jueves, 28 de febrero de 2019

EL ORIGEN DE LA DEVOCIÓN A JESÚS CAUTIVO










Como suele suceder con las devociones, el origen de ésta se desarrolla a caballo entre la leyenda y la historia, pero, a diferencia de otros casos, podemos afirmar con rotundidad que sus origen es netamente español; en las líneas que siguen procuraremos ceñirnos a los datos históricos, dejando de lado en lo posible los aspectos legendarios.



En agosto de 1614 las tropas españolas de Felipe III conquistaron la plaza de La Mámora, situada en el norte de África, en la desembocadura del río Sebú, territorio que en la actualidad pertenece al reino de Marruecos; allí edificaron los españoles una fortaleza llamada de San Felipe, alrededor de la cual fue desarrollándose la población, al mismo tiempo que se rebautizaba el lugar como San Miguel de Ultramar. Según nos cuenta un misionero trinitario la santa, devota y milagrosa Imagen de Jesús Nazareno estaba colocada en la iglesia de la fortaleza o castillo de La Mámora, en la África, que se llamaba por otro nombre San Miguel ultramar, añadiendo este religioso que no se sabe de donde fue llevada allí: lo cierto es que representa venerable antigüedad y que había muchos años que estaba con grande veneración.














De dicha iglesia apenas sabemos gran cosa, sino que al principio estuvo regida por los frailes menores de San Francisco, como nos relata un historiador capuchino: los cristianos bautizaron la plaza conquistada con el nombre de Puerto de San Miguel, y los religiosos de la observancia se encargaron de asistir espiritualmente a los españoles que allí moraban, tanto militares como paisanos; andando el tiempo, y con motivo de serios disgustos entre las autoridades eclesiásticas y militares, los franciscanos observantes abandonaron la plaza, siendo encomendada la tarea del pasto espiritual a los religiosos capuchinos en 1645, por expreso deseo y mandato del rey Felipe IV, quienes enviaron a La Mámora seis frailes de su orden, que fueron recibidos con verdadero júbilo por la necesidad que tenían de auxilios espirituales; a esta tarea se dedicaron los religiosos capuchinos hasta que al poco tiempo, en 1646, la iglesia voló por los aires debido a la explosión fortuita de unos barriles de pólvora que estaban colocados en una sala junto a la iglesia: por descuido de un soldado se incendió la pólvora y al estallar, no sólo destruyó la sala, sino también la iglesia, nos cuenta dicho historiador. Ante tal desastre, los capuchinos recurrieron al Consejo de Guerra suplicándole mandase proveer de algún sitio competente y aseado donde se dispusiese iglesia en con más decencia y veneración se diese culto a Dios; el Consejo determinó a tal fin que se dispusiese de la casa del gobernador de la plaza para iglesia y residencia de los religiosos, encargando al duque de Medinaceli, a la sazón Capitán General de las costas del mar Océano, la ejecución de estas disposiciones del Consejo.



Hemos leído en varias fuentes actuales que la imagen del Nazareno fue llevada a La Mámora por los frailes capuchinos; nos inclinamos a pensar que esta afirmación no responde más que a una reelaboración posterior pues nos extraña que, de ser cierta, no fuera conocida de un historiador tan mirado para con las cosas de su instituto religioso como lo fue el capuchino P. Ambrosio de Valenciana, a quien hemos seguido en el párrafo antecedente, máxime teniendo en cuenta que para cuando escribió su obra histórica, los capuchinos ya se habían convertido en los nuevos custodios de la imagen del Nazareno Cautivo, lo que sucedió en el año 1895. Nos quedamos, pues, con la versión del padre trinitario citado al principio, quien afirmaba desconocerse el origen de la imagen y cómo ésta llegó a la fortaleza de San Miguel de Ultramar.







Lo cierto es que en abril de 1681, las huestes moras del sultán Muley Ismael pusieron sitio a la fortaleza de San Miguel de Ultramar hasta que consiguieron la rendición de sus moradores el último día de dicho mes; los moros no sólo hicieron prisioneros a los supervivientes, entre los que se encontraban dos religiosos capuchinos, sino que, al parecer, también se llevaron la imagen del Nazareno, junto con otras, todos los cuales, personas e imágenes, fueron conducidos a Mequínez (Meknés). Allí, en la corte del sultán, los prisioneros y las imágenes sufrieron todo tipo de vejaciones, siendo especialmente sentidas las que recibió la imagen de Jesús Nazareno, según nos cuenta un testigo de las mismas.








Al año siguiente, esto es, en 1692, los frailes descalzos de la Orden de la Santísima Trinidad, que tenían como especial misión fundacional la redención de los cautivos cristianos, organizaron desde Ceuta una misión para rescatar a estos cautivos y a las imágenes, consiguiendo el rescate de 211 personas y de 17 imágenes, entre ellas, la de Jesús Nazareno, a costa de grandes trabajos y cuidados, ayudando Dios con raros prodigios. Tras pasar por varias ciudades españolas, las imágenes rescatadas llegaron a Madrid, haciéndose con ellas una solemne procesión y después fueron repartidas por los trinitarios descalzos a algunos príncipes y señores, quedándose la orden descalza de los trinitarios con la de Jesús Nazareno para su convento en la Corte, que la comenzó a venerar desde luego con grandísima devoción, creciendo cada día más el número y afecto de sus devotos, devoción que los propios religiosos extendieron a todos los dominios de España y a otros reinos por medio de sus retratos de escultura, pintura, estampas y medallas; siendo conocida a partir de entonces la imagen como la de Jesús Nazareno Cautivo y Rescatado, identificable por lucir en el pecho el escapulario trinitario como señal de su rescate. Pocos años después, hacia 1689, los duques de Medinaceli hicieron donación al convento de los trinitarios descalzos de Madrid de un sitio para labrar capilla propia donde venerar la imagen del Cautivo, convirtiéndose desde entonces en patronos de la misma; de aquí que también se conozca a la imagen con el nombre de Jesús de Medinaceli.






Con la exclaustración general de los regulares en España llevaba a cabo entre 1835 y 1836, los trinitarios descalzos abandonaron el convento de Madrid, quedando algunos de ellos como capellanes de su iglesia en los años posteriores al cierre. La imagen de Jesús Cautivo fu trasladada entonces a la madrileña parroquia de San Martín a requerimiento de la hermandad encargada de su culto, donde permaneció hasta el año 1846, en que volvió a su antiguo emplazamiento, entonces ocupado por las religiosas concepcionistas, nuevas moradoras del antiguo cenobio trinitario. A las concepcionistas sucedieron en la antigua residencia trinitaria las monjas agustinas y después las carmelitas. En 1895, los duques de Medinaceli, que durante todo este tiempo no había perdido el patronazgo de la capilla de Jesús Cautivo, dispusieron que ésta fuera regentada por los frailes menores capuchinos, quienes desde entonces se dedicaron a renovar con nuevos bríos el culto a dicha imagen, que había decaído bastante en los años anteriores; los capuchinos edificaron una nueva iglesia sobre el solar del antiguo templo trinitario en los años treinta del pasado siglo y continúan hoy sosteniendo el culto a Jesús de Medinaceli.










En 1710 se constituye la Congregación de Esclavos de Jesús Nazareno. Desde 1819 el rey figura como protector de la Esclavitud. La imagen de Jesús Nazareno se empezó a conocer como de Medinaceli gracias a que la capilla en la que se alojaba se encontraba en unos terrenos cedidos por el Duque de Medinaceli. En 1928 es elevada la Esclavitud de Jesús Nazareno a Archicofradía Primaria con potestad de agrupación a cuantas asociaciones del mismo nombre y título, erigidas en territorio nacional, así lo soliciten, llegando a la actualidad a contar con 42 Cofradías agregadas en España.

La imagen fue traslada a diversos lugares dentro de España durante la Guerra Civil española (1936 - 1939), para protegerla de los bombardeos de Madrid y finalmente salió para Suiza en 1937 para participar en una exposición de obras de arte de la Sociedad de Naciones. Regresó en 1939. En 1945 Francisco Palma Burgos realizó un soberbio trono procesional para el Nazareno. La imagen nazarena formó parte del Vía Crucis que tuvo lugar el 19 de agosto de 2011 con motivo de las Jornadas Mundiales de la Juventud, presididas por el papa Benedicto XVI en Madrid.






Características de la imagen

La imagen de Jesús tiene una altura 173 cm y fue elaborada en talleres sevillanos en el siglo XVII, atribuida al círculo del imaginero Juan de Mesa. Su iconografía es la llamada "de Sentencia", en el momento que Cristo es setenciado a ser crucificado. Es de talla completa para vestir, constando simplemente de un paño de pureza. Tiene una mirada que refleja un gran sufrimiento así como una gran paciencia. La talla está encorvada por el dolor de espalda producido por la flagelación.

La imagen tiene una cabellera tallada a pesar de que no se muestre al estar tapada por la de pelo natural que se le pone. Consta de un gran ajuar compuesto por más de treinta túnicas entre las que destacan una de 1846, regalada por el rey Francisco de Asís y otra de 1883, regalo de la Duquesa de Medinaceli. Para las grandes ocasiones como el primer viernes de marzo o la procesión, Jesús luce una corona de oro macizo de medio kilo de peso con piedras preciosas incrustadas, regalo de los joyeros madrileños en la década de 1950.







Lugares donde ha recibido culto

Por motivos históricos la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno ha recibido culto en varios templos de Madrid. En 1930 se levanta al actual basílica. Entre los años de 1936 y 1939. También ha sido venerada en varios lugares de España, como por ejemplo en Valencia y Cataluña, incluso ha sido venerada en Francia. Su última estancia fuera de España fue en Ginebra, donde participó en una exposición en el Palacio de la Sociedad de Naciones.

Actualmente se encuentra en el altar mayor de la mencionada basílica. La imagen se sitúa sobre el sagrario. En la puerta que precede al camarín, se lee: Archicofradía de la Esclavitud de Nuestro Padre Jesús Nazareno.

Durante el año 2013, con beneplácito del arzobispado de valencia, ha sido nombrado patrono de la policía local de Massamagrell (Valencia). 






Culto y Festividad principal

Nuestro Padre Jesús de Medinaceli se encuentra al culto en la iglesia de los RR.PP. Capuchinos de la Calle Jesús de Madrid. Preside el templo desde su camarín. Todos los viernes del año Nuestro Padre Jesús Nazareno es visitado por miles de devotos.




El primer viernes de marzo de cada año tiene lugar su multitudinario besapiés, al que acuden muchísimos devotos. Tradicionalmente asiste un miembro de la Familia Real Española para orar ante la imagen.









La imagen de Jesús de Medinaceli suscita mucha devoción en muchos lugares de España, encontrándose numerosas copias de la imagen y hermandades que le rinden veneración. También en el extranjero recibe el Nazareno de Madrid fervorosa devoción, siendo el caso más llamativo el de la Hermandad de Jesús de Medinaceli y la Esperanza Macarena de Miami, Estados Unidos.



Procesión de Semana Santa

Artículo principal: Archicofradía de Jesús de Medinaceli (Madrid)

Nuestro Padre Jesús Nazareno es sacado en procesión el Viernes Santo por la tarde por la Archicofradía Primaria de la Real e Ilustre Esclavitud de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Esta es una procesión multitudinaria, en la que desfilan los esclavos de Jesús vistiendo el hábito nazareno que consta de túnica y capirote morados. También participan los devotos que lo desean, portando cadenas o alumbrando, sin vestir hábito. Con frecuencia participan devotos llegados de muchos lugares de España y del extranjero. En las calles se concentran un total de 800.000 personas. 





En 2012, la archicofradía estaba formada por unos 3900 nazarenos y constaba de 8000 hermanos. El trono que porta a Jesús pesa tres toneladas y media y alcanza los cuatro metros de altura. En cada esquina se disponen cuatro artísticos ángeles que sujetan los candelabros de guardabrisas. El trono fue tallado en madera y policromado por el artista Francisco Palma Burgos hacia el 1944 y es llevado por 128 anderos. La música de acompañamiento corre a cargo de la banda de música "La Lira de Pozuelo", de la localidad madrileña de Pozuelo de Alarcón.







Homenaje de Los Estudiantes de Oviedo a Jesús de Medinaceli de Madrid: Cuaresma 2018





Desde la Hermandad y Cofradía de Los Estudiantes de Oviedo se ha querido rendir un homenaje a la madrileña Archicofradía Primaria de la Real e Ilustre Esclavitud de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Medinaceli, ya que su sagrado titular recorrio las calles de la capital de España el Viernes Santo de 2018, portado a hombros - abandonando por lo tanto las ruedas, en el trono modificado que le tallara a comienzos de la década de los 40 del siglo XX, D. Antonio Palma Burgos.





Esta es la razón por la que Nuestro Padre Jesús de la Sentencia, que se encuentra en la Parroquia de San Francisco Javier de La Tenderina, lucio esos días de Cuaresma un escapulario trinitario, traído especialmente desde Madrid, y que fue colocado por la Camarera del titular de los Estudiantes, Dª. Mónica García de la Noceda, siendo su Vestidor, D. Ígor Freijoó González.






Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales





Fuente: Texto de La devoción de Jesús Cautivo y Rescatado en Estepa. Jorge Alberto Jordán Fernández. Doctor en Historia. Boletín de los Estudiantes. Cuaresma 2014.
wikipedia.org


martes, 26 de febrero de 2019

EL PAPA FRANCISCO PROPONE UNA CUARESMA ECOLÓGICA






Convirtamos el desierto de la creación en un jardín de comunión con Dios

Para los 40 días anteriores a la Pascua, el Papa propone este 2019 “entrar en el desierto de la creación” para que vuelva a ser “aquel jardín de la comunión con Dios” para llevar la “esperanza de Cristo a la creación y liberarla de la esclavitud de la corrupción.

¿Y cómo se puede lograr esto? Francisco vuelve a proponer, en su mensaje para la próxima Cuaresma publicado hoy martes, las 3 herramientas de los tiempos de crecimiento espiritual: el ayuno, la oración y la limosna.

Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón.

Orar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia.

Dar limosna para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece.

El mensaje para la Cuaresma 2019 usa el lenguaje de la ecología y muestra una gran esperanza: “volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero, y encontrar en este amor la verdadera felicidad”.

“La “Cuaresma” del Hijo de Dios fue un entrar en el desierto de la creación para hacer que volviese a ser aquel jardín de la comunión con Dios que era antes del pecado original (cf. Mc 1,12-13; Is 51,3)”, escribe.

Y añade: “Que nuestra Cuaresma suponga recorrer ese mismo camino, para llevar también la esperanza de Cristo a la creación, que será liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios”.

Francisco une ser humano y creación destacando que “si el hombre vive como hijo de Dios, si vive como persona redimida, que se deja llevar por el Espíritu Santo, y sabe reconocer y poner en práctica la ley de Dios, comenzando por la que está inscrita en su corazón y en la naturaleza, beneficia también a la creación, cooperando en su redención”.

“La creación —dice san Pablo— desea ardientemente que se manifiesten los hijos de Dios, es decir, que cuantos gozan de la gracia del misterio pascual de Jesús disfruten plenamente de sus frutos, destinados a alcanzar su maduración completa en la redención del mismo cuerpo humano”, añade.

Todo queda unido, entonces cuando el amor cambia la vida de las personas -espíritu, alma y cuerpo- y “con la oración, la contemplación y el arte hacen partícipes de ello también a las criaturas, como demuestra de forma admirable el “Cántico del hermano sol” de san Francisco de Asís.

En cambio, advierte, “cuando no vivimos como hijos de Dios, a menudo tenemos comportamientos destructivos hacia el prójimo y las demás criaturas —y también hacia nosotros mismos—, al considerar, más o menos conscientemente, que podemos usarlos como nos plazca”.

“Si no anhelamos continuamente la Pascua, si no vivimos en el horizonte de la Resurrección, está claro que la lógica del todo y ya, del tener cada vez más acaba por imponerse”, constata el Papa.

“El hecho de que se haya roto la comunión con Dios, también ha dañado la relación armoniosa de los seres humanos con el ambiente en el que están llamados a vivir, de manera que el jardín se ha transformado en un desierto”, añade.

Francisco escribe que el pecado “lleva al hombre a considerarse el dios de la creación, a sentirse su dueño absoluto y a no usarla para el fin deseado por el Creador, sino para su propio interés, en detrimento de las criaturas y de los demás” y que “cuando se abandona la ley de Dios, la ley del amor, acaba triunfando la ley del más fuerte sobre el más débil”.

Pero “el camino hacia la Pascua nos llama precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del misterio pascual”.

“Toda la creación está llamada a salir, junto con nosotros, de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios”, insiste.

Y recuerda que “la Cuaresma es signo sacramental de esta conversión, es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su vida personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno, la oración y la limosna”.

Este es el mensaje completo del Papa para la Cuaresma de 2019, titulado “La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios” (Rm 8,19):

Queridos hermanos y hermanas:

Cada año, a través de la Madre Iglesia, Dios «concede a sus hijos anhelar, con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que […] por la celebración de los misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios» (Prefacio I de Cuaresma).

De este modo podemos caminar, de Pascua en Pascua, hacia el cumplimiento de aquella salvación que ya hemos recibido gracias al misterio pascual de Cristo: «Pues hemos sido salvados en esperanza» (Rm 8,24).

Este misterio de salvación, que ya obra en nosotros durante la vida terrena, es un proceso dinámico que incluye también a la historia y a toda la creación.

San Pablo llega a decir: «La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8,19). Desde esta perspectiva querría sugerir algunos puntos de reflexión, que acompañen nuestro camino de conversión en la próxima Cuaresma.

1. La redención de la creación

La celebración del Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, culmen del año litúrgico, nos llama una y otra vez a vivir un itinerario de preparación, conscientes de que ser conformes a Cristo (cf. Rm 8,29) es un don inestimable de la misericordia de Dios.

Si el hombre vive como hijo de Dios, si vive como persona redimida, que se deja llevar por el Espíritu Santo (cf. Rm 8,14), y sabe reconocer y poner en práctica la ley de Dios, comenzando por la que está inscrita en su corazón y en la naturaleza, beneficia también a la creación, cooperando en su redención.

Por esto, la creación —dice san Pablo— desea ardientemente que se manifiesten los hijos de Dios, es decir, que cuantos gozan de la gracia del misterio pascual de Jesús disfruten plenamente de sus frutos, destinados a alcanzar su maduración completa en la redención del mismo cuerpo humano.

Cuando la caridad de Cristo transfigura la vida de los santos —espíritu, alma y cuerpo—, estos alaban a Dios y, con la oración, la contemplación y el arte hacen partícipes de ello también a las criaturas, como demuestra de forma admirable el “Cántico del hermano sol” de san Francisco de Asís (cf. Enc. Laudato si’, 87).

Sin embargo, en este mundo la armonía generada por la redención está amenazada, hoy y siempre, por la fuerza negativa del pecado y de la muerte.

2. La fuerza destructiva del pecado

Efectivamente, cuando no vivimos como hijos de Dios, a menudo tenemos comportamientos destructivos hacia el prójimo y las demás criaturas —y también hacia nosotros mismos—, al considerar, más o menos conscientemente, que podemos usarlos como nos plazca.

Entonces, domina la intemperancia y eso lleva a un estilo de vida que violalos límites que nuestra condición humana y la naturaleza nos piden respetar, y se siguen los deseos incontrolados que en el libro de la Sabiduría se atribuyen a los impíos, o sea a quienes no tienen a Dios como punto de referencia de sus acciones, ni una esperanza para el futuro (cf. 2,1-11).

Si no anhelamos continuamente la Pascua, si no vivimos en el horizonte de la Resurrección, está claro que la lógica del todo y ya, del tener cada vez más acaba por imponerse.

Como sabemos, la causa de todo mal es el pecado, que desde su aparición entre los hombres interrumpió la comunión con Dios, con los demás y con la creación, a la cual estamos vinculados ante todo mediante nuestro cuerpo.

El hecho de que se haya roto la comunión con Dios, también ha dañado la relación armoniosa de los seres humanos con el ambiente en el que están llamados a vivir, de manera que el jardín se ha transformado en un desierto (cf. Gn 3,17-18).

Se trata del pecado que lleva al hombre a considerarse el dios de la creación, a sentirse su dueño absoluto y a no usarla para el fin deseado por el Creador, sino para su propio interés, en detrimento de las criaturas y de los demás.

Cuando se abandona la ley de Dios, la ley del amor, acaba triunfando la ley del más fuerte sobre el más débil. El pecado que anida en el corazón del hombre (cf. Mc 7,20-23) —y se manifiesta como avidez, afán por un bienestar desmedido, desinterés por el bien de los demás y a menudo también por el propio— lleva a la explotación de la creación, de las personas y del medio ambiente, según la codicia insaciable que considera todo deseo como un derecho y que antes o después acabará por destruir incluso a quien vive bajo su dominio.

3. La fuerza regeneradora del arrepentimiento y del perdón

Por esto, la creación tiene la irrefrenable necesidad de que se manifiesten los hijos de Dios, aquellos que se han convertido en una “nueva creación”: «Si alguno está en Cristo, es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo» (2 Co 5,17).

En efecto, manifestándose, también la creación puede “celebrar la Pascua”: abrirse a los cielos nuevos y a la tierra nueva (cf. Ap 21,1).

Y el camino hacia la Pascua nos llama precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del misterio pascual.

Esta “impaciencia”, esta expectación de la creación encontrará cumplimiento cuando se manifiesten los hijos de Dios, es decir cuando los cristianos y todos los hombres emprendan con decisión el “trabajo” que supone la conversión.

Toda la creación está llamada a salir, junto con nosotros, «de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm8,21).

La Cuaresma es signo sacramental de esta conversión, es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su vida personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno, la oración y la limosna.

Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón.

Orar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia.

Dar limosna para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece.

Y volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero, y encontrar en este amor la verdadera felicidad.

Queridos hermanos y hermanas, la “Cuaresma” del Hijo de Dios fue un entrar en el desierto de la creación para hacer que volviese a ser aquel jardín de la comunión con Dios que era antes del pecado original (cf. Mc 1,12-13; Is 51,3).

Que nuestra Cuaresma suponga recorrer ese mismo camino, para llevar también la esperanza de Cristo a la creación, que «será liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21).

No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable. Pidamos a Dios que nos ayude a emprender un camino de verdadera conversión.

Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagámonos prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales.

Así, acogiendo en lo concreto de nuestra vida la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, atraeremos su fuerza transformadora también sobre la creación.



Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales
Fuente: Aleteia

viernes, 22 de febrero de 2019

La Señal de la cruz




Los cristianos hacemos con frecuencia la señal de la cruz sobre nuestras personas o nos la hacen otros ministros, como en el caso del bautismo, de la confirmación, de la penitencia y de las bendiciones. Este acto se llama signarse, persignarse o también santiguarse si es más reducido.


Es un gesto sencillo pero lleno de significado. 


La señal de la cruz es una confesión de nuestra fe: Dios nos ha salvado en la cruz de Cristo. Es un signo de pertenencia, de posesión. Al hacer sobre nuestra persona esta señal es como si dijéramos: estoy bautizado, pertenezco a Cristo, él es mi Salvador, la cruz de Cristo es el origen y la razón de ser de mi existencia cristiana.


El primero que hizo la «señal de la cruz» fue el mismo Cristo, que «extendió sus brazos en la cruz» (Prefacio de la Plegaria Eucarística segunda) y «sus brazos extendidos dibujaron entre el cielo y la tierra el signo imborrable de tu Alianza» (Plegaria Eucarística primera de la Reconciliación). Si en el AT se hablaba de los marcados por el signo de la letra «tau», en forma de cruz (Ez 9,4-6) y el Apocalipsis también nombra la marca que llevan los elegidos (Ap 7,3), nosotros, los cristianos, al trazar sobre nuestro cuerpo el signo de la cruz nos confesamos como la comunidad de los seguidores de Cristo, que nos salvó en la cruz.


Las formas actualmente son dos. Al principio parece que era costumbre hacerla sólo sobre la frente. Luego se extendió poco a poco las dos formas que conocemos: hacer la triple cruz pequeña (persignarse) en la frente, en la boca y el pecho, como en el caso de la escucha del evangelio o hacer la gran cruz (santiguarse) desde la frente al pecho y desde el hombro izquierdo al derecho.


Para persignarnos se usa el dedo pulgar de la mano derecha que hace la señal de la cruz en la frente, sobre los labios y en el pecho. Mientras nos persignamos decimos "Por la señal de la Santa cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor Dios Nuestro”. La gran cruz (santiguarse) se hace desde la frente al pecho y desde el hombro izquierdo al derecho mientras se dice solamente: "En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén". En latín "In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen." 

En algunos países es costumbre besar al final el dedo pulgar, que ha formado una cruz con el índice.

Al entrar en el templo, los cristianos tenemos la costumbre de santiguarnos con el agua bendita de la pila, como recuerdo de nuestro bautismo. También hay quienes, acertadamente, lo hacen al cruzarse ante un templo o capilla ya que en el templo, en el sagrario, está la presencia real de Cristo.


En la celebración litúrgica hay algunos momentos en los que la señal de la cruz cobra un especial sentido:

· Así, en la misa nos santiguamos con la gran cruz al comienzo de la misma junto al sacerdote diciendo: «En el nombre del Padre...». También al disponernos a escuchar el evangelio, al oír las palabras: “Lectura del Santo Evangelio...” En este caso hacemos la triple cruz. El sacerdote también hace la señal sobre el Evangelio y después se signa él. Al recibir la bendición –deberíamos tener la cabeza inclinada– también nos santiguamos con la gran cruz. Sólo el obispo hace la señal de la cruz tres veces cuando da la bendición al final de la misa o en otros ritos. Es costumbre de algunos fieles santiguarse antes de comulgar.


· El sacerdote también hace la señal de la cruz sobre las ofrendas durante la Plegaria eucarística.


· En la Liturgia de las Horas, al comienzo del rezo de cada hora y al inicio de los cánticos evangélicos. Cuando la hora matutina empieza con «Señor, ábreme los labios», nos hacemos la señal de la cruz en la boca.


· En el sacramento de la Penitencia, el ministro traza la señal de la cruz sobre el penitente al decir «yo te absuelvo de tus pecados...», y el penitente hace otro tanto al recibir la absolución.


· En la Confirmación el obispo traza una cruz con el santo crisma en la frente de los confirmandos.


· Especial importancia tiene la señal de la cruz en el Bautismo, cuando el sacerdote y los padres y padrinos signan al recién bautizado en la frente. El sacerdote signa al bautizado con la señal de Cristo Salvador.


· Las bendiciones sobre cosas y personas se suelen expresar con la señal de la cruz. Cuando el sacerdote bendice al pueblo o a algún objeto hace la señal de la cruz, una vez, con su mano derecha, sobre la persona u objeto a bendecir.





Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales









Fuente: piedadpopular.blogspot.com




viernes, 15 de febrero de 2019

PIEDAD POPULAR Y LITURGIA: LAS IMÁGENES SAGRADAS







Fue especialmente el Concilio Niceno II, "siguiendo la doctrina divinamente inspirada de nuestros Santos Padres y la tradición de la Iglesia Católica", el que defendió con fuerza la veneración de las imágenes sagradas: "definimos, con todo rigor e insistencia que, a semejanza de la figura de la cruz preciosa y vivificadora, las venerables y santas imágenes, ya pintadas, ya en mosaico o en cualquier otro material adecuado, deben ser expuestas en las santas iglesias de Dios, sobre los diferentes vasos sagrados, en los ornamentos, en las paredes, en cuadros, en las casas y en las calles; tanto de la imagen del Señor Dios y Salvador nuestro Jesucristo, como de la inmaculada Señora nuestra, la santa Madre de Dios, de los santos Ángeles, de todos los Santos y justos".



Los Santos Padres encontraron en el misterio de Cristo Verbo encarnado, "imagen del Dios invisible" (Col 1,15), el fundamento del culto que se rinde a las imágenes sagradas: "ha sido la santa encarnación del Hijo de Dios la que ha inaugurado una nueva economía de las imágenes".



La veneración de las imágenes, sean pinturas, esculturas, bajorrelieves u otras representaciones, además de ser un hecho litúrgico significativo, constituyen un elemento relevante de la piedad popular: los fieles rezan ante ellas, tanto en las iglesias como en sus hogares. Las adornan con flores, luces, piedras preciosas; las saludan con formas diversas de religiosa veneración, las llevan en procesión, cuelgan de ellas exvotos como signo de agradecimiento; las ponen en nichos y templetes, en el campo o en las calles.



Sin embargo, la veneración de las imágenes, si no se apoya en una concepción teológica adecuada, puede dar lugar a desviaciones. Es necesario, por tanto, que se explique a los fieles la doctrina de la Iglesia, sancionada en los concilios ecuménicos y en el Catecismo de la Iglesia Católica, sobre el culto a las imágenes sagradas.






 Según la enseñanza de la Iglesia, las imágenes sagradas son:



·         traducción iconográfica del mensaje evangélico, en el que imagen y palabra revelada se iluminan mutuamente; la tradición eclesial exige que las imágenes "estén de acuerdo con la letra del mensaje evangélico";



·         signos santos, que como todos los signos litúrgicos, tienen a Cristo como último referente; las imágenes de los Santos, de hecho, "representan a Cristo, que es glorificado en ellos";



·         memoria de los hermanos Santos "que continúan participando en la historia de la salvación del mundo y a los que estamos unidos, sobre todo en la celebración sacramental";



·         ayuda en la oración: la contemplación de las imágenes sagradas facilita la súplica y mueve a dar gloria a Dios por los prodigios de gracia realizados en sus Santos;



·         estímulo para su imitación, porque "cuanto más frecuentemente se detienen los ojos en estas imágenes, tanto más se aviva y crece en quien lo contempla, el recuerdo y el deseo de los que allí están representados"; el fiel tiende a imprimir en su corazón lo que contempla con los ojos: una "imagen verdadera del hombre nuevo", transformado en Cristo mediante la acción del Espíritu y por la fidelidad a la propia vocación;



·         una forma de catequesis, puesto que "a través de la historia de los misterios de nuestra redención, expresada en las pinturas y de otras maneras, el pueblo es instruido y confirmado en la fe, recibiendo los medios para recordar y meditar asiduamente los artículos de fe".



Es necesario, sobre todo, que los fieles adviertan que el culto cristiano de las imágenes es algo que dice relación a otra realidad. La imagen no se venera por ella misma, sino por lo que representa. Por eso a las imágenes "se les debe tributar el honor y la veneración debida, no porque se crea que en ellas hay cierta divinidad o poder que justifique este culto o porque se deba pedir alguna cosa a estas imágenes o poner en ellas la confianza, como hacían antiguamente los paganos, que ponían su esperanza en los ídolos, sino porque el honor que se les tributa se refiere a las personas que representan".



A la luz de estas enseñanzas, los fieles evitarán caer en un error que a veces se da: establecer comparaciones entre imágenes sagradas. El hecho de que algunas imágenes sean objeto de una veneración particular, hasta el punto de convertirse en símbolo de la identidad religiosa y cultural de un pueblo, de una ciudad o de un grupo, se debe explicar a la luz del acontecimiento de gracia que ha dado lugar a dicho culto y a los factores histórico-sociales que han concurrido para que se estableciera: es lógico que el pueblo haga referencia, con frecuencia y con gusto, a dicho acontecimiento; así fortalece su fe, glorifica a Dios, protege su propia identidad cultural, eleva con confianza súplicas incesantes que el Señor, según su palabra (cfr. Mt 7,7; Lc 11,9; Mc 11,24), está dispuesto a escuchar; así aumenta el amor, se dilata la esperanza y crece la vida espiritual del pueblo cristiano.







Las imágenes sagradas, por su misma naturaleza, pertenecen tanto a la esfera de los signos sagrados como a la del arte. En estas, "que con frecuencia son obras de arte llenas de una intensa religiosidad, aparece el reflejo de la belleza que viene de Dios y a Dios conduce". Sin embargo, la función principal de la imagen sagrada no es procurar el deleite estético, sino introducir en el Misterio. A veces la dimensión estética se pone en primer lugar y la imagen resulta más un "tema", que un elemento transmisor de un mensaje espiritual.



En Occidente la producción iconográfica, muy variada en su tipología, no está reglamentada, como en Oriente, por cánones sagrados vigentes durante siglos. Esto no significa que la Iglesia latina haya descuidado la atención a la producción iconográfica: más de una vez ha prohibido exponer en las iglesias imágenes contrarias a la fe, indecorosas, que podían dar lugar a errores en los fieles, o que son expresiones de un carácter abstracto descarnado y deshumanizador; algunas imágenes son ejemplo de un humanismo antropocéntrico, más que de auténtica espiritualidad. También se debe reprobar la tendencia a eliminar las imágenes de los lugares sagrados, con grave daño para la piedad de los fieles.



A la piedad popular le agradan las imágenes, que llevan las huellas de la propia cultura; las representaciones realistas, los personajes fácilmente identificables, las representaciones en las que se reconocen momentos de la vida del hombre: el nacimiento, el sufrimiento, las bodas, el trabajo, la muerte. Sin embargo, se ha de evitar que el arte religioso popular caiga en reproducciones decadentes: hay correlación entre la iconografía y el arte para la Liturgia, el arte cristiano, según las épocas culturales.



Por su significado cultual, la Iglesia bendice las imágenes de los Santos, sobre todo las que están destinadas a la veneración pública, y pide que, iluminados por el ejemplo de los Santos, "caminemos tras las huellas del Señor, hasta que se forme en nosotros el hombre perfecto según la medida de la plenitud en Cristo". Así también, la Iglesia ha emanado algunas normas sobre la colocación de las imágenes en los edificios y en los espacios sagrados, que se deben observar diligentemente; sobre el altar no se deben colocar ni estatuas ni imágenes de los Santos; ni siquiera las reliquias, expuestas a la veneración de los fieles, se deben poner sobre la mesa del altar. Corresponde al Ordinario vigilar que no se expongan a la veneración pública imágenes indignas, que induzcan a error o a prácticas supersticiosas.








RITO DE LA BENDICIÓN DE UNA IMAGEN DE LOS SANTOS



RITOS INICIALES



Reunido el pueblo, se entona oportunamente un canto adecuado, terminado el cual, el celebrante dice:



En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.



Todos se santiguan y responden:



Amén.



Luego el celebrante saluda a los presentes, diciendo:



La gracia de nuestro Señor Jesucristo, que es la corona de todos los santos, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros.



U otras palabras adecuadas, tomadas preferentemente de la sagrada Escritura.



El pueblo responde:



Y con tu espíritu.



O de otro modo adecuado.



Luego el celebrante exhorta brevemente a los fieles para disponer su espíritu a la celebración y explicar el significado del rito; puede hacerlo con estas palabras u otras semejantes:



Al disponernos, hermanos, a celebrar este rito, en el que bendeciremos a Dios con ocasión de exponer a la pública veneración de los fieles esta nueva y noble imagen de san N., conviene que, ante todo, preparemos nuestro espíritu para entender lo que significa esta celebración. La madre Iglesia, al exponer a la pública veneración las imágenes de los santos, espera de nosotros, sobre todo, que, al mirar las efigies de los que han seguido a Cristo con fidelidad, andemos en busca de la Ciudad futura y, al mismo tiempo, aprendamos cuál es el camino para llegar con seguridad a la plena unión con Cristo; los santos, en efecto, son amigos y coherederos de Jesucristo, y también hermanos y eximios bienhechores nuestros, que nos aman, nos asisten, interceden solícitamente por nosotros y, de una manera admirable, están en comunión con nosotros.








LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS



Luego el lector, uno de los presentes o el mismo celebrante, lee uno o varios textos de la sagrada Escritura, seleccionados principalmente entre los que proponen el Leccionario del Misal Romano o de la Liturgia de las Horas en el Común o en el Propio de los santos, intercalando los convenientes salmos responsoriales o espacios de silencio. La lectura del Evangelio ha de ser siempre el acto más relevante. También pueden leerse los textos que se proponen a continuación:



Mt 5, l-12a: Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo



Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san Mateo.



Al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablarles, enseñándoles:

—«Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.

Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.»



Palabra del Señor.

 

Pueden también leerse: Ef 3, 14-19; 1P 4, 7b-ll; Un 5, 1-5.



Según las circunstancias, se puede decir o cantar un salmo responsorial u otro canto adecuado.



Salmo responsorial Sal 1, 1-2. 3. 4 y 6 (R.: 2a)



R. Su gozo es la ley del Señor.



Dichoso el hombre

que no sigue el consejo de los impíos,

ni entra por la senda de los pecadores,

ni se sienta en la reunión de los cínicos;

sino que su gozo es la ley del Señor,

y medita su ley día y noche. R.



Será como un árbol

plantado al borde de la acequia:

da fruto en su sazón

y no se marchitan sus hojas;

y cuanto emprende tiene buen fin. R.



No así los impíos, no así;

serán paja que arrebata el viento.

Porque el Señor protege el camino de los justos,

pero el camino de los impíos acaba mal. R.



 O bien:



Sal 14 (15), 2-3. 4-5



R. (cf. Ib) El justo habitará en tu monte santo, Señor.



Sal 33 (34), 2-3. 4-5. 6-7. 8-9. 11



R. (2a) Bendigo al Señor en todo momento.



Luego el celebrante, según las circunstancias, hace la homilía, en la cual explica adecuadamente las lecturas bíblicas y el papel que representan los santos en la vida de la Iglesia, para que el significado de la celebración sea percibido por la fe.



PRECES



Si se estima oportuno, antes de la oración de bendición puede hacerse la plegaria común. Entre las intercesiones que aquí se proponen, el celebrante puede seleccionar las que le parezcan más adecuadas o añadir otras más directamente relacionadas con las circunstancias de la comunidad o del momento.



Invoquemos suplicantes a Dios Padre, que configura a los santos con la imagen de su Hijo, y que con la fuerza del Espíritu no deja de santificar a la Iglesia, y digámosle:



R. Sálvanos, Señor, por la intercesión de san N.



Dios, fuente de santidad, que has hecho brillar en tus santos las maravillas de tu gracia multiforme,

— concédenos celebrar tu grandeza en ellos. R.



Dios sapientísimo, que por medio de Cristo has constituido a los apóstoles fundamento de tu Iglesia,

— conserva a tus fieles en la doctrina que ellos enseñaron. R.



Tú que has dado a los mártires la fortaleza del testimonio, hasta derramar su sangre,

— haz de los cristianos testigos fieles de tu Hijo. R.



Tú que has dado a las santas vírgenes el don insigne de imitar a Cristo virgen,

— haz que reconozcan la virginidad a ti consagrada como una señal particular de los bienes celestiales. R.



Tú que manifiestas en todos los santos tu presencia, tu rostro y tu palabra,

— otorga a tus fieles sentirse más cerca de ti por su imitación. R.



Sigue la oración de bendición, como se indica más adelante.



Cuando no se dicen las preces, antes de la oración de bendición, el celebrante, con estas palabras u otras semejantes, invita a todos a orar, implorando la ayuda divina:



Reunidos desde diversos lugares por la fuerza de un solo Espíritu, y llamados todos a una misma santidad, invoquemos suplicantes al único Dios Padre.



Y, según las circunstancias, todos oran durante algún tiempo en silencio.






ORACIÓN DE BENDICIÓN



El celebrante, con las manos extendidas, dice la oración de bendición:



Proclamamos tu grandeza, Señor, porque sólo tú eres santo; compadecido de nosotros, enviaste al mundo a tu Hijo, Jesucristo, el que inicia y completa toda santidad. Él envió sobre la Iglesia naciente el Espíritu Santo Defensor, voz que enseña los secretos de la santidad, brisa que inspira fortaleza y suavidad, fuego que enciende en amor los corazones de los fieles, semilla divina que produce abundantes frutos de gracia.

Te glorificamos hoy, Señor, porque llenaste con los dones del Espíritu a san N., en cuya veneración tus servidores han hecho modelar esta imagen.

Haz, Señor, que ellos, siguiendo las huellas de tu Hijo, y considerando los ejemplos de san N., lleguen al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud. Que con su palabra y su ejemplo proclamen el Evangelio, dispuestos sin miedo a derramar su sangre por él; que carguen cada día con la cruz de Cristo y se entreguen totalmente a tu servicio y al de los hermanos; que cumplan sus deberes como ciudadanos de este mundo, llenándolo del Espíritu de Cristo, con la mirada puesta en la mansión celestial, donde tú, Padre, los recibas un día para reinar con tu Hijo.

Que vive y reina por los siglos de los siglos.



R. Amén.



O bien:



Oh, Dios, fuente de toda gracia y santidad, míranos con bondad a nosotros, tus servidores, que hemos dispuesto esta imagen de san N., y haz que experimentemos la intercesión de este santo, el cual, convertido en amigo y coheredero de Cristo, resplandece como testigo de vida evangélica y como egregio intercesor ante ti.

 Por Jesucristo, nuestro Señor.



R. Amén.



Después de la oración de bendición, el celebrante, según las circunstancias, pone incienso e inciensa la imagen, mientras se canta un salmo o un himno que guarden relación con el santo cuya imagen se bendice, o una de las siguientes antífonas:



Alabad a nuestro Dios, todos sus santos y los que teméis a Dios, pequeños y grandes, porque ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios todopoderoso. Con alegría y regocijo démosle gloria.



O bien:



El pueblo cuenta la sabiduría de los santos, la asamblea pregona su alabanza.







CONCLUSIÓN DEL RITO



El celebrante bendice al pueblo, con las manos extendidas sobre él, diciendo:



Dios, gloria y felicidad de los santos, que os ha concedido gozar de su patrocinio, os otorgue sus bendiciones eternas.



R. Amén.



Que por intercesión de los santos os veáis libres de todo mal, y, alentados por el ejemplo de su vida, perseveréis constantes en el servicio de Dios y de los hermanos.



R. Amén.



Y que Dios os conceda reuniros con los santos en la felicidad del reino, donde la Iglesia contempla con gozo a sus hijos entre los moradores de la Jerusalén celeste.



R. Amén.



Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros.



R, Amén.



Es aconsejable terminar el rito con un canto adecuado.








Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales









Fuente: piedadpopular.blogspot.com

DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA. CIUDAD DEL VATICANO, 2002