimo que ellos celebran y disfrutan, los gestos de cariño y ternura que se intercambian, la entrega y fidelidad que viven día a día, el perdón y la comprensión que sostienen su existencia. A pesar de sus errores y sus limitaciones, en el interior de su amor han de saborear ellos la gracia de Dios, su cercanía y su perdón» . Me gusta esa mirada desde la indigencia, desde el pecado y la culpa. La misericordia de Jesús es ternura que sana, es una mirada que dignifica. Yo grito: «¡Impuro, impuro!». Y Jesús me grita que soy puro, que no tenga miedo, que no dude. Que no me guarde por no aceptarme en mi debilidad. Que no piense que es imposible que Él pueda verme puro. Él lo puede todo y eso me calma. Su amor me purifica. Hay personas en mi camino que me ven como Jesús me ve. Hay vidas que completan la mía, mi corazón. Me gusta pensar en esas vidas que me completan. Mi vida también puede completar otras. Y la impureza que yo descubro tiene que ver con mi fragilidad y mi pecado reconocido y asumido. Es la experiencia del límite que me hace más consciente de cuánto necesito a Dios en mi camino. Sin Él a mi lado mi vida es pobre. Hoy me lo recuerda Dios: «Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado. Confesaré al Señor mi culpa. Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de corazón sincero». Seré dichoso porque el perdón de Dios habrá sepultado toda mi culpa. Eso me alegra siempre. La mirada de Dios saca lo mejor que hay en mí, el don escondido, la belleza oculta. Me mira y su mirada queda grabada en lo más hondo de mi ser. Como un lazo que nadie puede romper. Esa forma de mirarme me levanta desde donde estoy caído. Tengo claro que no puedo vivir tapando los límites o molesto por tocarlos cada día. No puedo vivir negando su existencia, como si yo fuera capaz de todo. Quiero alegrarme por todo lo que se me regala como un don. No quiero verlo como un pago que se me debe. Dios es capaz de obrar milagros de gracia en mí. Él cubre mi pecado con sus manos. Siento su abrazo cuando toco las aristas de mi pecado, de mi culpa, de mi impureza. En los momentos de dolor siento de nuevo ese aguijón en la piel que me recuerda que mi vida está en las manos de Dios. Los límites de la pandemia que ahora sufro sólo me hacen más consciente de mi vulnerabilidad, soy creatura, no lo puedo todo. No me salvo solo y no puedo hacer siempre todo lo que quiero. Hay límites en mi cuerpo y límites en el mundo que no puedo saltar. No puedo llegar siempre tan lejos como quisiera. Hay una barrera humana que cargo en el alma y me hace sentir débil y necesitado. Los límites son más conscientes en este tiempo que vivo. No importa, es una oportunidad que me da Dios para entregarle a Él cada día mi impotencia, mi pobreza, mi mediocridad. Y Él, con su amor me levanta para seguir amando.

Lo primero en la vida es ser capaz de reconocer la debilidad, el pecado, la impureza: «En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: - Si quieres, puedes limpiarme». Quiero ser consciente de mi indignidad. Y sintiéndome débil acercarme a Jesús y suplicar misericordia. No sé bien por qué cuando peco, cuando caigo en mi fragilidad, me alejo de Dios. Me avergüenzo de mi pobreza y me escondo. Como si no pudiera verme. Quisiera ser como el leproso del Evangelio que se acerca al que puede curarlo. Es un milagro esa audacia. Tengo que ser muy humilde para acercarme. Y también muy humilde para reconocer mi culpa en muchas de las cosas que hago y no me resultan. Quizás la culpa no venga rápidamente al alma. Miro al que está junto a mí y lo culpo de lo que yo no hago o hago mal. Busco excusas. Me lamento inculpando a otros, buscando responsables. Y así eludo la responsabilidad. Yo no he sido. Yo no soy el que merece la reprobación. Quiero abrir el alma y reconocer mi pecado. Y al hacerlo, no huir, no esconderme. Quiero que una vez que me sienta culpable e impuro brote de mi corazón la súplica. Quiero que Jesús me limpie por dentro, en lo más hondo. Si Jesús quiere, si esa es su voluntad, puede hacerlo. Yo le dejo, no me alejo, no cierro la puerta, abro el alma. Pero sólo si Él quiere, porque Él tiene el poder para limpiar mi vida. Puede acabar con el mal que me habita, con la muerte que me mata, con las heridas que supuran y amargan, con el dolor que me hiere en lo hondo, con la enfermedad que acaba con mis días, con la pandemia que me llena de miedos, con la mala suerte que me hace perder lo que ya poseía, con las derrotas y los fracasos que me recuerdan que sólo soy un hombre. ¿Por qué no actúa ese Dios en el que creo y al que suplico? Tal vez no quiera limpiarme y acabar con ese mal que me acecha por todas partes. Tengo miedo. Me asusta que no quiera hacerlo y siga su camino sin detenerse ante mí que soy un leproso. Si Dios quiere mi bien, hará todo lo posible para que acabe mi mal. Si Él quiere. Esa frase resuena dentro de mí y puede confundirme. ¿Será acaso que no quiere Dios acabar con las muertes en esta pandemia? ¿Será que no quiere que viva en paz y tranquilo como hace poco más de un año? ¿Es su querer que viva lo que ahora vivo y sufro? ¿Cómo puedo saber lo que realmente quiere Dios? Él me habla al corazón y despierta mis deseos. ¿Qué es lo que yo deseo? Lo tengo claro. Quiero la vida, la paz, la salud, la prosperidad, el amor que recibo, el amor que doy. Quiero vencer en todas mis luchas, vivir con pasión la vida que me toca vivir cada segundo, sin lamentarme por el pasado ya ido. Quiero la prosperidad de mis empresas, el éxito de mis hijos en sus sueños y que logren ver la luz todos los proyectos que incubo dentro del alma. Sueño con una vida más plena y más logros de los alcanzados. Entonces, si esos son mis deseos, lo que yo quiero, ¿qué quiere Dios? ¿Acaso no sé pedir lo que me conviene? En pedir nunca hay engaño. Le digo muy quedo a Jesús la frase del leproso: «Si quieres, puedes limpiarme». Vivo un tiempo en el que me limpio las manos para evitar el contagio. La limpieza es un don que sueño y deseo. Quiero estar limpio. Quiero que mi mundo esté limpio, sin suciedad, sin olores. Quiero que esté pulcro todo lo que toco. Dios también limpia mi vida con su paso, con su voz, con su mano.  Una persona decía: «En medio de mi enfermedad Dios ha limpiado la mirada y ahora veo todo con más belleza». Puede que mi mirada esté sucia y vea sólo malas intenciones en los demás, se detenga en el pecado que observa y no sepa apreciar la belleza escondida en el corazón. Quisiera tener una mirada pura, una conciencia tranquila, un corazón que no albergue malas intenciones. Que haga todo por amor a Dios como hoy escucho: «Ya comáis, ya bebáis o hagáis lo que hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios. Como yo, que procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propia ventaja, sino la de la mayoría, para que se salven». Hacerlo todo por el bien de los demás. pensando en ellos y no en mí. No buscando mi ventaja en lo que hago. Deseando que a los demás les vaya bien, mejor que a mí en todo lo que emprendan. Que no dude de su verdad incluso cuando pueda parecer que están pecando o haciendo algo mal. Todo eso es posible, no lo niego. Pero mi mirada quiere ser pura. Y mi forma de ver las cosas. Quiero ser capaz de mirar así a Dios. Quiero tener un amor puro. «Por amor purificado entendemos el amor de benevolencia, que prescinde más fuertemente del yo y gira en torno al tú». Un amor puro no persigue segundas intenciones en sus acciones. Ama por entero sin guardarse nada. Mira el corazón de la persona amada y le dice que la quiere sin barreras, sin condiciones, sin razones. El amor puro ha puesto al yo en un segundo plano. ¿Es eso posible? Dejo el querer propio a un lado para que se imponga el deseo de la persona amada. Dejo a un lado mi amor propio. Esa forma de amar es un don de Dios porque mi corazón está herido por el pecado y el límite. Y eso no me permite amar como Dios me ama. Tiene que ser un don que Dios me conceda. Se lo pido de rodillas para que cambie mi forma de amar. Eso es lo que deseo.

 

 

 

 

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Jesús Manuel Cedeira Costales.

 

sábado, 20 de febrero de 2021

"LOS ESTVDIANTES" EN PRENSA ASTURIANA

 "LOS ESTVDIANTES" EN PRENSA ASTURIANA

"Ya huele a Dios" en nuestra Casa Hermandad y debemos esperar a como va evolucionando esta crisis sanitaria para limar los actos y cultos que queremos hacer durante la Cuaresma...

El más cercano, el próximo domingo día 28 de febrero, día que se celebrará la Función Principal de Instituto de nuestra Hermandad, con la recepción de nuevos hermanos, jura de Reglas e imposición de la medalla corporativa.

Todavía estás a tiempo ... ¡HAZTE HERMANO DE LOS ESTVDIANTES!

"Bajo la protección de María porque, ¡DIOS LO QUIERE!"










Enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales.