jueves, 31 de diciembre de 2020

La Hermandad de los Estudiantes de Oviedo os desea Feliz 2021


 

EL AÑO SANTO EL XACOBEO 2021

 



¿Qué necesitas para celebrar el Año Santo?

2021 es una fecha especial para el Camino de Santiago. Se celebra el Xacobeo 2021, un año lleno de celebraciones y actividades en las Rutas Jacobeas que atraerá a Santiago de Compostela a miles de peregrinos.

 

Conciertos, exposiciones, congresos, charlas… y encuentros sobre las diferentes Rutas del Camino de Santiago son algunas de las actividades incluidas en el Plan Xacobeo 2021 por la Xunta de Galicia. Pero no serán las únicas. Te contamos todo lo que necesitas saber para celebrar el próximo Año Santo.

 

¿Qué es el Xacobeo 2021?

El Xacobeo, también conocido como Año Santo, Año Jubilar, Año Xacobeo o Año Jacobeo, permite a los peregrinos que visiten la tumba del Apóstol en la Catedral de Santiago conseguir la indulgencia plenaria o el perdón de todos los pecados. La Iglesia católica lo llama ganar el Jubileo, algo que solo puede hacerse en cinco ciudades del mundo: Compostela, Roma, Jerusalén, Santo Toribio y Caravaca de la Cruz.

 

El Xacobeo se celebra todos los años en los que el Día del Apóstol Santiago (el 25 de julio) cae en domingo, tal y como estableció el Papa Calixto II en el año 1126, coincidiendo con la colocación de la última piedra de la Catedral compostelana. El Xacobeo suele celebrarse unas 14 veces cada siglo. El próximo será en 2021.




 

¿Vas a hacer el Camino de Santiago en el Xacobeo 2021?

El Xacobeo 2021 es el Año Santo número 120 de la historia. Hablamos de una fecha muy especial, ya que hace once años que no se celebra.

 

Hacer el Camino de Santiago no es un requisito para celebrar el Xacobeo pero muchos peregrinos aprovechan esta celebración para realizarlo. Merece la pena porque además de la experiencia que le otorga la Ruta Jacobea, al final del trayecto se verán recompensados con la “limpieza” de su alma.

 

Si tú también estás pensando en realizar el Camino de Santiago en el Xacobeo 2021, te invitamos a descubrir las diferentes Rutas como el Camino Francés, Camino Primitivo, Camino de Invierno, Camino Inglés o Camino del Norte o el Camino Portugués de la Costa, entre otros.

 

Hacer el Camino de Santiago una experiencia inolvidable.

Y si no puedes hacer el Camino de Santiago en el Xacobeo 2021, no te preocupes porque nos esperan varios Años Santos seguidos: lo volveremos a celebrar en 2027, 2032 y 2038.

 

 



¿Cómo ganar el Jubileo? Requisitos para celebrar el Xacobeo

Para ganar el Jubileo, o conseguir el perdón de los pecados en los años jacobeos, peregrinos y fieles deben cumplir tres requisitos:


 


Visitar la tumba del Apóstol en la Catedral de Santiago de Compostela.

Rezar alguna oración y pedir por las intenciones del Papa.

Recibir los sacramentos de la confesión y la comunión en los quince días anteriores o posteriores a la visita a la Catedral.

Además, se recomienda asistir a la Santa Misa durante la visita a la Catedral de Santiago.




Ritos del Año Santo: apertura de la Puerta Santa

El Año Santo Compostelano cuenta con sus propios ritos. El más conocido es la apertura de la Puerta Santa, momento en el que comienza oficialmente el Año Jubilar.

 

Este acontecimiento tiene lugar la tarde del 31 de diciembre, cuando el arzobispo de Santiago procede a abrir esta puerta situada en la parte posterior de la Catedral de Santiago, con salida a la Plaza de la Quintana. Con un martillo de plata, el arzobispo golpea tres veces el muro que tapia la Puerta Santa como símbolo de la dureza del Camino que lleva hasta allí.

 




Tras este ritual, pide al Apóstol permiso para entrar y, a continuación, se derriba el muro. La Puerta Santa queda abierta los 12 meses siguientes y, según manda la tradición, todos los peregrinos que ese año lleguen a Santiago deben utilizar esa puerta para acceder a la Catedral.




 

¿Estás planificando tu Camino de Santiago?

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Principales Caminos de Santiago

Camino Francés, Camino del Norte, Camino Portugués, Camino Primitivo, Camino Inglés, Camino de Finisterre y Muxía, Camino Sanabrés, Vía de la Plata, Camino Mozárabe, Camino de Invierno… Te ayudamos a escoger el Camino de Santiago que mejor se adapta a ti.

 

Cómo conseguir la Credencial del peregrino

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Enviado por:

 

Jesús Manuel Cedeira Costales.

martes, 29 de diciembre de 2020

¿QUÉ ES UN DEÁN?

 



 

Él es el máximo responsable de la Catedral.

 

El deán es el canónigo que preside el cabildo catedralicio, el órgano que administra la catedral. Su principal responsabilidad es celebrar las funciones litúrgicas más solemnes en la basílica, dado que esta debe ser el epicentro espiritual de cada diócesis. Su elección se realiza por voto secreto en la que participan los sacerdotes que integran este órgano colegiado. Después lo refrenda el obispo.



El cabildo puede tener diferentes comisiones encargadas de aspectos como los cultos, la música o el patrimonio, además de la secretaría, la sacristía, el archivo, la biblioteca o el museo en caso de que cuente con él. Cada una de ellas suele estar dirigida por un canónigo. El deán debe trabajar asimismo porque la Catedral sea el centro de pastoral, arte y cultura en torno al que gire la vida de los católicos de la zona y gestionar su administración.




El Arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, ha confirmado la reelección como Deán-Presidente del Cabildo de la Catedral de Oviedo al canónigo Benito Gallego Casado. La designación, nuevamente por un período de cinco años, se ha producido tras la votación del Cabildo, tal y como especifican los estatutos que lo rigen.

 

Benito Gallego es natural de Villamoratiel de Las Matas (León). Fue ordenado sacerdote en el año 1965, y ejerció el ministerio pastoral en diversas parroquias de la Babia leonesa y Santa María del Páramo.

 





En el año 1975 obtuvo su doctorado en Teología por la Universidad de Navarra y, meses después, por oposición, la canonjía de Penitenciario de la Catedral. Lleva, por tanto, más de 40 años vinculado al templo metropolitano.

 

Los estatutos internos que regulan la vida del Cabildo de Oviedo señalan, entre las funciones del deán-presidente, la de organizar la vida pastoral de la Catedral, representar al Cabildo en actos oficiales, coordinar los diversos oficios y comisiones capitulares, convocar y presidir las sesiones del Cabildo, asistir al Arzobispo en las celebraciones litúrgicas y elevar al prelado las propuestas y sugerencias del Cabildo.

 




Felicitamos al canónigo Benito Gallego Casado, por la confirmación de la reelección como Deán-Presidente del Cabildo de la Catedral de Oviedo.




 

Enviado por:

 

Jesús Manuel Cedeira Costales.

domingo, 27 de diciembre de 2020

Patrón de la Juventud Cofrade: Festividad de San Juan Evangelista.

  



Hoy, 27 de diciembre, es la festividad de San Juan Evangelista, considerado como Patrón de la Juventud Cofrade.

Como cada año, este día es conmemorado por los grupos jóvenes de las cofradías Españolas.  

San Juan Evangelista es considerado el patrón de la juventud cofrade por ser el más joven de los discípulos de Jesús. Lo que comenzó siendo una celebración de una cofradía se ha ido generalizando, y en la actualidad participan hermanos de muchas cofradías en su mayoría jóvenes.

Fue uno de los 12 apóstoles (No confundir con Juan el Bautista). Trabajaba como pescador en Galilea y era hermano de otro de los apóstoles, Santiago el Mayor. Los evangelios en ocasiones se refieren a los dos hermanos como los hijos de Zebedeo que era su padre. Como hemos dicho al principio era el más joven de todo el grupo de apóstoles.

Suele ser una figura habitual en los pasos de Semana Santa porque estuvo al pie de la cruz junto a María. En la iconografía se le representa mediante un águila por el alto valor teológico de sus escritos.

Juan siempre forma parte del grupo restringido que Jesús lleva consigo en determinadas ocasiones. Está junto a Pedro y Santiago cuando Jesús, en Cafarnaún, entra en casa de Pedro para curar a su suegra (cf. Mc 1,29); lo sigue cuando sube a la montaña para transfigurarse (cf. Mc 9,2); está cerca de él en el Huerto de Getsemaní antes de la Pasión (cf. Mc 14,33) y poco antes de la Pascua, cuando Jesús escoge a dos discípulos para enviarles a preparar la sala para la Cena, les encomienda a él y a Pedro esta misión (cf. Lc 22,8).

Según la tradición, Juan es “el discípulo predilecto” que se recuesta sobre el pecho del maestro durante la última Cena (cf. Jn 13,25), se encuentra al pie de la cruz junto a la Madre de Jesús (cf. Jn 19,25) y, por último, es testigo tanto de la tumba vacía como de la presencia del Resucitado (cf. Jn 20,2;21,7).

Esta relación de familiaridad y amistad entre Juan y Jesús tiene una lección importante para nuestra vida. El Señor quiere que cada uno de nosotros sea un discípulo que viva una amistad personal con él. Esto sólo es posible, como hemos dicho, en el marco de una relación de familiaridad, impregnada del calor de una confianza total. Es lo que sucede entre amigos. 
 
Por esto, Jesús dijo un día: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.(…) No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 13.15).

En el evangelio de Juan, Jesús pronuncia estas palabras: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros” (Jn 13, 34).

¿Dónde está la novedad del mandamiento nuevo al que se refiere Jesús? Está en el hecho de que él no se contenta con repetir lo que exigía el Antiguo Testamento y que leemos también en los otros Evangelios: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19, 18; cf. Mt 22, 37-39; Mc 12, 29-31; Lc 10, 27). En el mandamiento antiguo el criterio normativo estaba tomado del hombre (“como a ti mismo”), mientras que, en el mandamiento referido por San Juan, Jesús presenta como motivo de nuestro amor su misma persona: “Como yo os he amado”.

Así el amor resulta de verdad cristiano, cuando no tiene otra medida que el no tener medida.




 Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales

sábado, 26 de diciembre de 2020

CARTAS DE ESPERANZA 27 DICIEMBRE DE 2020



27 de diciembre de 2020


Hermano:

«Hoy os ha nacido, en la ciudad de David, un Salvador, el Mesías, el Señor. Esto os servirá de señal: - Encontraréis al niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre»

«Es Navidad dentro de mi alma. Brota su luz en mi sonrisa llena de paz. En la soledad que es compañía con la que abrazo sus pequeños brazos. Nace sin darme cuenta. Mi corazón se calma»

Once fallecidos y 116 contagiados por coronavirus en Asturias en Nochebuena y Navidad.

Todo lo relacionado con la vacuna del coronavirus parece secreto de estado. 

A menos de 24 horas para que comience la vacunación, el hermetismo que rodea a la campaña de inmunización es absoluto, aunque, a la espera de que el Principado detalle sus planes, comienzan a filtrase los primeros detalles.

 Ni tan siquiera se conoce dónde está ubicado el ultracongelador en el que se guardará el medicamento a -80 grados, pero sí ha trascendido que la Residencia Mixta de Gijón recibirá las primeras dosis. 

Aunque no se ha concretado la cifra exacta, el primer día recibirá unas 300 dosis.

Me gusta recorrer el camino eterno que existe entre el sueño y la realidad. Entre la puesta de sol y el amanecer. Entre la muerte y la vida. Entre la tristeza más honda y la alegría más permanente. El camino largo o corto que existe entre el ayer y el mañana. Entre el no y el sí como respuesta. Entre la desesperación y la esperanza. Entre el odio y el amor eterno. Esa distancia la recorren mis pasos hasta llegar al pie de un pesebre. De rodillas permanezco en silencio. No quiero dejar sin tocar los anhelos que llevo en el alma. Se los entrego a Dios hecho niño pobre en mi portal. De rodillas caigo derrotado, vencido, confiado. ¿Cuáles son mis sueños? ¿Dónde están esos sueños que nunca nacieron a la luz? ¿Dónde quedaron mis miedos y mis más íntimos anhelos? ¿Dónde la angustia y la paz? Deseo una vida más plena, un camino lleno de estrellas, una vida más humana en la que reine Dios y venzan los sueños. Deseo una noche llena de estrellas, de esperanza y un día que no acabe al llegar la puesta de sol. Deseo abrazar los silencios con el alma en vilo, suspirando por días mejores. Quiero vivir sujeto a la esperanza que Dios ha sembrado en mi alma, ha tejido en la piel frágil de mi cuerpo. Añoro levantar el mar entre mis manos, en el hueco de mi alma, como si fuera posible contener toda su inmensidad. Sueño con recorrer caminos infinitos que lleven a Dios como único puerto verdadero. Dejando de lado tantas quimeras que quisieron confundirme en el camino. Deseo acoger en mi alma el sí que hoy pronuncio de nuevo con voz queda, sujeto a la tierra, apegado a los hombres y anclado en el cielo. Quiero comprender que no es fácil la cruz, ni el dolor, ni la muerte. He sentido cuánto duelen en mi piel la agonía ante el dolor, la herida en la carne, el fracaso, la derrota. Y no entiendo que las cosas no sean como sueña mi alma, no entiendo que el sol no pueda reinar sin morir nunca. Acaricio un presente distinto al futuro soñado. Lo abrazo doblegado como un náufrago sobre una tabla endeble, en medio de mi mar. Lo beso. Y acepto el pasado que pesa en el alma, como un lastre. Ya no puedo cambiarlo. Y me detengo cansado a la puerta del portal. Hace frío en el alma. Fuera y dentro de mí. Deseo el calor del abrazo de María, de José, del Niño. Un abrazo en familia. Un abrazo en mi establo. Con la lumbre de siempre. Los animales. Los ángeles. Hasta los pastores. Pero me veo tan vacío de todo en esta noche de invierno. Tan desprovisto de méritos y logros. Tan indigno. ¿Cómo voy a calentar yo al niño cuando estoy muerto de frío? ¿Cómo voy a darle poder en su indefensión cuando yo mismo me siento impotente en medio de este mundo en guerra? ¿Cómo voy a alegrarle con tantas tristezas y preocupaciones que turban mi ánimo? ¿Cómo voy a ahuyentar sus miedos ante el futuro incierto, cuando comparto sus mismos miedos y me angustia el mañana? Me arrodillo cansado, desprovisto de todo, esperando que Él llene mis alforjas vacías, estando Él también vacío. ¿Cómo va a hacerlo si es sólo un niño? No sé cómo, pero confío en su poder que no veo. Escucho en mi corazón: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Hoy nos ha nacido el Salvador». Con esa esperanza basta para calentar el alma que se ha enfriado. Basta para albergar una esperanza nueva en medio de mi desolación. Basta para soñar sin desfallecer, luchando con todas mis fuerzas. No dejo de esperar contra toda esperanza. Un niño llenará mi alma de alegría. Lo sé. Esta misma noche. Antes de que amanezca. No sé bien cómo lo hará, pero me alegro con paz al pensar en ese momento soñado. Lo imposible puede ser posible. ¿Cuáles son mis sueños? ¿Cuáles los milagros que susurra mi lengua al oído de Dios? Tengo escrita en mi piel una promesa. No la olvido. Un niño me ha nacido. Dios conmigo. Sujetándome en el hueco de su mano. Me ha nacido para que no viva solo nunca más. Es tan fácil creer que estoy solo. Tan vulnerable mi ánimo a la desesperación. Tan tentador dejar de luchar. Sé que el Niño crece en mi pecho y toma forma. Se hace gigante en mi alma. Me da una fuerza que antes desconocía. Veo que es Navidad dentro de mi llanto. Y brota su luz en mi sonrisa ancha llena de paz. En la soledad que es compañía con la que abrazo sus pequeños brazos. Y siento que ha nacido casi sin darme cuenta. El corazón se calma. Y los vientos. Y mi barca navega en su mar. Tan pequeño, tan infinito. Ese Dios que es paz y silencio. Canto y calor de una familia. Ya no temo. ¿Qué podría hacerme el hombre? Nada que perder. Todo lo he entregado. Sonrío. Y se calma el viento. Ya no hace frío.

Navidad es una luz en la oscuridad: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció». Una luz que vence las tinieblas. Una luz que impera en mi vida. Los pastores vieron la luz que acompañaba a los ángeles: «Un ángel del Señor se les apareció y la gloria de Dios los envolvió con su luz y se llenaron de temor». En medio de la oscuridad del monte brilló una luz. Como el sol que surge poderoso en medio de las tinieblas. Jesús viene a despejar la oscuridad de mi vida. Viene a sembrar una luz que nunca muere. Me gusta esa imagen. Viene a acabar con mis sombras. Y de esa forma me da una luz que se mantiene encendida como una hoguera en mi propia alma. De tal manera que entonces yo me vuelvo luz para otros. Reflejo la luz de Dios. Hay personas que tienen luz. Y esa luz viene de dentro. Un testigo de la canonización de Santa Clara dice que a ella San Francisco «le parecía oro de tal forma claro y luminoso que ella se veía también toda clara y luminosa como en un espejo». Me gusta esta imagen. Hay personas que dan luz. Y en contacto con ellas, en su cercanía, mi vida se llena de luz. Se vuelve clara y luminosa como reflejándose en un espejo. Así es el amor que asemeja. Las personas que llevan la oscuridad dentro también la espejan. Quisiera saber si yo tengo luz, si doy luz, si mis pasos son luminosos o están llenos de sombras. La luz tiene que ver con la verdad, con la autenticidad, con la sencillez de vida, con la capacidad para ver la propia pobreza y reconocer las heridas sufridas y causadas. La luz ilumina mis sombras. Me encuentro con personas incapaces de ver sus propios problemas, defectos y pecados. Tal vez tienen muchas sombras en su alma. Quizás las heridas sufridas hacen que siempre los culpables sean los demás, nunca ellos. Me impresiona. Esa poca autocrítica vuelve sus pasos oscuros. No logran ver sus incoherencias y contradicciones. No iluminan el camino de los que caminan a su lado. Viven en las sombras sin encontrar la luz. Tal vez en ellas tendría que nacer Jesús para darles luz. Tal vez necesitan personas llenas de luz a su lado para reflejar su misma luz como un espejo. No lo sé. Las mentiras me hablan de la noche. Y la luz del día llena de paz el alma. La noche está llena de temores, alberga horrores. Y mi imaginación cree ver en las sombras esos monstruos que teme el corazón. La noche de mis mentiras, de mis miedos, de mis pobrezas. Soy incapaz de dejar que entre la luz en mi propio pecado. Allí me encuentro seguro. Sin la luz que ilumine mis miedos más oscuros. No lo sé. Navidad tiene que ver con esa estrella, con ese coro de ángeles que todo lo ilumina. Tiene que ver con un niño lleno de luz que acaba con las sombras del miedo. Tiene que ver con la sencillez de una vida que asume mi carne llena de tinieblas para vencer y dar vida. La luz del amor de Dios siembra claridades. Hoy escucho: «La gracia de Dios se ha manifestado para salvar a todos los hombres y nos ha enseñado a renunciar a la irreligiosidad y a los deseos mundanos, para que vivamos, ya desde ahora, de una manera sobria, justa y fiel a Dios. Él se entregó por nosotros para redimirnos de todo pecado y purificarnos, a fin de convertirnos en pueblo suyo, fervorosamente entregado a practicar el bien». Ha nacido para que cambie de vida. Para que reine en mí su verdad, su luz. Para que me conduzca como hombre de esperanza. Su nacimiento no me deja indiferente. Necesito fuerza para apartarme del mal y hacer el bien. Su venida quiere cambiar mis prioridades, mis puntos de vista. Su presencia lo cambia todo porque Dios ha elevado la naturaleza humana. Le ha dado un valor infinito a mis límites. Y ha reconocido la belleza de mi carne. Ha tomado mi vida en sus manos para hacerme ver cuánto le importo y cuánto vale todo lo que sueño y hago. Mis actos no son indiferentes. A Dios le importa todo lo que amo, todo lo que elijo, todo lo que sueño. Ha sembrado una semilla de esperanza en mi naturaleza para que no me deje llevar por las tentaciones. Ha fortalecido mi voluntad débil para que no me deje llevar por la corriente. Nace para hacerme más fuerte. Nace para que sea más de Dios. Nace para iluminar mis sombras. Nace para llenarme de esperanza en medio de mis miedos. Nace para que me ate a su luz y huya de mis torpezas. Esas que me vuelven cobarde. Quiero amar a Jesús niño, lo adoro con corazón humilde. No tengo nada que entregarle. Sólo mis noches y mis miedos. Mis debilidades y cobardías. Es lo que necesita para hacerse fuerte en mí. Sólo quiere hacer posada en mi corazón. Quiere ser Dios conmigo. Caminar a mi lado y recordarme que me ha elegido a mí para habitar en mi tienda. Ha optado por mí para que viva cada día en la luz de Dios, iluminando así con su amor todos mis actos. Y que en todo lo que hago brille su claridad. Navidad es vivir en Él cada día. Y no olvidar nunca cuánto me ha amado.

No lo puedo remediar. Siempre que vuelvo a leer el Evangelio del nacimiento del Niño Dios me conmuevo: «Llegó a María el tiempo de dar a luz y tuvo a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en la posada. En aquella región había unos pastores que pasaban la noche en el campo, vigilando por turno sus rebaños. El ángel les dijo: - No temáis. Os traigo una buena noticia, que causará gran alegría a todo el pueblo: - Hoy os ha nacido, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Esto os servirá de señal: - Encontraréis al niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. De pronto se le unió al ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: - ¡Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!». Unos ángeles que anuncian y entonan el Gloria llenos de alegría. Suenan las campanas. Dios ha nacido hecho niño. Unos pastores dejan el rebaño para ir a ver el milagro. Tan sencillo como un niño envuelto en pañales. ¿Qué puede tener de especial? Un Dios impotente, indefenso. ¡Qué fácil acabar con él! Un hombre y una mujer. Sus padres parecen pobres. No tienen dónde dar a luz al hijo que va a nacer. Un establo, una gruta, unos animales. La paz de una noche poblada de gente que había llegado a Belén por el censo. El silencio de una familia reunida en torno a un bebé. Un niño nace para llenarlo todo de luz. Y los pastores adoran el misterio sin comprender demasiado. Me conmueve la escena que año tras año dibujo en medio de mi vida. Coloco el portal, a la sagrada familia, al niño justo cuando nace. Y los pastores con sus ovejas. Y los animales que le dan calor. El buey, la mula. Y la sorpresa de una noche que es santa. No es una noche más. Es la noche más esperada. El mundo comienza a cambiar sin que yo lo vea. Sin que se note. Por dentro, debajo de la piel, de la tierra. La paz viene a apaciguar las guerras, a calmar los miedos, a saciar la sed de plenitud que tiene el hombre. ¿Por qué tuvo Jesús que renunciar a todo su poder? ¿No hubiera sido más eficaz guardando ciertos poderes? No lo sé. Me conmueve. Dice que viene a salvarme mientras nace indefenso. Y sus padres huyen. Y yo no comprendo de qué me está salvando en su impotencia. ¿Tengo más paz ahora que antes? ¿Tengo más bienestar, más felicidad, más poder, más honor? No, nada de eso sucede en esta noche de invierno. Sólo la paz de ese niño que sonríe. Y no espera nada de mí. Sólo que me postre sin ver. Que crea sin tocar. Que espere sin poseer. Parece imposible un acto de fe tan grande. No todo tiene que ocurrir a la vista del mundo. Las cosas importantes suceden ante pocos testigos. Apenas unos pastores, unos animales. Y un pueblo lleno de gente ajeno a lo que sucede. Belén, ciudad amurallada hoy. Ciudad sin paz. Allí vino a hacerse carne Dios para confundir al hombre. «Regocíjese todo ante el Señor, porque ya viene a gobernar el orbe. Justicia y rectitud serán las normas con las que rija a todas las naciones. Hoy nos ha nacido el Salvador». Para que no piense que la salvación llegará con el poder, con la influencia, con el abuso. No. La salvación no se impone. Sucede todo de forma tan oculta. En el silencio de la noche. En la carne de un niño, de un hombre. Uno más entre los hombres. Un hacedor de milagros. Anunciador de la buena nueva. Una esperanza que surge en los corazones rotos. En los que no tienen nada en lo que confiar. Entonces Belén hace todo posible. Cuando caen mis seguros humanos. Cuando me siento roto y desvalido. Cuando estoy indefenso como ese niño en la gruta. Es entonces cuando no puedo hacer nada para salvarme yo mismo. Aunque lo desee. Sin depender de nadie. Me conmueve mirar a Jesús hecho carne, indefenso. Me recuerda a S. Francisco: «Mientras Francisco ora en la semipenumbra de San Damián al Altísimo y glorioso Señor, su mirada se detiene en una imagen poco común: un Crucifijo, que no presenta a Cristo como Pantocrator en toda su majestuosidad imperial sobre un trono dorado, sino desnudo en la cruz. El Altísimo, al que ora desde hace un año, se presenta aquí sin adornos y despreciado en su pobreza humana»1. La pobreza y desnudez de la gruta se unen a la pobreza y desnudez del calvario. Un Cristo humano, no vencedor y todopoderoso. En Belén se hace más visible que nunca la impotencia de mi rey. La intrascendencia de su presencia. Ante ella me postro por fe, no porque no pueda hacer otra cosa. Entonces entiendo que la adoración es un don de Dios. Me postro por fe. Me postro porque creo que en lo oculto Dios ya está cambiando el mundo, al hombre. Me conmueve. No necesito grandes milagros, ni grandes signos en el cielo. Me basta, como a los pastores, hallar un niño envuelto en pañales. No necesito que el poder político sea cristiano, ni que las leyes lo sean. Su reino no es de este mundo. Es el amor humilde, pobre, desvalido, el que de forma extraña lo cambia todo. Es su impotencia la que desarma al poderoso. Es su pequeñez la que salva mi impotencia. Me postro convencido del milagro. Dios asume mi debilidad para decirme que no debo tener miedo en mi impotencia. Que no tengo que asustarme cuando no pueda. Que mi Fiat es el que cambia el mundo, no tanto lo que hago. Tengo que dejarme hacer, no hacer. Tengo que escuchar, no hablar. Tengo que dejarme llevar, no conducir yo. Es un acto pasivo el que sucede en Belén. Mi carne es asumida por Dios. Para recordarme que estoy llamado a vivir en Dios.

No es fácil muchas veces la vida en familia. Miro a la Sagrada Familia y me siento tan lejos. El amor de María como madre. El amor de José como padre. El amor de esposos. El amor de Jesús como hijo. José tomó a María y al niño y se los llevó a Egipto. Y después a Nazaret de regreso: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño. El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel». José escucha al ángel en sus sueños. Sabe lo que Dios le pide y se pone en camino. La Sagrada Familia se me presenta como un ideal a seguir. José enamorado de María, enamorado de Dios. José que es dócil a los deseos de Dios. José tan humano, tan de Dios. Buen padre y esposo. Sano hijo de Dios. Dócil, niño. Miro a María. Enamorada esposa de José. Tan de Dios, tan de los hombres. Tan madre, tan humana. Tan hija llena del Espíritu, tan vacía de vanidades y orgullos. Los miro como peregrinos llegando a Belén. Como familia peregrina yendo como emigrantes a Egipto. Los veo regresar a su hogar en Nazaret cuando todo ya está más tranquilo. No fue fácil su camino. No vivieron una vida acomodada y burguesa. Fueron siempre peregrinos. Siempre en camino. Siempre desinstalados y arraigados en un solo lugar, el corazón de su Padre Dios que guiaba sus pasos. Me gusta la confianza de José y María. No se turban. No pierden la paz. Decía el Papa Francisco: «De esta manera madura en nosotros una sintonía profunda, casi innata con el Espíritu y comprobamos qué verdaderas son las palabras de Jesús citadas en el Evangelio de Mateo: - No se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. Es el Espíritu que nos aconseja». El Espíritu Santo los condujo por la vida de un lado para otro. Hasta que echaron raíces en Nazaret. Cuidando la vida del hijo de Dios. Misión tan inmensa. Débiles hombros los suyos. Me conmueven su confianza y su fe. Se ponen en camino. Me cuesta a mí ponerme en camino y ser peregrino. Estoy tranquilo, en paz, en mis cosas. Y me cuesta tanto dejar lo que me ata, lo que me da seguridad. Una familia desinstalada. Hace tiempo el Papa Francisco dijo también: «Prefiero una Iglesia accidentada por salir, que enferma por encerrarse». El Espíritu Santo me saca de mi encierro. No me deja estar tranquilo. Me pide que me ponga en camino. Que deje atrás las cadenas y ataduras. Que no tema cambiar mis rutinas. Que no me dé miedo perder las raíces. Porque el amor verdadero dura para siempre. El tiempo no le afecta. Ni los cambios. Ni los colores diferentes. Lo que es de verdad permanece intacto, inmaculado, virgen. Lo que no es de verdad muere rápidamente con el paso del tiempo. Los cambios traen vida nueva al alma. Me cuestiono si me gusta más vivir instalado o en continua peregrinación. Me pregunto si me gusta más lo de siempre o estoy abierto a lo nuevo. José sabía escuchar el querer de Dios en los ángeles. Yo estoy llamado a escuchar su querer en mi corazón, en las personas que acompaño, en la vida que se me regala. Dios me habla de forma silenciosa para que no me quede donde estoy. Siempre puedo crecer y si no avanzo, retrocedo. Lo tengo claro. Viene el Niño Dios para que me ponga en camino. Quiere que coja a María y al Niño y los ponga en mi vida. Quiere que yo sea como esa sagrada familia de Nazaret que siempre está buscando la voluntad de Dios. Una Iglesia accidentada mucho antes que aburguesada. Hay tanto bien que puedo hacer. No quiero perder el tiempo preocupado sólo de mí. De lo que a mí me hace falta. No quiero vivir encerrado en mis gustos y aficiones. Levanto los ojos. ¿Dónde me habla Dios? Hay peligro siempre por todas partes. Y hay también la posibilidad de no hacer nada por cambiar este mundo. Está en mis manos la oportunidad de hacer un bien. Puedo cambiar, puedo hacer que otros cambien. Puedo sembrar semillas de esperanza. Puedo hacer que la vida florezca en medio del desierto. Puedo hacerlo. Si me dejo hacer. El Fiat de María resuena de nuevo en mi corazón. La actitud dispuesta a actuar de José se me queda grabada en el alma. José puede llevar a los suyos. Puede conducirlos. Puede hacer que crezcan. Puede crear ese lugar de paz en el que Jesús nazca. Puede hacerlo José. Puedo hacerlo yo si me dejo inspirar por el Espíritu Santo. Me gusta la actitud de Albert Espinosa, quien sufrió un cáncer muy duro durante muchos años de su infancia y juventud: «Cuando crees conocer toda la respuesta, el universo llega y te cambia las preguntas». A veces creo saberlo todo y llega Dios y me cambia las preguntas. Surgen preguntas nuevas, miedos nuevos. Los desafíos aumentan, son diferentes. O soy yo diferente y estoy ahora preparado para subir montañas que antes parecían imposibles. No me conformo con lo que tengo. Llega el Niño Dios a mi vida y me desinstala. Me gusta. Su presencia, su fuerza me cambian por dentro. Yo me dejo cambiar. Sigo sus pasos.

No es fácil tener una familia perfecta. Sé que no existe le perfección cuando hablo de relaciones humanas, de vínculos. Siempre se puede hacer más. Siempre puedo dar más, sonreír más, amar más perdonar más. Siempre puedo crecer más. En realidad, hay algo clave en estas fechas navideñas. Es necesario que cambie mi corazón. Hoy escucho en labios del apóstol: «Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros». En Navidad me reencuentro con muchos seres queridos y otros no tan amados. Comparto la cena navideña con hermanos, primos, tíos, padres, sobrinos. Todo se reviste de esperanza en medio de muchos vínculos que están sanos, y otros vínculos que están rotos. Nada es perfecto. Ni siquiera en Navidad. Tengo el deseo de que lo sea, pero no lo es. Hay heridas, rencores no olvidados, palabras que no desaparecen del recuerdo. Hay escenas que guardo. Han quedado grabadas a fuego en el alma. ¿Cómo se pueden olvidar las ofensas recibidas? Interpreto, juzgo, tengo mi punto de vista. ¿Cuántos puntos de vista posibles existen? Tantos como corazones. El rencor me aleja, construye muros insuperables. Me aleja a distancias infinitas. No quiero volver a ver al que fue alguien amado, a aquel con el que comparto una misma sangre. Ser de la misma familia no significa que el amor sea verdadero y profundo. No, el tiempo deja heridas. El corazón sufre. Me da miedo la Navidad que reabre preguntas tapadas, desafíos olvidados. Mis heridas me hacen sufrir y sentirme infeliz en estos días navideños. El otro día leía: «Llamamos un estado de ánimo, que es positivo en el caso de la felicidad y negativo en el caso de la infelicidad. Estos estados de ánimo son productos de una multiplicidad de sentimientos que los seres humanos percibimos permanentemente y que provienen de la elaboración de siete emociones básicas: angustia, tristeza, rabia, aburrimiento, asco, culpa y alegría»2. ¿Cómo es mi estado de ánimo esta Navidad? ¿Qué sentimientos tienen más fuerza en el alma? De repente afloran sentimientos negativos. Rabia, rencor, no olvido ofensas. Y ahora en Navidad las recuerdo vivamente. Es lo que tienen estas fechas. No me puedo olvidar de lo que me dijeron. ¿Para qué voy a compartir la cena con los que no me quieren? Es cierto. Mi punto de vista. Yo soy el ofendido. ¿No tengo razón? Seguramente los sentimientos son verdaderos. Si me siento ofendido eso es verdadero. Independientemente de que el otro también sienta lo mismo. Yo soy responsable de lo que siento. Y también de lo que puedo hacer con mis sentimientos. Puedo incluso cambiar mis sentimientos, aunque me parezca imposible. Puedo cambiar los pensamientos que los provocan. Y aún algo más grande, puedo perdonar. La misericordia es un don de Dios en mi alma. Pero tengo que querer perdonar para dejar que un día Dios lo logre en mí. Perdonar al que me hizo daño no significa exculparlo. No quiere decir que no sea culpable de la ofensa. No lo libero de su responsabilidad. La verdad es que el perdón me libera a mí. Me quita a mí las cadenas que me atan y hacen infeliz. El perdón derriba los muros y construye puentes. Es imposible, me digo en mi interior. No puedo perdonar lo imperdonable. Me humillaron, hablaron mal de mí, me insultaron, me dejaron solo, me abandonaron, me cuestionaron en mi dignidad. ¿Cómo se pueden olvidar las ofensas? Es imposible para mi corazón humano tan limitado. Pero no es imposible para Dios. Para Él todo es posible. Eso me da tanta paz. Él puede hacer el milagro si le dejo actuar en mí. Su misericordia puede hacerme misericordioso. Si todo el poder de su perdón llega a mi alma, puedo volverme yo capaz de un perdón imposible. Con aquellos de mi familia con los que no me hablo. Con ese primo, con ese hermano, con mi padre, con mi madre. No importa quién sea. Creo que puedo volver a empezar de cero. Puedo acercarme y abrazar. Puedo reconstruir los vínculos rotos. Puedo tener palabras de ternura y cariño. Puedo hacerlo, aunque me parezca imposible. El pasado no va a cambiar. No es posible. Pero puedo cambiar el futuro. Depende de mi sí, de mi valentía, de mis palabras llenas de bondad. Depende de mí que soy hijo de Dios y una y otra vez vuelvo hasta Él suplicando misericordia. Y recibo el perdón como un niño. Y siento que no es justo que me perdone y lo hace. ¿Y yo? Yo luego no logro perdonar a mi hermano. Quiero que me pidan perdón. Que se humillen. Que reconozcan públicamente su error. Que cambien sus hábitos y sus formas. Pretendo que se comporten de otra forma. Que enmienden el daño causado. Pongo la responsabilidad en el otro. Y nada cambia. Porque el otro hace lo mismo. Y vivo estancado en un silencio enfermizo. En una frialdad hiriente. No se puede crecer así. Navidad es el tiempo del perdón, de la ternura, del abrazo, de la misericordia. Le pido a Dios ese milagro en mi alma.

Es la Navidad la invitación a abrir mi alma y dejar que el Niño Dios nazca en ella. ¿No lo ha hecho todavía después de tantos años, de tantas navidades? El alma se endurece. Le cuesta enderezar el rumbo. Me falta humildad para poner mi alma a su disposición. Cuando llegue, cuando nazca. Me invita hoy Dios a revestirme de su presencia: «Revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre». Necesito el vínculo del amor, la actitud humilde para ser agradecido. Le exijo tantas cosas a la vida. Pretendo que mi familia sea perfecta. Sin tensiones, sin roces. Y cuando no lo es me desespero. Porque quisiera que todo fura diferente. Más paz en mi casa. Más alegría. Más esperanza. Más ternura y más abrazos. Pero faltan y me siento pequeño. Incapaz de salvar el mundo. Quisiera vencer las distancias infinitas. De corazón a corazón. Me gustaría abrazar sin rencores. No mirar con envidia. No desear lo que no tengo. No aspirar a lo que no me corresponde. Salir de mí mismo en lugar de vivir encerrado. Recorrer mares infinitos al encuentro de aquel al que amo. Del que me ama. Soñar despierto. Elegir lo que me hace crecer. Optar por el bien, mío y de otros. Tomar las elecciones correctas. No dejarme llevar por mi ansia de poder, de protagonismo. Salvar la vida del que Dios ha puesto en mi camino. Y ser agradecido. Tantos regalos me hace Dios y no los valoro. Nace hoy en mi tierra pobre, en mi mar revuelto, en mi hogar vacío. Nace dentro de mi familia, la que tengo, la que Dios me ha dado. Con sus pobrezas y riquezas, con su paz y con sus guerras. Me alzo por encima de mis miedos en esta noche. Puedo cambiar mi entorno, el mundo que me rodea. Puedo construir puentes y salvar océanos. Puedo si me dejo hacer en medio de esta Navidad«Me pongo, por lo tanto, enteramente a su disposición, con todo lo que soy y tengo; con mi saber y mi ignorancia, con mi poder y mi impotencia, pero, por sobre todo, les pertenece mi corazón». Ese día comenzó el Padre un camino que transformó sus pasos. Poner el corazón como prenda lo cambia todo. Supone ser capaz de entregarlo por entero. Me rebelo. Me niego a donarme sin reservas. A perderlo todo sin guardarme nada. Me dan miedo la exigencia, la derrota, el fracaso, el abuso. Pero hoy nace Jesús para que le entregue mi corazón. Viene a mi familia para que aprenda a amar a mis hermanos sin reservas. Y yo que vivo pendiente siempre de lo que me dan, de lo que me entregan. En lugar de vivir cuidando la vida que se me ha confiado. Dios puede hacerlo todo nuevo en mí. No quiero vivir con miedo. No quiero guardarme para más tarde. Me entrego ahora sin reservas. Dios lo puede hacer todo nuevo en mí. Yo pongo mi corazón como prenda. Y le pido al Niño que cambie mi alma. Sólo así podrá cambiar mi familia. Si yo cambio, si soy mejor persona, si saco siempre mi sonrisa. Si me río y hago sonreír. Si vivo para los demás. Mi familia, mi vida, tendrán otro color. Habrá más luz y más fiesta. Y si no lo hago, sucederá lo que comentaba el Papa Francisco: «De otro modo, nuestra vida en familia dejará de ser un lugar de comprensión, acompañamiento y estímulo, y será un espacio de permanente tensión o de mutuo castigo». De mí depende. De mi humildad, de mi pobreza, de mi apertura a la gracia, de mi luz. Depende de mí que el mundo cambie a mi alrededor. Depende de mí que mi familia se asemeje cada día más a la sagrada Familia de Nazaret. Está en mis manos cambiar mi corazón.



Enviado por:


Jesús Manuel Cedeira Costales.


jueves, 24 de diciembre de 2020

Felicitación de Navidad 2020 - Junta de Hermandades de Semana Santa de Oviedo

 


¡Formación Cofrade de La Hermandad de Los Estudiantes de Oviedo os desea Feliz Navidad!



Dios nuestro,
que cada año nos alegras con la esperanza de la salvación,
concédenos que,
recibiendo con gozo a tu Hijo unigénito como Redentor,
podamos contemplarlo confiadamente
cuando venga como juez.

Dios todopoderoso,
envueltos con la nueva luz de tu Verbo hecho carne,
Te pedimos que resplandezca en nuestras obras
lo que por la fe brilla en nuestro espíritu.

Dios nuestro,
que admirablemente creaste la naturaleza humana
y, de modo aún más admirable, la restauraste;
concédenos compartir la vida divina de tu Hijo,
como él compartió nuestra condición humana.


Dios misericordioso,
hoy nos ha nacido el Salvador del mundo;
te pedimos que así como nos ha hecho hijos tuyos,
también nos haga partícipes de su inmortalidad.
Que vive y reina por los siglos de los siglos.







¡Nuestros más sinceros deseos de felicidad para esta Navidad!”.


¡FELIZ NAVIDAD! ¡DIOS HA NACIDO!

CARTAS DE ESPERANZA 24 DICIEMBRE DE 2020

 



24 de diciembre de 2020

 

Hermano:

«El ángel le contestó: - El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios»

«Miro a María. Miro sus ojos grandes y abiertos. Miro su sonrisa ancha y pura. Miro sus manos queriendo sostenerme. Miro sus labios que quieren decirme que no debo tener miedo»

Los contagios se desploman en Asturias por cuarta jornada consecutiva.

La comunidad registra dos fallecidos y la tasa de positividad cae al 2,58%.

Me gusta mirar a María en el Adviento. Me gusta mirarla caminando hacia Belén. Me gusta contemplarla como Niña inmaculada abierta a Dios. Su alma pura, alegre, grande, honda. Su mirada inocente llena de anhelos y sueños. Me detengo ante Ella casi sin poder hablar, asombrado y feliz. ¿Qué le puedo decir cuando yo me siento tan pequeño? Mi corazón calla ante Ella. Sólo la miro. Me siento tan frágil a su lado. He caído tantas veces. Ella lo sabe y me vuelve a abrazar como siempre lo ha hecho. Como lo hizo la primera vez hace ya tanto tiempo. Como vuelve a hacerlo ahora cuando me ve triste y solo en medio de mi camino. Me abraza para que no me olvide de dónde vengo y tenga más certeza de hacia dónde voy. Para que recuerde que su voz me ha salvado muchas veces. Me repite que me quiere, que valgo más que nadie, me muestra esa belleza que tengo escondida y que a menudo no veo. Ella, mi madre, me quiere como a nadie. Y yo me quedo quieto, tranquilo, con cierta vergüenza, sin saber qué hacer ni qué decir. Sólo miro sus ojos grandes y abiertos. Miro su sonrisa ancha y pura. Miro sus manos queriendo sostenerme. Miro sus labios que sólo quieren decirme que no debo tener miedo. Sé que su pureza supera todos mis intentos por pensar bien y hacer las cosas bien, por ser puro en mi mirada, por ser más suyo. Sé que su amor es tan puro y grande que jamás yo podría amar como Ella me ama. No lo pretendo. Sé que mis pasos son tan débiles y cortos que jamás se parecerán a los suyos firmes y decididos por ese camino ancho que lleva a Belén. Sé que su sí es tan fuerte y fiel que no pretendo igualarlo con mis fuerzas, con mis síes esquivos y cobardes. Sólo quiero pedirle que no se olvide de mí en esta tarde de invierno. En la soledad de mi alma. En medio de esos vientos que apagan el fuego interior que trato de avivar. En esos momentos en los que la vida parece llevarse mi barca por rumbos que desconozco. Sólo le pido que me recuerde cada día a qué he venido a este mundo. Sólo quiero que me haga ver con claridad cada mañana la belleza escondida dentro de mi alma. Esa belleza que sólo ve en mí María. Sólo deseo que me abrace con fuerza y me haga sentir una vez más como ese niño escogido en el corazón de Dios. Quiero que me enseñe a confiar cuando surgen las dudas y las incertidumbres en esta Navidad tan extraña. Y entonces mis miedos delante de su corazón inmaculado desaparecen de forma súbita. No sé bien cómo lo hace pero logra que me calme cuando tengo miedo, cuando estoy nervioso, cuando tengo dudas. Y sus brazos me sujetan con fuerza y me hacen comprender que mi vida es más grande de lo que yo nunca he pensado. Quiero caminar a su lado un trecho de este camino a Belén. Quiero que sienta que estoy con Ella en todo momento y no la pienso dejar. Sé que mi intención es estar yo seguro. Pero al mismo tiempo es como si quisiera protegerla de todos los peligros. Me siento como Juan Diego queriendo defender a su Niña María en Guadalupe. Cuando era Ella en realidad la que le protegía siempre a él, ¿acaso no era el su hijo predilecto? Así me siento yo, débil y vacío, alegre y lleno, cobarde y fiel. Necesitado de protección y sintiéndome yo el que la protege. La veo tan indefensa en este camino. ¿Cómo es posible mezclar ambos sentimientos en un mismo corazón herido? Es Ella, es María, quien logra cambiar mi ánimo con solo una mirada. Es Ella la que logra levantar mi corazón y llevarlo a las más altas cumbres. Ella la que calma mis ansias y consigue que vaya paso a paso, día a día sin pretender llegar pronto a la meta. Es María la que logra que en mi vida reine una atmósfera de cielo, de Inmaculada. Así logro acabar con la atmósfera de pantano que mis críticas, mis juicios, mis resentimientos y amarguras siembran en ocasiones en torno a mí. Ella, la Inmaculada, trae el cielo a la tierra, me hace alzar la mirada y creer que tengo una morada preparada a su lado al final del camino. Quiero vivir como Ella, cada día, confiando, tranquilo. Ella vivió así cada día como parte de un camino inmenso, al que le había dado el sí desde el primer momento. Es Ella quien fue descifrando lo que tenía que hacer con dudas, con miedos, y con una confianza absoluta en el amor de su Padre. Así quiero vivir yo cada mañana cuando me levanto y contemplo a María. La miro caminando a Belén, pura e Inmaculada. La miro con sus ojos grandes y su fe inmensa. Y quiero parecerme a Ella al menos en ese paso diario que Ella daba con la mirada alegre y el corazón tranquilo, con sus ojos puros y su alma grande, inmensa y honda. Sé que María hace milagros dentro de mi corazón tan pobre y lo transforma, trae hasta mí el cielo. Sé que convierte mi vida en una cuna sagrada, en un jardín florido, en un palacio lleno de belleza. Ella es la que hace hueco en mi alma para que pueda descansar Jesús. Ella lo hace habitable. Así puedo entregar todos mis miedos. Sé que sin Ella nada puedo hacer y con Ella todo lo puedo. No soy inmaculado como Ella, pero quiero tener su misma luz y su esperanza, su misma mirada.

En ocasiones me dejo llevar por lo urgente. Una llamada, una petición, una demanda, un problema, un contratiempo. Es como si lo urgente siempre tuviera prioridad. ¿Quién determina en mi vida lo que es urgente? ¿Quién me ayuda a poner en orden mis prioridades y saber exactamente lo que es más importante? Me dejo llevar por lo que me exigen desde fuera. Me llaman, me preguntan, me piden. Todo está bien, es legítimo, puede ser. Y yo me muevo con urgencia de un lado a otro tratando de llegar a todo, de apagar los incendios que brotan a mi alrededor. Y mientras tanto desatiendo lo importante. ¿Qué es lo realmente importante en mi vida? Me parece que pierdo el tiempo, que no lo aprovecho, que se me escapan los días y las horas de este Adviento y no sucede nada en mi alma. Me despisto, me vuelco en el mundo y no me dejo tiempo para mirar en mi corazón. ¿Qué es lo que tiene más valor en mi vida? Busco mis prioridades. Sin tiempo para rezar no hay profundidad. Sin profundidad es difícil aprender a vivir conmigo mismo. Sin tiempo para escarbar en el alma no salen a la superficie mis miedos, mis oscuridades, mis complejos. Y necesito que ahí dentro llegue Dios con la fuerza de su Espíritu y me ilumine. Eso es importante. Pero no, yo sigo volcado en el mundo de las urgencias. Lo que urge, lo que no admite demora porque ya nadie está dispuesto a esperar y tener paciencia. Todo tiene que estar listo para ayer, no cabe perder el tiempo. Lo urgente se confunde con lo importante y no es lo mismo. Una hora de ayuda a mi hijo en sus deberes. Una caminata con mi cónyuge sin hablar de nada importante. Dos horas leyendo una buena novela. Una noche viendo una buena película o una serie. Una tarde escuchando música con la mente en blanco. Un paso solitario por un camino lleno de pinos que me evocan parajes de mi infancia. Un tiempo sin hacer nada importante, ordenando cosas de mi cuarto. Una llamada de teléfono de larga duración en la que hablo de muchos temas interesantes. Una canción que despierta sueños dormidos dentro del alma. Una conversación con las personas a las que quiero. Perder el tiempo con los que forman parte de mi vida. Soñar a lo grande y sin miedo. Un tiempo largo de silencio delante de mi Nacimiento o en una capilla. Todo esto parece bonito pero no urgente. No hay tiempo que perder, la vida es corta y hay que gastarla, invertirla, no tirarla en cosas poco necesarias. ¿Todo lo urgente parece tan necesario? No siempre es así. Depende del orden de prioridades de cada uno. El problema es cuando, agobiado por lo urgente, descuido lo realmente importante en mi vida. Dejo de soñar, dejo de pensar, dejo de mirar dentro de mí, dejo de compartir los sueños, dejo de rezar. Decía el Papa Francisco: «¡Qué importante es soñar juntos! Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos» . Comparto los sueños y el alma se ensancha. Y lo importante es entonces lo que me hace crecer como persona. Mis vínculos son importantes. Los vínculos que construyo como raíces dentro del alma. «Podemos y debemos tener afecto a las personas, querer afectuosamente a las personas. ¡Es tan importante hoy en día que seamos sanos, tanto nosotros como los demás!» . No santos, sino sanos. Es la base para que crezca bien el amor, que es lo importante. El amor a los hombres. El amor a Dios. Ese amor que me mueve y saca lo mejor de mí. El amor que se cuida con horas aparentemente no eficientes. Pierdo el tiempo con los que amo. Paso la vida con los que amo. No produzco, no soy eficaz. Pero cuido vínculos sanos. Almas sanas arraigadas en la tierra y en el cielo. Es eso lo importante, tal vez no lo urgente. Lo único que quiero que me urja es amar a Dios. Ese amor de Dios quiero que sea mi pasión. Lo que me encienda cada mañana. Lo que me sostenga cada noche. El motivo por el que hago las cosas y entrego la vida: «Agustín acuñó la hermosa expresión: - Ama, y haz lo que quieras. Pero ¡por Dios!, ¿quién de nosotros ama constantemente de tal modo que pueda decir, siempre de nuevo: el amor de Cristo me urge? Eso lo tendremos una vez en la eternidad. Pero ¿aquí en la tierra?» . Es difícil que el amor de Dios sea lo que me urja y me lleve a amar, a dar la vida. Pero es la meta que sueño. Veo que el amor es lo importante en mi vida. Y quiero que me urja Dios a dar la vida por los que están junto a mí. No quiero que haya otras urgencias en mi camino. Nada es tan urgente como a veces parece. Ningún problema puede alejarme del amor de Dios, del amor de esos vínculos que me sostienen y llevan al cielo. Nada tan urgente que haga que deje para más tarde lo que de verdad me importa, lo que me construye como persona y me hace más feliz.

Escuchamos las palabras del Ángel a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Así comienza el ángel. Le pide que se alegre porque Dios está con Ella. Me pide a mí que me alegre porque Dios está conmigo, viene a mi presencia, quiere quedarse a habitar en mi morada. Eso me conmueve. Un Dios que quiere vivir conmigo. ¿Por qué no me alegro? Porque he puesto mi felicidad en lo que toco, en lo que palpo. En el amor tangible, en el abrazo que siento. Y busco esas compensaciones de los sentidos, sucedáneos de felicidad incompleta que intentan llenar torpemente mis vacíos. No me basta la promesa de un Dios al que no veo, los consejos de un ángel al que no toco. Siento que los problemas reales que me turban y me quitan la paz no se solucionan con una promesa tan llena de vaguedades. Sé que el Señor está conmigo, pero no lo toco y sigo palpando en mi piel la soledad y la tristeza. Que me alegre, me dice el ángel y lo que yo quiero es que alguien de carne y hueso, real en mi vida, venga a llenar de sentido los pasos de mi vida. Me turbo como María. Ella, al oír este saludo del Ángel, se turba: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios». María está llena de Dios y ha encontrado gracia ante Él. Y su alegría es plena porque no está rota en su corazón. Porque en Ella todo es armonía y paz y descanso en ese Dios que la habita. Ella no puede tener miedo porque sabe con certeza que Dios la ama por encima de todo. Pero yo tengo dudas. No siento ese amor tan hondo y en mi quiebre interior no logro unir lo que un día estuvo integrado en mí. El miedo surge en mi corazón cuando no me siento protegido, cuando la vida se me complica y los peligros brotan por todas partes. Cuando no me resulta todo como pensaba y los fracasos golpean a mi puerta. ¿Cómo voy a sonreír en medio de peligros amenazantes? En esos momentos no me siento dueño de nada. Veo el peligro y siento que no podré superar todo lo que me está sucediendo. Y no puedo huir de mi propia vida, no puedo inventarme otro camino, no puedo elegir otras opciones. Y surge ese miedo tan real que me paraliza y no me deja pensar con lucidez. El miedo me esclaviza. Escucho en mi corazón al ángel: «No temas». Su voz intenta traer calma a mi ánimo tan revuelto. Quiere Dios que no tenga miedo, como María, que se sabe amada por Dios en lo más profundo. Ella ha hallado gracia ante Dios, ha sido escogida por este Dios que la ama para siempre como su Hija más querida. Pero yo no me siento así. Esa elección es la que salva a María y calma su turbación. Yo también he sido elegido pero no lo siento. Hay muchos como yo, mejores que yo. Me comparo con ellos y veo la distancia infinita entre mis pocos logros y los suyos. Entre mis pensamientos mundanos y los de otros tan del cielo. Hoy miro a María y me siento indefenso, temeroso, en tensión. No sé cómo hará Dios para que yo sea dócil, abierto a sus deseos y libre para escoger el camino que me propone. Así quiero sentirme especialmente en este tiempo de Adviento cuando Dios me promete que va a venir a acampar dentro de mi alma. Quiero abrirme al querer de Dios, a su presencia en mi vida. No quiero que el miedo me paralice y bloquee mis pasos. No quiero perder la alegría y la esperanza ahora que todo parece tan frágil en estos tiempos de pandemia. No quiero vivir escondido dentro de mi alma, con miedo a posibles peligros. Le entrego mis miedos a Dios para que Él los transforme en una alegría permanente, en una seguridad absoluta. Dios puede hacerlo. Quiero entregarle mis miedos a Dios, como lo hace hoy María, como lo hizo también S. José. Escribe el Papa Francisco: «José nos enseña que tener fe en Dios incluye además creer que Él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca». Tengo miedo pero confío en Dios. Él está sobre mí, dentro de mí. Su sombra me cubre. Eso me da paz. Le pido a Dios que me dé la alegría que me falta, la confianza de la que carezco. María nota esa presencia en su vida y sonríe. Basta con esa presencia para estar alegre. ¿Qué es lo que desea mi corazón para tener alegría? Calmar todos los deseos del corazón. Es imposible. La vida no me da todo lo que necesito. ¿No me basta Dios para llenar mi alma? No me basta. Busco otros consuelos pasajeros, otros sueños que no se hacen realidad. Quiero que la vida me sonría y cuando no lo hace pierdo toda mi alegría. En esta Navidad le pido a Dios que me dé con su presencia en mi vida una alegría que nadie me pueda quitar. Una alegría que me calme en todos mis miedos y mis ansias. Las palabras del Ángel resuenan hoy en mi corazón: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Su presencia quiere calmar ese miedo a la muerte que la pandemia ha hecho más acuciante en mi alma. Sé que si Él va conmigo no tengo que temer. Pero yo dudo y me escondo. Y quiero otra vida, otros planes, otros deseos. Y al final no puedo escaparme de mi camino, el que elegí, el que amé un día. Tengo que permanecer donde estoy con una sonrisa grabada en el alma. No me alejo de lo que es mi vida y quiero sonreír, sin miedo.  

Me conmueve el sí sencillo de María: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Ante lo que parecía un imposible, María sólo dice que sí, elige lo que su corazón le dicta. No se aparta de la mirada de ese Dios que la ama con locura. Elige lo que le va a dar la vida y va a cambiar su camino para siempre: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». Decidir lo correcto no es tan sencillo. Siempre me puedo equivocar y no hacer lo correcto. O no elegir lo que Dios quiere. O seguir otro camino dejándome llevar por mi debilidad. Todas las decisiones que tomo tienen consecuencias. Una profesora les decía a unas alumnas huérfanas: «Vosotras estáis aquí porque vuestros padres tomaron decisiones equivocadas y ahora cargáis con sus consecuencias. Estamos aquí para que a partir de ahora toméis decisiones acertadas». Si tomo decisiones equivocadas habrá consecuencias. El sí que doy o el no que pronuncio. Se abre o se cierra un posible camino. Puedo tomar una elección obligado por las circunstancias. Puedo huir por mi miedo a fracasar. La soledad y el vacío en el alma me hacen elegir escapes que no me llenan por dentro y la tristeza es más honda entonces o más permanente. Decir que sí a lo que otros me piden puede ser decirle que no a lo que Dios sugiere. ¡Qué difícil acertar en todas mis decisiones! Un camino equivocado. Una puerta que no golpeo al verla cerrada. Un pasaje estrecho que me lleva a parajes anchos y luminosos. El miedo a la estrechez, el miedo a la oscuridad en la que no soy capaz de ver la verdad de mi vida. Decir que sí siempre no es necesariamente la solución a todos mis miedos. Decir que no a todos los que me suplican tampoco es el camino que necesariamente tiene consecuencias positivas. No sé cómo elegir siempre lo correcto y creo que no lo hago. Me piden consejos. ¿Cómo puedo saber siempre lo que Dios quiere de mí? Yo sólo sé que cualquier decisión que tomo tiene sus consecuencias. Si me equivoco tendré que aprender de las consecuencias negativas. Si acierto viviré agradecido a ese Dios que me hizo ver cuál era el camino que me haría crecer. Además luego hay otras decisiones que tengo que tomar aunque no cambien la realidad sino sólo mi forma de enfrentarla. No he querido la enfermedad, pero sí tendré que elegirla cuando la sufra. Porque sólo esa elección de lo que no puedo cambiar es lo que me libera. Nadie quiere el mal para su vida o esta pandemia que amenaza todos mis planes y proyectos. Pero está en mi mano la posibilidad de elegir la vida que me toca vivir. Le doy el sí, aunque en mis miedos le pregunte a Dios cómo lo va a hacer posible. Como hoy hace María: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?». Y Dios me lo dirá: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra». Doy el sí a lo que me sucede y Dios me mostrará el camino para salir adelante. Yo asumo la verdad de lo que tengo que enfrentar sin miedo, porque Dios con su sombra me cuida y protege. ¿Por qué voy a tener miedo? No es necesario. Hoy pienso en tantos noes que he dado en mi vida, o en esos síes equivocados. Pienso en mis decisiones acertadas y en las erradas. Recuerdo las consecuencias en ambos casos. No puedo cambiar lo que ya es pasado. Y habré tenido que vivir con paz las consecuencias de lo decidido. No me turbo, no me angustio, no tengo pena. Es imposible acertar siempre porque estoy herido por dentro, dividido en mi corazón. No puedo elegir siempre el bien y el mal en su ropaje de luces me confunde al hacerme creer que así seré más feliz. Pienso en estos errores que me han costado vida, alegría, paz. Y hoy pienso en todos los síes que quiero poner en el Nacimiento, ante María, esta Navidad. Los síes que me resisto a dar. A mi vida como es, a mi familia como se ha revelado en esta pandemia, a los límites que me duelen tanto por dentro, a mis pecados que no consigo erradicar de lo más hondo de mi corazón, a mis amores que han fracasado y a los que han resultado bien. Hoy le entrego ante Dios mis decisiones acertadas como una ofrenda. Y al mismo tiempo las consecuencias de todos mis errores. Dios conoce mejor mi corazón que yo mismo y ha posado su mirada sobre mí. Me va a dar fuerzas para que sepa optar siempre por lo que más me conviene, por lo que me hará más pleno y suyo. En eso confío. Y me siento como María, sola ante Dios: «Y la dejó el ángel». Anuncia su promesa y el ángel la deja sola. Para que su sí se haga firme paso a paso. Es lo que yo vivo. La promesa sigue viva y yo camino confiado solo ante Dios.

 

 

 

Enviado por:

 

Jesús Manuel Cedeira Costales.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

CARTAS DE ESPERANZA 23 DICIEMBRE DE 2020

 



23 de diciembre de 2020

 

Hermano:

«Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz».

«Sueño con estar siempre alegre y retener esa paz que vence los miedos. Quiero una alegría que me guarde de todo mal. Hoy busco esa alegría más profunda, esa alegría que viene de Dios».

Salud confirma 92 nuevos casos de coronavirus.

El Sespa realizó ayer 3.607 pruebas y la tasa de positividad se sitúa en el 3,41%, según el criterio establecido por el Ministerio de Sanidad.

 Las autoridades sanitarias recomiendan el uso de la mascarilla en interiores si hay personas mayores de 65 años o con patología.

Trato de llenar de luces la oscuridad con paso firme. Intento sonreír una y otra vez en medio de rostros serios. Logro decir algo que esté lleno de esperanza cuando continuamente me hablan de críticas y juicios sobre los demás. Trato de alegrar y no deprimir a los que me rodean. No me desanimo ante la primera contrariedad que hallo en el camino pensando que será imposible llegar a la meta. Visto de colores el tono gris de mi vida, a menudo rutinaria, allí donde faltan colores vivos. Siembro flores de Pascua, o Nochebuenas, en el alfeizar de mi ventana, para que el rojo de sus hojas llene mi corazón de Navidad. Atisbo por la ranura de mi puerta la luz de un nuevo día que amanece, desterrando los miedos de la noche. Un amanecer rojizo que me llena de paz el alma. Canto villancicos a la puerta de la vida de los hombres. Para iluminar sus días y alegrar sus nostalgias de infinito. Con la pandereta, la guitarra y la zambomba. Componiendo con notas nuevas un cielo que se llena de estrellas, no solo una, miles. Espero a que el lucero del alba traiga buenas noticias que me llenen de vida, porque ya está muy plagado el nuevo día de tragedias y desgracias. Me visto con nuevos colores, será que me hago más joven. Me río cuando no corresponde, y no es por los nervios, es quizás porque estoy aprendiendo a liberarme. Intento escuchar con más frecuencia de lo que lo hago habitualmente. Con más respeto, con mirada inocente, sin juzgar lo que me dicen, sin rechazar lo que no procede, porque sé que no tiene sentido hacer de juez, sólo Dios salva. Al fin y al cabo, ¿qué tengo que decir yo sobre lo que hacen los demás o sobre lo que no hacen? No tengo que enseñarle a nadie cómo debe comportarse. Me gusta pensar en posadas distintas a las de otros años, esta vez con cubrebocas. Con comidas al aire libre, guardando las distancias. Pienso y sueño con abrazos sutiles, para no ser imprudentes. No sé cómo puedo hacer para acabar con las sombras que rodean mis días. Y hacer que la noche de mi ánimo se llene de vida a ritmo de fiesta. Tengo entre mis manos tantos regalos que he recogido para dar a los que tienen sólo miedo y el corazón vacío. He querido alegrar con mis sonrisas sus días oscuros. Puede que tal vez no me comprendan. Llevo en el alma un sueño de niño que quizás un día despierte. Y sé que las aventuras son el mejor remedio para una vida sin lustre. He decidido alegrarme aun sin motivos aparentes, por cualquier cosa, sin esperar nada. Llega la Navidad y el gozo del encuentro me llena de esperanza una vez más, este año más que nunca. Sé que tengo el alma vestida de fiesta y eso me alegra. Dejo de lado esas nostalgias que amargan a veces la vida. Espero que los días sean más largos, tengan más luz y menos noche. Quiero que mis palabras sean siempre buenas nuevas y no mensajes amargos. Decido mirar al hombre que está sufriendo a mi lado, escondido en una esquina, me acerco a preguntarle qué le falta, qué desea, qué ha perdido. Quiero levantar mil puentes que me lleven al hermano. Y acabar con esos muros que sólo siembran discordias. Dejo a un lado la amargura que a menudo me acompaña y esos juicios sin misericordia que vierto cada mañana. Abrazo el cielo plomizo vistiéndolo hoy de grana. Como mis flores rojizas que iluminan mi ventana. Llevo prendido en el pecho un canto que se repite, una y otra vez, alegre. Jesús viene por la vida, se hace carne entre los hombres y yo lo espero tranquilo. José y María lo guardan como el regalo más grande. Recorren con calma el camino entre Nazaret y Belén, yo camino con ellos. No quiero hoy que los miedos me impidan acercarme. Me arrodillaré como un niño, con las manos vacías y el corazón algo roto. Voy vertiendo a mi paso lento semillas de vida y llanto. De alegría y paz eterna. De soledad y de viento. Dejo que sobre el camino nazca una esperanza nueva, en flores rojas de nuevo, como las de mi ventana. Y sé que con tantas lluvias crecerá paz en mi alma y en la de todos aquellos, que me encuentren, que me busquen. Eso espero. Ya no tiemblo por los días que aún desconozco, no hay miedo. Sólo sé que en este Niño se me regala la paz, la alegría y la esperanza. ¿Qué más quiero? Es Dios que se hace carne entre mis manos y yo sonrío.

Me detengo a contemplar a los ángeles. Un coro de ángeles anuncia a los pastores que ha nacido el Mesías, que corran a adorarlo. Un ángel en la noche le pide a José que no repudie a María, que el hijo que está esperando es el Hijo de Dios. Un ángel abre el corazón de María y le anuncia que será Madre del Salvador. Un ángel le dice a Zacarías que va a ser padre siendo su mujer estéril. Un ángel anuncia a José que tienen que huir a Egipto, porque quieren matar al Niño. Un ángel, siempre un ángel, llevando noticias de luz, de esperanza. Un ángel que salva al que puede morir y encamina los planes de Dios en la tierra. Es Navidad tiempo de ángeles que traen esperanza y buenas nuevas. Me gustan los ángeles que en mi pesebre coloco anunciando alegría con sus trompetas. Ángeles que cantan porque ha nacido el Salvador y la noche oscura se llena de estrellas. Ángeles de Dios que van de un lugar a otro conduciendo y velando mi vida sin que yo me dé cuenta. Ángeles sigilosos, preciosos, alegres. Ángeles llenos de luz que iluminan mis propias tinieblas. Ángeles que salvan, protegen, cuidan, velan, anuncian. Santa Teresita hablaba así de esos ángeles que protegían su vida pequeña y frágil: «Invoca a los ángeles y a los santos que se elevan como águilas hacia el fuego devorador, objeto de su deseo y las águilas, apiadándose de su hermanito, lo protegen, lo defienden y ahuyentan los buitres que querrían devorarlo». Los ángeles son enviados por Dios para salvar a los hombres, para hacer realidad en sus vidas un milagro de paz. Hoy pienso en los ángeles que están presentes en mi camino. Ese ángel de la guarda que custodia mis pasos y aguarda en mis caídas, dándome fuerzas para emprender el camino. Ángeles que me hacen ver lo que Dios quiere, lo que me pide. Ángeles silenciosos, ocultos a la luz del sol, apenas los veo y sé que están presentes, caminando junto a mí, son mis seres queridos. No tengo miedo a la noche porque es hora de los ángeles que me llenan de luz. Es la Navidad, incluso en pandemia, tiempo de alegría, de canto de ángeles, de coros celestiales. Una alegría honda que va más allá de los límites que me impone el mundo. Los ángeles traen alegría. Hay en mi vida ángeles con cuerpo, con vida propia. Ángeles a través de los cuales Dios me habla y me dice que me ama, que ha pensado en mí, que me quiere para siempre. Esos ángeles reales vienen a visitar mis pasos y me muestran el camino. Me gusta su presencia silenciosa, sus cantos de paz, su sonrisa amplia que borra mis tristezas. Y me recuerdan lo bello que soy porque Dios me ama. Me gustan esos ángeles que Dios ha puesto en mi camino para anunciarme el amor inmenso que me tiene. Me dicen que Dios ha nacido en mi alma en un corazón de niño. Y yo miro dentro de mí para darme cuenta de la sonrisa inocente de Dios, en lo más hondo. Pienso en esos ángeles de andar por casa y pienso en mí que estoy llamado a ser ángel. Mediador entre Dios y los hombres. Anunciador de alegrías y esperanza. Testigo de un amor más grande para hacer ver al hombre que el amor de Dios tiene la última palabra en sus vidas. Siento vocación de ángel para ir anunciando verdades y mostrando la belleza que cada hombre tiene escondida en el alma. Me gusta pensar que mi vida es pequeña y aun así tiene un poder que no controlo. Un poder inmenso, infinito, eterno. Un poder que logra vencer por encima de mis miedos tan humanos. Quiero proclamar una alegría que nadie pueda borrar de mi alma. Estoy llamado a vivir con esa alegría serena de los ángeles que saben que Dios ya ha vencido en todas las batallas. No tiemblo, no me desespero. Así quiero caminar yo, seguro al saber que Dios conduce mi camino, aunque muchas veces parezca que la vida no tiene sentido. Necesito tener dentro esa paz de los ángeles. Esa paz que regale alegría al que se encuentre conmigo. Esa paz me gusta, esa sonrisa permanente, esa esperanza dibujada dentro de mí, cuando mis fuerzas decaigan y me sienta impotente ante la marejada que amenaza con hundir mi barca. Cuando no parezca haber salida que me libere de todos mis miedos. Cuando las sombras oculten el sol y parezca que la noche se impone sobre el día. En esos momentos en los que me encuentre perdido y sin rumbo miraré al cielo buscando ángeles. Alzaré las manos implorando un poder superior al mío. Soltaré vencido las riendas que pretenden controlar mi vida. Y dejaré así que el poder de Dios en sus ángeles se haga visible. Y un coro de ángeles aparecerá sobre la cueva de mi olvido, de mi tristeza, llenando de cantos mis silencios. Quiero abrazar la vida como un náufrago a la deriva. Y sabré entonces que tengo vocación de ángel cuando Dios me vuelva a pedir con una sonrisa: «Sigue dando esperanza, ¿no lo ves? Haces falta». Y volaré de nuevo sin hacer caso al cansancio, sin hacer ruido. Y sonreiré otra vez olvidando mis pesares. Y hablaré con voz calmada sin atisbo de tristeza. Porque Dios habrá vencido en mí naciendo en mis entrañas, llenándome de alegría. Y seré ángel. ¿Cómo si no voy a lograr que Dios regale sonrisas dibujadas en mis labios? ¿Cómo si no voy a dar paz a todos los que me miren?

La alegría debería ser la impronta de mi alma. ¡Qué rápido la pierdo! Quisiera mantenerme sereno, seguro, alegre, con paz. Pero no sé por qué, de forma súbita, dejo de sonreír, de alegrarme por las cosas sencillas de la vida y me lleno de tristezas. Le pido más a Dios, a los demás y vivo lleno de quejas. Deseo una alegría sin miedos y la confianza de pensar que en medio de la batalla saldré siempre indemne, sin un rasguño. Esa confianza de los niños que han puesto su seguridad en el cielo y no temen las dificultades del camino. Esa alegría que me viene de lo alto como una lluvia suave que penetra mi alma y ya no me abandona. Estar alegre siempre es lo que más deseo. Sueño con esa paz que acabe con mis tormentas interiores. Hoy escucho por labios del apóstol: «Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros. Absteneos de todo género de mal. Que Él, el Dios de la paz, os santifique plenamente. Fiel es el que os llama y es Él quien lo hará». Necesito esa alegría que viene de Dios, porque la alegría del mundo es pasajera y no logro retenerla con manos firmes. Lo intento, me apego a ella en medio del camino. La retengo un tiempo y pasa rápido. La tristeza y el miedo son mis enemigos. Apagan mis sonrisas, ahogan mis gritos de júbilo. Quiero esa alegría honda que se viste de fiesta. Quiero el sí sencillo y fiel que se vuelve alegre en el camino. ¿Quién puede quitarme esa alegría? Ni la persecución, ni el hambre, ni la soledad, ni la infamia, ni las afrentas injustas. Nada debería quitarme la alegría que viene de Dios. Sueño con estar siempre alegre y retener esa paz que vence los miedos que a menudo me acobardan. Quiero una alegría que me guarde de todo mal. Hoy busco esa alegría más profunda, esa alegría que viene de Dios. «Si no recibo alegría, si no tengo alegría tanto por mi crecimiento interior en Dios como por el de los demás, ¿qué efectos habrá? Si la alegría es un instinto primordial, el hombre se buscará la alegría en otra parte». Es un instinto del corazón. Es algo innato que me lleva a buscar una alegría que no se agote, que no se acabe. Quiero vivir alegre en Dios, confiado. ¿Dónde están las fuentes de mi alegría más verdadera? Busco dentro de mí esa grieta por donde me llega la paz de Dios, ese camino abierto en lo más oculto de mi ser donde Dios llena de risas mis nostalgias y mis miedos. Es más fuerte la luz que la noche, más fuerte el canto alegre que el silencio lleno de reproches. Más grande la risa franca que la tristeza honda que no puedo apagar con nada. Busco las fuentes de mi alegría que nadie me va a quitar. Quiero limpiarlas en este Adviento para vivir alegre y disfrutando cada día de mi camino a Belén. Salgo de mis reproches y tristezas para ponerme en camino hacia Dios y lo miro con alegría, no con temor, no con sentimiento de culpa. «Si coloco siempre en el centro de mi pensamiento mi pequeñez, mi dependencia de Dios, mi ser nada ante Dios, el efecto será la actitud fundamental de la opresión: estoy oprimido frente a Dios. Si yo dijera reiteradamente en mis pláticas: - Tú no puedes hacer nada, pero Dios ha hecho de ti algo valioso, esa afirmación tiene que causar una falta de alegría en mi relación con Dios. Por eso, se busca la alegría en otra parte: en el mundo de las alegrías sensibles y del pecado». No acentúo el sentimiento de que no soy nada ante Dios. Poco puedo, lo sé. Pero puedo mucho porque soy hijo suyo. Soy grande en sus manos y este sentimiento de valor me causa alegría. Le hago falta a Dios y no puede prescindir de mí. Soy un instrumento único y valioso en sus manos, eso me da alegría. Soy importante para su misión y sin mí le falta algo. Lo que yo aporto es único. Esa conciencia me llena de paz y felicidad. Soy su hijo querido y no puedo eludir mi entrega, mi generosidad, mi ofrecimiento diario. Esa labor mía es un regalo. Y mi alegría entonces descansa en ese Dios que ha visto mi belleza y cree en mí. Sabe que soy valioso en este mundo. No quiere que renuncie al poder que me ha dado, a los talentos que ha puesto en mi corazón. Son suyos, no míos, pero a mí me dan paz y alegría. No me quedo en mi miseria, miro más su misericordia. No me centro tanto en que no puedo nada, pero acentúo que lo puedo todo en sus manos. Y sé que cuando esté a punto de caer, cuando me falten las fuerzas, Él va a venir a suplir mi carencia, a salvarme en medio de mis batallas perdidas. Me gusta mirar así la vida y me causa alegría. No me enorgullezco pensando que lo puedo todo, pero tampoco me humillo pensando que no puedo nada. Dios lo puede todo, Dios me salva. Y su mirada cambia mi corazón enfermo. Su mirada me alegra y me llena de sonrisas. Ha visto quién soy, lo grande que soy, y esa conciencia de mi valor me hace sonreír y caminar feliz a su lado. Esto es Navidad. Y de ahí brota mi alegría.

 

 

Enviado por:

 

Jesús Manuel Cedeira Costales.