📌SALIDA DESDE PARROQUIA TENDERINA 17:15 H.
📌ENTRADA POR C/SAN VICENTE (PELAYAS) 18:00 H.
📌CATEDRAL OVIEDO 19:00 H.
📌ROSARIO Y SANTA MISA 19:30 H.
¡Bajo la protección de María, porque ¡DIOS LO QUIERE!
Enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
📌ENTRADA POR C/SAN VICENTE (PELAYAS) 18:00 H.
📌CATEDRAL OVIEDO 19:00 H.
📌ROSARIO Y SANTA MISA 19:30 H.
¡Bajo la protección de María, porque ¡DIOS LO QUIERE!
Enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
Hermano:
Todo sucede por amor. Todo sucede mediante el amor. Todo sucede para el amor.
Cuando se presenta el
Evangelio es fácil confundir esperanza con ilusión, y es que aunque parezcan
conceptos similares no lo son en absoluto.
Es interesante ver las páginas web de muchas iglesias.
Si te fijas verás que muchas están llenas de imágenes
coloridas de personas alegres, familias felices y gente cantando.
Asimismo, los contenidos que definen a la congregación
suelen hacer referencia a personas que disfrutan continuamente de sus
relaciones, victoriosas y que caminan por un mundo de felicidad.
En contraposición, las imágenes «del mundo» suelen ser más
grises y llenas de tristeza.
Tal pareciera que la Iglesia sea un lugar fuera de este
mundo y que los cristianos estén fuera de la influencia de los problemas y las
dificultades.
Y no seré yo quien diga que los cristianos no pueden (y
deben) ir de victoria en victoria de la mano de nuestro Señor, pero lo que sí
digo es que obtener una vida cómoda y sin problemas no es lo que nos ofrece la
Biblia.
Por contra, Jesús nos advirtió que, precisamente por ser
cristianos, íbamos a pasar momentos muy difíciles en nuestra vida. Pero nos
dejó un mensaje de esperanza: Él venció.
La ilusión tiene que ver con el deseo.
¿A quién no le gustaría que alguien le resolviese todos sus
problemas? Y especialmente cuando llevas años luchando, como diría Hamlet,
contra un piélago de calamidades.
Ello hace que atraer a la gente con mensajes del tipo «ven y
todo se resuelve» sea sencillo, especialmente a la gente que no está dispuesta
a mover un dedo por mejorar su propia vida y una propuesta de este tipo es algo
que no puede dejar escapar.
Pero presentar estos conceptos en tus contenidos, en tu web
o en tus mensajes de evangelización es muy peligroso por dos motivos.
Primero porque estás creando una expectativa que, en muchos
casos, no se va a cumplir, vas a dejar a Dios por mentiroso y la gente se
acabará marchando desengañada.
Segundo porque vas a alejar a las personas que están pasando
por verdaderos momentos de dificultad, ya que los haces sentir aún más
miserables.
¿Recuerdas el pasaje que dice aquello de «El que canta
canciones al corazón afligido es como el que quita la ropa en tiempo de frío, o
el que sobre el jabón echa vinagre» (Proverbios 25:20)? Pues eso.
Además, este tipo de mensajes no acaba alcanzando la
necesidad real de la persona, sino sus deseos
Y vivir una vida fácil puede ser muy deseable, pero no forma
personas maduras sino personas infantiles y caprichosas.
La esperanza tiene que ver con la fe.
Por contra, la esperanza no tiene nada que ver con alcanzar
una vida de ensueño y sin problemas.
La esperanza surge, precisamente, cuando pasamos por
situaciones que escapan a nuestro control.
Por ello, la verdadera esperanza es consciente de la
situación real. No niega las dificultades externas ni niega las limitaciones
propias.
Sabe que, en muchos casos, las posibilidades de éxito son
prácticamente nulas.
Sin embargo, el mensaje de esperanza del Evangelio nos hace
poner nuestra mirada en Dios y nos anima a esperar y confiar en Él.
Nos hace ver que aunque pasemos por dificultades Dios
siempre estará a nuestro lado.
Que Él tiene la capacidad de cambiar las circunstancias en
cualquier momento, si ello es conveniente para nuestras vidas, y que, en
cualquier caso, Él nos ofrecerá siempre su paz, su consuelo y su fuerza.
El resultado final de ofrecer un mensaje basado en una
esperanza verdadera es que llegará a las personas que están dispuestas a
aceptar el reto de la fe.
Por ello, cuando presentes el mensaje del Evangelio y sus efectos,
en la forma que sea, huye de contenidos basados en ilusiones y centra tu
mensaje en la verdadera esperanza y en la verdadera libertad.
Enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
21 de junio de 2021
Hermano:
«¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe? Se quedaron
espantados y se decían unos a otros: - ¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y
las aguas le obedecen!»
«Quiero un corazón paciente, tranquilo. Para que muchos en
mi interior encuentren la paz que les falta. Un corazón que integre a los que
son diferentes y reconcilie a los enemistados»
La protección facial, símbolo de la pandemia, comenzará a
rebajarse en unos días.
Israel vuelve a imponer el uso de mascarilla en algunas
zonas tras dos nuevos brotes.
En algunas zonas será obligatorio su uso tan solo cinco días
después de que eliminase esta medida.
Urgen a poner «cuanto antes» las segundas dosis de la vacuna
para proteger contra la variante delta.
Los expertos aseguran que con un solo pinchazo la protección
contra la cepa originada en la India podría no ser suficiente, pero la pauta
completa proporciona una respuesta inmune adecuada y previene la
hospitalización.
Me gustan las tormentas en la noche, mientras duermo. No
alteran mis planes, dejan la tierra llena de agua y traen fecundidad. Me gustan
los vientos cuando estoy protegido, lejos de las olas violentas. Amo su fuerza
y su rabia. Llenan de vida mi silencio. Me gustan los momentos de pausa en
medio del trabajo, de la carrera, de la lucha. Pausas en las que miro al cielo
y me pregunto por el sentido último de mi esfuerzo. Me gusta correr despacio y
caminar de prisa, para no perder el tiempo. Subir los montes donde alguien me
espera cuando llego arriba. Amo vivir con una meta, con un destino, con un
sentido. Me gustan las palabras profundas que desvelan misterios y las miradas
mudas que dicen mucho más de lo que callan. Me gustan esos abrazos largos que
no terminan nunca y el adiós sentido sabiendo que hay un regreso. Prefiero
andar perdido antes que perder mi camino. Y sé que las mañanas rompen siempre
la oscuridad de mi noche. Albergo en el alma un deseo infinito de vivir para
siempre, sin importarme dónde. Pero llevo en la piel pegados esos lugares que
un día fueron mi tierra o lo son ahora, no importa el tiempo. He cortado el
tronco seco de mi árbol helado, sabiendo que le vida brota de nuevo, desde las
raíces. No dejo de sorprenderme al ver cómo es la vida. Quizás igual en mí es
posible cercenar lo podrido, lo seco, lo que duele. Y comenzar de nuevo
venciendo las nostalgias y los resentimientos. «Bruno le mostró que había
maneras distintas de encarar la vida, que se podía asumir el pasado y disfrutar
del presente con el fin de preparar el futuro» . Por eso me alegra el nuevo
día, ese que me ilumina y llena de esperanza. Me conmueven las lágrimas al
recordar la vida, lo amado, lo vivido. Construyo desde los cimientos que se han
ido asentando dentro de mi alma. Sé que no lo sé todo y eso también me calma.
No me pongo presiones cuando alguien me pregunta. Y dejo más preguntas que
respuestas. No sé bien cómo vestirme por dentro cada día. Y deseo pintar el
cielo con un azul muy claro e intenso. Me alegran las palabras alegres y
positivas. Las personas que sonríen. Aquellos que más perdonan. Me gustan los
resilientes, que de la lucha hacen una virtud. Me emociona la presencia
silenciosa del que cuida a un enfermo. Me parece un don esa capacidad de
abrazar al que está malherido. Tengo nostalgia de tiempos pasados. Y anhelo
también tiempos que no llegan. Y sé que el presente es el mayor don que Dios me
regala cada día. Lo acojo con una sonrisa. Y no me tiembla el pulso al besar lo
que llega. Soy ciudadano del cielo, peregrino de esta tierra y me gusta el
ancho mar, sin orillas, mar adentro. Me alegra ver el cielo abierto, sin nubes,
todo claro. Y siento en lo más hondo que soy hombre, soy pobre, soy niño. Me
gusta lo que decía Tim Guenard: «Para no olvidarse, hay que reelegirse. Y
volverse a dar mutuamente para quererse más». Esa actitud me parece esencial.
Me gusta esa forma de enfrentar la vida con sus desafíos más grandes. No basta
con vivir con alguien para quererlo. No basta con compartir el día y los
sueños. Hay que volver a elegir a quien amo. Decirle que sí de nuevo, que es lo
primero en mi vida. Sólo así se puede reinventar uno el presente y soñar con
tierras lejanas y maravillosas. Sin miedo, con las raíces bien puestas y las
alas lanzadas al viento. No me olvido de mis elecciones. Decido reelegir lo que
he amado. Y me pongo en camino dejando atrás lo que no me gusta y me pesa
demasiado. Acojo con misericordia el dolor ajeno. Lo comparto, lo hago mío. No
dudo de la verdad de todo lo que vivo, de lo que siento. Acepto mis miserias. Y
soy más misericordioso de lo que fui algún día. El tiempo me ayuda a mirar con
más paz mi vida, sin caer en juicios ni críticas innecesarias. Aprendo de los demás,
no pienso que lo sé todo. Me pongo en la fila a esperar mi turno, sin querer
imponerme, sin pretender ser especial. Soy uno más, un hombre en camino
esperando su momento. Tengo que ahondar en mi tierra para sembrar mi futuro.
Quito piedras y malezas. Y logro así que mi tierra pueda llegar a ser fecunda.
Puede que la pandemia me haya vuelto perezoso y acomodado.
¿Acaso no es más cómodo trabajar desde casa que tener que soportar atascos en
el camino al lugar de trabajo? ¿No prefiero una reunión por pantalla desde mi
cuarto que tener que ir a otro sitio a reunirme con otros? ¿Y una misa desde mi
computador sin necesidad de hacer mucho esfuerzo, incluso viéndola horas
después de haber sido celebrada? Puede que me esté aburguesando en todos los
sentidos. Evito el esfuerzo y salir. Es más seguro, me digo, mientras que me
voy quedando seco por dentro. Porque este tiempo de pandemia me ha enseñado
muchas cosas: el valor de la familia y del hogar, la importancia de cuidar a
los que tengo más cerca, la calidad del tiempo con los míos. Al mismo tiempo
puede que se hayan perdido otras cosas: el valor del encuentro personal, cara a
cara, las conversaciones triviales compartiendo una comida o una bebida, el
esfuerzo de llegar a un lugar para encontrarme con otros, la importancia del
abrazo, del beso, del contacto. No puedo todavía volver a lo de antes, pero sí
puedo aprovechar los resquicios que este tiempo me va dejando. La posibilidad
de ciertas reuniones presenciales. La oportunidad de recibir a Jesús en la
eucaristía o asistir de forma presencial a una hora santa. Nada reemplaza lo
personal. Puede que mi fe se haya acomodado. Y la mediocridad de forma sigilosa
se ha ido adueñando de mi voluntad. ¿Para qué esforzarme si las pantallas me
hacen la vida más cómoda? Todo desde mi sillón, desde mi comodidad. Y no sé por
qué pero creo que la vida espiritual que no se comparte se vuelve más tibia. Ya
no tengo el deseo misionero de llevar la fe fuera de mi círculo más estrecho.
De repente veo que me basta con lo que ya tengo. Y es cierto que la fe que no
se cuida se muere, la fe que no tiene obras se seca. El otro día escuchaba: «La
fe al comunicarla crece». Y así es. Pero ¿cómo se comunica la fe? En ocasiones
quiero aprender muchas cosas, leer muchos libros, formarme en aspectos
fundamentales de mi fe. Para tenerlo todo claro y que cuando me cuestionen mi
fe tenga argumentos convincentes. Y sé que es importante. ¿Podré lograr que
alguien se convierta escuchando mis razones bien fundamentadas? Puede que le
convenza mi exposición, pero no comenzarán un camino de conversión gracias a
mis palabras. La fe se contagia por contacto. Al ver cómo vive alguien surge en
mí el deseo de vivir cómo él. Nadie se casa porque valore todos los principios,
deberes y derechos de una vida matrimonial. Sin amor nadie da un paso tan
importante. Nadie se queda en la Iglesia porque valore mucho tener claro lo que
puede hacer y lo que no. Sin amor nada de esto es posible. Lo que atrae en la
vida es ver a personas enamoradas de algo. El que ama su trabajo, el que ama su
familia, el que ama a Dios y se toca su amor en todo lo que dice o hace. Su
amor contagia, enamora y enciende. Un cristianismo seco, sin fuerza, sin
pasión, sin amor, no es convincente, no atrae, no arrastra. Los misioneros
arrasaron no por tener buenas razones, sino por su pasión al vivir a Dios en su
vida diaria, por su forma de tratar a los hombres, por su manera de amar en lo
humano. Ese Dios en la carne es el que puede con mis reticencias a seguir sus
pasos. Por eso creo que necesito que aumente mi fe. Sin amor mi fe se enfría.
Las pantallas pueden mantener el fuego, pero no lo hacen crecer. Son las
experiencias de Dios las que aumentan mi amor y mi necesidad de entregar la
vida. Sin esas experiencias comunitarias no avanzo, no crezco. El otro día
leía: «La fe, cuando se interioriza, cuando se convierte en algo personal, te
ayuda a vibrar con palabras cargadas de significados, con sensibilidades
compartidas, con formas de abrazar la vida» . La fe es una experiencia
individual que crece cuando se comparte. La amistad construida en Cristo es más
honda, es eterna. Necesito una fe personal que pueda compartir y vivir en
comunidad. Cuando la guardo por miedo a perderla. Cuando no la cultivo porque
estoy más cómodo en mi mediocridad, no avanzo, más bien retrocedo. Hoy le pido
a Jesús que aumente mi fe. Y que me ayude a encender el fuego de mi corazón.
Sin salir de casa me seco. Ahora, en la medida de lo posible, puedo cuidar la
fe en mi Iglesia. Y ese amor encendido se convierte en semilla de nuevos
cristianos. La fe que se comparte se multiplica y se hace fecunda. Hoy miro mi
vida y pienso en mis actitudes aburguesadas y acomodadas. ¿Qué puedo hacer para
vencer en mí el conformismo? ¿Dónde está el fuego que un día me empujó a hacer
locuras de amor por Dios y por María? Tal vez he perdido el fuego de la
juventud. El corazón joven no se conforma, no se queda quieto, se pone en
camino y sale de su quietud para dar la vida con alegría. Ese corazón alegre es
el que le pido a Dios en este tiempo difícil que atravieso. Que nada pueda
apagar el eco de su voz en mi corazón. Que nada acabe con mi generosidad para
amar hasta el extremo a mis hermanos.
Enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
Paloma Saborido es una mujer cristiana y cofrade de los pies
a la cabeza. “Nazarena desde los tres años” y hasta ahora, esta malagueña,
profesora de Universidad, tiene muy claro que la misión de las hermandades y
cofradías es “evangelizar en la calle con un medio particularmente bello y
atractivo”.
La ciudad española de Málaga acogerá, el próximo septiembre
el IV Congreso Internacional de Hermandades y Cofradías. Un evento que hará de
la capital andaluza el “epicentro del debate y la reflexión sobre la
religiosidad popular”, como apunta Paloma Saborido, presidenta del comité
científico de este congreso a Omnes.
Para esta malagueña, el Congreso Internacional que tendrá
lugar en “su casa” en pocos meses, es un momento privilegiado para “formarnos y
dar información real sobre las cofradías y hermandades a otros movimientos de
la Iglesia. Queremos mostrar que no sólo somos estética sino que sabemos lo que
estamos haciendo; que tenemos nuestra misión en la Iglesia”.
Hablar con Paloma Saborido es sumergirse de lleno en la Vía
de la Belleza tomista como camino para llegar a Dios, pero ¿cómo vive la fe una
persona cofrade sin caer en un mero esteticismo?
-Yo soy cofrade desde que nací. Nazarena desde los tres
años. Vivo la fe como mis padres me enseñaron, vehiculizándola a través de las
cofradías y hermandades. Y así es mi fe, mi fe cristiana. Yo rezo a unas
tallas, que sé que son de madera, pero que me sirven como instrumento para
llegar a Dios. Esto lo hacemos la mayoría de los cofrades”.
Hay que tener en cuenta una cuestión. Las cofradías y
hermandades ponemos en la calle un espectáculo que no se esconde ante nadie. Es
un espectáculo de luz, de sonidos, de colores y aromas. Es impresionante. Y
mientras mejor sea ese espectáculo, dentro de los límites racionales que nos
impone el presente, mejor vamos a realizar la misión que tenemos. Nosotros
somos un medio, la misión que tenemos en nuestra Iglesia hoy es evangelizar:
mostrar la pasión de Cristo y el mensaje que Cristo, a través de su pasión, nos
quiere hacer llegar. Ese es nuestro fin, y nosotros utilizamos este medio y la
Iglesia se sirve de este medio.
Vivo la fe como mis padres me enseñaron, vehiculizándola a
través de las cofradías y hermandades.
Tenemos que tener muy claro que las hermandades y cofradías
tienen “muchísimas perspectivas” como dice el antropólogo Isidoro Moreno: la
turística, sociológica, artística, económica… y todas ellas están dentro de la
Semana Santa, pero los cofrades ante todo somos cristianos. Lo que ponemos en
la calle, de forma gratuita, dando nuestra familia, nuestro dinero, nuestro
esfuerzo… lo hacemos solo para trasladar el mensaje de Cristo y lo sabemos.
Quizás a veces, como la estética es embaucadora, hay alguien que se haya podido
quedar en eso. Nosotros sabemos que hemos de usar esa belleza como medio para
llegar a Dios. Hay quien se acerca a las cofradías por la cultura, por el arte,
por la música o porque le da de comer, y ya se acerca, hay un segundo paso y es
que lo que ofrecemos es el mensaje de Cristo.
Como ha apuntado, las cofradías, las hermandades de todo
tipo: de pasión, de gloria… usan la “belleza como medio para llegar a Dios”.
Santo Tomás de Aquino la defendió como medio privilegiado para llegar a la
Verdad pero ¿no cree que el peligro de quedarse en la estética es constante?
-Las cofradías y hermandades tenemos una misión. Lo ha dicho
varias veces Mons. Rino Fisichella, al que tuve la suerte de escucharlo en
Lugano (Suiza) en el Primer Foro Paneuropeo de Cofradías, “tenéis la misión de
evangelizar en la Iglesia, como los sacerdotes, evangelizar en la calle”. Para
ello tenemos un medio extremadamente bello. Si nosotros mostramos lo mejor que
podamos esa Pasión y Resurrección de Cristo, ese mensaje pascual, mejor haremos
nuestro fin.
Además de eso, especialmente en este año, hemos visto hasta
dónde llega la labor de las hermandades y cofradías que se han centrado en lo
que tenían que hacer en esta situación: ayudar. En toda España, pueblos y
ciudades, las cofradías se han volcado en ayudar a los más necesitados a través
de campañas de reyes, recogida de material de vuelta al cole, haciendo batas
para los sanitarios, recogidas de alimentos… ha sido impresionante.
Durante la pandemia la labor de las hermandades y cofradías
se ha centrado en lo que tenían que hacer en esta situación: ayudar.
Un dato es claro en nuestro propio país: en las zonas con
presencia de las hermandades y cofradías más de la mitad de los niños son
bautizados, hay una mayor vida cristiana; no así en las zonas donde éstas no
tienen mucha presencia, ¿son conscientes de que son “un dique a la
secularización” como las ha calificado algún obispo?
-Las hermandades y cofradías son el movimiento de la Iglesia
Católica, por decirlo de algún modo, con más posibilidades de llegar a más
gente. Simplemente por su “plurinaturaleza” de cultura, de arte, turístico hace
que lleguemos a más gente que nadie y eso nos posibilita evangelizar a más
personas. Evangelizamos con nuestro ejemplo, con nuestra manera de vivir, con
lo que predicamos de principio a fin, no sólo el día de la procesión. Recuerdo
un ejemplo que sucedió en mi cofradía la Pollinica de Málaga: teníamos un grupo
de gente joven en el que participaban muchos jóvenes: teníamos adoración
nocturna, participábamos activamente en la Misa… había tres hermanos que
venían, pero no comulgaban nunca… un día, el Hermano Mayor les preguntó sobre
esto y ellos contaron que no estaban bautizados y pidieron recibir los
sacramentos de Iniciación Cristiana porque querían ser así, como los cofrades
con los que compartían el tiempo. Sólo por esto tiene sentido el esfuerzo y el
tiempo que dedicas a esto. Nuestra existencia como cofrades tiene sentido para
que estas personas se acerquen a Dios y a la Iglesia.
Esto pasa en todo el mundo. Hace poco entré en contacto con
una cofradía de México con experiencias de acercamiento a la fe similares. En
esta sociedad revolucionada, azotada por una pandemia que ha hecho sufrir
tanto, las hermandades y cofradías tienen la capacidad de ilusionar a las
personas y atraerlas a la fe de Cristo y a la Iglesia.
Nuestra existencia como cofrades tiene sentido para que
estas personas se acerquen a Dios y a la Iglesia.
Centrándonos en el Congreso que se celebra en Málaga el
próximo septiembre, ¿por qué se eligió Málaga para este encuentro?
-La agrupación de Cofradías de Málaga se ofreció, ya en el
III Encuentro Internacional de Hermandades, a ser la sede del próximo encuentro
enmarcándolo en las actividades de celebración de su I Centenario, ya que es la
primera agrupación del mundo.
Desde la Agrupación, me propusieron ser la directora
científica. Esto no era nuevo para mí ya que, desde hace tiempo, impulsamos el
primer Curso Universitario de Formación Integral en Gestión de Cofradías y
Hermandades que se imparte en una universidad publica y del que ya estamos
preparando la cuarta edición, hemos hecho cursos de verano.. etc.
Al diseñar el programa del encuentro coincidimos en que el
debate tenía que estar centrado en torno a la religiosidad popular, la Semana
Santa como movimiento en la religiosidad popular y en analizar la misión
evangelizadora de las hermandades y cofradías, en especial, a través de los
días de Semana Santa.
¿Cómo han estructurado este objetivo en el Congreso?
-El IV Congreso Internacional de Hermandades y Cofradías
estructura esta reflexión sobre la religiosidad popular en tres paneles unidos
por el hilo de la misión evangelizadora de las cofradías y hermandades.
El primer día hablaremos de la religiosidad popular como
fundamento y base de la Semana Santa. Contaremos con la conferencia inaugural
de Monseñor Rino Fisichella, Presidente del Pontificio Consejo para la Nueva
Evangelización de la Santa Sede, que se centrara en la religiosidad popular
como fuente de evangelización y después hablaremos de esa religiosidad popular
a través de ponentes, tanto del ámbito antropológico como teológico: cómo se
desarrolla en la actualidad, sus fuentes…
El segundo día, el centro estará en la representación del
momento histórico de la pasión de Cristo. Ese día tendremos dos ejes: una mesa
de debate sobre los personajes secundarios de la pasión, en la que nos
acercaremos a la función evangelizadora de estos personajes, también el papel
de la mujer en la pasión de Cristo, o cómo se han trasladado el papel, el
mensaje de estos personajes secundarios a la imaginería… En la segunda parte
nos centramos en la figura de Cristo en su pasión a través de tres ponencias:
analizando su proceso judicial, el padecimiento físico y el momento de la
resurrección, a través de las ultimas investigaciones que se han llevado a cabo
en la Sábana Santa para lo que contaremos con Paolo Di Lazzaro, Subdirector del
Centro Internazionale di Studi sulla Sindone
El tercer día, como no podía ser de otro modo, nos centramos
en la representación de la religiosidad popular. No sólo vamos a conocer las
representaciones del Levante, las castellanas, sino también cómo se representa
esta religiosidad popular en zonas tan diferentes a la nuestra como
Centroeuropa o Italia, México o iconografía bizantina.
La religiosidad popular y especialmente las hermandades y
cofradías son uno de los movimientos con más fuerza dentro de la Iglesia
Católica.
Creo que es un Congreso importante, no sólo por la fuerza
del tema o por la talla de los ponentes entre los que hay cofrades pero también
quienes no lo son en absoluto, sino porque queremos tener una mesa de debate
profunda en torno a la religiosidad popular. Hoy en día la religiosidad popular
y especialmente las hermandades y cofradías son uno de los movimientos con más
fuerza dentro de la Iglesia Católica. Nosotros manifestamos que somos
cristianos de una manera clara y palpable y que mueve a muchísimas personas y
es trascendental darle la importancia que tiene, como lo hace el papa
Francisco.
Enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
Fuentes:
https://omnesmag.com
"Descansar tiene mucho que ver con la paz interior, con el disfrute de lo pequeño"
Ha animado a descansar en vacaciones con tres propuestas: oración, contacto con la naturaleza o el mar y con peregrinaciones.
"Hacer unos días de ejercicios espirituales, de retiro, de curso de oración. El contacto con la naturaleza o el mar para un encuentro con el Señor de lo creado y de la historia, con el gozo en familia, con la alegría del descanso. Y las peregrinaciones, donde el encuentro con nuestra madre, sea una ocasión de júbilo y de gozo", ha enumerado el primado toledano en un escrito.
Asimismo, ha señalado "descansar es vivir reconciliado", porque, "podemos pasar unas vacaciones en playas paradisiacas, en islas de ensueño y volver cansados y agotados". "Descansar tiene mucho que ver con la paz interior, con el disfrute de lo pequeño, con el vivir intensamente el momento presente. Descansar no es cuestión de dinero".
A su juicio, tiene más que ver "con lo sencillo, no tanto vivir con lujos, sino al lado de las personas que amamos, de poder dedicar más tiempo a los que caminan a nuestro lado y de sembrar tiempos de vivir sin prisas, de leer, de estar en contacto con la naturaleza, de vivir sin ruido y de reconciliarnos interiormente".
"recuperar la alegría de lo que somos y desde ahí construir también el vivir y el hacer, no en clave de parar sólo de una actividad, sino de encontrar una manera distinta de ser y de vivir, pues debemos encontrar el descanso no sólo después del trabajo, sino incluso encontrándonos en nuestro trabajo, un trabajo que humanice".
Enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
Fuentes:
Redacción COPE Toledo
17 de junio de 2021
Hermano:
«Es como una semilla de mostaza. Una vez sembrada, crece y
se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los
pájaros pueden anidar a su sombra»
«Me gusta esa actitud positiva que tuvieron los santos.
Ellos sabían que no podían controlarlo todo y se dejaron llevar por ese amor en
su pecho que los hizo aspirar a las alturas»
El INE revela que el año de la pandemia hubo 75.305 muertes
más en España.
Miro el pasado con nostalgia y quiero olvidarlo, o
recordarlo. Depende de lo ocurrido, ya sea malo o bueno. Lo que he amado lo
recuerdo deseándolo. Lo que he perdido me duele en las entrañas. Y añoro lo que
he tenido apegado al corazón. Y entonces yo decido lo que hago. Puedo vivir
apegado al pasado con melancolía, lamentando los errores, llorando las
ausencias, sintiéndome triste sólo por lo que ya no es y nunca será. La realidad
siempre es una y mi forma de aproximarme a ella es diferente. Hay cosas que con
el tiempo tienen más luz. Paisajes más bellos, conversaciones más perfectas,
amores más hondos. Y al revés. Mi mirada puede volver gris el mismo arcoíris.
Depende de mi mirada sobre lo ocurrido. No siempre coincide lo que veo con lo
que hay. Es curioso. La realidad es un dato objetivo pero mi forma de
percibirla e interpretarla es subjetiva. Un mismo acontecimiento despierta
emociones muy diferentes. Puede despertar la ira y la rabia o la indiferencia y
la pasividad. Depende de mí, de mi alma, de mi estado de ánimo. Las aguas de mi
interior hacen que el eco de lo sucedido tenga mayor o menor peso. Es así en la
vida. Puede que mi intención fuera una determinada. Pero el efecto que causó lo
que hice es impredecible. Resuena en el alma de otra persona con una fuerza que
no imaginaba. El eco de mi voz puede producir dolor, rabia, paz, alegría. No sé
muy bien lo que mis palabras despiertan, ni mis gritos, ni mis silencios. Crean
una realidad nueva, algo escondida porque sucede en el interior de cada uno. Y
esa realidad subjetiva, percibida, tiene una fuerza inaudita. Puedo intentar
cambiar lo vivido. Puedo desearlo, pero ya no es posible. La piedra lanzada en
las aguas tranquilas de un lago despierta ondas que atraviesan toda su
extensión. No es controlable. Yo pude no haber lanzado la piedra. Sin juzgar la
intención al hacerlo el efecto de la piedra deja un eco hondo en mi alma. Mi
pasado con el tiempo pierde precisión, pero no deja de tener su peso. Y el eco
que he guardado en la memoria afectiva es el que se impone con el paso de los
años. La tristeza, la felicidad, el rencor, la alegría. Sentimientos que guardo
dentro para no olvidarme. Ya no puedo volver otra vez a aquel momento. Es parte
ya de mi vida. No hubo mala intención, ni siquiera quise provocar lo que luego
fue. Pero la piedra no puede volver a la mano. Por eso importa tanto mirar
hacia atrás para agradecer, no para llorar. Porque todo, bueno o malo, es
motivo suficiente para mirar a Dios agradecido. Él sabe lo que hace con mi vida
y lo que mis actos pueden provocar en otros. No por haber herido una vez con
palabras estoy condenado a callar para siempre. No por haber sido impulsivo un
día tengo que aguardar paciente ahora sin hacer nada. Aprendo de todo, pero no
dejo de ser yo mismo y mirar hacia delante. Todo es susceptible de ser
mejorado. Mi vida, mi alma, mi amor, mi entrega. Y también puede todo ir peor
si no enmiendo el rumbo. Si me conformo con decir que no puedo hacer nada, que
las cosas son así, que no voy a cambiar nunca. El conformismo mata la vida. Y
el futuro es siempre una opción abierta ante mis ojos. Puedo ser mejor, puedo
volver a empezar. Es lo que cree Dios al ver mi vida. Hoy escucho: «Arrancaré
una rama del alto cedro y la plantaré. De sus ramas más altas arrancaré una
tierna y la plantaré en la cima de un monte elevado; la plantaré en la montaña
más alta de Israel; para que eche brotes y dé fruto y se haga un cedro noble.
Anidarán en él aves de toda pluma, anidarán al abrigo de sus ramas». Dios cree
en mí más que yo mismo. Sobre todo, en esos momentos en los que lamento mi
pasado y no sé cómo volver a construir una casa desde los cimientos caídos.
Cuando veo el desierto en mi vida y creo que no he hecho nada bien. No es
verdad que no haya hecho nada bien. No todo lo hago mal. Y tampoco todo bien.
La vida no es perfecta. Hay una mezcla de aciertos y desaciertos. Dios vuelve a
creer en mí, corta una rama y la planta en la tierra, en lo alto de un monte,
esperando. Y su espera da fruto. Como mi espera cuando decido que quiero
empezar desde las cenizas. Desde los restos de mi vida consumida en la tierra.
Miro hacia atrás conmovido y agradecido. Sueño con un futuro que aún no
empieza. Mi presente es futuro y pasado al mismo tiempo. Sujeto por un hilo
fino que es mi impulso tenaz por plasmar la vida con mi entrega.
Dicen que no hay peor mal que el aburrimiento. Por él entra
el ocio y con él los vicios. Cuando parece que no tengo nada que hacer caigo en
la desidia y con ella llegan otras tentaciones o dependencias. ¡Cuántas
adicciones han surgido siendo víctima del aburrimiento! A veces surge el
aburrimiento cuando no tengo nada que hacer y otras cuando lo que hago no me
interesa mucho o no le doy valor ni importancia. Dejo de vivir la vida con
ilusión, no me emociona nada de lo que emprendo, no tengo sueños que despierten
mi alegría. Me ahogo en la tristeza. No me alegro por las pequeñas cosas de la
vida. Y caigo en la pereza y en la desidia. Vivir sin desafíos y sin metas es
sinónimo de vivir sin ilusión, sin ganas de luchar por la vida que se me abre
ante los ojos. Cuando nada me enamora, cuando nada saca fuerzas de mi interior,
acabo pensando: ¿Para qué voy a seguir luchando? Entonces decaigo y dejo de
caminar siguiendo el rumbo marcado. Y dejo de hacer hoy lo que podría hacer. Lo
pospongo, caigo en la procrastinación. Este pecado es tan común en el hombre de
hoy que se deja llevar por el sentimiento del momento. Dejo para mañana lo que
había pensado hacer hoy. Me gustaría vivir con paz e intensidad cada minuto de
mi vida. Me gustaría disfrutar el presente sin agobiarme por el mañana. Sé que
un día moriré, no importa cuándo, yo no lo controlo. Sólo Dios sabe cuándo me
espera en su hogar definitivo. Lo que tengo claro es que la vida sólo se vive
una vez. Y lo que hoy no haga nunca más lo volveré a hacer. Por eso, ¿a qué
espero para vivir de verdad? Me gustan las palabras que San Juan XXIII escribe
en su decálogo de la serenidad: «Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente
el día, sin querer resolver el problema de mi vida todo de una vez. Sólo por
hoy seré feliz en la certeza de que he sido creado para la felicidad, no sólo
en el otro mundo, sino en este también. Sólo por hoy me adaptaré a las
circunstancias, sin pretender que las circunstancias se adapten todas a mis
deseos. Sólo por hoy creeré firmemente aunque las circunstancias demuestren lo
contrario que la buena providencia de Dios se ocupa de mí como si nadie
existiera en el mundo. Sólo por hoy no tendré temores. De manera particular no
tendré miedo de gozar de lo que es bello y de creer en la bondad». Esa actitud
positiva, esa mirada alegre sobre el presente, es la que me salva y me
construye. Es la que evita que caiga en el desánimo y en la pereza. Miro las circunstancias
que me toca vivir y sonrío. Quizás no sean ni peores ni mejores que las de ayer
o las de mañana. Sé que son las de hoy y por eso las acepto como son y las
enfrento. No me lamento por las oportunidades perdidas en un tiempo pasado que
ya quedó atrás. No me quedo enganchado en el ayer llorando mi mala suerte. El
momento actual, duro y exigente, es el que sacará la mejor versión de mí, esa
verdad que tengo oculta bajo apariencias. Me hará mejor persona en el dolor. Y
las heridas sufridas fortalecerán mi ánimo para no desanimarme nunca de nuevo.
Por eso no creo en el aburrimiento en esta vida intensa y honda. No estoy
dispuesto a vivir con aburrimiento, como si no tuviera nada que hacer. No
acepto que el ocio se arrastre como una serpiente sigilosa en mi interior
acabando con mi alegría y mis ganas de amar la vida hasta el extremo. No me
conformo con lo que ya tengo en posesión, entre mis manos. Creo, eso sí, con
una fe honda, que Dios va construyendo mi historia conmigo, de mi mano, no me
suelta. No estoy destinado de forma irremisible a un futuro cierto. Dios sabe
lo que me ocurrirá porque en Él no hay tiempo. Pero yo soy libre y sé que sólo
puedo vivir el presente como una oportunidad única para sembrar en buena tierra
las semillas de un mañana mejor. Por eso se acaban los temores en mi alma.
Viviré con pasión las alegrías del momento sin temer perderlas un día. Estoy en
las manos de Dios y sus caminos son incomprensibles cuando avanzo en medio del
bosque. No sé dónde me llevan, pero no tengo miedo, porque Dios me quiere con
locura. No pretendo saber mi futuro, mi mañana, ni siquiera intuirlo. No es
posible. Voy a seguir luchando cada día sin desfallecer. Si no tengo nada que
hacer me inventaré algo nuevo para seguir animado. Si veo que no me salen los
proyectos buscaré nuevos caminos y enfrentaré nuevos desafíos. Si la soledad
toca mi puerta y me hace daño no me dejaré engañar por su tacto suave y no
perderé la alegría. Lucharé hasta dar la vida y nada temeré. Me gusta esa
actitud positiva que siempre tuvieron los santos. Ellos sabían que no podían
controlarlo todo y se dejaron llevar por ese amor en su pecho que los hizo
aspirar a las alturas. No se acomodaron, nunca vivieron aburridos, no se
desanimaron aunque enfrentaran las dificultades y vivieran cruces complicadas.
No lo vieron nunca todo negro. Siempre vieron la luz al final del túnel. Y
contagiaron ese optimismo lleno de fe y esperanza. Así quiero yo mirar la vida,
sin miedo, sin angustia, sin aburrimiento, sin desánimo. Quiero construir un mundo
mejor. Sé que está en mi mano cada día. Puedo hacerlo todo nuevo haciendo lo
mismo pero de forma diferente.
La vida se juega en esos momentos en los que decido soñar y
volar alto. Cuando las preocupaciones diarias dejan de ser un problema y se
convierten en una oportunidad para vivir más a fondo. Cuando aparto con
delicadeza la tristeza que me acaricia para que no se enturbie mi ánimo y
sonrío. ¿Por qué a veces mi mirada me hace ver ofensas donde no hay nada? ¿Por
qué me comparo tanto con los demás si lo único que consigo con ello es sufrir
yo más? Abro un espacio en el cielo por el que puedan entrar la alegría, la luz
de Dios y la esperanza en el ánimo. No permito que la soledad empañe el
corazón, porque sé que nunca estoy solo, Jesús va conmigo. Confío en que la
vida se juega en mi actitud de cada día, de cada hora, cuando decido echarme la
vida al hombro y comenzar a caminar. Es ahora cuando elijo quién quiero ser y
hasta dónde pretendo llegar con mi esfuerzo y la gracia de Dios. Quizás fracase
en el intento pero lo habré dejado todo en el camino, no me habré guardado nada
y no habré escatimado esfuerzos. Leía el otro día: «Estamos convencidos de que
el tiempo es infinito y lo derrochamos sin medida; olvidamos el pasado,
descuidamos el presente y tememos mirar y afrontar el futuro, y así se pasa la
vida, y de repente un día te das cuenta de que no tienes nada, ni tiempo, ni
futuro, ni siquiera presente, tan sólo un pasado que ya no puedes cambiar» . No
quiero vivir así, lamentando los días pasados, echando de menos el ayer
dormido. El hombre que no aprende de su pasado nunca será sabio. El que olvida
lo ocurrido no aprenderá de sus errores. Tengo que aceptar que no puedo cambiar
lo que ya fue. Es pasado y por eso queda atrás. Pero sé que sí puedo construir
un futuro diferente. «La única libertad está en poder elegir lo que quieres
hacer, asumiendo siempre las consecuencias» . Elijo con libertad lo que quiero
ser y cómo quiero vivirlo. Elijo mi rostro, mi sonrisa, mis maneras. Elijo las
palabras educadas, la sinceridad en los labios, la tranquilidad para enfrentar
la vida. Elijo mis acciones haciéndome responsable de aquello por lo que opto,
de aquello que descarto y dejo atrás. Por eso no me ofusco cuando no resulta
todo como yo quiero. Asumo la posibilidad de dejar escapar las oportunidades. Y
me levanto siempre de nuevo, sabiendo que el nuevo día es mío y yo soy su
dueño. No tengo un tiempo infinito ante mis ojos, todo es finito en esta vida.
Todo está limitado por el tiempo que se escapa y los días pasarán rápidamente
ante mis ojos. Yo decido con qué hondura quiero vivir la vida. Puedo vegetar en
la superficie de todo lo que me sucede. O puedo meditar en lo hondo de mi
corazón cada acontecimiento que enfrento. Siempre puedo decidir lo que voy a
hacer con cada hora. Opto por una manera sencilla de enfrentar los
contratiempos. Y vivo feliz y alegre en medio de las tormentas y turbulencias
de este tiempo que encaro. No tengo necesidad de que todo resulte como yo
quiero. Tampoco me provoca ansiedad lo que aún desconozco. Abrazo la vida como
es, en toda su belleza y descanso en su presencia que me invade. Llevo dibujada
en la piel la marca de los hijos más amados por Dios. Él me quiere y no me va a
dejar nunca solo. Yo quiero responderle con la misma moneda, con mi amor
inmenso, aunque finito. Por eso le hablo a Dios como a un amigo, alguien que va
a mi lado al que no es necesario explicárselo todo para que me entienda. «¿Entienden
qué significa orar de forma personal? Yo considero que a Dios le gusta más eso
que si se reza una docena de rosarios. Y tienen que grabárselo: si queremos
pasar el día con Dios, tenemos que aprender a hablar personalmente con él. Y
cuanto más espontáneo y auténtico sea, tanto mejor. Cuanto más desafectado y
natural, tanto mejor. Es Dios mismo el que me inspira ese hablar en mi
interior. No tengo que imitar cómo lo hace esta o aquella persona» . Así es
como quiero caminar con Dios, de su mano, amando de forma personal, contándole
de forma auténtica todo lo que hay en mi corazón. No me escondo detrás de
frases bonitas, de poesías llenas de hondura e imágenes. Le hablo con palabras
claras y sencillas y le cuento todo lo que me sucede. Lo que siento, lo que
temo, lo que amo, lo que sueño. Y Él me mira conmovido, me ama como soy y
sonríe. Le gusta mi forma de hacer las cosas. Elijo a ese Dios tan grande que
decidió hacerse niño para habitar en mis manos. Y sigo sus huellas aunque no
entienda mucho. Sólo sé que una actitud positiva y alegre lo cambia todo. Dejo
la envidia atrás. Y hago que mi egoísmo se convierta en entrega. Dejo a un lado
los miedos y me visto de valentía. Y abrazo a Dios confiando que nunca va a
salir mal nada de lo que emprenda a su lado. Permanezco fiel a las personas que
me han confiado. No dudo de ellas incluso cuando he sido traicionado. Perdono
las ofensas, porque guardar rencor me enferma y vuelve negra mi alma. Acepto
los errores de los demás igual que asumo los míos. Puedo herir sin quererlo y
puedo ser herido, pero el perdón es lo que siempre me salva.
Vivo desterrado en esta tierra que habito. Porque soy
ciudadano del cielo. Tengo una sed infinita que no se sacia en el mundo. Hoy
escucho: «Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras vivimos en el
cuerpo, estamos desterrados, lejos del Señor. Caminamos guiados por la fe, sin
ver todavía. Estamos, pues, llenos de confianza y preferimos salir de este
cuerpo para vivir con el Señor. Por eso procuramos agradarle, en el destierro o
en la patria. Porque todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo,
para recibir el premio o el castigo por lo que hayamos hecho en esta vida». Así
es la vida en esta tierra: un vivir lejos del cielo con el que sueño. Porque
estoy hecho para el paraíso. Y no se calma mi búsqueda hasta que lo encuentre a
Él para siempre. Confío, eso no lo olvido. No dejo de confiar en ese camino
trazado para mí. Tengo fe en ese Dios que me llama. En la vida puedo vivir
quejándome de las experiencias difíciles. Puedo vivir lamentándome con lo que
ya no puedo hacer. Puedo vivir con ansiedad por no llevar la vida que llevaba
antes. Los cambios siempre incomodan e inquietan. Quiero vivir con fe y
alegrándome con lo bueno que tengo. Quiero ver lo positivo en todo lo que me
pasa. Confío aún estando lejos de la vida que sueño. Pero hago de mi camino una
tierra en la que poder echar raíces. Estoy de paso y al mismo tiempo es este mi
hogar. No me desentiendo de lo que aquí amo, de los que amo y me aman. No vivo
caminando un palmo por encima del suelo. Sufro con los hombres que sufren.
Lloro con los que lloran. No soy indiferente ante el dolor humano. Cargo sobre
mis espaldas el peso del dolor de muchos, sólo el que puedo cargar. No doy por
perdida ninguna batalla. No me desentiendo del presente que habito. Quiero que
sea fecunda la semilla que siembro. Porque la vida son pocos años que pasan y
dejan sólo un reguero que el tiempo difumina. Yo confío y mi mirada es alegre y
plena. No la enturbian los agoreros que marcan un destino fatal para mis días.
Ni aquellos que sólo saben ver la suciedad con sus ojos. No busco una
perfección de paraíso sino que trato de hacer que lo imperfecto esté lleno de
vida. Por eso hoy alabo a Dios como escucho en el salmo: «Es bueno dar gracias
al Señor y tocar para tu nombre, oh Altísimo. Proclamar por la mañana tu
misericordia y de noche tu fidelidad. El justo crecerá como una palmera, se
alzará como un cedro del Líbano; plantado en la casa del Señor, crecerá en los
atrios de nuestro Dios. En la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y
frondoso, para proclamar que el Señor es justo, que en mi Roca no existe la
maldad». Alabo a Dios que ha tenido misericordia y me ha mostrado su
benevolencia. Esa mirada de Dios me levanta y sostiene. No vivo angustiado por
las cosas que se me escapan de las manos. Nada es una certeza. Sólo puedo
responder por el hoy que acaricio. Confío en un amor más grande que me sostiene
en medio de mi camino. Me importa la meta. Pero más aún me importa vivir los
días que tengo ante mí con el corazón arraigado en la tierra, en otros corazones.
Estoy de paso y al mismo tiempo tengo un hogar aquí y ahora. Vivo en el mundo
de hoy pero no dependo del mundo. Mi felicidad no depende del reconocimiento,
del amor y admiración que reciba. No depende de que siempre reciba elogios y
parabienes. Mi corazón está apegado al cielo al mismo tiempo. Decía Carl Gustav
Jung: «La persona que no se apoya en Dios no puede, basándose en sus propios
recursos, oponer resistencia a los halagos físicos y morales del mundo». El
mundo puede ser muy tentador cuando vivo buscando el reconocimiento o esperando
el aplauso y el voto favorable de los que veo a mi alrededor. Ese temor
inconfesable por quedarme solo y no ser aceptado por el grupo, por la sociedad,
por la masa. Ser del mundo y no serlo al mismo tiempo. Esa paradoja que vivo
como cristiano. Echo raíces y vivo anclado. ¿Cómo se unen el cielo y la tierra?
¿Cómo se puede hacer compatible el acto de enterrarme y el de volar? Parece tan
contradictorio echar el ancla y luego surcar los mares, mar adentro. «Nosotros tenemos que llegar a ser santos en
el mundo y a través del mundo. ¿Cómo tenemos que concebir el mundo y las cosas
del mundo? ¿Qué actitud tenemos que asumir ante esas cosas para llegar a ser
santos? Primero, tenemos que ver y valorar correctamente las cosas terrenas;
segundo, tenemos que disfrutarlas correctamente; tercero, tenemos que renunciar
correctamente a ellas; y, cuarto, tenemos que dominarlas correctamente» .
Parece sencillo y no lo es. Puedo colocar lo que amo en el centro y no querer
perder lo que hoy me da la paz y la seguridad. Mi posición en el entramado del
mundo. Mi cargo y mi poder. Mis amores y mis seguridades. Veo todo como
peldaños que me llevan al cielo, como alas que me permiten volar. Y si veo que
me pesan demasiado las dejo caer, me desprendo, me libero. Esa actitud interior
es la que importa. Me duele dejar atrás lo que amo. He dejado mi corazón como
prenda. Pero no reemplazo a Dios por las cosas que amo, por el mundo en el que
echo raíces. Sólo con esta nueva mirada seré más feliz y pleno.
Enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
www.radiolamanigueta.com, radio cofrade con carácter nacional.
La temática es exclusivamente cofrade, dando especial relevancia a la música procesional, conferencias, mesas redondas, programas temáticos de las diferentes ciudades de Andalucía y España en general.
Programa dedicado a la Hermandad de los Estudiantes de Oviedo.
La entrevista ha sido realizada por el productor artístico José ramón Muñoz berros.
Enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
¡Madre Ven!
¡Oh Virgen Inmaculada, Madre de Dios y Madre nuestra, amada Patrona de España! Cuando Aún vivías sobre la tierra, quisiste venir a Zaragoza para confortar al apóstol Santiago y prometiste ser para siempre Protectora y Madre de los hijos de la tierra. Venimos a implorar de Ti, oh Madre Misericordiosa, que vuelvas tu mirada compasiva sobre nosotros, pobres pecadores, y nos ayudes a confiar plenamente en la salvación que nos trae tu Hijo.
¡Madre, Ven! Haz valer tu amor de Madre, y tu poder de Reina, y alcánzanos de tu Divino Hijo un corazón semejante al suyo que encienda nuestros corazones en el fuego del amor de Dios para que no caigamos en las asechanzas del demonio, enemigo de nuestras almas, defendamos firmemente la Verdad y seamos siempre fieles a Jesucristo, a quien pedimos cumpla sin tardar su promesa de reinar en nuestra Patria y llegue pronto el triunfo de tu Inmaculado Corazón. Amén.
Peregrinación de la Inmaculada/ Año Jacobeo
www.madreven.es
Con aprobación eclesiástica. Obispado de Getafe. Marzo 2021.
Enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
7 de junio de 2021
Hermano:
«¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Estos son mi madre y
mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y
mi madre»
«No temo el final de nada, porque creo en los nuevos
comienzos. Y cada dificultad es una oportunidad que la vida me da, un don que
Dios me entrega»
En medio de una pandemia mundial, ya cansados de
restricciones, con todas las dudas que surgen alrededor de las vacunas y del
proceso de inmunización, escuchar a Jorge Prieto, enfermero del SUMMA 112 de la
Comunidad de Madrid, le arranca una sonrisa a cualquiera. Este sanitario,
desconocido hasta ahora, se ha hecho viral después de que una persona decidiera
grabarlo dando un discurso lleno de humor a un grupo de gente que estaba
esperando para vacunarse.
Me gusta pensar que Jesús se ríe conmigo o incluso de mí, no
me importa. Mira mi fragilidad y sonríe con mis torpezas. Es una risa ingenua y
bonita. Me gusta su sentido del humor. Creo en un Jesús que se ríe a carcajadas
con mis errores, con mis obsesiones y mis miedos. Para darme ánimo, para que no
me paralice, para que le dé importancia sólo a lo importante y se lo quite a lo
que no es fundamental. Me gusta ese Jesús alegre que no está esperando con
gesto serio a que falle para recriminarme y castigarme por todas mis caídas,
como si le hubiera ofendido. Ese Jesús al que sigo se ríe de mí, sonríe con los
ojos y con la boca, con todos sus gestos. Y se alegra al mirarme en medio de
mis batallas. Es como si le pareciera bien mi vida y le gustaran mi fragilidad.
Como si no quisiera cambiarme y hacerme como Él, perfecto. No lo entiendo y
casi no me lo acabo de creer. Y es que en ocasiones imagino a un Dios perfecto
que todo lo hace bien y espera lo mismo de mí. Creo que esta forma de mirar a
Dios puede ser una proyección de mis deseos. ¿Acaso no deseo hacer todo lo que
emprendo con el mejor resultado? ¿No me han enseñado desde pequeño que tengo
que ganar en los deportes, en los estudios, en los trabajos, en la vida? Y lo
aprendí, por eso quiero ganar siempre. Deseo triunfar en todo lo que me
propongo. Ser el mejor deportista, el más inteligente, el más sociable, el más
generoso, el más alegre, el más sano, el más guapo y joven. Quiero ser perfecto
en todo lo que hago y por eso no tolero los errores ni las caídas sobre todo
cuando estaba en mi mano hacer las cosas de forma diferente. Y entonces, al
pensar así, me asomo al cielo e imagino un rostro de Dios circunspecto,
contrariado, tenso al mirarme desde lo alto en mi fragilidad. Siento que ya
está cansado de mis defectos, hastiado de mis debilidades, molesto con mis
reincidencias en el pecado. Cierro la ventana abierta al cielo y me alejo lleno
de miedo para no recibir el castigo del rechazo y el desprecio. Como si fuera a
recibir una furia divina sobre mí por haber fallado. No soy digno de nada
bueno, pienso en mi interior. Como tanta gente hoy que no se siente digna de
Dios, de la Iglesia, de los que no pecan en apariencia, de los puros, de los
justos. Porque hay pecados públicos y otros privados. Hay derrotas conocidas y
otras ocultas bajo el olvido. Hay limitaciones que todos ven y otras que se
esconden bajo una aparente perfección. Entonces se me desdibuja la sonrisa de
mi rostro y no veo la sonrisa de Dios. Acabo pensando que Dios no se ríe, no se
alegra al verme. ¿Cómo se va a alegrar si Él es perfecto y yo estoy tan lejos?
Pienso dentro de mí algo confuso. ¿Cómo va a sonreír cuando la vida es muy
seria y yo me la tomo como si fuera un juego? No es para reírse. No está Dios
para bromas. Está luchando con el demonio en una batalla diaria que me parece
eterna. Y yo sigo tomándome las cosas a risa. No asumo la seriedad de mi vida.
Por eso, en medio de mis pensamientos, me gusta asomarme a la ventana del cielo
y ver a Jesús sonriéndome. Me mira y se ríe y tengo paz. Desde lo alto me
sonríe. Le hacen gracia mis pelos, mis ojos, mis pesares, mis remordimientos,
mi culpa y mis alegrías. A Dios le importa todo lo que a mí me importa. Mis amores
y desamores. Mis fracasos y mis éxitos. Lo más humano de mi camino. El deporte,
la diversión, los afectos, la vida misma. Todo lo que hago, pienso o siento.
Todo le importa. En Él todo lo mío está integrado. En mi propia alma yo divido
las cosas. Hay lugares donde Dios habita. Y otros donde no está presente. Me
equivoco. Dios me quiere con todo lo que soy. Le importa que mi equipo gane o
pierda. Le interesan los programas que sigo, las pelis que veo. Le apasionan
mis sueños de grandeza, cuando me creo algo. Le preocupan mis preocupaciones. Y
sólo no se ríe cuando se me olvida ser niño y me ofusco por tonterías. Me grita
para que recapacite, y le dé valor a las cosas que merecen la pena y aprenda de
lo que me pasa en esta vida, lo bueno y lo malo. Me gusta su sonrisa. Me gusta
oír su carcajada y ver que la victoria final es siempre suya. Y que mi aporte
es tan pequeño, ínfimo. Pero no importa. Sé que estoy cambiando el mundo de su
mano. No lo olvido. Y así aprendo a sonreír. Porque la risa me salva por dentro.
Me asusta pensar que la vida se define sólo en ganar o
perder. Gano el amor del prójimo, de Dios o lo pierdo todo y me quedo solo.
Gano el tiempo o lo dejo escapar y mi vida se apaga. Gano una oportunidad que
me abre puertas o pierdo el tren que pasa ante mi estación, dejándolo ir sin
hacer nada. Gano opciones de ser mejor o pierdo la ilusión y ya no lucho por
llegar a las estrellas que se dibujan ante mí. Pierdo el tiempo de ahora por no
poder salir de casa por la pandemia o lo gano haciendo aquellas cosas que de
otra forma hubieran sido imposibles. Gano un partido o lo pierdo, no cabe el
empate, sólo puede ganar uno. Gano o pierdo. Parece todo tan sencillo. En la
vida quizás pierdo más veces que gano. Pierdo la salud y enfermo. O pierdo los
años y me vuelvo viejo sin quererlo. Gano la oportunidad de entrar por una
puerta estrecha, seguir un sendero casi escondido o pierdo los mejores años de
mi vida haciendo lo que no deseo. Ganar o perder en una lucha constante. Gano
prestigio con artimañas, gano el afecto engañando, gano la devoción con
mentiras. O lo pierdo todo, la fama, el prestigio, la posición, sólo por ser
fiel a mí mismo, por ser veraz y auténtico, por no mentir. Ganar o perder es
relativo. Una oportunidad perdida no siempre es la peor opción a la que me
enfrento. A veces elegir sin pensar demasiado lo que pasa ante mis ojos puede
hacer que me precipite en un camino sin rumbo. No sé cuándo gano de verdad. Ni
sé si al perder a veces puedo llegar a ganar otras cosas diferentes, no
imaginadas ni buscadas. El perdedor de una batalla puede ganar otros caminos
posibles. Y el que ha perdido se levanta más fortalecido, porque la derrota
hace que el alma madure y se haga fuerte. No sé si quiero ganar o perder si al
final lo que me queda es mejor que lo que tenía antes de empezar a luchar. No
sé si quiero ganar a los míos para el bien usando caminos sucios. O prefiero
con la verdad exponerme a quedarme solo. La autenticidad es un don que aprecio
más que a mi vida. Y estoy dispuesto a perder la vida por cuidar a los que más
amo, a los que me ha confiado una mano amiga, esa mano que me tiende Dios. Temo
perder algo en la vida. Pero luego sé que retener y guardar no me dan la
felicidad soñada. Y en ocasiones, vacío y roto tras alguna derrota, he tenido
más paz que después de mil victorias. Ya no me afano tanto por ganar siempre en
la lucha. Decido dar amor pase lo que pase y eso no es amor perdido. Porque
todo el amor no sé bien cómo se deposita en el cielo, en una nube segura que me
espera al final del camino, haya ganado o perdido. Con derrotas o victorias.
Prefiero perder acompañado por el consuelo de los míos. Antes que verme
victorioso y solo en medio del desierto de la vida. Las victorias pasan, aunque
sean sufridas. Y se olvidan, porque la vida sigue. Y todo se juega en el
presente cruel y bendito que decide mis días. No quiero ganar humillando. Ni
quiero que la victoria me lleve a la vanidad y al orgullo enfermizo. Siempre
puede perder el que siempre gana. Y siempre puede ganar el que pierde siempre.
No hay nada tan seguro como el hecho de que un día acabarán mis días y mis
rachas de buena o mala suerte. Dejaré mi último suspiro sostenido en el viento.
Y cerraré los ojos para abrirlos a una vida nueva. Será mi gran victoria,
quizás en mi derrota. Pero veré ya el cielo y comenzaré de nuevo. Y ya no habrá
vencidos, ni derrotados. No habrá dolor ni pena después de haber perdido. Me
gusta más incluso esa vida ganada o recibida al fin, como don con mi muerte. No
se gana el cielo en el que habitaré. Es un don, es misericordia. No se pierde
la vida que se entrega, aunque se diluya en sangre derramada. No se gana la
vida que se esconde por miedo a la derrota en el amor, que es la más dolorosa.
No se gana peso sin comer y no se pierden kilos sin perder el tiempo y la vida
en ello. No gano siempre que creo haber vencido. A veces he perdido cosas más
importantes que las que perseguía. Deseando el mejor puesto perdí a los míos o
la oportunidad de amarlos con tiempo, con alegría y salud. Me desgasté por
entero pensando que ganaba y perdí la salud y dejé de cuidar lo que de verdad
importa. No siempre ganar es ganar. Y no siempre una derrota es sólo pérdida.
Perder un puesto de trabajo o la fama no siempre es pérdida total. Se abrirán
nuevos caminos y descubriré de nuevo la esperanza, desde la altura de mi caída.
Porque no toda caída es el final de mi vida. Es sólo un parón, o un nuevo
comienzo. Ya no me afano siempre por ganar donde todos buscan la victoria. Ni
me tomo mal mis derrotas, son parte de la vida. No me ofusco con objetivos que
me alejan de lo realmente importante, el amor que es el que construye la vida.
No siempre matando gano. A veces es sólo al morir cuando venzo y entiendo la
vida. Me gusta pensar que Dios da siempre nuevas oportunidades. Y que donde un
día hubo lágrimas más tarde puede que haya sonrisas. No le tengo miedo a
comenzar de nuevo, porque así aprendo nuevas formas de hacer las cosas y
aprendo con humildad del que construye mejor que yo la casa de su vida. No temo
el final de nada, porque creo en los nuevos comienzos. Y cada dificultad es una
oportunidad que la vida me da, un don que Dios me entrega.
Enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.