14 de junio de 2020
Hermano:
Creo en ese Dios que es Trino. Ese Dios que es Padre,
Hijo y Espíritu Santo. Creo en esa Trinidad que vive desde ese amor exagerado
que se abre y se entrega a todos los hombres. Hoy escucho: «La gracia del Señor
Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con
todos vosotros». El amor trinitario es un amor de comunión que se dona, que se
hace entrega continua. Ese amor se derrama sobre el hombre. Ese amor me
impresiona, me sobrepasa y me atrae de forma inevitable. Quiero a ese Dios que
me ama y quiero amar como me ama Dios y no lo consigo. Creo que mi felicidad
está dentro de mí, pero no es así, está fuera. Hay algo fuera de mí hacia lo
que tiendo y sin lo cual permanezco incompleto. «Mientras el ser humano siga
siendo un ser creado y limitado, no encontrará, como lo hace la Trinidad, la
satisfacción en sí mismo. Todos sus impulsos relativos al ser, al amor y a la
actividad tienden para su propio despliegue, su plenitud y felicidad hacia su
fuente originaria, hacia Dios. Esos instintos son fuerzas primordiales del alma
que despliegan una poderosa fuerza que promueve la entrega a Dios» . No
encuentro la satisfacción de todos mis deseos dentro de mí porque estoy
incompleto. Ese Dios todopoderoso me necesita. Ese amor Trino necesita volcarse
sobre mí. Y para acercarse a mi indigencia el amor de Dios se hace carne en
Jesús. El hijo, Jesús, se queda en medio de los hombres, haciéndose un hombre
entre los hombres. Dios quiere hacerse historia, limitarse en el tiempo,
someterse a todas las debilidades de los hombres. Acepta toda su fragilidad
menos el pecado. Porque el Hijo de Dios no puede estar roto por dentro. No
puede hacer el mal queriendo el bien. En Jesús no hay división. Sus actos y sus
pensamientos están integrados. En Jesús no hay maldad, ni envidia, ni egoísmo,
ni rencor, ni palabras hirientes. Es imposible que la bondad sublime e infinita
tienda al mal. El hijo de Dios es hombre y Dios al mismo tiempo. Pero se ha
limitado voluntariamente en todo el poder que posee. Dios es amor y no puede
negarse a sí mismo. Jesús es Dios, es el hijo de ese «Dios compasivo y
misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad». Dios
todopoderoso, por su amor compasivo, se entrega a los hombres como un hijo
indefenso. ¿Qué bien puede traer a los hombres un Dios impotente? A menudo no
lo entiendo. El hombre quiere y necesita en su vida un Dios todopoderoso.
Necesita un Dios que solucione sus problemas, no simplemente un Dios que
permanezca a su lado sin hacer nada. Si Dios todo lo puede, ¿no podría acabar
de golpe con todos mis miedos? ¿No podría salvarme de todas mis angustias? El
Dios Trino, poderoso, ese amor misericordioso sin medida no quiere imponerse a
los hombres. No avasalla con su fuerza. No obliga a dar amor, ni siquiera a
recibirlo. El amor que yo doy pretendo que lo acepten siempre. Incluso aunque
no lo quieran, yo exijo que lo acepten. Porque soy muy generoso y quiero que lo
alaben. Pero Dios no es así. No pretende que el hombre lo ame a la fuerza o
movido por el miedo. ¡Cuántos cristianos aman a Dios movidos por el miedo!
Temen el castigo del infierno, temen una vida eterna infeliz, lejos del amor de
Dios. Y aceptan obligados sus normas y preceptos. No es un amor puro. Es un
amor motivado y encendido por el miedo. Mejor amar que odiar a quien me puede
castigar, piensan. De nuevo importa la imagen de Dios que llevo grabada en el
alma. O me mueve la experiencia de la misericordia o me mueve el temor a un
Dios que puede tomar represalias si no me comporto como Él espera. Quiero
confiar en ese Dios que me ama. No quiero que el temor me mueva en nada. El
amor de Dios se derrama en su hijo Jesús. Se hace carne para que el hombre vea
cómo es Dios. Miro a Jesús en este día. Se hace uno de ellos. ¿Lo amarán los
hombres tanto como Él los ama? Muchos rechazan ese amor. No pueden soportar
tanta misericordia y se rebelan contra la bondad. Prefieren la oscuridad de las
tinieblas y rechazan la luz del sol. Yo creía que la bondad no podía ser
rechazada, ni el amor, ni los abrazos, ni la ternura. Pero no es así. El hombre
puede rechazar la verdad, el amor y la bondad. Pensaba yo que era imposible que
Jesús fuera repudiado por los suyos. Imposible que la luz que ilumina los
caminos fuera ignorada. Pero he visto que no es así. Yo mismo rechazo a Dios
tantas veces en mi vida. Huyo de su presencia, de su amor infinito, de su luz y
me refugio en mi egoísmo. No quiero sufrir y prefiero que sean otros los que
sufran. No soporto un amor tan grande al que no puedo corresponder. No quiero
estar en deuda con Dios. No quiero deberle nada. Quiero el equilibrio, la
paridad. No quiero deber algo a alguien y menos a ese Dios todopoderoso que se
muestra indefenso.
Enviado
por:
Jesús Manuel
Cedeira Costales.
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