miércoles, 31 de julio de 2019

31 DE JULIO: SAN IGNACIO DE LOYOLA, PRESBÍTERO Y FUNDADOR


Memoria de san Ignacio de Loyola, presbítero, quien, nacido en las Vascongadas, en España, pasó la primera parte de su vida en la corte como paje del contador mayor hasta que, herido gravemente, se convirtió. Completó los estudios teológicos en París y conquistó sus primeros compañeros, con los que más tarde fundaría en Roma la Compañía de Jesús, ciudad en la que ejerció un fructuoso ministerio escribiendo varias obras y formando a sus discípulos, todo para mayor gloria de Dios († 1556). (Martirologio Romano)
Fecha de beatificación: 27 de julio de 1609 por el Papa Pablo V
Fecha de canonización: 12 de marzo de 1622 por el Papa Gregorio XV
Breve Biografía
San Ignacio de Loyola supo transmitir a los demás su entusiasmo y amor por defender la causa de Cristo.
Un poco de historia
Nació y fue bautizado como Iñigo en 1491, en el Castillo de Loyola, España. De padres nobles, era el más chico de ocho hijos. Quedó huérfano y fue educado en la Corte de la nobleza española, donde le instruyeron en los buenos modales y en la fortaleza de espíritu.
Quiso ser militar. Sin embargo, a los 31 años en una batalla, cayó herido de ambas piernas por una bala de cañón. Fue trasladado a Loyola para su curación y soportó valientemente las operaciones y el dolor. Estuvo a punto de morir y terminó perdiendo una pierna, por lo que quedó cojo para el resto de su vida.
Durante su recuperación, quiso leer novelas de caballería, que le gustaban mucho. Pero en el castillo, los únicos dos libros que habían eran: Vida de Cristo y Vidas de los Santos. Sin mucho interés, comenzó a leer y le gustaron tanto que pasaba días enteros leyéndolos sin parar. Se encendió en deseos de imitar las hazañas de los Santos y de estar al servicio de Cristo. Pensaba: “Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, también yo puedo hacer lo que ellos hicieron”.


Una noche, Ignacio tuvo una visión que lo consoló mucho: la Madre de Dios, rodeada de luz, llevando en los brazos a su Hijo, Jesús.
Iñigo pasó por una etapa de dudas acerca de su vocación. Con el tiempo se dio cuenta que los pensamientos que procedían de Dios lo dejaban lleno de consuelo, paz y tranquilidad. En cambio, los pensamientos del mundo le daban cierto deleite, pero lo dejaban vacío. Decidió seguir el ejemplo de los santos y empezó a hacer penitencia por sus pecados para entregarse a Dios.
A los 32 años, salió de Loyola con el propósito de ir peregrinando hasta Jerusalén. Se detuvo en el Santuario de Montserrat, en España. Ahí decidió llevar vida de oración y de penitencia después de hacer una confesión general. Vivió durante casi un año retirado en una cueva de los alrededores, orando.
Tuvo un período de aridez y empezó a escribir sus primeras experiencias espirituales. Éstas le sirvieron para su famoso libro sobre “Ejercicios Espirituales”. Finalmente, salió de esta sequedad espiritual y pasó al profundo goce espiritual, siendo un gran místico.
Logró llegar a Tierra Santa a los 33 años y a su regreso a España, comenzó a estudiar. Se dio cuenta que, para ayudar a las almas, eran necesarios los estudios.


Convirtió a muchos pecadores. Fue encarcelado dos veces por predicar, pero en ambas ocasiones recuperó su libertad. Él consideraba la prisión y el sufrimiento como pruebas que Dios le mandaba para purificarse y santificarse.
A los 38 años se trasladó a Francia, donde siguió estudiando siete años más. Pedía limosna a los comerciantes españoles para poder mantener sus estudios, así como a sus amigos. Ahí animó a muchos de sus compañeros universitarios a practicar con mayor fervor la vida cristiana. En esta época, 1534, se unieron a Ignacio 6 estudiantes de teología. Motivados por lo que decía San Ignacio, hicieron con él voto de castidad, pobreza y vida apostólica, en una sencilla ceremonia.
San Ignacio mantuvo la fe de sus seguidores a través de conversaciones personales y con el cumplimiento de unas sencillas reglas de vida. Poco después, tuvo que interrumpir sus estudios por motivos de salud y regresó a España, pero sin hospedarse en el Castillo de Loyola.
Dos años más tarde, se reunió con sus compañeros que se encontraban en Venecia y se trasladaron a Roma para ofrecer sus servicios al Papa. Decidieron llamar a su asociación la Compañía de Jesús, porque estaban decididos a luchar contra el vicio y el error bajo el estandarte de Cristo. Paulo III convirtió a dos de ellos profesores de la Universidad. A Ignacio, le pidió predicar los Ejercicios Espirituales y catequizar al pueblo. Los demás compañeros trabajaban con ellos.


El Papa Pablo III les dio la aprobación y les permitió ordenarse sacerdotes. Fueron ordenados en Venecia por el obispo de Arbe el 24 de junio. Ignacio celebrará la primera misa en la noche de Navidad del año 1538. En ese tiempo se dedican a predicar y al trabajo caritativo en Italia.
Ignacio de Loyola, de acuerdo con sus compañeros, resolvió formar una congregación religiosa que fue aprobada por el Papa en 1540. Añadieron a los votos de castidad y pobreza, el de la obediencia, con el que se comprometían a obedecer a un superior general, quien a su vez, estaría sujeto al Papa.
La Compañía de Jesús tuvo un papel muy importante en contrarrestar los efectos de la Reforma religiosa encabezada por el protestante Martín Lutero y con su esfuerzo y predicación, volvió a ganar muchas almas para la única y verdadera Iglesia de Cristo.


Ignacio pasó el resto de su vida en Roma, dirigiendo la congregación y dedicado a la educación de la juventud y del clero, fundando colegios y universidades de muy alta calidad académica.
Para San Ignacio, toda su felicidad consistía en trabajar por Dios y sufrir por su causa. El espíritu “militar” de Ignacio y de la Compañía de Jesús se refleja en su voto de obediencia al Papa, máximo jefe de los jesuítas.
Su libro de “Ejercicios Espirituales” se sigue utilizando en la actualidad por diferentes agrupaciones religiosas.
San Ignacio murió repentinamente, el 31 de julio de 1556. Fue beatificado el 27 de julio de 1609 por Pablo V, y canonizado en 1622 por Gregorio XV.  



Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales
Fuente: Texto de Juan Sánchez


jueves, 18 de julio de 2019

El Apóstol Santiago el Mayor, historia y leyenda





Cuenta la tradición que a Santiago el Mayor, uno de los apóstoles predilectos de Jesús, lo mandó decapitar Herodes Agripa. Sus discípulos recogieron los restos del santo y los trasladaron en una barca sin timón, que Dios guió desde Palestina hasta las costas gallegas, donde fue enterrado.

Lo que bien pudo ocurrir es que al apóstol Santiago el Mayor se le encomendara cristianizar Hispania a la muerte de Jesucristo, hacia el año 40 de nuestra era. El apóstol entró en la Península por un puerto del sur, a donde llegó aprovechando el abundante tráfico marítimo romano. Subió por Portugal y llegó a Iria Flavia, continuando sus predicaciones hacia tierras del Este. Transcurridos unos dos años de su llegada, decidió regresar a Palestina. Al llegar a su patria fue denunciado por los judíos, y Herodes Agripa ordenó que se le decapitara. Sus discípulos traerían a España su cuerpo para enterrarlo. Según una leyenda, éstos pidieron ayuda a la reina Lupa, señora celta de las tierras romanas del Fin del Mundo, para transportar el cadáver desde la costa, y esta para burlarse de ellos les dio dos toros bravos. Cuando los animales llegaron ante el sepulcro se convirtieron en dos bueyes, que llevaron el cuerpo hasta donde se encuentra actualmente.

Sobre la tumba se levantó un mausoleo según el modelo de las necrópolis romanas, formado por una pequeña construcción rodeada de columnas, cuyos restos permanecen en el subsuelo de la Catedral. En el mausoleo también se encontraron otras dos tumbas atribuidas a sus discípulos Atanasio y Teodoro. Eran tiempos turbulentos, y la persecución de los cristianos llevó a que el mausoleo cayera en el olvido, hasta que un oportuno milagro lo hace reaparecer en el siglo IX, cuando empieza la lucha para reconquistar la Península a los musulmanes. Será en este siglo cuando el rey asturiano Alfonso II el Casto lo declare patrono de España. El 25 de julio se instaurará, con carácter nacional, la fiesta del apóstol Santiago.


articulo enviado por: jesus MANUEL CEDEIRA COSTALES 
FUENTE: Catedral de Santiago 



miércoles, 10 de julio de 2019

12 CLAVES PARA USAR EL ESCAPULARIO DE LA VIRGEN DEL CARMEN



"La devoción del escapulario del Carmen ha hecho descender sobre el mundo una copiosa lluvia de gracias espirituales y temporales”, decía el Papa Pío XII.
Conozca aquí 12 claves que debe conocer quien porta este objeto religioso.


1. No es un amuleto
No es un amuleto ni una garantía automática de salvación o una dispensa para no vivir las exigencias de la vida cristiana.
“Tú preguntas: ¿y si yo quisiera morir con mis pecados? Yo te respondo, entonces morirás en pecado, pero no morirás con tu escapulario”, advertía San Claude de la Colombiere.
2. Era un vestido
Escapulario viene del latín “scapulae” que significa “hombros” y originalmente era un vestido superpuesto que cae de los hombros, usado por los monjes en el trabajo. Los carmelitas lo asumieron como muestra de dedicación especial a la Virgen, buscando imitar su entrega a Cristo y al prójimo.
3. Es un regalo de la Virgen
Según la tradición, el escapulario, tal como se conoce ahora, fue dado por la misma Virgen María a San Simón Stock el 16 de julio de 1251.
María le dijo: “debe ser un signo y privilegio para ti y para todos los Carmelitas: quien muera usando el escapulario no sufrirá el fuego eterno”. Más adelante la Iglesia extendió el escapulario a los laicos.
4. Es un mini hábito
Es como un hábito carmelita en miniatura que todos los devotos pueden portar como muestra de su consagración a la Virgen. Consiste en un cordón que se lleva al cuello con dos piezas pequeñas de tela color café. Una se pone sobre el pecho y la otra sobre la espalda y se suele usar bajo la ropa.
5. Es uniforme de servicio
San Alfonso María de Ligorio, doctor de la Iglesia, decía: "Así como los hombres se enorgullecen de que otros usen su uniforme, así Nuestra Señora Madre María está satisfecha cuando sus servidores usan su escapulario como prueba de que se han dedicado a su servicio, y son miembros de la familia de la Madre de Dios".
6. Tiene tres significados
El amor y la protección maternal de María, la pertenencia a María y el suave yugo de Cristo que ella nos ayuda a llevar.
7. Es un sacramental
Es reconocido por la Iglesia como un sacramental. Es decir, un signo que ayuda a vivir santamente y a aumentar nuestra devoción.
El escapulario no comunica gracias como lo hacen los sacramentos, sino que dispone al amor del Señor y al arrepentimiento si se recibe con devoción.
8. Puede ser dado a un no católico
Cierto día le llevaron a San Stock un anciano moribundo, quien, al recobrar el conocimiento, le dijo al santo que no era católico, que usaba el escapulario como promesa a sus amigos y rezaba una Ave María diariamente. Antes de morir recibió el bautismo y la unción de los enfermos.
9. Fue visto en una aparición de Fátima
Lucía, la vidente de la Virgen de Fátima reportó que en la última aparición (Octubre de 1917) María se apareció con el hábito carmelita, el escapulario en la mano y recordó que sus verdaderos hijos lo llevan con reverencia. Asimismo, pidió que los que se consagren a ella lo usen como signo de dicha consagración.
10. El escapulario que no se dañó
El Beato Papa Gregorio X fue enterrado con su escapulario y 600 años después, cuando abrieron su tumba, el objeto estaba intacto. Algo similar pasó con San Alfonso María de Ligorio.
San Juan Bosco y San Juan Pablo II también lo usaban y San Pedro Claver investía con el escapulario a los que convertía y preparaba.
11. Cualquiera no lo puede imponer
La imposición del escapulario se debe hacer preferentemente en comunidad y que en la celebración quede bien expresado el sentido espiritual y de compromiso con la Virgen.
El primer escapulario debe ser bendecido por un sacerdote y puesto sobre el devoto con la siguiente oración: "Recibe este escapulario bendito y pide a la Virgen Santísima que por sus méritos, lo lleves sin ninguna mancha de pecado y que te proteja de todo mal y te lleve a la vida eterna".
12. Solo se bendice el primero que recibes
Cuando se bendice el primer escapulario, el devoto no necesita pedir la bendición para escapularios posteriores. Los ya gastados, si fueron bendecidos, no se deben echar a la basura, sino que se pueden quemar o enterrar como signo de respeto.


Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales

Fuente: ACI Prensa

domingo, 7 de julio de 2019

EL ORIGEN ESPAÑOL DE LA SALVE




Salve Regina, una de las oraciones fundamentales a Nuestra Señora, es también una de las antífonas más antiguas. Ha sido atribuida a diversos autores, como el prelado gallego San Pedro de Mezonzo obispo de Compostela; Ademar de Monteil, obispo de Le Puy que participó en la Primera Cruzada; el monje alemán Hermann de Reichenau; San Jeroteo, supuesto obispo de Segovia; y San Bernardo, aunque hoy se sabe que éste último se limitó a añadir la parte final (O clemens, O pia, O dulcis Virgo Maria…). Ha habido incluso quien la ha atribuido a los Templarios, quienes sin duda debían de cantarla, ya que era popularísima en otras órdenes, como los dominicos, los franciscanos y los benedictinos.

Ateniéndonos a criterios filológicos, creemos que puede demostrarse el origen español de tan entrañable y popular oración. A nuestro juicio es de San Pedro de Mezonzo. Excluimos a San Jeroteo porque es un personaje legendario. Pero el autor no podía ser ni francés ni alemán. Los españoles son incapaces de pronunciar la llamada ese líquida o ese impura, tan frecuente en otras lenguas. Nos referimos a la s inicial en una palabra que va seguida de otra consonante. Aunque en realidad no es tan difícil de pronunciar y con un poco de práctica se aprende rápido, por la falta de costumbre y por lo impropia que es de nuestro idioma los más suelen añadir una e protética delante cuando tienen que usar un nombre o una palabra extranjeros (pronunciando por ejemplo, Espéin por Spain, estar por star. Esto en lingüística se llama prótesis, porque consiste en añadir un elemento ajeno, como cuando se implanta una prótesis en el cuerpo humano. Así, la palabra latina spes (esperanza) pronunciada cómodamente por un español suena «espes». Tal como está configurada la melodía de la Salve, es imposible pronunciar spes al cantarla; no hay más remedio que decir espes. Yo he intentado pronunciarla bien cuando la canto pero es imposible. Ergo, la Salve es española. Un francés no tiene la menor dificultad para pronunciar palabras de su idioma como slave o spacieux, ni un alemán la tiene para pronunciar vocablos germanos como Stahl o sprechen (que es más difícil todavía, porque la ese líquida la pronuncian sh).

Ahora bien, dado que existen tantas versiones de la Salve hechas por compositores posteriores a la Edad Media, así como innumerables versiones populares (Salve marinera, Salve rociera, etc.), nada impide que Ademaro de Monteil o Hermann el Cojo (como también era llamado) hicieran algún aporte o arreglo que haya llegado hasta nosotros después de confluir con otras versiones, según se cantara en las distintas órdenes monásticas. La Salve es, en realidad, patrimonio de la Cristiandad, independientemente de su origen. Pero eso no quita que sea uno de los muchos aportes de España a la Cristiandad.



Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales

Fuente: adelantelafe.com

lunes, 1 de julio de 2019

FIESTA DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO





Como todos los años, este primer día de julio los fieles se reunen para celebrar la solemnidad de la Preciosísima Sangre de nuestro Señor Jesucristo.

La fiesta litúrgica, que tras la reforma del Concilio Vaticano II se unió a la del Santísimo Cuerpo del Señor (Corpus Domini), sigue siendo celebrada por la fraternidad de la Custodia porque el santuario de la Agonía en el monte de los Olivos conserva la memoria física del sudor de sangre del Señor Jesús en la noche de su arresto. 


El fenómeno, conocido en medicina como hematidrosis, está ligado al exudado del suero de las venas a causa de fuertes tensiones a las que se puede ver sometida una persona, y fue registrado por el evangelista médico, san Lucas, en el capítulo 22 de su Evangelio.

San Francisco escribió a todos los fieles, para demostrar que el santo de Asís había entendido el íntimo vínculo entre la Sangre del cáliz eucarístico, la Sangre vertida en Getsemaní y la derramada en la cruz. Sangre preciosa la del Señor, porque es signo de una vida totalmente entregada, totalmente trasfundida a nosotros para hacernos consanguíneos con Dios, miembros de la misma familia divina.



Festejar la Preciosísima Sangre de Jesús significa entonces para nosotros inserirnos en esta dinámica de entrega de la vida, de entregarnos al Padre celestial y a nuestros hermanos, en perfecta imitación a nuestro divino modelo, Jesucristo.

Los olivos seculares de Getsemaní fueron los probables testigos del sudor de sangre de Jesús. Que la Sangre de Cristo se derrame, más copiosa si cabe, por todo el mundo para obtener la paz y la redención a todo ser humano.





Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales



Fuente: custodia.org

DIOS VIVE EN LA CIUDAD





Una gran ciudad engendra muchas situaciones de vida: hay personas con plenos derechos, a otras les falta alguno; hay excluidos, indocumentados, niños, adolescentes y jóvenes, ancianos y enfermos… 


Precisamente por todo esto, hay necesidad de hacer ver que Dios vive en la ciudad, que las imágenes del Evangelio de más encanto e interés son las que muestran lo que genera Jesús cuando está en las calles y en las plazas; siempre suscita el bien y es esto lo que quiere y desea el pueblo.



Hoy, cuando nuestras cofradías, hermandades y congregaciones salen a las calles con sus imágenes, el pueblo sabe leer páginas del Evangelio y ver al Señor actuando.


Ved cómo sigue el Señor llamando a Zaqueo, que podemos ser cualquiera de los que vivimos en esta ciudad. Cuando menos lo pensamos, escuchamos: «Zaqueo, baja que hoy quiero entrar en tu casa», quiero entrar en tu vida, quiero conquistar tu corazón, pues estás traicionando al pueblo no dando lo que debes a los demás. 


Pero también podemos ser Bartimeo, unos hombres y mujeres marginales que hemos oído del poder de Jesús y por eso le gritamos. Él se vuelve hacia nosotros y nos dice: «¿Qué quieres que haga por ti?». Y la respuesta es la que sale de su corazón: «Señor, que vea». Y Bartimeo recobró la vista. En la ciudad también hay gentes con una gran fe, como la de aquella mujer que pensaba que «si logro tocar aunque sea la orla del manto me curaré». Y así sucedió.



Sinceramente, tenemos un desafío: creernos de verdad que Dios vive en la ciudad. Nuestra respuesta ante tantas situaciones ha de ser volver a poner en el centro a Cristo. Dejémonos de posturas ilustradas o eticistas.


 Hay que comenzar siempre desde el encuentro con Nuestro Señor Jesucristo, pues Él vive, Él te ama, Él te quiere y te abraza. En los inicios de la Iglesia fue precisamente en las grandes ciudades donde se fraguó la evangelización. 


Tengamos la valentía, la audacia y la alegría que nace del encuentro con Jesucristo para quitar miedos a una pastoral urbana de una gran ciudad, que es capaz de entregar a Jesucristo sin glosas. Ello requiere una vivencia profunda de encuentro con el Señor:



1. La vida verdadera siempre se realiza desde un encuentro. ¡Qué fuerza tiene volver a leer y meditar el libro del Génesis en el relato de la creación! Ahí vemos con claridad la antropología cristiana: el hombre es creado por Dios y es llamado por Él a una vida de encuentro. No hagamos circunloquios, acojamos esta verdad tal y como nos la presenta Dios. La vocación y la misión del hombre, en última instancia, es responder a la llamada que Dios le hizo. Se encuentra con todos, en todos los lugares, consciente de que es portavoz de quien ha creado todo lo que existe. En una gran ciudad estamos llamados a vivir la cultura del encuentro, tal y como el Creador la diseñó. El encuentro siempre da luz y alegría, da gozo y belleza, da sentido.



2. Las calles, plazas, jardines y casas, han de ser ámbitos reales de encuentro y de respeto al otro. Todos los hombres que habitamos en la gran ciudad tenemos nuestras historias, nuestros sufrimientos y anhelos. No hagamos ciudades para el desencuentro, para vivir uno mismo sin ver para nada a los demás; esto nos deshumaniza. Estamos creados para vivir junto a los demás, para ocuparnos de los demás. La parábola del Buen Samaritano tiene un realismo especial hoy en la gran ciudad: podemos llenarla de salteadores y bandidos, pero también podemos construirla de hombres que se acercan a todo el que encuentran para devolverle la dignidad cuando se la robaron. La religiosidad popular nos hace sacar lo mejor de nosotros mismos, pues deseamos vivir como la persona que acompañamos.



3. Encuentro con Cristo, con su Evangelio y con la Iglesia. ¡Qué alegría da ver lo que engendra la religiosidad popular! Nos saca de una fe ideologizada y cultural a esa relación afectiva con Jesús. Descubrimos con una fuerza especial la invitación de Jesús a seguirlo. Al contemplarlo en esa imagen, escuchamos esa llamada fuerte que cambia la vida: «¡Sígueme!». Es una gracia tan grande que inunda nuestro corazón. Al contemplar una imagen de su Madre, escuchamos ese «haced lo que Él os diga» de las bodas de Caná; allí María se define, nos remite a quien puede hacernos felices y darnos alegría. En la Virgen María vemos a la persona ideal de una fe vivida sin complejos y con valentía, que la llevó a salir por todos los caminos. Y al contemplar una imagen de un amigo del Señor, de un santo, escuchamos cómo subyuga la persona de Jesús. Los santos nos conducen a vivir la vida hasta su consumación en comunión con Jesús y en una entrega apasionada por los hombres. Acoger a Dios y a los hombres, no desentendernos de nadie, decir a todo el que encuentre en mi camino: «Eres mi hermano», son tareas necesarias en la gran ciudad. Solo así acabamos con la insolidaridad, la apatía, el sinsentido y el absurdo.




Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales

Fuente: Texto del Cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid