3 de junio de 2020
Hermano:
Jesús me envía hoy desde el monte como a sus
discípulos: «En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte
que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos
dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: - Se me ha dado todo poder en el
cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que Yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos». Les pide que no teman.
Él va a estar todos los días de su vida protegiendo su camino. Me conmueve esta
promesa. A veces me parece que Dios no está en mi camino. Cuando las cosas no
resultan como yo deseo, cuando mis planes no se realizan. Y alzo mi voz al
cielo gritando para que me oiga. Quiero saber por qué las cosas no suceden
cuando yo quiero. Hoy me lo recuerda: «No os toca a vosotros conocer los
tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad». Los
tiempos de Dios no son los míos. Ni sus caminos los que yo añoro y deseo. Tiene
otros planes. Pienso en esta pandemia. Me ha sucedido en el mejor momento de mi
vida. ¿Es cierta esta frase? Oigo muchas quejas. Había tantos planes sobre el
tapete. Tantas posibilidades con las que había soñado. ¿Es este el mejor
momento para que suceda todo esto que altera mis planes? Sin duda. Siempre que
sucede algo en mi vida quiero pensar que es el mejor momento. Pero no lo hago
con una mirada ingenua y torpe. No es así. Hoy de verdad es el mejor momento
para que Jesús se vaya el cielo. Es el mejor momento de mi vida cuando he
perdido a un ser querido. Cuando he perdido mi empresa. Cuando no puedo estar
con la persona a la que amo. Cuando no puedo seguir compartiendo la vida con
quien amaba porque me ha dejado. Sí, hoy es el mejor día. O como dice otra
frase: «Esto es justo lo que yo quería». Sus planes no son mis planes. Por eso
es lo mejor. Es lo que Él quiere, porque Él no se desentiende de mí, no me
abandona a la suerte, no se olvida de mi vida. Me va a acompañar todos los días
de mi vida. Va a estar presente en mí allí donde me encuentre. Y en ese lugar
en el que tenga que vivir estos días sin duda será el mejor lugar. Mi tierra,
con los próximos con los que comparto la vida. Con las renuncias que forman
parte de cualquier camino, de cualquier amor. Esa mirada es la que me da
esperanza y alegría. Esto es justo lo que yo quería, aunque elegiría mil veces
el camino de la salud, de la vida, del amor fiel. O el camino contrario a aquel
por el que camino. Pero mi suerte está en Dios que siempre es fiel y no me
deja. Lo que Él permite en mí es lo mejor, aunque no entienda. Decía el P.
Kentenich: «Dios tiene un plan de amor con cada persona. No llegaremos a tener
una plenitud de vida que incluye la paz y la alegría del corazón, sino nos
preguntamos cuál es este plan y cómo podemos vivirlo y poner todo de nuestra
parte para que esto se realice» . Su camino es mi camino, mi mejor camino. Va a
ser el que me haga más suyo, más santo, más dócil, más generoso. Es su camino
el que elijo, el que me lleva con prontitud a su presencia. Mi corazón se
alegra. Justo lo que yo quería. Esa mirada lo cambia todo. Dejo de vivir
amargado y lleno de quejas y lo miro todo con una sonrisa de paz y esperanza.
Esta pandemia es justo lo que yo quería. ¡Qué contradicción! Cuando ha
provocado tantas muertes y dolores, cuando ha llevado a la ruina a tantas
personas. ¿Cómo puede haber un bien escondido en medio de tantas ruinas? Dios
es el único que puede sacar un bien de un mal, una perla preciosa de un poco de
tierra. Puede hacerlo todo porque me ama con locura y convierte mis terrenos
pedregosos en anchos caminos llenos de flores y árboles. No tengo miedo porque
confío. Le he perdido el miedo a la vida. Dejo de temer que esta pandemia me
quite la paz. Mi vida es para la eternidad. Estoy llamado a confiar en medio de
mis tormentas exteriores e interiores. Confío en que ese Dios al que amo nunca
me va a dejar sin esperanza, no me va a abandonar, no se va a alejar por otro
camino. Va a caminar a mi paso y va a realizar la promesa de plenitud que un
día tejió en mi pecho. No le tengo miedo a la vida.
Enviado
por:
Jesús Manuel
Cedeira Costales.
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