viernes, 15 de octubre de 2021

Enero 2022: PEREGRINACIÓN A TIERRA SANTA CON LOS ESTUDIANTES

 



Para más información e inscripción:

Alejandro Rodríguez - Teléfono: 609554848



Del 19 al 26 de enero del 2022 tienes la oportunidad de peregrinar a Tierra Santa con la Hermandad y Cofradía de Los Estudiantes, en compañía del Sacerdote y Doctor en Teología Bíblica, D. Constantino Bada. 



Entre los lugares a visitar no podemos dejar de citar Jerusalén, una de las ciudades más antiguas del mundo, que fue la antigua capital del Reino de Israel y del Reino de Judá, y siglos más tarde del reino franco de Jerusalén. De gran belleza y repleta de lugares históricos, en el año 1981 la Ciudad Vieja de Jerusalén fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. 

Además, en esta peregrinación se podrán visitar otros lugares como Belén, el huerto de Getsemaní, el Santo Sepulcro o el lago Tiberiades, importantísimos para un católico, por su íntima relación con la vida del Redentor del Mundo, Jesucristo, ya que Tierra Santa tuvo el privilegio de ver nacer, vivir, morir y resucitar a Dios en la Tierra.


martes, 12 de octubre de 2021

Hoy, 12 de octubre, celebramos la memoria del Beato Carlo Acutis, por primera vez

 


Hoy, 12 de octubre, celebramos la memoria del Beato Carlo Acutis, por primera vez, a un año y dos días de su beatificación. En aquella oportunidad, pudimos escuchar estas inspiradoras palabras sobre el joven beato:


“Su vida es un modelo particularmente para los jóvenes, para no encontrar justificaciones no solo en los éxitos efímeros, sino en los valores perennes que Jesús sugiere en el Evangelio, es decir, para poner a Dios en primer lugar en las grandes y pequeñas circunstancias de la vida, y para servir a los hermanos, especialmente a los últimos”, aseveró el Cardenal Agostino Vallini (Homilía de la Misa de beatificación de Carlo Acutis - 10 de octubre de 2020).

Estas palabras sintetizan algo esencial de la vida cristiana, algo que Carlo supo vivir muy bien: el centro de nuestras vidas debe ser Dios. Cuando hacemos de Cristo “la piedra angular” de nuestras existencias, la santidad se hace posible.

Carlo Acutis nació el 3 de mayo de 1991 en Londres (Inglaterra), ciudad donde en aquel momento trabajaban sus padres, Andrea Acutis y Antonia Salzano, ambos italianos. Meses después de su nacimiento, los padres de Carlo decidieron regresar a Italia y se mudaron con él a Milán. Desde muy pequeño, Carlo evidenció un cariño especial por Dios y una sensibilidad muy peculiar para aprender y conocer las cosas relativas a la fe, a pesar de que sus padres no eran particularmente devotos en ese entonces. Aquel amor por el Señor no pararía de crecer y se fortalecería aún más en su adolescencia, cuando a Carlo le diagnosticaron leucemia mieloide aguda. En ese momento, lejos de desesperar, Carlo manifestó su voluntad de ofrecer sus sufrimientos “por el Señor, el Papa y la Iglesia”. Ese deseo, que revelaba una profunda madurez espiritual a sus cortos 15 años, era expresión de un corazón que fue tomando precozmente la forma del Corazón de Cristo.

Son abundantes los testimonios sobre la alegría de Carlo, su fortaleza, su preocupación por el bien de los que le rodeaban, su sensibilidad y empatía para con sus compañeros de colegio -especialmente si eran maltratados-, o con los pobres, a quienes asistió en numerosas ocasiones junto a sus amigos. A muchos les llamaba la atención la naturalidad con la que Carlo se acercaba a los enfermos, a los pobres o a quien estuviese sufriendo, como asegurándose siempre de que Dios estuviera en sus vidas, y sea su amor el que los alivie material y espiritualmente.

A Carlo Acutis lo han llamado “ciberapóstol de la Eucaristía”, “apóstol de los millennials” y, más recientemente, “apóstol de la Internet”; y es que hay razones suficientes para ello: Carlo fue un promotor y divulgador de los milagros eucarísticos en el ciberespacio. Una de las cosas más interesantes que hizo fue diseñar un sitio web con ese fin. Allí escribió: “Mientras más frecuente sea nuestra recepción de la Eucaristía, más seremos como Jesús. Y en esta tierra podremos pregustar el Cielo”. Es claro que sus palabras revelan la sana comprensión que tenía de las nuevas tecnologías y su utilidad en la evangelización. Se dice también que gustaba de los videojuegos y que incluso tuvo una consola PlayStation 2, la que por decisión propia solo usaba los domingos durante una hora.

Sabemos que todo santo es hijo de su tiempo, aunque simultáneamente capaz de cuestionar las condiciones propias del momento en el que vive. En ese sentido, cualquier cosa que pueda decirse de Carlo Acutis solo puede entenderse bajo ese principio. Vivió como un chico común de finales del siglo XX -paseaba, jugaba, estudiaba, ayudaba en casa, se divertía con amigos y familiares- pero no se limitó a eso; Carlo escogió la ruta hacia lo eterno, la parte mejor, sin dejarse llevar por la corriente en contra.

Carlo tuvo un trato frecuente con la Eucaristía -en la oración frente al Santísimo Sacramento y en la comunión frecuente- y una hermosa relación con la Virgen María. Carlo iba a misa varias veces por semana y amaba rezar el Rosario todos los días. Fue un joven forjado en la oración que no se perdió en el “bullicio” del mundo de hoy. Constantemente decía: “La Eucaristía es mi autopista al Cielo”.

Carlo murió el 12 de octubre de 2006, día de la Virgen del Pilar. Fue sepultado en Asís, por pedido suyo, debido al gran amor que le tenía a San Francisco. Su causa de beatificación se abrió en 2013. Fue declarado “Venerable” en 2018 y desde el pasado 10 de octubre de 2020, se cuenta entre los beatos. El milagro que hizo posible su beatificación sucedió en Brasil. Gracias a su intercesión, un niño resultó curado de una grave enfermedad.

El niño del milagro reconocido se llama Matheus. Él padecía una malformación congénita conocida como páncreas anular, condición que impide la correcta ingesta y digestión de los alimentos, entorpece la nutrición y atrofia el crecimiento de una persona, causándole además numerosos malestares. La madre de Matheus tuvo noticia de Carlo Acutis a través de un sacerdote amigo y se dedicó a pedir su intercesión por la curación de su hijo. El milagro tuvo lugar después de que Matheus venerara una de las reliquias del nuevo Beato.


Enviado por:


Jesús Manuel Cedeira Costales.

sábado, 9 de octubre de 2021

CARTAS DE ESPERANZA OCTUBRE E DE 2021


 

 

OCTUBRE  de 2021

 

 

 

Hermano:

 

«Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. Quien no reciba el reino de Dios

«Resuena en mi alma como un grito ahogado la voz de ese Dios que me llama, me ama. Un sí labrado por mis manos que sostienen la vida. Veo la estrella en la noche, el cielo despejado»

El Principado pone fin a la mayor parte de las restricciones

Se eliminan los límites de aforo y vuelve el baile a los locales de ocio nocturno

Peregrinar tiene un sentido. Un punto de partida y una meta. Y luego un camino por el que discurren mis pies, mi vida. Son pasos marcados en la tierra, horadados en el cielo. Es mi vida como un viento que sopla en la misma dirección, o en la contraria, siguiendo a Dios por la tierra. Siempre con un sentido que marca los pasos y me lleva a lo más hondo de mi alma. Dejando detrás huellas que no tienen por qué ser seguidas por nadie. Importa el camino, vale la meta por la que lo dejo todo para seguir sus pasos, los de Cristo. Y el comienzo siempre es un éxodo, un salir de mí mismo. Un atravesar la puerta de mi casa y ponerme en marcha. Dejar atrás lo que me ata, mi seguridad, mi comodidad. Y dejarme llevar por el sueño que mueve mis pasos. ¿Qué sentido tiene salir y dejarlo todo? ¿Quién me espera al final del camino? Convertirme en peregrino es tarea de toda una vida. Camino ligero de equipaje. Tengo clara la meta que han de seguir mis pasos. Quiero dejar atrás el miedo escondido en algún hueco del alma. Y desvestirme de la pereza y la desidia para poder caminar. Me quito ese ropaje lleno de capas que me pesa muy dentro y no me deja ser yo mismo. Ser peregrino es una misión, una tarea, es toda una vida de camino. Supone salir y dejar atrás. Llevar consigo lo que el corazón ama. Y tener claro que el equipaje ha de ser ligero, no tengo más remedio que llevar mi vida a cuestas, mi historia y mis heridas. Lo que soy y lo que sueño. Mis planes y mis deseos. Dejar atrás la estabilidad del hogar y esa seguridad que ansío. Y salir de mí, venciendo mis miedos y reticencias. Porque el temor a perder y fracasar me paraliza a menudo. Dejo atrás la desconfianza y la angustia al sentir que nada está en mis manos y ya nada controlo. Salir es siempre el comienzo, es quizás lo más difícil, el primer paso. Porque supone abandonar seguridades y rincones cálidos en los que me permito habitar seguro. Allí donde puedo ser yo mismo, oculto entre mis muros. Donde nadie puede entrar si no le dejo. Peregrinar me expone a la vida, al aire y a todos los que forman parte del camino, me hago dueño de ese lugar público. Allí donde los riesgos se multiplican y sufro. Sólo es posible dar el salto cuando hay algo que no tengo y ansío. Algo que no me pertenece porque no es mío. Un deseo que puedo colmar sólo fuera de mí mismo. Un lugar, un encuentro, una presencia que no poseo y ansío. Entonces la meta tiene un nombre completo que evoca un cielo sin nombre en el que me proyecto, aunque no pueda nombrarlo. Y sé que llegando a ese lugar tendrán sentido todos mis pasos, o casi todos. El peregrino se hace peregrino por necesidad, por obedecer el grito del alma. Y sé que nunca llegará a su destino final, hasta que un día sea enterrado camino al cielo. Y ya habrá cesado así su caminar sin freno, sumido en un abrazo profundo con Dios, para siempre. Habrá llegado a su hogar definitivo y ya no tendrá más miedo, ni lo habitarán más angustias. Y ya no necesitará seguir peregrinando. Los deseos de su alma estarán ya quietos, colmados. Me siento peregrino cada vez que rompo la puerta y dejo atrás lo que me ata. Los muros que me esconden, las seguridades que me calman. Llevo sobre mí ligero mi equipaje y en mi bolsillo ocultos los miedos de la vida, para que no me turben. Y me habita un deseo inmenso de llegar a ese hogar, a mi santuario, en el que alguien me espera. Es María la que habita esa tierra santa hacia la que peregrino. Es Ella la que despierta mis sueños, la que me promete esa paz que me falta y ese amor que necesito. Mi Madre, al verme llegar, con dulzura me quita capa a capa todas mis pieles hasta dejarme desnudo y seguro en sus brazos de madre. No tengo allí que esconderme, me conoce y me ama. Por Ella, que me espera siempre sonriendo, soy capaz de subir montes imposibles y recorrer caminos que no acaban. Vencer tormentas y superar calores inhumanos. Y al llegar allí descanso, habito y duermo. En sus manos cálidas me dejo formar, cambiar y vuelvo a nacer como un niño. Merece la pena el esfuerzo del camino recorrido. Vale la pena sufrir y sentir a veces que me falta el aire y las fuerzas para cruzar la puerta de su casa. Quisiera llegar más rápido a ese hogar que amo sin aún poseerlo.

Ella, mi Madre peregrina, me enseñó a amar mi camino, a valorar el momento que pisan mis pies. Me enseñó a echar raíces en la tierra que recorro y habito al mismo tiempo. Cada paso que doy tiene un sentido y merece la pena. Cada etapa está llena de recuerdos y de vida. Siempre rumbo a la meta, ese final del camino. Pero a la vez siento que esa meta también es pasajera. El cielo sigue siendo la meta final de todas mis metas, el descanso final de todos mis caminos. Mientras tanto vivo aprendiendo a amar el camino en el que echo raíces mientras doy mis pasos. Amo su inseguridad vital, su incertidumbre, su inconsistencia, su temporalidad. Amo sus nubes y sus noches, sus lágrimas y sus risas. Amo el calor y el frío, el sol y la luna. No me importa el esfuerzo que adquiere un sentido al sentir las estrellas marcando caminos imposibles, indescifrables. Amo esta vida que responde a todo lo que yo espero. Me alegra el alma ser peregrino, siempre buscando, siempre con preguntas abiertas. Tengo claro que mis preguntas son las que me definen, no tanto las respuestas heredadas, o las aprendidas por la voz de otros. Me emociona ponerme en camino cada mañana, abriendo la puerta del alma y llegando como peregrino al santuario. Me pesa la espalda y el corazón se enciende. Como si los pasos por dar fueran mi alimento necesario para vivir de verdad y apagar los temores. No tengo miedo de la soledad, ni de los silencios que ahogan mis palabras. No me incomodan las canciones que repito muy quedo, dentro de mi alma, al contrario, me alegran. Dibujo ante mí esa meta posible y diaria, mi santuario, el rostro de mi Madre que me espera cada día allí con la puerta abierta. Ella está aguardando mi llegada al final del camino. Y al mismo tiempo está aquí, en medio de mis pasos sosteniendo mi ánimo y dándome esperanza. Es la paradoja que encierra esta vida: Dios es el final y el comienzo de todo lo que hago y vivo. Es el camino y el cielo que lo cubre. El sol y las nubes que no me dejan ver la claridad de la meta. Dios es el fuego que me da calor y la brisa suave que refresca el bochorno del camino. Dios es ese lugar de descanso en el que recuperar las fuerzas y la fatiga que amenaza con quitarme el aire que necesito, es tan fuerte el cansancio. Soy peregrino, me gusta el sabor del camino, el olor de los pasos, la textura de la arena donde dejo mis huellas. No es una misión peregrinar, es el sentido de todo lo que hago, es más bien una forma de vida. Cada día despierto y vuelvo a dejarlo todo atrás poniéndome en camino. No llego a la meta y en parte ya llego cuando doy un paso. Cada vez que entro en el santuario vuelve a comenzar mi búsqueda. Allí descanso, encuentro mi hogar, mi seguridad, mi tierra. María me cambia por dentro, no sé cómo lo hace. Y entonces me envía de nuevo a la vida, al camino, ya no soy el mismo, soy más de Dios, más niño, más dócil y así salgo de nuevo a la vida. Siento que alcanzo el final cada vez y al mismo tiempo estoy muy lejos. Hago realidad mis sueños y todavía acaricio los sueños que se siguen dibujando dentro de mi alma, nacen de nuevo. Espero el encuentro final cuando al final llegue, mientras sigo caminando. No tengo prisa por llegar, la vida es larga. El camino continúa, no sé por cuánto tiempo, toda una vida. Por muchas veces que llegue al santuario sigue siendo eterna la llegada y también la partida. No me importa, soy peregrino de tierras lejanas. Y llevo en el alma el cielo espejado. Como una pintura que me recuerda para qué he nacido y para qué vivo. Todo merece la pena. Cada parada en el camino vale oro. Y cada persona peregrina que encuentro entre mis pasos. No hay prisa para el peregrino que llega una y otra vez a la meta para volver de nuevo al camino. El tiempo es un don y la vida un camino que merece la pena recorrer con paso tranquilo y seguro. Ser peregrino les da paz a mis pasos y despierta mis sonrisas. Y entiendo que todo tiene un sentido, aún sin entenderlo. Peregrino de nuevo al santuario, no para encontrar respuestas, sino para avivar las preguntas y que me den vida. Se enciende el fuego en mi alma en un abrazo a María. Ella me ama y me lo dice y yo lo necesito, para seguir creyendo. Quiero aprender a formular la pregunta correcta delante de Dios, ahí está el sentido del camino. ¿Y la meta que María desvela ante mis ojos? Se trata de caminar siempre más alto, más arriba, más lejos, llegar a las estrellas. Y anunciar la paz y la alegría, la esperanza de los creen en el cielo y sus estrellas. No dejo de confiar en que salir siempre de nuevo le da sentido a todo lo que vivo. Salir y llegar al santuario. Salir y encontrarme con los hombres en el camino. En cada etapa del camino echo mis raíces. Es mi tierra, mi terruño. Ser peregrino es vivir con preguntas abiertas lanzadas al viento. Miro ese mar ante mis ojos que dibuja senderos ocultos que llevan al cielo. Aprendo a vivir en presente y esa actitud sagrada es la que salva mi camino y el de muchos. Vuelvo a salir de mi casa, comienzo mi camino, llego al santuario, sigue mi camino. Ser peregrino es lo que me salva. Siempre más alto, más arriba, más cerca de Dios, donde María me abraza. En eso confío. Ir y volver. Salir y llegar. Y encontrarme con los hombres, una familia. El santuario es mi meta y parte de mi camino. Me hago más del cielo habitando la tierra y echando raíces toco las estrellas.

Son más valiosos el oro y la plata. La madera vale menos, o eso parece a primera vista. La madera se quema, se pudre, se estropea con más facilidad, se quiebra. No parece tan noble, tan eterna como el oro o la plata. Pienso que para Dios tiene que ser siempre lo mejor, lo más valioso, lo que es único e irrepetible, lo más puro. Y si decido verter en un cáliz la Sangre de Cristo, quiero que sea de oro, o de plata. O si coloco con ternura su cuerpo en mi patena, no quiero que sea de madera. ¿Por qué me dejo llevar por las apariencias? ¿Por qué me preocupa tanto lo que otros digan o piensen de mí? ¿Qué me importan lo que opinan sobre lo que pienso, lo que digo, lo que hago? Decido entonces no elegir ni el oro ni la plata, y opto feliz por la madera. ¿Lo verán mal los ojos que lo miran? Me quedo pensando en mi cáliz de madera, con su vaso de cristal trasparente en sus entrañas. Pienso en su historia pasada, su origen en esa madera de olivo de Jerusalén. Su pureza, la transparencia del vidrio sobre el que reposa la sangre de Jesús. Y contemplo mi patena hecha también con madera de olivo. Esos olivos que un día vieron a Jesús llorar sangre y agua. En medio de su dolor, en un huerto de olivos. En una noche de traición y entrega. ¿Acaso es indigna la madera para contener todo el llanto de Jesús? No lo creo. Me apasionan su textura, su forma, su suavidad. Me gusta su firmeza y esa mano que un día dio forma a la madera, la trabajó pensando que podría llegar a ser la cuna del Niño Dios y contener su sangre, esa presencia que me da la vida. Creo que me parezco yo más a la madera que al oro y a la plata. Como escribe el P. Juan Pablo Rovegno: «La Madera despojada de todo artificio, de la pátina y del estuco, de la falsa uniformidad perfecta y de la superficialidad del brillo». Así es mi sacerdocio, mi propia vida, hecha de madera, o de barro. De pecado y pobreza. De verdad y alegría. Algunos de lejos se confunden, ven brillar el oro, o la plata. No ven que es madera, sólo barro. Miro con verdad y feliz mi cáliz de madera y vierto la esperanza en ese recipiente que pretende retener a Dios, guardarlo entre los hombres como un gran tesoro en vasija de barro. Añade el P. juan Pablo Rovegno: «Nuestro sacerdocio... un altar hecho con los codos del camino y las cortezas del curandero, con la recolección de los hermanos y la generosidad de los remiendos. Más simple y verdadero. Más ara del sacrifico y del ofrecimiento, que mármol frío o duro cemento. Más mesa compartida y diversa, que asimetría y distanciamiento. Más corazón y realidad, que voluntad y cerebro». Elijo esa madera tirada en el camino para forjar mi sacerdocio. Elijo ese tronco cortado y viejo, despreciado por los hombres. Miro esa rama de la que es imposible pensar pueda convertirse en cáliz o patena. Así es mi vida. Nadie podía pensarlo, salvo Dios que un día se fijó en mi paso torpe. Y pensó que yo podría albergar su sueño imposible en mis entrañas estrechas y cerradas. Y podría dibujar con mis manos temblorosas su rostro sobre la arena de mi playa. Pasan los años y ahí está mi vida sirviendo de cauce, de pozo, de espejo. Reflejo de una luz que no es mía. Portador de un agua que no me pertenece. Salvador de los hombres cuando yo mismo no soy capaz de salvarme siquiera a mí mismo. Sí, elijo la madera antes que el oro porque me recuerda mi vida hecha de misterio y soledad, de caídas y sueños, de esperanza y manos que sostienen mi débil deambular. Mi madera forjada con el paso cálido de los años, repitiendo mi sí de la noche al alba. Y sueño, con mucha fuerza, desde lo hondo, con el cielo en la tierra. Sueño con esa capacidad perdida de retener el cielo en mis manos de barro. Y contener las estrellas en el vidrio de mi miseria. Siento ese canto que brota de mi garganta rota y se hace melodía suave silenciada en las noches sin estrellas. Digo que sí al sacerdocio y sé que hoy sigue siendo un afán desmedido, una pretensión vana, una osadía en medio de un mundo que no ve esa opción como real. Este mundo en el que la tierra y el barro son demasiado visibles. Y escucho un latido tan fuerte que apaga cualquier otro grito que brote del silencio. Elijo ser sacerdote y parece una temeridad imprudente, un salto en el vacío que no merece la pena intentar de nuevo. ¿Quién puede salvarme si no hay una red que me sostenga en medio de la caída? La madera, vuelvo a elegir la madera para mi cáliz, para mi patena, y sostengo la mano que la pule, la trabaja y le da forma. Siento el dolor al ser tallado en mis entrañas. Eliminando lo que sobra, lo que no es necesario para que quepa el mar de la sangre de Cristo en mi estrecha hendidura de carne, de vida. Vuelvo a elegir la vida, el amor, la fraternidad, la familia eligiendo seguir los pasos del Maestro, de mi amigo. Elijo el sacerdocio de madera hundiéndome en las aguas violentas que amenazan con hundirme para siempre. Flota la barca de mi vida entre muchas olas. Y mis pies caminan unos pasos y se hunden. Deseo una mano firme que me saque del agua y me salve. Acaricio mi cáliz de madera. Mi patena de madera acrisolada con el paso del tiempo, de la vida. Brotan los sueños que vierto en la tierra fecunda, para que den fruto sin saber muy bien cómo será el futuro, no tengo miedo. Para siempre resuena en mi alma como un grito ahogado la voz de ese Dios que me llama, me ama. Sí, un sí para siempre labrado por mis manos que sostienen la vida. Veo la estrella más luminosa en medio de la noche, el cielo despejado. Hay esperanza en mi vida, en el sí que pronuncio de nuevo. Hay vida en esa madera pobre, más allá del oro y de la plata. En mi imperfección, más allá de la perfección que un día soñaban otros para mí, o yo mismo deseaba inútilmente. Estoy hecho de barro, soy cáliz de madera, soy náufrago en el mar de mi esperanza, hundiendo por miedo mis pies en el agua revuelta. Anhelo muy dentro tocar un día el cielo. Eso es lo que sueño, débilmente mientras una mano firme de mi amigo, Jesucristo, sostiene mis pasos que se tambalean y caen por inercia, torpemente. Y luego se levantan dando gracias, alabando, mi vida es un misterio. Se lo digo a Jesús que me conoce.

El amor humano es tan frágil. Puede romperse cuando falta el cuidado y se enfría el alma. Cuenta una leyenda de los indios sioux que unos novios querían que su amor fuera eterno y le pidieron consejo al brujo sabio del poblado para permanecer siempre unidos. Buscaban un arma para que su amor fuera siempre igual de hondo, apasionado y verdadero. Y él les pidió que cada uno por su lado buscara un ave. Él un águila. Ella un halcón. Volvieron a su presencia con sus presas. Él les dijo: «Atad sus patas con un cordel suave pero firme. Con mucho amor, con mucha ternura, pero un lazo firme». Así lo hicieron y lanzaron las aves al cielo esperando que volaran en armonía. Pero el halcón y el águila, acostumbrados a volar en soledad, no podían alzar el vuelo. Con furia se revolvían la una contra la otra tratando de separarse. No lograban alzar el vuelo tirando en direcciones opuestas. Entonces el sabio les dijo: «Vayan juntos pero no atados como el halcón y el águila». Unidos siempre, juntos siempre, pero no atados, aunque el cordel que una esté lleno de amor. La libertad es esencial para volar unidos. Te elijo a ti de nuevo cada mañana renovando el sí del primer día. Sin miedo a la aventura eterna que ansío. Ese vuelo a las cumbres que sueño. Pero consciente de las limitaciones de mi alma, de mi amor, de mi entrega. Y mi corazón sueña con el sí para siempre. Porque no está hecho mi corazón para una soledad sin amor. Hoy escucho: «El Señor Dios se dijo: - No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle a alguien como él, que le ayude». Y Dios le dio a la mujer para que no estuviera solo: «Adán dijo: - ¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será mujer, porque ha salido del varón. Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne». Se hacen los dos una sola carne por amor, en libertad, unidos por el lazo del amor que quiere ser eterno. Cristo lo corrobora: «Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». Es un milagro que dos carnes diferentes, autónomas, separadas, con caminos de vida ya recorridos se conviertan en una sola carne, y recorran un único camino. Tiene que ser un milagro de otra forma es difícil de entender. Siempre me conmueve acompañar matrimonios que llegan a los 30, 40, 50, 60 años. Me parece un milagro que dos vidas tan separadas en su origen lleguen por amor a caminar juntos para la eternidad. Y me duele en ellos la separación temporal que provoca la muerte. Porque el corazón humano está hecho para el cielo y la separación cuando hay amor es lo más ajeno a la vida que puedo imaginarme. Por eso me duele que aquellos que un día se dijeron que sí para siempre llegue un día en que separen sus caminos y no sepan vivir un día más en armonía. ¿Se equivocaron en la primera decisión tomada? ¿Eligieron mal a la persona con la que compartir la vida? ¿Uno de los dos, o los dos cambiaron tanto que lo que en principio parecía evidente dejó de serlo con el paso de los años? ¿Dejaron enfriar el amor y alguien se interpuso en el amor que se profesaban? Es difícil comprender por qué lo que tenía en su inicio una semilla de eternidad puede concluir con el paso de los años. Hoy muchas personas no creen ya en ese amor para siempre. dudan de la fidelidad hasta el último día. ¿Quién es capaz de amar así, sin límites? Tal vez el corazón se ha vuelto egoísta y no quiere vivir renunciando toda la vida. Tal vez el amor inicial no era tan puro ni tan maduro. Ya no lo sé. Pero me impresionan esos matrimonios que mueren al poco tiempo de nacer, pasados solos algunos años, insuficientes para provocar el desgaste o la hartura. Me impresiona que después de un noviazgo largo luego sólo puedan vivir unos años juntos de matrimonio. ¿Qué ha fallado? ¿Quizás no se educa hoy en el amor maduro a los hijos? ¿O la sociedad me incita a creer que ese amor generoso y entregado es sólo una pérdida de libertad y autonomía? Ya no sé si es posible educar en un amor santo en el que no haya sometimiento ni anulación por parte de uno de los dos. Un amor generoso por ambas partes. Un amor que viven los dos entregándolo todo, buscando dar el cien por cien sin esperar recibir lo mismo a cambio. Un amor fiel en los detalles, delicado y respetuoso. Un amor en el que haya siempre admiración y capacidad de perdonar los errores y debilidades de mi amado. Un amor en el que no tenga que renunciar a mí mismo y acepte a mi cónyuge sin exigirle que sea distinto a como es para poder amarlo. Amar así es seguro fruto del Espíritu de Dios en mi corazón, si no, no me lo explico. 

La vida matrimonial es el reflejo del amor de Dios. El amor que Dios me tiene y que se hace carne. Las dinámicas del amor que he vivido en mi familia son las que luego reflejo en mi vida personal. Por eso son tan importantes esos años de niñez y adolescencia donde aprendo a amar. Hay muchas personas inmaduras en su forma de amar. Viven mendigando amor y confrontándose con los demás, en una lucha permanente. No ser capaz de amar de forma madura lleva al fracaso en mis relaciones personales. Cuando compito por ser más. Cuando busco que me reconozcan siempre. cuando pretendo imponer mi voluntad en todo lo que hago. Cuando exijo comportamientos y actitudes que el otro no puede realizar. Hoy Jesús me pide que ame para siempre, que no me canse de amar, que no me ponga límites: «Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio». ¿Es posible amar para siempre y en todo lugar a una misma persona? ¡Hay tantos matrimonios que fracasan! Hay muchos amores que comenzaron bien y con el paso del tiempo languidecieron y murieron. ¿De quién es la culpa? Mejor no buscar culpables. Simplemente no fue todo como uno esperaba. El fracaso del amor es una experiencia dolorosa que marca para siempre. Todo amor lleva en su interior el deseo de la plenitud y la eternidad. Uno sueña con un amor perfecto. Y piensa que va a ser capaz de vivirlo. Luego la vida es dura. Las personas cambian. Las circunstancias son adversas y las cruces jalonan el camino. Comenta el Papa Francisco en la Exhortación Amoris Laetitia: «Las familias alcanzan poco a poco, con la gracia del Espíritu Santo, su santidad a través de la vida matrimonial, participando también en el misterio de la cruz de Cristo, que transforma las dificultades y sufrimientos en una ofrenda de amor». La cruz de Cristo transforma mi amor y lo hace santo. Lo eleva por encima del barro y me permite tocar el cielo. Creo que el amor matrimonial no se mantiene sin el perdón. ¿Es posible perdonar siempre? ¿Cómo puedo pedir perdón una y otra vez sin que parezca que no le doy valor a ese gesto? Quiero pedir perdón y perdonar. Es el único camino, la reconciliación. Comenta el Papa Francisco: «La experiencia muestra que, con una ayuda adecuada y con la acción de reconciliación de la gracia, un gran porcentaje de crisis matrimoniales se superan de manera satisfactoria». Tendré que pedir ayuda si no sé perdonar, si no sé pasar por alto las debilidades de mi cónyuge, si no sé amar hasta el extremo sin importarme las renuncias. Sin perdón el amor no dura siempre y el rencor debilita el amor. Me pone en guardia. Me aleja de la persona amada. Me hace desconfiar y dejo de creer en que las cosas pueden cambiar. Perdonarme a mí mismo y perdonar las ofensas y creer en la bondad del otro, en sus buenas intenciones. El amor es frágil. Es como esa flor que se abre en un ambiente sano y bueno y cuando se introduce la desconfianza se cierra por temor. La desconfianza echa a perder el amor. Quiero creer en el amor para siempre. Pero también entiendo que haya matrimonios que fracasan y no siguen adelante. ¿Qué pasa entonces con mi vida cuando creía que esa aventura iba a durar eternamente? Volver a comenzar, rehacer la propia vida, es una tarea inmensa. El corazón se siente frágil para caminar en soledad cuando ese no era el sueño primero. Muchas veces el final del sueño no lo busqué yo, me vino impuesto. ¿Cómo puedo llegar a perdonar el fracaso, la culpa propia o del otro? ¿Es posible una felicidad diferente a la soñada en un principio? Siempre se puede volver a comenzar. Y Dios no se baja de mi barca por muy doloroso que todo sea. Cuesta asumir el fracaso y entender que las razones son dolorosas. Volver a creer en el amor después de haber vivido la desilusión es un camino para el resto de mi vida. Pero es posible mirar a Dios y pensar que Él sí cree en mí. Aún cuando sienta que he tenido mucho que ver en el fracaso vivido. En la experiencia dolorosa de la separación. Acepto las cosas como son, no trato de fingir que no tengo ninguna responsabilidad. Asumo mi inmadurez y descubro lo que he aprendido. Puedo volver a amar. No me juzgan los hombres, sólo Dios. La vida es larga y las experiencias dolorosas se guardan para siempre. Porque Dios quiso que mi amor fuera eterno. Y yo con mi debilidad trunqué su sueño, mi propio sueño. Por eso al comenzar pedí tanto su protección: «Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa. Esta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga. Que veas a los hijos de tus hijos». Es la bendición que siempre pido. Muchas veces el pecado y la debilidad marcan mi vida. Y no es posible todo lo soñado. Pero Dios no deja de bendecir mis pasos y confiar en mí.

Hoy Jesús bendice a los niños y me bendice a mí en ellos. «Acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos los regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: - Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos». Quisiera ser como esos niños que se acercan a Jesús sin miedo. El niño sano confía en sus padres, no vive con miedo. Todo es seguro en su vida porque su familia es un fuerte, un lugar sagrado donde nada tiene que temer. El niño vive el presente y lo valora como un don. Es capaz de sorprenderse siempre, nunca se desilusiona porque la vida guarda siempre sorpresas. El niño mira con inocencia a los demás, no los juzga, no sospecha, no se asusta ante ellos. Sonríe con facilidad y sólo se enfada cuando las cosas no salen según sus planes. Pero pronto recupera la calma. Los niños se acercan a aquellas personas que emanan bondad. No desconfían, no dudan. El niño tiene un alma pura, inocente que ve todo bien y se alegra con los regalos de cada día. El niño se entusiasma con las aventuras y siempre está dispuesto a emprender un gran viaje. El niño necesita el abrazo de los suyos para sentirse seguro. Un abrazo tierno y firme. Un abrazo cálido en el que descansar el rostro. Quisiera tener un corazón de niño para enfrentar la vida. El niño no es blando, pude tener una gran capacidad para sobrellevar las contrariedades. Hablo de un niño sano, de un niño amado. El niño que en sus primeros años ha percibido el amor incondicional de sus padres, de su familia, no tiene miedo. Vive en la paz de un hogar donde es aceptado y querido en su verdad. El niño sano descansa y sonríe. Vive volcado en el mundo. Escribe Albert Espinosa: «Los niños miran mucho hacia fuera y poco hacia dentro. Los adultos mucho hacia dentro y poco hacia fuera. Sólo los niños que sufren miran hacia dentro». Y hay muchos niños que sufren, que han sido heridos, que han perdido la inocencia por el camino. Niños a los que el sufrimiento ha vuelto herméticos y desconfiados. Los ha hecho huidizos y poco cariñosos. Tengo un niño dentro que ha sufrido y ha vivido. Un niño que a veces tapo para que no grite dentro de mi alma queriendo salir. Un niño al que le gustan los juegos y las personas alegres. Un niño sencillo y amante de las diversiones. Tengo dentro de mí un niño enamorado de las aventuras y de los sueños. Quiero volverme hacia dentro en un gesto nuevo. Abrazar como Jesús, muy dentro de mí mismo, a ese niño herido por la vida que vive dentro de mí. A ese niño amante del presente que se ha vuelto desconfiado. Ese niño alegre que de vez en cuando llora. Ese niño sin memoria que guarda rencor. Ese niño sencillo que se complica ante la vida y sus complejidades. Quiero abrazar al niño que llora dentro de mí, o vive con rabia los contratiempos de la vida. Quiero reírme con él y saber que la vida es más sencilla de como yo la veo, necesito recuperar mis ojos de niño. Esos ojos capaces de asombrarse con la vida y disfrutar los regalos que esta le regala cada mañana. Esos ojos de niño que siempre confían. La entrega filial de los niños, la entrega confiada que cada uno debería tener: «La apertura y entrega filiales son siempre elementos constitutivos de la perfección del hombre y de la mujer. Ni el hombre ni la mujer pueden carecer de ella. Y en este sentido hay que entender las palabras del Señor: - Si no se hacen como los niños». Abrazando a mi niño interior me sano. Me vuelvo más filial y confiado. Entiendo que Dios es mi Padre y a Él le importa todo lo que me duele. Confío en su poder y nada temo en medio de las olas. Me gusta esa mirada de niño que quiero conservar. Dios tiene el timón de mi barca y yo nada temo. La confianza me lleva al abandono. Mi vida está en las manos de Dios. ¿De qué me sirve preocuparme tanto por las cosas? Todo va a estar bien. Nada va a salir mal si confío en el poder de Dios en mi vida.

Enviado por:

 

Jesús Manuel Cedeira Costales.

 

lunes, 4 de octubre de 2021

Regresaron los Ensayos de Costaleros a las Calles de Oviedo

 




El sábado 2 de octubre de 2021 fue un día histórico, tras mucho tiempo sin poder realizarlos, regresaron los ENSAYOS DE COSTALEROS de la HERMANDAD DE LOS ESTVIDIANTES, los únicos costaleros en Asturias que siguen la tradición de la faja y el costal bajo las trabajaderas, cirineos de la Pasión que ayudan a cargar el peso de la Cruz de Cristo y mitigar el dolor de su Santísima Madre. 

La normalidad cofrade volvió a las calles de Oviedo con los tradicionales ensayos de la Cuadrilla de Costaleros de Los Estudiantes, por el casco histórico de la ciudad. Pasadas las grandes dificultades impuestas por la pandemia, el amor a Cristo y a Santa María, siguen firmes y nuestra Fe cada día es más fuerte.




¿QUIERES SER UN CIRINEO DEL SEÑOR Y DE SU BENDITA MADRE?




Toda la información en los Teléfonos/WhatsApp:


687151335 y  655 47 88 18


Conferencia: "EL SUDARIO DE OVIEDO", por Alfonso Sánchez Hermosilla, médico forense y uno de los máximos expertos

 




"El Sudario de Oviedo", por Alfonso Sánchez Hermosilla, es una conferencia de sobre el Santo Sudario de la Oviedo, tela que se encuentra desde hace más de mil años en la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo, una de las reliquias más importantes de la Cristiandad, que, gracias a los avances de la ciencia en los últimos años, ha podido ser estudiada y analizada desde numerosos puntos de vista: médico, botánico, biológico, anatómico, sanguíneo, textil... 

Para poder la conferencia "El Sudario de Oviedo" a cargo de Alfonso Sánchez Hermosilla, pulsar a continuación:

(193) El Sudario de Oviedo, por Alfonso Sánchez Hermosilla, médico forense y uno de los máximos expertos - YouTube

A todo ello El Sudario de Oviedo, por Alfonso Sánchez Hermosilla, médico forense y uno de los máximos expertosque nos acerca, tras un profundo trabajo y reflexión científica, Alfonso Sánchez Hermosilla, médico forense del Instituto de Medicina Legal de Murcia, profesor de Antropología y Genética Forense, Director del Equipo de Investigación del Centro Español de Sindonología, autor de numerosos publicaciones, con participación en numerosos congresos internacionales en todo el mundo y conferencias, y está unánimemnte considerado como uno de los máximos expertos en el Sudario.

El tela denominada Sudario de Oviedo se encuentra en la Cámara Santa de la catedral de esta ciudad desde su construcción por mandato de Alfonso II en el siglo IX, edificio que fue levantado para albergar las reliquias que mandó traer el rey Alfonso desde el cercano Montsacro, y que habían llegado a Asturias desde Toledo, adonde habían sido trasladadas “desde distintos lugares” por los cristianos, con el fin de evitar que cayeran en manos musulmanas, tras la derrota del ejército visigodo en Guadalete el año 711. La más insigne de todas estas reliquias fue y es el santo Sudario, tela que se correspondería, según la tradición, con la que fue colocado sobre el rostro de Jesucristo en el descendimiento de la cruz y hasta su entierro.

La reliquia se encuentra en la Cámara Santa desde su construcción por mandato de Alfonso II, en el siglo IX, levantada para custodiar las santas reliquias que mandó traer desde el cercano Montsacro, que habían llegado a Asturias desde Toledo, adonde habían sido trasladadas “desde distintos lugares” por los cristianos para evitar que cayeran en manos musulmanas, tras la derrota del ejército visigodo en Guadalete. La más insigne de todas ellas era y es el santo Sudario que se corresponde, según tradición, con el que fue colocado sobre el rostro de Jesucristo en el descendimiento de la cruz y hasta su definitivo entierro.

Se trata de una conferencia online, que ha sido trabajada con cuidado, pero el sonido suena algo metálico, pero el contenido es de indudable valor, mostrando todos los hallazgos realizados, las coincidencias con la Síndone de Turín, las correspondencia con los textos de los Evangelios, y otras muchas aportaciones.