1 de junio de 2020
Hermano:
Este tiempo de Pascua que vivo es un regalo de Dios.
Un regalo de un amor que me desborda y supera. Llevo ya cuarenta días de luz,
de Resurrección, de hogar santificado con su presencia. Durante estos días se
me ha presentado Dios en mi día, en mi vida. Ha venido a mi casa, a los míos. Y
me ha dicho cuánto me ama. Hoy escucho: «Se les presentó Él mismo después de su
pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante
cuarenta días y hablándoles del reino de Dios». Me ha dado señales de que está
vivo. ¿Dónde está vivo en medio de una pandemia que huele a muerte, a miedo, a
parálisis, a lejanía, a soledad, a incertidumbre? ¿Cómo puede estar vivo Dios
en medio de mis rutinas y días aburridos? Jesús está vivo paseando en medio de
mi hogar, de los míos. Se ha aparecido en ese amor humano que me ha tocado
recibir y dar. Se ha manifestado en un reino de Dios que ha surgido como la más
pequeña de las semillas en mi corazón. Es la Pascua un tiempo de alegría
desbordante y contenida. De alegría honda y misteriosa. ¿Tengo razones para
reír en medio de tantos miedos y angustias? Jesús resucitado llena mi día de
esperanza. Lo llena de vida. Es una fuente de agua viva que lo llena todo. El
tiempo de Pascua tiene mucho de luz: «Ilumine los ojos de vuestro corazón para
que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama». En tiempos de
oscuridad como los que vivo falta luz. Falta una presencia que lo ilumine todo
llenándolo de esperanza. ¿Dónde está la luz de Jesús resucitado? Los templos
vacíos. Los sagrarios llenos de su presencia y su luz. ¿Y mi casa? Allí tiene
que surgir la luz verdadera. Yo estoy llamado a ser la luz. No puedo esperarlo
de otros. Luz en medio de un mundo en tinieblas. Luz que ilumine el camino y dé
alegrías. A menudo me puedo convertir en el que ilumina los defectos de mi
prójimo. Los señalo, los hago visibles. Soy luz que despeja la sombra que cubre
con pudor la debilidad. Y la expongo, la cuento, la muestro. No quiero ser ese
tipo de luz. No pretendo levantar el pudor del que se cubre en su pobreza. No
es esa mi misión. Quiero ser una luz que desvele la belleza escondida. Allí
donde aparece un rostro oscuro y sin belleza yo quiero ser la luz que
desentierra un rostro maravilloso escondido. Quiero ese don de desvelar la belleza
que el mundo no ve. La alegría escondida en ese pozo del que saco el agua que
acaba con la sed. La Pascua ha traído luz a mi vida en medio de la noche. No
comprendo todo lo que significa este tiempo que vivo. Pero sí me ha enseñado a
valorar los momentos, los instantes. Me ha iluminado en mis horas que han
corrido con rapidez ante mis ojos. He desvelado el sentido de estar en mi casa
recluido. Es un tiempo de Pascua en mi hogar. Vivo como los discípulos justo
después de la resurrección. Esperando la venida del Espíritu para siempre. Pero
algo se ha encendido muy dentro de mí. Brota una luz de esperanza para tantos
que viven sin ella. Me gustan las palabras del testamento espiritual que un
padre le dejó a su hija monja en la comunidad Iesu Comunio: «Querida hija, no
estéis tristes porque lo que vais a enterrar no es más que mi cuerpo. Ya que mi
alma estará gozando del rostro de Dios. Y digo esto no porque haya sido mejor o
peor que otros sino porque confío plenamente en la misericordia del Señor. Toda
nuestra vida ha sido una manifestación del inmenso amor que Dios nos tiene. No
estés triste. Reza para que me perdone todas mis culpas. Al despertar me
saciaré de su semblante. Busca al Señor todos los días de tu vida. Manteneos
unidos y perdonad al que nos hizo mal. Os espero en el cielo». Es la mirada de
la Pascua. La muerte ha sido vencida. No debo tener miedo, aunque no lo pueda
evitar a veces. Creo en la misericordia de ese amor que me ama en lo más
profundo. Creo en el poder del amor que enciende una luz poderosa dentro del
alma. Tanto el amor que recibo, como el amor que torpemente entrego. La Pascua
ha despertado en mí el ansia de vivir para siempre, de subir más alto, de
llegar a las cumbres. Quiero ser testigo de una esperanza que nunca muera. He
puesto mi confianza en ese rostro que me ama como soy y saca lo mejor que hay
en mi alma. Goethe escribe: «En nuestro pecho nace una pura aspiración hacia
algo elevado, limpio, desconocido: hacia algo que es un eterno enigma, y a eso
nos entregamos atendiendo la voz del agradecimiento. Yo comprendo la grandeza
sagrada de ese anhelo cuando me es permitido contemplar su imagen» . He
contemplado el rostro de Jesús vivo entre los míos, en mi hogar, en mi cuarto,
en mis miedos, en mis angustias. Lo he contemplado diciéndome que no tema, que
lo ame, que confíe. Hace ya tiempo que no me preocupan las cosas poco
importantes. No sé si estaré madurando en mi fe o es efecto de este
confinamiento. Pero quiero que sea verdadera la luz que ilumina ahora mis pasos
y enciende mis palabras para dar luz a otros. ¿Será posible? Sólo Él puede
evitar que mi voz sea un humo que sofoca. Miro a lo alto, al misterio escondido
dentro de mí alma, de los míos. Guardo silencio y contemplo a ese Dios que me
llama por mi nombre.
Enviado
por:
Jesús Manuel
Cedeira Costales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.