12 de junio de 2020
Hermano:
¿Cómo ponerle palabras a lo que habita mi alma? ¿Cómo
encauzar las aguas de mi espíritu? ¿Cómo contener el fuego de mi interior?
Bullen en mi corazón mil sentimientos sin nombre. Tantos abrazos contenidos y
palabras calladas. En ese mar inmenso de mi interior no sé cómo ponerle
palabras a la vida. No sé si merece la pena hacerlo. Para entender mejor cómo
seguir el camino, cómo emprender un nuevo viaje. En la oscuridad no sé bien los
pasos que dar. Cuando irrumpe el Espíritu en mi alma veo con algo más de
claridad. Hoy escucho: «Esforcémonos por conocer al Señor. Bajará sobre
nosotros como lluvia temprana, como lluvia tardía que empapa la tierra». Quiero
conocer más a Jesús, amarlo más. Quiero estar con Él. Leía el otro día: «Para
encontrarnos con Él no tenemos que salir del mundo, sino acercarnos a Jesús.
Para conocerlo no hay que estudiar teología, sino sintonizar con Jesús,
comulgar con Él» . Necesito acercarme más a Jesús en mi corazón, en mi vida
cotidiana. Una pregunta surge en mi interior mirando este tiempo vivido: «¿Qué
hubiera hecho de forma distinta?» Marcos Abollado planteaba en su comunicación
quizás lo más fundamental: «¿Para quién he vivido?». Miro a Jesús en medio de
mi vida detenida, cuando se abren caminos hacia una nueva normalidad. Me
pregunto qué tengo que cambiar en mi interior, qué podía haber hecho de otra
forma. Tengo miedo y me asusta que todo siga como antes. Viene el Espíritu a mi
vida y nada parece cambiar. ¿Por quién vivo? Quiero amar a Jesús con todas mis
fuerzas, pero veo con tristeza que nada es diferente en mi forma de ver la
vida, en mi forma de darme y actuar. Sólo soy uno más igual a todos en medio de
un mundo masificado. Me siento tan humano, tan necesitado de redención. Veo que
todos mis miedos son comunes, mis pasiones parecidas y mis egoísmos compartidos
con muchos. Digo que llevo a Jesús en mi alma, pero tan solo lo tengo metido en
mi cabeza, sólo algunas ideas y normas éticas que tengo que cumplir. El
Espíritu Santo no ha logrado vencer las barreras que cierran las puertas de mi
corazón. He puesto demasiados seguros para vivir protegido sin que nadie altere
mis planes. Siento que muchas emociones viven en mi alma. No logro ponerles
nombre ni darles un sentido, no encuentro una explicación que me convenza.
«Dios ha venido a habitar en el corazón humano, y sentimos un vacío interior
insoportable. Dios ha venido a reinar entre nosotros, y parece estar totalmente
ausente en nuestras relaciones. Dios ha asumido nuestra carne, y seguimos sin
saber vivir dignamente lo carnal» . Es curioso este Jesús que quiere entrar
dentro de mí y no logra cambiar mis categorías, mis principios, mi forma de
pensar. Yo me limito a encasillar a Dios en alguno de esos conceptos que me he
creado. Lo limito en forma de normas asibles que puedo obedecer. Lo someto para
que mi Dios sea manso. Y a la vez le tengo miedo porque he puesto en Él
sentimientos que yo albergo en mi alma. Quiero la perfección y digo que Dios es
perfecto a mi manera. Amo la obediencia en los demás y digo que Dios sólo
quiere que obedezca sus normas. Me gusta el orden y el control y digo que Dios
es un controlador perfecto que sueña con un orden donde nada esté fuera de su
lugar. Me olvido de esos rasgos de Dios que se me han desvanecido del alma.
Olvido su mansedumbre, su bondad, su humildad, su pobreza, su sencillez, su
alegría, su misericordia. Me importa más elogiar al que cumple que salvar al
que se aleja. Vivo más feliz abrazando al puro que tratando de atraer al
corazón de Dios al que ha pecado y se siente culpable. Me entretengo peinando a
las ovejas que tengo seguras antes que aventurarme a buscar a esa oveja
perdida. Intento cumplir con todas mis obligaciones antes de dejarme llevar por
la fuerza del Espíritu que me conduce sin un rumbo claro y me libera de mis
seguridades. Vivo esperando a que vengan los que buscan a Dios en lugar de
creer en un Dios que sale a buscar a los perdidos por los caminos,
arriesgándose al rechazo y a la burla. Quiero que el Espíritu de Dios cambie mi
corazón herido. No para que deje de estar herido. Sino para que viva feliz en
medio de sus límites, abrazando su propio pecado, alegre de poder tocar tanto
amor en su vida cotidiana. Quiero agradecerle a Dios ese cuidado suyo que no
olvida mi nombre y pasa por alto todas mis ofensas. Me mira conmovido mientras
me arrastro por la vida. Antes de comprender la importancia del perdón, Él ya
me ha perdonado. Yo no me perdono, pero Él ha creído en mí desde el comienzo.
Conoce mis miedos y emociones confusas. Sabe de mis planes retorcidos y
egoístas. Ha visto el mal en mis ojos y en medio de su amor quiere que vuelva a
vivir desde mis caídas. Quiere que vuelva a creer en mí cuando yo mismo dejé de
creer hace tanto. Viene a habitar mi alma para que nada más pueda quitarme la
paz. Asume todos mis miedos y emociones para que pueda beber tranquilo en medio
de sus aguas.
Enviado
por:
Jesús Manuel
Cedeira Costales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.