10 de junio de 2020
Hermano:
Hacer o no hacer. Actuar o permanece inactivo. Dar un
paso o quedarme quieto. Amar o ser indiferente. Buscar o darlo todo por
perdido. Luchar o darme por vencido. Volver a empezar o permanecer derrotado.
Siempre se presentan ante mí dos opciones claras y posibles. Puedo elegir.
Puedo hacer algo o dejarlo sin hacer. El otro día leía: «Sólo hay una cosa que
cansa a los hombres: la vacilación, la incertidumbre. Cualquier acción libera
nuestro ánimo, incluso la peor resulta mejor que la inacción» . Cualquier
acción me libera, me da esperanza, me saca del letargo. No quiero permanecer
quieto sin hacer nada mientras el tiempo se me escapa de las manos. Tengo ante
mí la posibilidad de ponerme en camino o permanecer donde estoy sin avanzar un
metro. La opción de reflexionar sobre mi vida y sacar consecuencias o dejar que
las cosas pasen sin apenas rozar mi alma. Este tiempo de pandemia me obliga a
quedarme quieto, o a permanecer activo. Depende de lo que yo elija. Siempre
puedo hacer algo incluso desde mi inacción. ¿Qué quiere Dios que haga? Miro al
crucifijo como hacía S. Felipe de Neri, un santo italiano. En un momento de su
vida se pregunta qué quiere Dios que haga. Él tiene su proyecto y sueña con las
misiones de los Jesuitas en la India. Pero parece que todo se tuerce y no es
posible. Y se van abriendo otras puertas. Parece que lo que Dios quiere es que
siga en Roma. Con los años se convierte en un santo alegre y pobre de Roma que cuida
de los más pobres, de los niños de la calle, de los vagabundos. Al final de su
vida, cuando le ofrece el Papa el cardenalato, él lo rechaza y sólo exclama:
«Prefiero el paraíso». No quiere honores ni privilegios inmerecidos. Él no ha
hecho nada. Sólo ha descubierto lo que Dios quiere de Él y se ha puesto en
marcha. Y ha sido feliz en la simplicidad de su propia vida. Su proyecto tan
humano de ser un misionero en tierras lejanas se desvanece. Y Dios le muestra
el camino de su felicidad, de su santidad. Es un camino sencillo y pobre. La
Iglesia en un momento dado le exige reglas y normas para el oratorio que ha
fundado para los jóvenes de la calle y él responde: «Yo no sé de reglas. Yo
sólo sé amar a estos jóvenes». Sólo tiene una regla, la caridad. Me gusta este
santo de la sonrisa y la simplicidad, de la vida entregada de forma humilde. Un
enamorado de Dios que lucha cada día por reconocer los pasos que tiene que dar.
Él sólo sabe amar. Y así de grande es su corazón. Me gusta pensar que Dios me
quiere para hacer cosas simples y pobres. No quiero aparecer en los libros de
historia. Ni tener en mi haber grandes conquistas o grandes milagros. Pero sí
quiero ponerme en camino y buscar siempre la voluntad de Dios con pasos
pequeños, con manos vacías. ¿Qué me pide Dios en cada momento de mi vida? ¿Cómo
puedo escuchar su voz hoy en medio de este tiempo revuelto y lleno de miedos?
Quisiera escuchar la voz de Dios dentro de mi alma. Me ama con locura. Así
vivió Jesús: «Llama poderosamente la atención en la vida del Señor la
consecuencia con la cual Él toma su misión. Él sabe de dónde viene y a dónde
va; sabe a qué ha venido al mundo y qué es lo que debe realizar. Debe llevar a
cabo una tarea y no hay nada que le pueda impedir cumplirla, aunque ello
incluya rechazo o incomprensión» . Yo tengo una tarea que Dios me ha confiado.
A veces no coincide mi proyecto con el de Dios. Tengo pretensiones tan humanas.
¿Qué busco? A menudo mi gloria, mi éxito, mi paz, mi alegría. Y me olvido de lo
que Dios desea. ¿De verdad estoy haciendo con mi vida lo que Él quiere? Me lo
pregunto. Pongo mi oído en su corazón. Quiero oír su latido. Me detengo en el
silencio a pensar, a buscar su abrazo, su mano tomando el timón de mi barca. No
quiero títulos humanos, ni glorias pasajeras. Quiero ser suyo y reflejar su
rostro. Quiero ser su fuego y su luz.
Enviado
por:
Jesús Manuel
Cedeira Costales.
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