sábado, 30 de noviembre de 2019

LA DEDICACIÓN DE UNA IGLESIA




Cuando se construye un templo, un edificio para congregar al pueblo de Dios y celebrar los sagrados misterios, debe dedicarse con una solemne celebración. Puede dedicarse una iglesia en la que se celebran habitualmente los sagrados misterios si en éstas el altar no está aún dedicado, o si se trata d un edificio que ha cambiado ya sea en su construcción material (por ejemplo, si la iglesia fue radicalmente restaurada), o bien en su estado jurídico (fue elevada a grado de parroquia) (CE 916).


Cuando se dedica una iglesia, todo lo que se encuentra en ella (fuente bautismal, cruces, imágenes, campanas, estaciones del Vía Crucis, etc.) queda bendecido con la dedicación (CE 864).


La iglesia que se dedica debe tener un titular, que puede ser la Santísima Trinidad, nuestro Señor Jesucristo (bajo la invocación de un misterio de su vida o de un nombre ya introducido en la Liturgia), el Espíritu Santo, la Bienaventurada Virgen María (bajo una de las advocaciones admitidas en la Liturgia), los santos Ángeles, o un santo que figure en el Martirologio Romano. Puede ser titular un beato con indulto de la Sede Apostólica (CE 865). 

Nada más puede tener un titular, salvo que se trate de santos inscritos conjuntamente en el Calendario (Pedro y Pablo, apóstoles, por ejemplo).


La iglesia debe ser dedicada por el obispo de la diócesis en donde se encuentra. Sin embargo, puede encargarle que la dedique a otro obispo o a un presbítero (CE 867).


Puede dedicarse una iglesia cualquier día salvo en el Triduo Pascual, en la Natividad del Señor, en la Ascensión, el Domingo de Pentecostés, el Miércoles de Ceniza, en las ferias de Semana Santa y en la Conmemoración de los Fieles Difuntos (CE 868).


En la celebración se emplea el formulario ritual propio y las lecturas propias, y se usan vestiduras litúrgicas blancas o festivas (CE 869 y 875).


Preparativos 


Es conveniente que se coloquen reliquias de mártires u otros satos debajo del altar. Sin embargo, no es obligatorio (CE 866). Las reliquias se introducen en un cofre, junto con una copia del acta de dedicación de la iglesia.


También conviene conservar la antigua costumbre de colocar cruces de piedra o de bronce en los muros de la iglesia. También pueden esculpirse en los muros. Estas deben ser cuatro o doce. Se colocan a una altura conveniente y, debajo de cada una se colocará un soporte en el cual se fijará un pequeño candelero con su cirio (CE 874)


Antes de la Misa, el altar debe de estar desnudo: sin manteles, candeleros y cruz.


Las luces de la iglesia no han de estar totalmente encendidas, pues la iluminación total del templo es parte del rito.


Si se ingresará a la iglesia tras una procesión o solemnemente, deben de cerrarse las puertas antes de empezar.


Entrada a la iglesia


La primera forma de ingresar a la iglesia presupone acercarse a ésta procesionalmente. En este caso, el pueblo se reúne en una iglesia vecina o en otro lugar (CE 880). A ese lugar llega el obispo, los concelebrantes y los ministros. Al llegar, el obispo, dejada la mitra, dice “En el nombre del padre…” y saluda al pueblo. Luego, hace una monición y se inicia la procesión hacia la iglesia que va a dedicarse (CE 881).


Hasta delante de la procesión no camina el turiferario. Va la cruz procesional, como de costumbre, pero no es acompañada por velas. Luego, los ministros. Tras ellos caminan diáconos o presbíteros con las reliquias que han de colocarse en el altar. A ellos los pueden rodear fieles o ministros con antorchas o velas. Después caminan los diáconos y presbíteros. Luego, el obispo que va con mitra y báculo. Finalmente caminan los fieles (CE 882).


Mientras avanza la procesión se canta el salmo 121. Al llegar a la puerta de la iglesia todos se detienen.






Si no puede hacerse la procesión, se hace una entrada solemne. Los fieles se reúnen en la puerta de la iglesia (CE 886). A este lugar llega el obispo con los presbíteros, diáconos y ministros y, dejada la mitra, dice “En el nombre del Padre…” y saluda al pueblo.


Al llegar la procesión a la puerta, o después de que el obispo saludó ahí a los presentes si no hubo procesión, un representante de quienes edificaron la iglesia (fieles, donantes, obreros u arquitectos), le entregan simbólicamente el edificio al obispo. Eso puede hacerse mediante la entrega de las escrituras, las llaves, los planos o el libro de obra (CE 883). 

Esta persona puede hacer una explicación de la obra en esos momentos.


Luego, el obispo le pide al párroco o al rector que abra la puerta. Una vez que lo hizo, el obispo invita a todos a entrar diciendo “Entrad por las puertas del Señor”. Entonces, en el mismo orden en caminó la procesión, todos ingresan mientras se canta el salmo 23 (CE 884).




Si no puede hacerse ni la procesión ni la entrada solemne, el pueblo se reúne en la iglesia, y el obispo, los concelebrantes, los diáconos y los ministros ingresan procesionalmente, y se dirigen al presbiterio, en el orden habitual, pero sin llevar ciriales ni incienso. No obstante, pueden llevarse velas para acompañar las reliquias del santo (CE 890).


Esta forma de ingreso se hará, habitualmente, cuando se dedique una iglesia en la que ya se celebran los sagrados misterios, porque carece de simbolismo el abrir las puertas. Sin embargo, si se trata de una iglesia que estuvo cerrada por largo tiempo y que ahora se abre de nuevo para las celebraciones sagradas, se puede realizar este rito, puesto que en esta ocasión conserva su fuerza y sentido (CE 917).


Hayan ingresados todos, o únicamente el obispo, los presbíteros y los diáconos, los clérigos no besan el altar, sino que se dirige directamente a la sede y a sus lugares, respectivamente. Las reliquias se colocan en un lugar adecuado del presbiterio, entre velas.


Si no se hizo la procesión ni la entrada solemne, el obispo, desde la sede, dejados el báculo y la mitra, inicia la Misa del modo habitual y saluda al pueblo. Luego, algún representante de quienes edificaron la iglesia hace la entrega de la edificación, como se dijo anteriormente (CE 891).


Cuando se dedica una iglesia en la que ya se celebran los sagrados misterios esta entrega se omite o se adapta, de acuerdo a las circunstancias. Por ejemplo, si se trata de una iglesia antigua que no ha cambiado su estructura, se omite; si es recién edificada, se realiza; si se trata de una iglesia antigua, pero totalmente restaurada, se adapta (CE 917).


Bendición y aspersión del agua. 


Concluido lo anterior, los ministros acercan al obispo un recipiente con agua. El obispo invita a todos a orar. Tras unos momentos de silencio, bendice el agua (CE 892).


Luego el obispo acompañado por los diáconos asperja con el agua bendecida al pueblo y los muros de la iglesia. Finalmente, asperja el altar. Mientras tanto, se canta la antífona “He visto agua” o “Cuando manifieste mi santidad”, si es Cuaresma (CE 893).






Cuando se dedica una iglesia en la que ya se celebran los sagrados misterios, se omite el rito de asperjar con agua bendita los muros, porque tiene una índole lustral (CE 917).


Terminada la aspersión, el Obispo regresa a sede y dice la oración “Dios, Padre de misericordia”. Luego se canta el Gloria y se reza la oración colecta (CE 894).




Liturgia de la Palabra 


Tras la colecta, todos se sientan. El obispo recibe la mitra.


En ese momento, dos lectores y un salmista se acercan al obispo. Uno de los lectores lleva el leccionario y se lo entrega al obispo, quien lo toma y lo muestra al pueblo diciendo “Resuene siempre”. Luego, el obispo devuelve el leccionario al lector quien, con el otro lector y el salmista se dirigen al ambón llevado el leccionario en alto (CC 895).


Esto se omite, sin embargo, cuando se dedica una iglesia en la que ya se celebran los sagrados misterios, y los lectores y salmista se acercan de la forma acostumbrada (CE 917).


Se leen las lecturas del modo habitual. Sin embargo, para la proclamación del Evangelio no se llevan ciriales ni el incensario, como se hace habitualmente (CE 896).


Tras el Evangelio el obispo hace la homilía. Al finalizar, se canta o dice el Símbolo (CE 898), para lo cual el obispo deja la mitra como de costumbre.


Oración de dedicación 


La oración universal se omite, pues en su lugar se cantan las letanías de los santos, que son introducidas por el obispo. Mientras se entonan, todos se arrodillan, salvo en el tiempo de Pascua y los domingos, en que permanecen de pie. Para ello, el diácono invita a arrodillarse y a levantarse, si es el caso (CE 899).


Al concluir las letanías, el obispo recibe la mitra. Un diácono se acerca al obispo con las reliquias, quien las coloca sobre el sepulcro del altar mientras se canta la antífona “Santos de Dios que habéis recibido un lugar bajo el altar”. Una vez que depositó las reliquias, el obispo regresa a la sede. Un albañil entonces cierra el sepulcro (CE 900).






Cerrado el sepulcro, el obispo deja la mitra y con las manos extendidas reza la oración de dedicación en voz alta (CE 901).




Unciones 


Después de la oración de dedicación, el obispo se quita la casulla, toma un gremial, recibe la mitra y se acerca al altar. Ahí un diácono le acerca el recipiente con el crisma y procede a ungir el altar (CE 902). Para hacer esta unción dice en voz alta “El Señor santifique con su poder”, tras lo cual vierte el crisma en el centro de la mesa y en sus cuatro ángulos (CE 903).








Una vez que ungió el altar, el obispo unge los muros de la iglesia, aunque puede pedirle a algunos de los presbíteros que lo auxilien a realizar estas unciones (CE 902). Esta unción se hace en cuatro o doce cruces distribuidas en la nave. Mientras se hacen estas unciones se canta la antífona “Esta es la morada” con el salmo 83.


Terminada la unción, el obispo regresa a la sede. Ahí los ministros le acercan lo necesario para que se lave las manos. Los presbíteros que, en su caso, lo auxiliaron, también se lavan las manos. Una vez lavadas las manos, el obispo deja la mitra y el gremial, y se pone la casulla (CE 904).








Incensación 


Después, un acólito coloca sobre el altar un brasero. Cuando está colocado, se acercan al altar el obispo, un diácono, el turiferario y un acólito que lleva la naveta. El diácono recibe la naveta y se la presenta al obispo, quien coloca incienso en el brasero mientras dice “Suba, Señor, nuestra oración”. Luego, el turiferario presenta el turíbulo, y el obispo coloca incienso. El diácono devuelve la naveta al acólito, toma en turíbulo y se lo entrega al obispo. El obispo, entonces, inciensa el altar (CE 905).






Al terminar del incensar, el obispo devuelve el turibulo al diácono, regresa a la cátedra y recibe la mitra. Ya ahí, el diácono lo inciensa (Ce 905).


Después, unos diáconos o acólitos inciensan al pueblo y los muros de la iglesia. Pueden emplearse otros turíbulos además del usado por el obispo. En este caso, el obispo es quien les pone el incienso antes de incensar el altar. Mientras inciensan, se canta la antífona “El Ángel se puso de pie” con el salmo 137 (CE 905).





Iluminación 


Terminada la incensación, los acólitos secan la mesa del altar con toallas. Luego, lo cubren con un mantel. Si es necesario, debajo del mantel colocan un lienzo impermeable. Luego, lo adornan con flores y colocan encima los cirios y la cruz, si ese será su lugar (CE 207).


Ya preparado el altar, un acólito o un diácono le entrega una vela encendida al obispo. Éste, a su vez, se lo entrega a un diácono mientras le dice “La luz de Cristo”. El obispo se siente y el diacono enciende las velas del altar. En ese momento se encienden todas las luces del templo, y se encienden, también, las velas colocadas en los lugares en donde se hicieron las unciones. Mientras tanto se canta la antífona “Llega tu luz” (CE 907).


Liturgia eucarística


Ya iluminada la iglesia, se prepara el altar como de costumbre y se le presentan los dones al obispo. Cuando todo está preparado, el obispo deja la mitra y se dirige al altar, y lo besa. Una vez que hizo la presentación del pan y del vino, y rezada la oración “Con espíritu humilde”, se omite la incensación (CE 908).


Inauguración de la Capilla del Santísimo Sacramento 


Si no se inaugura la capilla del Santísimo Sacramento, terminada la Comunión de los fieles, el Obispo dice la oración después de la comunión e imparte la bendición. Pero si se inaugura, la Misa prosigue como de costumbre hasta terminar la Comunión. En ese momento, se deja el copón con el Santísimo sobre el altar. El obispo va a la cátedra y, sin solideo, dice la oración después de la Comunión (CE 910).


Rezada esta oración, el obispo vuelve al altar, coloca incienso en el turíbulo, lo bendice, se arrodilla e inciensa al Santísimo. Luego, recibe el velo humeral, toma el copón, e inicia una procesión hacia la capilla del Santísimo.


Precede el crucífero, acompañado por acólitos que llevan candeleros con cirios encendidos; sigue el clero, los diáconos, los presbíteros concelebrantes, el ministro que lleva el báculo del obispo, dos turiferarios con incensarios humeantes, el obispo, que lleva el Sacramento, un poco detrás dos diáconos que lo asisten, finalmente los ministros del libro y de la mitra. Todos llevan velas encendidas y luminarias cerca del Sacramento (CE 911).






Cuando la procesión llega a la capilla, el obispo entrega el copón al diácono, quien lo coloca sobre el altar, o bien en el sagrario, cuya puerta permanece abierta. El obispo inciensa el Santísimo Sacramento de rodillas y ora unos momentos en silencio. Después de este momento de oración silenciosa, el diácono pone el copón en el sagrario o cierra las puertas del mismo. En ese momento, un acólito enciende la lamparilla que arderá delante del Santísimo como señal de su presencia (CE 912).


Si la capilla donde se reserva el Santísimo Sacramento puede ser vista fácilmente por los fieles, el obispo imparte inmediatamente la bendición final de la Misa. En caso contrario, la procesión regresa al presbiterio por el camino más corto y el obispo imparte la bendición o desde el altar, o desde la cátedra (CE 913).


El diácono despide al pueblo como de costumbre.


Debe de redactarse un acta de la dedicación de la iglesia. Se elaboran dos copias (una para el archivo de la iglesia y otro para el archivo diocesano), y se elabora una tercera copia si se colocan reliquias en el altar, que se guarda en el cofre de éstas. El acta debe de mencionarse la fecha de dedicación, el obispo que la dedicó, el titular de la iglesia, y el nombre de los santos cuyas reliquias se colocaron, en su caso. Cada una debe de estar firmada por el obispo, el rector de la iglesia y delegados de la comunidad local (CE 877).


Además, en un sitio apropiado de la iglesia debe colocarse una inscripción que mencione la fecha de la dedicación, el nombre del obispo que la dedicó y del titular de la iglesia (CE 877).



Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales
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Fuente: liturgiapapal.org

viernes, 29 de noviembre de 2019

¿CÓMO PREPARO MI CORAZÓN PARA ESTE ADVIENTO? 3 SENCILLAS Y PRÁCTICAS IDEAS




La Navidad, así como la Pascua, son fechas litúrgicas muy importantes para la Iglesia. 

Es por esto que se dedican varias semanas a la preparación espiritual, para disponer nuestro corazón y acoger tanta gracia y bendiciones que el Señor quiere derramar en nuestras vidas.

El adviento —que empieza este próximo domingo, 1 de diciembre— es el tiempo para limpiar nuestra casa interior. 

Me refiero a nuestro corazón. Solemos escuchar muchísimos consejos para vivir adecuadamente estas semanas tan especiales, pero nos entran por un oído y nos salen por el otro.

Presenta tres ideas sencillas, claras y muy concretas para vivir estas semanas previas a la Navidad. 

Para disponer nuestro corazón y preparar con amor y esperanza el nacimiento de nuestro Salvador.

Confesión, paz y caridad

Menciono resumidamente las tres ideas, En primer lugar, la confesión, para tener nuestro corazón limpio.

 Es Cristo quien quiere nacer en nuestras vidas. ¡Qué mejor que preparar nuestros espíritus para recibirlo con un corazón bien dispuesto!

Una vez que tenemos nuestra alma limpia, esforcémonos por traer paz y armonía a nuestro hogar. 

Procuremos que en nuestra familia, en la relación conyugal, con los hijos y entre los hijos, reine la paz que tanto desea nuestro Señor.

Finalmente, la vivencia de la caridad. 

No necesariamente con algo material (aunque también es muy buena idea). 

Podemos acompañar al enfermo, visitar a alguien que necesita ser escuchado o consolar al que está triste. 

Recuerda que para esta época cualquier obra de misericordia corporal o espiritual, es más que bienvenida.

El Adviento y la oportunidad de ayudar a otros

Estos tiempos, suelen ser muy difíciles para los que viven solos, pues recuerdan con mucha fuerza a sus seres queridos que ya no están. 

Para muchos la Navidad puede traer más nostalgia que alegría, por eso es importante que siempre estés dispuesto a ayudar a otros.

Todos, seguramente, tenemos a algún conocido, quizás un buen amigo, que necesita nuestra compañía y un hombro dónde reclinar su cabeza y poder llorar. 

Que este Adviento sea una oportunidad no solo para limpiar y preparar nuestro corazón, sino para ayudar a otros a dirigir la mirada a Cristo.


Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales.

Fuente: Escrito de Pablo Perazzo.

jueves, 28 de noviembre de 2019

ADVIENTO: 9 FORMAS PARA VIVIR BIEN ESTE TIEMPO LITÚRGICO





Cuando falta poco tiempo para celebrar la Navidad, con las decoraciones y la compra de regalos, puede ser difícil, especialmente con los niños, mantener el Adviento como un tiempo sagrado de preparación, y es posible que al llegar el día litúrgico de Navidad, ya nos sintamos agotados por el ruido, las luces y el materialismo de la cultura moderna.

¿Cómo se puede calmar el corazón y centrarlo en el verdadero significado de este tiempo litúrgico, sin renunciar a la alegría de la auténtica anticipación? Este es un momento de expectativa que debería sentirse sagrado pero festivo. ¿Es eso posible?

Presentamos algunas ideas simples para vivir bien el Adviento en familia.



1. Tener las cosas a tiempo

Trata de tener la compra de regalos hecha antes del inicio del Adviento, limpiando la casa de catálogos y referencias a juguetes, lista de deseos o compras, para enfocarse en la preparación espiritual.



2. Buena música

Llenar la casa y el auto con música específica de Adviento que puede equilibrar las melodías navideñas que llenan las tiendas y las radios. Este tipo de música, que llena el alma y calma el corazón, también podría ser un regalo perfecto para un maestro católico.



3. Arma el pesebre

Coloca un pesebre vacío junto con un recipiente lleno de pedazos de paja o hilo amarillo. Cada vez que alguien de la familia haga una obra de caridad o un sacrificio, debe colocar una pieza en el pesebre. Para cuando llegue la Navidad, Jesús tendrá una cama blanda hecha de paja o hilo que representan acciones hechas con amor.

En Navidad, el primer regalo que se puede abrir puede ser la imagen del Niño Jesús, y el miembro más pequeño de la familia puede colocarla en el lugar que en conjunto han preparado.



4. La corona de Adviento

Comienza el tiempo litúrgico bendiciendo la corona de Adviento en alguna parroquia o colegio, organizando la celebración o en familia con la siguiente oración:

Señor Dios

Bendice con tu poder nuestra Corona de Adviento para que, al encenderla,

despierte en nosotros el deseo de esperar la venida de Cristo

practicando las buenas obras, y para que así,

cuando Él llegue, seamos admitidos al Reino de los Cielos.

Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.

Todos: Amén.



5. Lectura del Evangelio

Lea las lecturas diarias o el Evangelio en la cena. Demuestra cómo las lecturas nos llevan al nacimiento de Cristo con temas de conversión, vigilancia y preparación, y señala cómo la tercera semana, comenzando con el domingo de Gaudete, nos recuerda la alegría mientras enciende la vela de color rosa.



6. Cantar

Canta un verso de “O Ven, O Ven, Emmanuel” cada noche antes de la comida, mientras se enciende la vela de Adviento durante la oración. Si tiene miedo que suceda un accidente por el uso de fuego y la presencia de niños pequeños, puede optar por usar velas con luces LED.



7. Calendario de Adviento

En esta actividad se trata de que los niños hagan ellos mismos un calendario de Adviento en donde marquen los días del Adviento y escriban sus propios propósitos a cumplir. Pueden dibujar en la cartulina el día de Navidad con la escena del nacimiento de Jesús. Los niños a diario revisarán los propósitos para ir preparando su corazón a la Navidad.



8. El árbol de Navidad

¿Ya tienes tu árbol armado?, algunas familias esperan hasta el domingo de Gaudete o incluso más tarde para colocar las decoraciones navideñas.

En cambio, utiliza tradiciones divertidas para los niños para decorar la casa, como el “Árbol de Jesé”, tradición en la cual cada día de Adviento (o solo los cuatro domingos) se cuelga un ornamento especial al árbol de Navidad que represente una historia de la biblia, enseñando sobre el Antiguo Testamento y como este condujo al nacimiento de Cristo.



9. Poco pero continuo

Los padres experimentados aconsejarían no asumir demasiadas tradiciones. Elige algunos que funcionen bien para su familia y sea fiel a ellos. La clave es la consistencia, la simplicidad y no sentir que ha fallado si no “lo hace todo”.

Recuerda: los niños apreciarán los tiempos juntos por encima de todo lo demás, y continuarán las tradiciones que fueron más importantes para su familia hasta la edad adulta. 




Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales. 


Fuente: Redacción ACI Prensa


martes, 26 de noviembre de 2019

EL ADVIENTO TIEMPO LITÚRGICO QUE PREPARA LA NAVIDAD





Expectación penitente, piadosa y alegre


¿Qué es el Adviento y cuándo empieza? ¿Cómo y cuándo empieza a vivirse?


La venida del Hijo de Dios a la Tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos (…).


Al celebrar anualmente la liturgia del Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida. (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 522 y 524).


Con el tiempo de Adviento, la Iglesia romana da comienzo al nuevo año litúrgico. El tiempo de Adviento gravita en torno a la celebración del misterio de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo.








A PARTIR DEL SIGLO IV 


El origen y significado del Adviento es un tanto oscuro; en cualquier caso, el término adventus era ya conocido en la literatura cristiana de los primeros siglos de la vida de la Iglesia, y probablemente se acuñó a partir de su uso en la lengua latina clásica.


La traducción latina Vulgata de la Sagrada Escritura (durante el siglo IV) designó con el término adventus la venida del Hijo de Dios al mundo, en su doble dimensión de advenimiento en la carne –encarnación- y advenimiento glorioso –parusía-.


La tensión entre uno y otro significado se encuentra a lo largo de toda la historia del tiempo litúrgico del Adviento, si bien el sentido de “venida” cambió a “momento de preparación para la venida”.

Quizá la misma amplitud de las realidades contenidas en el término dificultaba la organización de un tiempo determinado en el que apareciera la riqueza de su mensaje.

De hecho, el ciclo de adviento fue uno de los últimos elementos que entraron a formar parte del conjunto del año litúrgico (siglo V).


Parece ser que desde fines del siglo IV y durante el siglo V, cuando las fiestas de Navidad y Epifanía iban cobrando una importancia cada vez mayor, en las iglesias de Hispania y de las Galias particularmente, se empezaba a sentir el deseo de consagrar unos días a la preparación de esas celebraciones.


Dejando de lado un texto ambiguo atribuido a San Hilario de Poitiers, la primera mención de la puesta en práctica de ese deseo la encontramos en el canon 4 del Concilio de Zaragoza del año 380: “Durante veintiún días, a partir de las XVI calendas de enero (17 de diciembre), no está permitido a nadie ausentarse de la iglesia, sino que debe acudir a ella cotidianamente” (H. Bruns, Canones Apostolorum et Conciliorum II, Berlín, 1893, 13-14). La frecuencia al culto durante los días que corresponden, en parte, a nuestro tiempo de adviento actual, se prescribe, pues, de una forma imprecisa.








UN TIEMPO DE PENITENCIA 


Más tarde, los concilios de Tours (año 563) y de Macon (año 581) nos hablarán, ya concretamente, de unas observancias existentes “desde antiguo” para antes de Navidad. En efecto, casi a un siglo de distancia, San Gregorio de Tours (fallecido en el año 490) nos da testimonio de las mismas con una simple referencia.


Leemos en el canon 17 del Concilio de Tours que los monjes “deben ayunar durante el mes de diciembre, hasta Navidad, todos los días”.


El canon 9 del Concilio de Macon ordena a los clérigos, y probablemente también a todos los fieles, que “ayunen tres días por semana: el lunes, el miércoles y el viernes, desde San Martín hasta Navidad, y que celebren en esos días el Oficio Divino como se hace en Cuaresma (Mansi, IX, 796 y 933).


Aunque la interpretación histórica de estos textos es difícil, parece según ellos que en sus orígenes el tiempo de adviento se introdujo tomando un carácter penitencial, ascético, con una participación más asidua al culto.


Sin embargo, las primeras noticias acerca de la celebración del tiempo litúrgico del Adviento, se encuentran a mediados del siglo VI, en la iglesia de Roma.


Según parece, este Adviento romano comprendía al principio seis semanas, aunque muy pronto -durante el pontificado de Gregorio Magno (590-604) se redujo a las cuatro actuales.



UNA DOBLE ESPERA


El significado teológico original del Adviento se ha prestado a distintas interpretaciones. Algunos autores consideran que, bajo el influjo de la predicación de Pedro Crisólogo (siglo V), la liturgia de Adviento preparaba para la celebración litúrgica anual del nacimiento de Cristo y sólo más tarde –a partir de la consideración de consumación perfecta en su segunda venida- su significado se desdoblaría hasta incluir también la espera gozosa de la Parusía del Señor.


No faltan, sin embargo, partidarios de la tesis contraria: el Adviento habría comenzado como un tiempo dirigido hacia la Parusía, esto es, el día en que el Redentor coronará definitivamente su obra. En cualquier caso, la superposición ha llegado a ser tan íntima que resulta difícil atribuir uno u otro aspecto a las lecturas escriturísticas o a los textos eucológicos de este tiempo litúrgico.


El Calendario Romano actualmente en vigor conserva la doble dimensión teológica que constituye al Adviento en un tiempo de esperanza gozosa:


El tiempo de Adviento tiene una doble índole: es el tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es a la vez el tiempo en el que por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos. Por estas dos razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre” (Calendario Romano, Normas universales sobre el año litúrgico y sobre el calendario, 39).



Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales.

Fuente: www.primeroscristianos.com


lunes, 25 de noviembre de 2019

ORDEN DE LOS CORTEJOS DE TRASLADO









El orden de los cortejos de traslado es el siguiente:




  1.  La hermandad llevará en su cortejo al fiscal de horas.



2.  Cruz de guía y faroles (2 o 4 faroles o bien 2 o 4 varas).




3. Diez parejas de hermanos con cirio. 




4.  Estandarte y escoltas (2 o 4 varas).





5. Presidencia (formada por dos filas, con un máximo de seis personas por fila).




6.Cuerpo de acólitos. 




7. Fiscal de paso. 





8.  Capataces.




9. Paso.




10. Acompañamiento musical.






11. En lo referente a la vestimenta, los hermanos que formen parte del cortejo deberán llevar:





En el caso de los hombres, traje negro o azul marino, camisa blanca, corbata negra o azul marino y zapatos negros o azul marino.




Las mujeres, traje negro o azul marino y zapatos negros o azul marino.





 Los costaleros llevarán la indumentaria que cada hermandad tenga establecida, aunque está prohibido el uso de camisetas de tirantes mientras se esté fuera del paso y se evitará que los costaleros lleven costales llamativos o de dibujos y se intentará, en la medida de lo posible, que sean de color liso.







Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales.




Fuente: eldiadecordoba.es

domingo, 24 de noviembre de 2019

EL AÑO LITÚRGICO






El próximo domingo 24 de noviembre estaremos celebrando la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo.


¡Viva Cristo Rey!


Con esta gran fiesta daremos fin al Año Litúrgico, ciclo C.


Año litúrgico, también denominado ciclo litúrgico, año cristiano o año del Señor, ​ es el nombre que recibe la organización de los diversos tiempos y solemnidades durante el año en las Iglesias cristianas, como forma de celebrar la historia de la Salvación.


Enmarcados en el año litúrgico, se celebran distintos tiempos litúrgicos con los cuales se relacionan los pasajes de las Sagradas Escrituras que se proclaman en los actos de culto, las diferentes oraciones que se rezan, como así también los colores litúrgicos utilizados en la vestimenta del celebrante.

Si bien las fechas de las celebraciones varían un poco entre las diferentes Iglesias cristianas, la secuencia y lógica utilizada para su planificación son en esencia las mismas.

Tanto en Oriente como en Occidente, las fechas de muchas celebraciones varían de año en año, por lo general en línea con la modificación de la fecha de la Pascua (asociada en el cristianismo con la resurrección de Jesús y considerada la celebración central de la cristiandad) a la cual se asocia buena parte de las celebraciones móviles.

 En el concilio de Nicea I (325), todas las Iglesias acordaron la celebración de la Pascua cristiana el domingo siguiente al plenilunio (14 de Nisán) después del equinoccio de primavera.

La reforma del calendario de Occidente por parte del papa Gregorio XIII (1582), con la introducción del calendario gregoriano en reemplazo del calendario juliano, produjo un desfase de varios días en la celebración de la Pascua respecto del calendario litúrgico oriental.

En el presente, las Iglesias de Occidente y de Oriente buscan un nuevo acuerdo que posibilite unificar la celebración de la Pascua y conduzca progresivamente hacia la constitución de un calendario litúrgico común.


Otra diferencia entre los calendarios litúrgicos radica en el grado de participación que se otorga a las festividades asociadas a los santos.

Las Iglesias católica, ortodoxa y anglicana presentan calendarios litúrgicos con una participación importante de celebraciones en honor de la Virgen María y de otros santos, lo que no se verifica en igual medida en los calendarios de las Iglesias protestantes.


En el Rito romano


El rito romano, que es el mayoritario en la Iglesia católica, denomina Año litúrgico al período cíclico anual durante el cual celebra la historia de la salvación hecha por Cristo y al que se distribuye en festividades y ciclos: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Tiempo Ordinario.

No se tratan de fechas exactas, sino simplemente una sacralización del curso anual de las estaciones del año y una composición cíclica para que en un periodo de tiempo pueda englobarse dicha historia de salvación.




Tiempo de Adviento


Es un período aproximado de cuatro semanas antes de la Navidad, en el que los cristianos se preparan para celebrar la venida de Jesús. “Adviento” significa venida o llegada. Se celebra con una mirada puesta en la triple venida de Jesús, según indicaba San Bernardo: "Jesús vino" (nacido de la Virgen María), "viene" (hoy, en los signos de los tiempos), y "vendrá" (con gloria, al final de la historia).

El Adviento es un tiempo de alegre espera: la espera de la llegada del Señor. Por eso los cristianos escuchan en los textos y cantos palabras alusivas a la venida del Señor, en especial las profecías de Isaías.


Las grandes figuras que la liturgia presenta en este período son el profeta Isaías, San Juan Bautista, y la Virgen María.


Las fechas del Adviento se fijan en torno a las fechas que prepara, esto es, de la Navidad. Siempre cuenta con cuatro domingos, aunque las semanas no sean completas. Empieza el domingo cuarto anterior a la Navidad, que suele rondar desde el 27 de noviembre al 3 de diciembre. Solamente si Navidad (25 de diciembre) es domingo, contará con las cuatro semanas completas, pues siempre se cuentan los domingos anteriores a esta festividad.


Durante el tiempo de Adviento los sacerdotes utilizan vestiduras de color morado, como color de penitencia, mostrando así que este tiempo es de preparación a la fiesta de la Navidad, como también se hace en Cuaresma sobre la Pascua. Además, durante este tiempo no se dice ni se canta el Gloria, ni adornar el templo con flores, como en los demás días de penitencia, aunque sí se conserva el canto del Aleluya antes de la proclamación del Evangelio, omisión propia únicamente de la Cuaresma.

Sin embargo, llegados a la mitad del tiempo, en el tercer domingo, llamado antiguamente y aun nombrado como “Gaudete”, que significa "Gozad" (nombre tomado de la versión latina de la antífona de entrada propia de este día, Cf. Flp. 4, 4-5, "Estad alegres en el señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca"), se puede suavizar el color morado de las vestiduras con toques de blanco, utilizándose en este día vestiduras de color rosa, si bien no es obligatorio, indicando así la alegría al acercarse ya la festividad del nacimiento del Señor. También se puede adornar la iglesia con algunas flores.


Dentro de este tiempo, con propiedad considerado muy vinculado a la Virgen María, se celebra la solemnidad de la Inmaculada Concepción, patrona de la Infantería del Ejército español y de algunos países de América, y en América Latina, la solemnidad de su patrona, Nuestra Señora de Guadalupe. Durante las solemnidades se omite la supresión del Gloria y de los adornos florales.


Tiempo de Navidad


Pasadas las cuatro semanas de Adviento, la Iglesia católica celebra el Tiempo de Navidad, a partir de esta solemnidad, el 25 de diciembre. Este tiempo se extiende desde las I Vísperas de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, al atardecer del día 24, hasta las II Vísperas de la Solemnidad del Bautismo del Señor, el domingo después de la Epifanía (6 de enero).


Durante estos días, la Iglesia conmemora la venida en carne mortal de Cristo a la tierra. Este es uno de los aspectos fundamentales, porque también es la actualización de la venida del Emmanuel, del Dios con nosotros, Dios que sigue actuante en cada uno de nosotros. Como tiempo de alegría, se emplean vestiduras blancas.


La Navidad es una fiesta de gran importancia. Por su trascendencia, comunica la manifestación de Dios, hecho hombre: a San José y la Virgen, a los pastores de Belén, a los Reyes Magos y al mundo entero. Así, durante este tiempo, se celebran algunas fiestas que se entremezclan entre la celebración, cosa impensable en Cuaresma o Pascua, como San Esteban (26 de diciembre), San Juan Evangelista (27 de diciembre), Santos Inocentes (28 de diciembre) o la Sagrada Familia (el domingo dentro de la octava de la Navidad, o el 30 de diciembre si Navidad cayó en domingo).


También es creencia popular que este tiempo termina el día de Reyes, sin embargo, la Iglesia católica continúa conmemorando el nacimiento de Cristo y su manifestación a las naciones (Epifanía) hasta el domingo siguiente, en que celebra la fiesta de su Bautismo y comienzo de la vida pública. Tras el tiempo de Navidad, sigue un periodo de Tiempo Ordinario.


Tiempo de Cuaresma


La Cuaresma comprende días de preparación para la Pascua de Resurrección, que, aunque tradicionalmente han sido cuarenta, las reformas posteriores han hecho cambiar; actualmente empieza el Miércoles de Ceniza y termina al comenzar la Misa de la Cena del Señor en las primeras horas de la tarde del Jueves Santo, totalizando 43 días y medio.


La Cuaresma recuerda a cada cristiano su situación de pecado y la necesidad de convertirse. Están invitados a practicar especialmente las limosnas, la oración y el ayuno. Se trata de un tiempo de conversión. Simbólicamente también recuerda los cuarenta días que Jesús vivió en el desierto y su lucha contra las tentaciones.


La Cuaresma incluye cinco domingos más el Domingo de Ramos y es un período de liturgia penitencial: se utiliza ornamentos morados, a excepción del Domingo de Ramos que es el rojo y las solemnidades más importantes que es el blanco, no se canta el Gloria ni tampoco el Aleluya, tampoco se adorna el templo con flores y el órgano y demás instrumentos callan, a no ser que sean para sostener básicamente el canto. Únicamente se exceptúa el cuarto domingo, tradicionalmente llamado "Laetare" en el que se puede cambiar de color al rosa (opcional, por la proximidad de la Pascua, mezcla entre el morado y el blanco), se pueden poner algunas flores y usar instrumentos, pero sigue callado el Gloria y por supuesto el Aleluya.

También en las solemnidades y fiestas que coincidan -habitualmente son dos importantes: San José y la Encarnación del Señor- pueden quitarse estos signos penitenciales, empleando vestiduras blancas debido a la solemnidad de estas celebraciones, aunque nunca usar el Aleluya, que callará hasta la noche de Pascua.


Semana Santa


Estos días se celebran la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Es la celebración más importante del año litúrgico. Comienza con el Domingo de Ramos y finaliza con el Domingo de Pascua o Resurrección.


Domingo de Ramos de la Pasión del Señor


El Domingo de Ramos, último domingo de Cuaresma y que abre la Semana Santa, llamado "de la Pasión del Señor", conmemora la Pasión de Cristo, usándose el color rojo debido a que se celebra la Pasión del Señor y leyendo los textos de la misma. Previamente se celebra la bendición de ramos, donde son bendecidos las palmas y ramos de olivo, que porta la gente en procesión rememorando la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.

Una vez concluida la procesión, comienza la misa de Pasión. En la misma se lee el Evangelio de la Pasión del Señor, lo cual a veces corre a cargo de tres personas: los textos en los que habla Jesús corresponderían al sacerdote, otro lee como cronista, y los demás personajes por otro lector.

Es tradicional que las palmas se ricen y se adornen para la procesión. La celebración del Domingo de Ramos comienza con la bendición de ramos, continúa con la procesión y culmina con la misa de Pasión, siendo una celebración de gloria y de pasión al mismo tiempo.

Este día tiene dos perspectivas que se unen en una sola, el Triunfo de Cristo. Por un lado, la entrada triunfal en Jerusalén donde es aclamado como rey.

Por otro, al derramar su sangre y morir en la cruz triunfó sobre el pecado. Por lo tanto, éste es el significado del Domingo de Ramos.


Primeros días de Semana Santa


Los primeros días de la llamada "Semana Santa" siguen siendo tiempo de Cuaresma, por tanto, tanto el lunes, martes y miércoles santo se usa el color morado. Son los días "menores" dentro de la Semana Santa pero aun así son muy importantes.

En la mañana del Jueves Santo, en una celebración únicamente conservada por motivos prácticos -se necesitan para la Vigilia Pascual-, se celebra la misa crismal, en que el obispo de la diócesis consagra el Óleo de los Enfermos, el Santo Crisma y el Óleo de los Catecúmenos.

 Aunque suele celebrarse el Jueves Santo por la mañana, las características funcionales de esta celebración permiten que sea trasladada a otros días del final de la Cuaresma.

Toda la mañana de Jueves Santo sigue siendo tiempo de Cuaresma, como se transluce de los textos de la Liturgia de las Horas, que se recomienda encarecidamente celebrar con los fieles, en público.

 La Cuaresma finaliza en la tarde del Jueves Santo en torno a las tres, antes de la celebración de la misa vespertina de la cena del Señor.


Tiempo de Pascua


El tiempo de Pascua es el que conmemora la Resurrección del Señor: su paso de la muerte a la vida (de ahí proviene la palabra Pascua, que significa "pasar").

 Comienza estrictamente con la fiesta de la Pascua de Resurrección, si bien se considera que ya el triduo Pascual, como celebración de este paso, forma ya parte de este tiempo, aunque algunos liturgistas discrepen al respecto.


La elección de la fecha de Pascua tiene como origen la consecución de las estaciones y de las fases de la luna: así, se celebra en el rito romano el domingo posterior a la primera luna llena de primavera. Si ésta cae en domingo, siempre es al siguiente, con tal de no coincidir con la Pascua judía, que se celebra el mismo día de la luna, según su calendario lunar.

Siempre se celebra en Domingo, según tradición apostólica, sin tener en cuenta si fue o no el día exacto en que resucitó históricamente Jesús. Así, puede tener lugar entre el 22 de marzo y el 25 de abril.


Triduo Pascual


El Triduo Pascual se celebra la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo es el corazón del año litúrgico. Comprende los tres días desde las vísperas del Jueves Santo hasta las II Vísperas del Domingo de Resurrección.

Prácticamente, ya es tiempo de Pascua, aunque tiene una consideración especial.


Jueves Santo de la Cena del Señor


El Jueves Santo, se celebra la misa vespertina de la cena del Señor, en la que Jesús instituyó la Eucaristía, el orden sacerdotal y el mandamiento del amor.

No es la celebración ni mucho menos principal de estos días, sino la Introducción al Triduo Pascual, la introducción de lo que va a comenzar a partir de esa misma tarde de Jueves Santo, pero tradicionalmente se celebra con una gran solemnidad.

Se vuelve a cantar Gloria, pero no el Aleluya. La iglesia no se debe adornar con muchas flores, y los cantos van enfocados a la institución de la Eucaristía.

Se sustituye el color morado de la cuaresma de manera especial por el blanco eucarístico. Tradicionalmente, después del Gloria, todas las campanas dejan de sonar y no volverán a sonar hasta la Noche Santa.

La liturgia del Jueves Santo se suele celebrar en una misa vespertina (por la tarde, después de la hora nona, aprox. al caer la tarde) que se caracteriza por la solemnidad y emotividad de la celebración, con un ambiente en parte festivo y de algún modo también de alegría, que culminaran con la reserva del Santísimo Sacramento en el Monumento.

La celebración culmina de manera tajante a continuación de la reserva del Santísimo, donde se nos informa que la celebración ha concluido y se nos invita a la celebración que tendrá lugar al día siguiente.

No se imparte la bendición, pues la celebración continúa el día siguiente.

 A partir de ahí, se impondrá la sobriedad y la tristeza que marcarán los próximos días hasta el Domingo de Resurrección.


Viernes Santo de la Pasión y Muerte del Señor


El Viernes Santo se recuerda la muerte de Jesús en la cruz para salvar a la humanidad. La liturgia de este día es de una sobriedad muy elocuente.

Es el día de la Pasión y Muerte del Señor y no se celebra la Eucaristía.

Se vuelve a usar el rojo en representación de la pasión y muerte de Jesús, color que ya se había usado en la celebración del Domingo de Ramos, y que en este día vuelve a ser característico, empleándose vestiduras rojas. Puntos culminantes de la liturgia de Viernes Santo son el relato de la Pasión según san Juan, la oración universal y la adoración de la Cruz.

Este es un día de silencio y de recogimiento interno. Además, es día de ayuno y abstinencia de carne, en caso de necesidad.

Tradicionalmente, las campanas no tocan desde la tarde del Jueves Santo, por lo que en muchos lugares se usaba una carraca para llamar a la gente a la celebración, aunque su uso se ha reducido mucho, pero se mantiene la abstención del toque de campanas.

La celebración de la muerte del Señor se suele celebrar en torno a las tres de la tarde del Viernes Santo, donde la iglesia queda despojada por completo de flores y adornos, quedando lo más sobria posible en señal de duelo por la muerte de Jesús.

Tanto al entrar como al salir, los sacerdotes van en silencio. No hay canto alguno en esta celebración a excepción del canto durante la adoración de la cruz.

Se da la Comunión con las formas guardadas el día anterior (Jueves Santo) en el Monumento, ya que no se celebra la Eucaristía.

De nuevo y como el Jueves Santo no se imparte la bendición, porque la celebración que se había iniciado en la misa de la cena del Señor culminará con la Vigilia Pascual, donde se impartirá la bendición final.


Sábado Santo de la Sepultura del Señor


El Sábado Santo es un día de silencio y de oración.

Está prohibido, como el día anterior, celebrar la Eucaristía. En este día se suelen organizar retiros para profundizar el misterio pascual.

Es conveniente celebrar en común la Liturgia de las Horas, u otras celebraciones en torno al sepulcro del Señor, a su cruz o a los dolores de la Virgen, pero cabe recordar que no hay misa alguna este día. El altar está despojado de todo tipo de ornato, el Sagrario queda totalmente abierto y suele colocarse a los pies del altar una imagen de Cristo en el sepulcro.


Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor


Terminado el sábado, la Iglesia celebra la Resurrección del Señor con una Vigilia Nocturna, considerada "Madre de todas las Vigilias" por San Agustín. Se celebra en la madrugada del Domingo de Resurrección (y no en la noche ni en la tarde del sábado).

En esta noche de vela, la más solemne para los católicos, se rompen los lutos cuaresmales y se canta de nuevo el Aleluya.

Esta es la noche santa, la noche que recuerda la victoria de Cristo sobre la muerte, la noche en que la Iglesia desde su comienzo se espera la segunda venida del Señor.


Los ritos de esta noche son los más largos y solemnes de toda la liturgia romana: primero, se enciende el cirio pascual, imagen de Cristo Resucitado, quien ilumina el mundo y los fieles, que vienen en procesión desde la calle con esta luz, se sientan a escuchar nueve lecturas de la Biblia que les recuerdan la historia de la salvación desde la creación hasta la resurrección de Jesús.

Se sigue con la celebración de los sacramentos de la Pascua: el Bautismo, por el cual el hombre muere con Cristo para luego resucitar con Él a una vida nueva (Rom 6, 8), y la Eucaristía, en la cual los Apóstoles reconocen al Señor en la fracción del pan.


La Vigilia Pascual es la celebración más importante, y con diferencia, de todo el año cristiano y de toda la vida del cristiano, y debe celebrarse como tal. La mañana del domingo se celebra la solemne Misa de Pascua, la misa del día y en la tarde, las II Vísperas Bautismales, con procesión al baptisterio y aspersión del agua, con las que termina el Triduo de Pascua.


Días del tiempo de Pascua


El tiempo pascual o de Pascua se extenderá a lo largo de siete semanas (50 días).

 Los cincuenta días después de Pascua se prolongan como un solo día de fiesta, como un solo gran domingo. Durante todo este tiempo la Iglesia canta la alegría de Cristo Resucitado.

Las celebraciones son como un eco de lo que fue la noche de Pascua: se usan vestiduras blancas, no se deja de cantar el Aleluya, se vuelve a usar el Gloria, durante la octava de Pascua -sus primeros ocho días- cada día, y después, cada domingo.

Se adornan los templos con muchas flores, más que nunca, y se usa música y canto.


Hacia el final de este tiempo se celebrarán también la Ascensión y Pentecostés.

La Ascensión celebra el regreso del Cristo Resucitado a la casa de su Padre. Así, abre para todos los cristianos el camino hacia el Padre Dios.

Se confirma y manifiesta de manera solemne a Jesucristo como Señor del Universo.

Tradicionalmente se ha celebrado cuarenta días después del Domingo de Resurrección, en jueves, si bien puede ser trasladada por motivos pastorales al domingo siguiente.


La solemnidad de Pentecostés (que significa, cincuentena) cierra el tiempo pascual. Celebra la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles.

La tradición rito romano afirma que Jesús no deja abandonados a los suyos; al contrario, les envía los dones necesarios.

 En el Antiguo Testamento era la fiesta de la cosecha. Según san Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, es el día en que nace la Iglesia.

 Se celebra cincuenta días después del domingo de resurrección (diez días después de la Ascensión), al octavo domingo de Pascua y con vestiduras rojas.


Tiempo ordinario o durante el año


El llamado «tiempo ordinario» o «tiempo durante el año» integra aquellos días en los que no se celebran acontecimientos centrales de la vida de Cristo.

Ocupa la mayor parte del año, si bien en dos periodos separados entre sí. El primero inicia tras el tiempo de Navidad y termina antes del Miércoles de Ceniza; el segundo comienza después del tiempo de Pascua y llega hasta antes del primer domingo de Adviento.

Abarca 33 o 34 semanas, según el año. Durante este tiempo se usan vestiduras de color verde, menos en las celebraciones (memorias, fiestas, solemnidades) que exigen otros colores.


En esas semanas, la Iglesia de Roma medita el Evangelio de Cristo, su predicación y ministerio previo a su Pasión.

 Durante los domingos, se leen, en un ciclo trienal, los Evangelios sinópticos: se sigue el Evangelio de Mateo en el ciclo A, el Evangelio de Marcos para el ciclo B, y el Evangelio de Lucas en el ciclo C.

El Evangelio de Juan se suele reservar mayormente para los demás tiempos litúrgicos, en particular el Tiempo de Pascua. Sin embargo, existen excepciones: algunos pasajes de los capítulos 1 y 2 del Evangelio de Juan se usan en el segundo domingo durante el año, y el capítulo 6 se incluye en el tiempo ordinario del ciclo B (domingos decimoséptimos al vigesimoprimero durante el año inclusive). En las misas entre semana (de lunes a sábado), a lo largo del año se sigue una lectura bastante completa de los tres evangelios sinópticos, empezando por el de Marcos, luego el de Mateo y terminando con el de Lucas.


En este tiempo hay espacio para otras fiestas y solemnidades del Señor y de los Santos: en primer lugar, algunas fijas como son la fiesta de la Santísima Trinidad, el domingo después de Pentecostés; la fiesta de Corpus Christi, tradicionalmente el jueves siguiente a la Trinidad, pero en la mayoría de los casos, trasladada al domingo; y la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que se celebra el viernes después de la antigua octava de Corpus, por tanto, la semana después de esta fiesta.


Otras fiestas se desarrollan en el tiempo ordinario, como la de San Juan Bautista, Santiago Apóstol o la Asunción de la Virgen, entre otras.

 En este tiempo, tienen mayor preferencia estas celebraciones sobre incluso los domingos, puesto que no se celebra en concreto ningún acontecimiento singular de la historia de Salvación, si bien, cada domingo sigue conmemorándose, desde tiempos apostólicos, la resurrección de Cristo.


El año litúrgico finaliza con la celebración de la solemnidad de Cristo Rey, con un sentido claramente escatológico, es decir, con la esperanza en la vida eterna.


Celebraciones de los santos durante el tiempo Ordinario


Durante las celebraciones de los santos, se usan vestiduras de color blanco para las fiestas de Santa María, las fiestas de Cristo que no tengan un enfoque hacia la Pasión y la de los demás santos que hayan muerto de forma natural o celebraciones no martiriales. Se usan vestiduras de color rojo para las fiestas referidas a la Pasión de Cristo (por ejemplo, la festividad de la Santa Cruz), y a las fiestas de los santos mártires, por tanto, asesinados por su fe en Cristo, entre los que se incluyen los apóstoles y evangelistas, a excepción de San Juan, apóstol y evangelista, que no murió martirizado. Conviene señalar que, si existe más de una fiesta de algún santo, solo se celebra de rojo la conmemoración de su martirio (San Juan Bautista, San Pablo, etc.).


Existe una tabla que rige el orden de preferencia de celebración en caso de coincidencia de alguna fiesta que se debe seguir en caso de duda.


En otros ritos litúrgicos


Si bien la mayoría de confesiones cristianas siguen este mismo esquema, algunas de ellas divergen en la elección de fechas o en la duración de los tiempos, que tampoco han sido fijos en la historia de la Iglesia. Los ortodoxos, por ejemplo, marcan los tiempos en torno a las llamadas Doce fiestas, ​ y usan en muchos casos el calendario juliano, aunque existen variantes según las diversas confesiones.





Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales.


Fuente: wikipedia.org