domingo, 31 de enero de 2021

Trail Desafio Reliquias-Perdonanza

 



Definitivamente no estamos ante “otra carrera más”; tanto por la fecha en que se celebra, como por el recorrido, estamos hablando de una carrera única por la propia historia.



www.desafioreliquias.org



Enviado por:


Jesús Manuel Cedeira Costales.

Devoción de los Siete Domingos de san José



La Iglesia, siguiendo una antigua costumbre, prepara la fiesta de San José, el día 19 de marzo, dedicando al Santo Patriarca los siete domingos anteriores a esa fiesta en recuerdo de los principales gozos y dolores de la vida de San José. En concreto, fue el Papa Gregorio XVI quien fomentó la devoción de los siete domingos de San José, concediéndole muchas indulgencias; pero S.S. Pío IX les dio actualidad perenne con su deseo de que se acudiera a San José, para aliviar la entonces aflictiva situación de la Iglesia universal. 





ORACIÓN DE LOS SIETE DOMINGOS DE SAN JOSÉ

Oración a san José

A ti, buen san José, acudimos en nuestro sufrimiento,
y, después de pedir ayuda a tu santa esposa María,
pedimos también con confianza tu protección.

Con aquel amor que te tuvo unido con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios,
y por el amor paternal con que abrazaste al Niño Jesús,
humildemente te pedimos que mires con bondad
a los que con su Sangre adquirió Jesucristo,
y con tu poder y auxilio socorras nuestras necesidades.

Protege, Custodio de la divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo;
aleja de nosotros, padre querido, este flagelo de errores y vicios.
Asístenos desde el cielo, en esta lucha contra el poder de la oscuridad;
y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del Niño Jesús,
así ahora defiende a la Iglesia de Dios de los ataques y de toda adversidad.

Y a cada uno de nosotros protégenos con tu constante protección,
para que, a ejemplo tuyo, y sostenidos por tu ayuda,
podamos vivir y morir santamente y alcanzar en el cielo la eterna felicidad. Amén.






Padrenuestro, Avemaría y Gloria, pidiendo por las intenciones del Papa.





Enviado por:


Jesús Manuel Cedeira Costales.

CARTAS DE ESPERANZA 31 DE ENERO DE 2021

  



31 de enero de 2021

 

Hermano:

«Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Dejaron a su padre Zebedeo en la barca y se marcharon con Él»

«Aceptar la vida como un don en medio de cruces y dificultades es el mejor antídoto para vencer la depresión y el desánimo. Creer en la posibilidad imposible de volver a intentarlo»

La tasa de positivos se eleva al 12,37% y el número de pacientes hospitalizados se acerca al medio millar.

Asturias suma otros 8 muertos por covid-19 en una jornada en la que bajan los contagios.

A veces no sé bien lo que es mejor o lo que es peor. Una vida larga y fecunda o una vida corta y llena de sentido. Una vida demasiado corta, en la que apenas da tiempo a vivir o una vida excesivamente larga y sin sentido. Tampoco sé muy bien el peso de otras vidas en mi propia vida. Ni entiendo esa muerte que llega y cambia mis pasos de repente, tal vez demasiado pronto. No puedo ver con los ojos de Dios y parece que los míos son torpes para entender la vida. En una película un terapeuta le pedía a un hombre ya casado que pensara varias opciones posibles para su vida suponiendo que su padre no hubiera muerto cuando él era adolescente. El protagonista da dos versiones. Interpreta lo que podría haber pasado en su propia vida estando su padre presente. En una opción todo sale perfecto, mejor que ahora. La presencia de su padre hace que la vida ahora para él sea mucho plena. En la otra posible realidad las cosas salen peor incluso estando su padre presente. Me pareció muy fuerte e intensa la propuesta. Muchos posibles imposibles se hacían realidad en la pantalla. Sabía que no era real, pero ahí estaban mostrando una algo inexistente. A menudo me planteo esos posibles imposibles en mi vida. ¿Qué hubiera pasado si no hubiera tomado esa decisión y hubiera seguido otro camino? ¿Qué hubiera pasado si mi madre hubiera muerto siendo yo todavía joven o al nacer? ¿Habría sido mi vida mejor o peor? Son preguntas sin respuesta. Algo habría cambiado, seguro. Habría sido una vida diferente, ni mejor, ni peor. Nada reemplaza a la vida que ahora vivo. Lo que sucede es que a lo mejor me cuesta aceptar simplemente la vida en su verdad tal y como es. Y me gusta imaginar qué hubiera sido de mí si las circunstancias hubieran cambiado, si las decisiones hubieran sido otras, si hubieran estado presentes otras personas. Pero son posibles inútiles que sólo pueden atormentarme o bloquearme en mi intento por ser feliz y hacer la voluntad de Dios en mi camino. Lo único que queda después de muchos pensamientos y sueños es lo real, lo que toco, lo que hoy es, lo que ha sido, no lo que podría haber sido. Aun así me doy cuenta del peso que tiene una vida en las personas que la rodean. Mi presencia o mi ausencia en un lugar y en un momento determinado afecta a muchas personas. Si no estoy donde antes estaba o si estoy donde ahora vivo, habrá un vacío o una presencia. Eso es lo real. Si estoy en un lugar habrá una influencia sobre otros, positiva o negativa, eso depende de mí. El peso de mi realidad es irrefutable. El peso de la realidad de las personas que entretejen sus vidas con la mía, no lo puedo negar. Todo importa, todo influye en el camino que recorro. Y al mismo tiempo esos posibles imposibles no tienen tanta fuerza. La vida hubiera sido distinta, mi camino, mis decisiones, pero lo que queda al final es lo que hay y el pasado no puedo cambiarlo. Puedo, eso sí, intentar no repetir lo que salió mal y tratar de hacer bien lo que está en mi mano. Me gusta pensar que una vida no vale más por el número de años que acumula. Los años no dan valor a la vida, simplemente son un aspecto más de la misma. Una vida es bella, honda y fecunda sin importar el número de años vividos, gastados, o entregados. No se mide en años, sino en verdad. En la verdad de los gestos, de las palabras y las obras. En la verdad de las decisiones, de los errores y los aciertos. No se mide la vida por su perfección, porque no hay vidas más perfectas que otras. Simplemente hay vidas felices y logradas, aunque no tengan todos los años que hubieran podido tener. Hay vidas plenas y llenas de paz aun siendo imperfectas, aun habiendo errores y pecados. Decido mirar mi vida sobre la palma de mi mano. Acariciar los años caídos, esos que he vivido. Acariciar los miedos y las pasiones desordenadas. Sostener las miradas de asombro ante los días que enfrento. Levantar el desánimo que en ocasiones me hacen sentirme inútil. Un paisaje cubierto de nieve es mi propia vida. Es bello un bosque con nieve, y un edificio. Incluso una calle sin gracia con la nieve parece una calle preciosa. Será así con mi vida si la dejo que la cubra la gracia de Dios, su amor me sostiene y levanta todas mis ansiedades y torpezas. La nieve viste de belleza el barro. También puede tornarse una tortura si me impide hacer mi vida normal. Lo bello puede hacer que todo se complique. Puedo ver sólo la belleza. O puedo centrarme en la incomodidad que implica. De mí depende, de mi mirada. En mi vida hay nieve que me embellece. Y yo puedo agradecer mirando la nieve y pensando.

El tiempo de Navidad me ha dejado el corazón cubierto de gratitud. No me acostumbro a agradecer todo lo que recibo. Me creo que la vida consiste en dar para recibir, en hacer para que me paguen, en regalar para que me regalen, en acoger para que me acojan. Quizás lo aprendí de niño debatiéndome con mis obligaciones pequeñas de cada día. Si cumplía recibía el abrazo, el elogio, el aplauso. Si fallaba recibía el castigo, el enfado, el desprecio o lo que es peor, la indiferencia. Me acostumbré a trabajar duro para poder merecer. Y vi a Dios como ese empresario exigente y acostumbrado a recibir siempre más de lo que sembraba e invertía. Y no podía creer en la gratuidad porque no la conocía. No sentía que la vida fuera gratis, ni la salud, ni el amor. No sé bien por qué me acostumbré a pensar que lo merecía. Merecía levantarme cada mañana sano y feliz. Merecía ser amado. Merecía poder caminar y gozar de logros importantes en mi camino. Merecía los regalos que recibía. Lo merecía todo porque me había portado bien, había cumplido y era ejemplar. El merecimiento formaba parte de mi vida. Premio o castigo. Pago por lo realizado o ausencia de ese pago. Dependía de mí. La gratuidad no existía. Los regalos no existían. Y luego hablaba de lo que era justo o injusto con mucha facilidad. Me comparaba con los que estaban mejor que yo. Con los que tenían más éxitos o lograban más regalos. Ellos sí que eran felices, pensaba, mientras me volvía cada día más inconformista con la vida. Me debían algo, pensaba en mi interior. La gratuidad seguía sin existir. El perdón por mis errores era más un derecho que un don. Si me arrepentía, merecía ser perdonado. Si pedía perdón podía exigirlo acto seguido. Me haría bien cambiar mi corazón enfermo por uno lleno de paz. Pero para eso necesito cambiar ciertos criterios que alguien, o yo mismo quizás, ha dejado crecer en mi interior. Nunca me he creído eso de que alguien desconocido me regale algo. Habrá un truco, pienso. O un error. O buscarán que después pague más de lo que quería. Nadie regala nada, pensaba. Y cuando recibía la gratuidad en mi vida me sentía incómodo. Estaba en deuda. Alguien me regalaba cosas y me sentía en deuda. O me acostumbraba y me olvidaba de ese don. Y pensaba que merecía eso y mucho más. Y la deuda desaparecía porque era impagable. Y así, de la misma manera, me costaba entender el perdón en mi vida. O era merecido o no existía. O hacía méritos para ganármelo o no tenía sentido. Sor Verónica, fundadora de Iesu Communio, comentaba: «Un nuevo encuentro, una segunda etapa de la llamada. Pedro necesitaba sentirse amado cuando no tenía nada que presentar. El amor es gratuito. Ya no afirmará jamás daré mi vida por ti. Acoge el verdadero don del discipulado. No puede haber lugar para el desánimo». Pedro, que ha negado tres veces, recibe un amor gratuito y no lo merece. No ha hecho nada por Jesús, no lo ha salvado, no ha luchado por Él arriesgando su vida. Ha negado conocerlo y amarlo. Y aun así recibe el perdón en una mirada de misericordia. Gratuidad absoluta. ¡Cuánto me cuesta creer en esa mirada de Dios y de los hombres! Siempre espero que me exijan algo, que me pidan, que me demanden. No me siento tranquilo si me perdonan de forma absoluta. No lo espero, no lo quiero. Si me porto mal, que me castiguen, lo merezco. No quiero que me hagan blando. Quiero luchar por lo que quiero, por lo que amo. No quiero que me den nada sin merecerlo. ¡Cuánto bien me hace recibir un don que no merezco! Me enseña que la vida no es justa. Que no todo se basa en esa relación mercantilista del dar para recibir. Que de repente recibo lo que no merezco. Y muchas cosas en mi vida no las merezco, simplemente suceden. Que alguien me ame, que me den confianza, que me acepten, que me busquen, que me acojan. El perdón nunca es un derecho, es un don inmerecido después de haber fallado. Ese mismo perdón que me cuesta darme a mí mismo después de una caída. Las relaciones sostenidas por el mérito se acaban rompiendo. En algún momento no daré lo que esperan de mí como una obligación. Las relaciones sostenidas en la gratuidad tienen bases firmes y alas que llevan al cielo. Pensar en merecimientos me acaba enfermando, porque nunca haré lo bastante para merecer el cielo y nunca será suficiente lo que entrego para que mi vida sea perfecta. Aceptar la imperfección de mis actos me vuelve más misericordioso y paciente. Los demás pueden equivocarse, tanto como yo. Es parte de la vida, no importa que las cosas no funcionen bien. Perdonar y alegrarme con los dones que recibo cada mañana sin merecerlo sana y ensancha mi alma. Aceptar la vida como un don en medio de cruces y dificultades es el mejor antídoto para vencer la depresión y el desánimo. Creer en la posibilidad imposible de volver a intentarlo. Siempre surge una segunda oportunidad, una nueva opción a elegir cuando recorro la vida. La gratuidad es esa forma de medir que alegra y libera. Siempre estaré en deuda por todo el amor recibido. No importa nada, yo sonrío agradecido. Sólo eso basta para que la sonrisa no se borre nunca de mi alma.

No sé por qué no siempre tengo tanta fe como quisiera. Me cuesta creer en la luz cuando vivo en medio de la noche, sin poder ver. No logro creer en el calor cuando sufro el frío que congela mi alma. Imposible creer en la humedad de la lluvia torrencial cuando toco la sequía. Sé que la falta de agua cuestiona mi fe en el agua, en mi deseo profundo de poder calmar la sed. Mis miedos me hacen pensar que no hay salida. Y mi ceguera no me deja ver al sol abrirse paso entre las nubes. Mi soledad me duele y me hace dudar de los abrazos que apaciguan el ansia. Las derrotas me hacen dudar de posibles victorias futuras. Dibujo sobre el azul del cielo la llama de una hoguera que no se apague nunca. Como si quisiera que todo estuviera ardiendo en mi interior, a mi alrededor. Se quemarán los fríos y se calmarán los vientos. Dibujo a tientas la luna en un paisaje muy claro, oscurecidas las estrellas. Para no dudar cuando todo se torne oscuro, poco claro y nada entienda. He aprendido a beber en fuentes escondidas, el agua más pura. Y me he ilusionado con futuros posibles que aún no veía. He descubierto oculto bajo la tierra una perla escondida, esa que todos soñamos. He caminado lleno de luz por caminos desiertos. Y he bebido un agua clara que no sé cómo da luz a los ojos. No me escondo por miedo detrás de mis deseos. No soy más que nadie, tampoco menos. Dejo de medir las cosas y a las personas. No hay vidas mejores, vidas más santas. Sí las hay más logradas o felices. Pero no depende tanto de lo que se posea, de los sueños logrados, de las metas alcanzadas. La felicidad cuando más se busca más se esconde. La llevo dentro del alma. Cuando menos la persigo aparece como por arte de magia en medio de mis tropiezos. He levantado la luz para descubrir bien el camino, un farol humilde rompiendo la noche. He sentido el frío muy dentro de mi alma. He balbuceado ciego el nombre de lo que amo. Y he palpado a ciegas la piel del cielo. Me levanto de nuevo como cada mañana a dibujar mis días con colores más vivos, más profundos. Llevo en el alma impresa la faz de mi esperanza, de ese Cristo que vive muy dentro, en lo escondido. Sé navegar sin rumbo y a la vez sé el destino. No le tengo miedo al fracaso que me aventuran algunos. No dudo de que las fuerzas nunca serán suficientes, ni el tiempo, ni la alegría, no lo espero. Me sé pequeño, muy torpe y niño. Y Dios actúa en mí, a través de mi debilidad. Comenta el Papa Francisco: «Muchas veces pensamos que Dios se basa sólo en la parte buena y vencedora de nosotros, cuando en realidad la mayoría de sus designios se realizan a través y a pesar de nuestra debilidad». Es mi pobreza la que Él ama y mi indigencia. Pero sé al mismo tiempo que los ríos bajan de la montaña soñando el mar en su cauce. Así voy yo tan sereno, sabiendo que la vida es corta y lleva al cielo. No dejo de aventurarme dentro de cada mañana, siempre todo puede hacerse nuevo. Me visto con la esperanza como traje y como canto la calma. Así voy yo cada día lleno de esa paz bendita que sólo Dios sabe darme. No le tengo miedo al frío, ni a la nieve, ni a los hielos. Me río de las desgracias que parecen amenazarme, todo pasa. Mi seguridad está en el cielo y en el Dios de mi camino, ese que pisa mis pasos y me abraza si estoy solo. He descubierto el sentido de tanto remar sin vientos. He palpado ese dolor de la pérdida, de la ausencia, dentro de mí, dentro de otros. No le tengo miedo ya a los imposibles necios que dibujo hoy con calma. Esos que llenan de polvo mi caminar por la playa y me hacen soñar el cielo. No dejo de apapachar, de abrazar con el alma, a todos los que más sufren. Porque el sol siempre me muestra que puedo dar más, que puedo ser más de todos, más niño, más sabio, más pobre, más alegre. No quiero desesperarme cuando es nada lo que logro. No dejo de esperar a ese Dios que me llena en medio de mi indigencia y le da sentido al camino que recorro. Necesito hallar consuelo para poder dar consuelo. Conozco muy bien la sed que sufre el mundo, yo mismo la tengo dentro. Y sé que nada la sacia, sólo Dios colma mis ansias y me llena de esperanza. Quiero dar paz con mis labios, con mi vida y mis palabras. Quiero abrir caminos ocultos, despejar los que están escondidos bajo ramas por los bosques. Me adentro abriendo nuevas rutas, despejando ilusiones. No le tengo miedo ya a perder la vida entera en misiones imposibles. Puedo amar hasta el extremo, puedo dar hasta que duela, puedo ser más cada día y a la vez hacerme pequeño, para que sea Cristo el que venza. Llevo dentro de mi alma el sueño de una esperanza. Y camino convencido de que nada podrá quitarme nunca la fe en ese Jesús que me ama. Él le da sentido a la cruz, cuando cargo con ella. Y me hace ver que el sol aparecerá al acabar la noche. ¿Por qué temo? Si Él va conmigo y me salva. Me sostiene y me alienta. Y me llama por mi nombre para decirme que me ama. Que ya me ha salvado. Que está dentro de mí y no me va a dejar nunca. Incluso cuando crea que estoy solo en la batalla. Su bendición está sobre mí y me cuida. Nada podrá hacerme daño porque soy suyo, vivo en su presencia. 

Me gusta meditar sobre la misericordia de Dios. Tal vez porque la necesito y porque veo que yo no soy misericordioso. Y exijo justicia y cumplimiento. Salvo cuando soy yo el que caigo y entonces sí pido el perdón. Medito la historia de Jonás: «En aquellos días, vino la palabra del Señor sobre Jonás: - Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícale el mensaje que te digo. Se levantó Jonás y fue a Nínive, como mandó el Señor. Nínive era una gran ciudad, tres días hacían falta para recorrerla. Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día, proclamando: - ¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida! Creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños. Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive». Me gusta mucho este profeta rebelde que no entiende a Dios. No quiere predicar la conversión porque no quiere que el pueblo se arrepienta y reciba el perdón. Es paradójico. Recorre la ciudad predicando la conversión y cuando aparentemente tiene éxito y cambian de conducta, él no entiende a Dios. No quiere que Dios se arrepienta de su juicio y los perdone. No cree en la misericordia como camino de vida. Cree más en la justicia, en el pago a cada uno por lo que ha hecho. El mal se paga siempre con un castigo. Y el premio es para aquel que obra bien. Si no es así el corazón no aprende. Me vuelvo blando al ver a un padre que siempre me perdona y pasa por alto mis caídas. No conozco esa misericordia que me hace mejor persona. Necesito ser perdonado en mis debilidades y encontrar que Dios nunca me rechaza haga lo que haga. Esa experiencia sana todas mis heridas. Comenta José Antonio Pagola: «Cuando os sintáis rechazados Dios os está mirando con misericordia. Escuchad vuestro corazón. Dios está con vosotros. No os abandonará jamás. No lo merecéis. Nadie lo merece». No merezco el rechazo ni el abandono. No merezco el perdón tampoco. Todo es gracia, no lo quiero olvidar. Dios me ha creado imperfecto y tendrá paciencia conmigo. Será misericordioso cuando vea que no estoy a la altura del ideal que ha sembrado en mi alma. Me mirará con paz al ver mi pobreza. Jonás se somete, obedece a Dios y predica. El pueblo se convierte y obtiene la misericordia. Y entonces se rebelará contra ese Dios que es bueno y paga lo mismo al que trabaja todo el día que al que llega al final del día. Cuesta ese Dios que ama de esa forma a sus hijos. Cuando medito esta historia pienso en lo lejos que estoy de la verdadera misericordia. Creo en la justicia, en el castigo, en la pena. Creo en hacer el bien y evitar el mal. En cumplir y no dejar pasar las oportunidades que tengo ante mis ojos. Pero no acabo de creer en las palabras del salmo: «Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor». ¿Será realmente Dios tan misericordioso como escucho? ¿Puedo estar tranquilo y creer en esa mirada compasiva sobre mis obras cada vez que no estoy a la altura de lo que soñaba alcanzar? ¿He palpado la ternura de Dios en mi vida? ¿Qué he aprendido en mi hogar, en mi familia? ¿Cuál es la imagen de Dios que guardo muy dentro al haber abrazado a mi propio padre en su pobreza? No pienso en esa imagen que guardo en la cabeza, porque esa imagen de Dios tal vez sí crea en la misericordia. Doy un paso más y pienso en mi corazón. Al corazón le cuesta más aprender y después desaprender lo aprendido. Tarda más que la cabeza que puede encontrar razonable ese perdón de Dios. Pero el corazón no es así y graba experiencias y desde lo vivido interpreta y mira por un tamiz la vida que le rodea. Así es el corazón que mueve mis pasos. Más que mis ideas, más que mi cabeza, cuenta mi corazón. Es ahí dónde se imprime el sello de ese Dios que he conocido dentro de mí. Ese Dios en el que creo y al que sigo. Actúo de acuerdo con sus normas. ¿Cuáles son? Ese Dios me muestra el camino y la forma de entenderlo todo. Hoy le digo a mi Dios como una súplica: «Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque Tú eres mi Dios y Salvador. El Señor enseña su camino a los humildes». Quiero que cambie Dios mi corazón que se ha acostumbrado a la justicia y al deber. Mi corazón que cree en el castigo y en el premio que mantienen el orden y la paz. El que no trabaja que no coma. El que obra mal que reciba su merecido. El que no construye el bien a su alrededor que sea castigado por ello. Creo en la exigencia que pretende sacar lo mejor de mi débil corazón. Me cuesta creerme que baste el arrepentimiento verdadero para volver a empezar con el alma en paz. ¿Dónde quedan la penitencia y el cumplimiento del castigo? Sin ese pago de las deudas nadie puede cambiar de verdad. Es lo que tengo grabado en el alma y tal vez por eso juzgo tanto en mi corazón a los demás y a mí mismo. No me permito ninguna caída y no tolero que los demás sean tan imperfectos. Los condeno con facilidad y no veo tan factible que mi mirada misericordiosa pueda mejorar sus pasos. Si no los reprendo y exijo acabarán siendo débiles toda su vida. Si no soy un pilar que sostiene sus vidas se caerán una y otra vez sin remedio. Necesito creer más en la misericordia de Dios para ser yo misericordioso. Necesito el perdón para poder perdonar. Que todo pase por mi corazón.

El momento es apremiante. El instante que vivo ahora, el presente que toco es lo que cuenta. Dios viene a mi vida ahora, en este momento en el que me encuentro. Hoy dice el apóstol: «El momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina». En el presente en el que sucede mi vida, ahí está Dios saliendo a mi encuentro. Y tengo que vivir como si lo que ahora temo, no valiera la pena temerlo. O lo que ahora me angustia, no precisara mis angustias y ansiedades. Porque el mundo que veo ahora pasa y todo descansa en el corazón de Dios. Y entonces sé que Dios viene para cada ahora, en cada momento de mi vida, para salvarme, para enseñarme a vivir. Viene a mi rutina diaria, a mi vida cotidiana y me mira a los ojos: «Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago». Simón y Andrés estaban pescando que era lo que sabían hacer. Viene a sus vidas en ese preciso instante en el que son normales y hacen lo normal. Hacen lo que les gusta, cumplen con su deber, intentan sacar suficientes peces para poder vivir como familia. ¿Estaban buscando algo más en sus vidas? ¿Tenían una motivación más honda que movía sus pasos? La semana pasada escuché que Andrés busca a Jesús, lo sigue y pasa todo el día con Él. Lleno de alegría regresa a casa y se lo cuenta a su hermano Simón. Hoy están los dos hermanos pescando y viene a verlos Jesús. Pasa por sus vidas y se detiene ante ellos. En el otro evangelio contado por San Juan son ellos los que van a vivir con Jesús un día completo y entran en su cotidianeidad. Hoy es Jesús el que entra en lo cotidiano de sus vidas de pescadores. Están pescando y llega Jesús a amarlos. Parece que ellos no buscan al Mesías. O tal vez sí están buscando y en su interior hay una búsqueda constante. Lo cierto es que Jesús irrumpe en sus vidas, en mi vida, cuando menos lo espero. En la espiritualidad india hay una ley que dice: «En cualquier momento que comience es el momento correcto. Todo comienza en el momento indicado, ni antes, ni después». El comprender que las cosas suceden en el momento correcto me da paz. Ni antes ni después. Es en este momento. La pandemia ha llegado en el momento correcto. En mi corazón tal vez hubiera preferido antes o después, o nunca. Pero eso no importa, ha llegado cuando tenía que llegar. Aceptar que las cosas suceden en el momento correcto me da paz, me quita el miedo y la ansiedad. Es el mejor momento de mi vida para que esto ocurra. Entender así la vida me permite vivir con una paz honda y segura. Jesús también llega a mi vida en el mejor momento, en el correcto. No cuando yo se lo exijo, sino cuando Él ve que mi corazón está preparado para su venida. En ese momento se detiene delante de mi pesca. Si yo no estuviera preparado seguiría pescando sin entender que viene para mí. Si yo no estuviera buscando algo le cerraría la puerta y Jesús tendría que pasar de largo. Comienza todo en el momento correcto. Cuando mi alma está abierta y dispuesta a cambiar de vida. Tal vez antes no existía esa predisposición positiva. Decía Sor Verónica, fundadora de Iesu Communio: «Hoy puede ser el momento de ver nuestra verdad. La esperanza sale a mi encuentro. Una persona, Cristo vivo». Estoy viviendo tiempos difíciles. Tal vez es la oportunidad para encontrarme con Dios en mi vida y que algo comience a ser diferente, mejor, más hondo. Me gusta pensar que la vida se juega en esos instantes en los que tengo que tomar una decisión. O me detengo o sigo de largo. O abro una puerta y paso por ella, o espero a que la puerta se abra. O vivo tranquilo como si nada fuera a pasar o estoy en tensión atento a la llegada de Aquel que puede cambiarlo todo a mi alrededor. Vivir el presente pasa por estar atento, lo tengo claro. El mundo cambia constantemente. Todo sucede a una velocidad vertiginosa. Es imposible estar atento a todo. Y corro el riesgo de vivir pendiente de todo lo que sucede fuera de mí, pero incapaz de ver lo que ocurre en mi corazón. Puedo vivir desparramado en las cosas del mundo y ajeno totalmente a lo que Dios susurra dentro de mi alma. Jesús me llama por mi nombre dentro de mí. Viene a mi pesca, en medio de mi rutina. Y quiere pescar conmigo, quiere quedarse conmigo. Si yo no me detengo en el presente de mi vida y escucho atento las cosas sucederán sin que yo decida nada, sin que yo haga nada. Pasará Jesús de largo y no lograré verlo ni escuchar su voz. Me gusta vivir así, atento, en tensión, dispuesto a escuchar su voz y saber lo que quiere que haga con mi vida, con mis horas.

Y Jesús entonces los invita a ser pescadores de hombres: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó». No dejarán de ser quienes son, ni de hacer lo que saben hacer. Saben pescar. Calculan cuándo los peces estarán más abiertos a dejarse pescar. En la noche se adentran en la oscuridad con sus redes listas. El pescador conoce el mar, conoce la vida de los peces, sus hábitos, su necesidad. Si ellos quieren pescar hombres tendrán que conocer al hombre, saber sus inquietudes, conocer sus miedos y angustias. Así quiere que sean ellos, conocedores del corazón humano. Es lo que Jesús va a hacer con ellos, por eso los invita a ir con Él a cualquier sitio y a vivir siempre a su lado. Es ese el misterio del cristianismo. Jesús se abaja sobre el hombre para cautivarlo con su presencia. Lo enamora, lo ata a su corazón. Jesús me conoce en mis necesidades más hondas y respeta mi forma de ser. Eso basta para que la invitación cautive a esos pescadores. Podrán seguir siendo ellos mismos. Y al mismo tiempo sus vidas cambiarán para siempre. Se hará más grande su mar. Y su pesca será más milagrosa. Por eso responden con prontitud: «Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con Él». Pedro, Andrés, Juan y Santiago se ponen en camino inmediatamente. La fuerza de la llamada y la rapidez de la respuesta me emociona. Siempre me ha impresionado su sí alegre y convencido. Dejaron su oficio, lo que sabían hacer, para vivir sin hogar siguiendo a Jesús por todas partes. Su respuesta me enamora. Me gustaría ser como ellos. Responder como ellos al unísono y sin pausa, sin miedo. Lo dejaron todo de golpe y lo siguieron. Se pusieron en camino, renunciaron a sus sueños de antes. Renunciaron a sus amores del momento. Dejaron sus redes caídas y emprendieron una nueva aventura. Esta vocación de los discípulos siempre me impresiona. No tienen miedo a quedarse sin nada. Es como si la certeza de la llamada eclipsara todo a su alrededor. No contaba nada más que la vida que se jugaba en presente de la mano de Jesús. Dejaron de hacer cálculos. Dejaron de medir las horas. Y se confiaron en una llamada que prometía llenar todos sus vacíos. Me gustaría ver siempre a Jesús en mi vida llamándome a estar con Él. Es la vocación de todo cristiano. Una llamada a dejar las redes de mis ataduras, de mis miedos y esclavitudes. Dejar las redes de mis pasiones desordenadas, de mis hábitos que me pierden. Es la llamada de Jesús una llamada a amar bien, a los hombres, a amar los sueños y a amar la vida. Dios me llama a amar como Él me ama. Quiere que aprenda a amar.  «Te amo en Dios, te amo a través de Dios, o amo a Dios a través tuyo y te amo por Dios. Más aún: te amo plenamente y amo a Dios plenamente. En ti amo plenamente a Dios y amo plenamente a Dios en ti. Esta disociación entre amor a Dios y a los hombres me resulta absolutamente inconcebible. Hagámoslo sencillo nuevamente: ¡amemos, sin más! ¡Dios no nos ha llamado de la nada para que nos atormentemos y torturemos mutuamente, para que tengamos miedo del amor!» . Dios integra en mi vida el amor a Él y el amor a los hombres. Quiere que ese pescar hombres en mi vida tenga que ver con amarlos. No quiere que los lleve donde no quieren ir. Sino que los ame como Jesús los ha amado, en su verdad. Que los ame respetándolos, cuidándolos, dejándoles ser quienes son. Esa es la forma de pescar de Jesús. Me ama de tal manera que mi respuesta de amor es inmediata. No lo amo como una obligación, como un deber. No lo quiero porque Él me haya querido a mí antes y yo me sienta obligado a corresponderle. El amor de Dios provoca mi amor, lo despierta. Y entonces salgo como Él al encuentro de los hombres para amarlos. Pescar es igual a amar y dar la vida por aquellos que Dios pone en mi camino. Me hago responsable de lo que amo: «Eres responsable para siempre de lo que has domesticado!» . La palabra pescar no expresa la vocación a la que me llama Jesús. Significa que Él quiere que siga siendo yo mismo en mi entrega a Dios. Que siga amando pero ahora desde Dios. Soy pescador de hombres como lo es Jesús. Pesco a su manera pero desde mi verdad. Pesco amando, buscando, cuidando, acompañando. Es la pesca milagrosa que Dios hace con mi vida cuando soy capaz de amar por encima de mis miedos y límites. Sólo Dios lo hace posible. Y estalla dentro de mí un cambio que me transforma por dentro. Él me enseña a ser amante.

 

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Jesús Manuel Cedeira Costales.

viernes, 29 de enero de 2021

Trail de montaña: “Reliquias-Perdonanza”




 Entrevista en la COPE a Ivan Rodríguez Zapico, capataz de Estudiantes sobre el TRAIL RELIQUIAS-PERDONANZA .


Enviado por:

 

Jesús Manuel Cedeira Costales.

lunes, 25 de enero de 2021

La Septuagésima


 
Durante más de mil años, en la Iglesia existió un tiempo litúrgico que servía de transición entre las alegrías del ciclo de Navidad y la penitencia cuaresmal: el tiempo de la Septuagésima.

Este tiempo inicia con el domingo de la Septuagésima, que se celebra el tercer domingo antes del Miércoles de Ceniza, y que corresponde al 64º día antes de Pascua. Es decir, el próximo domingo.

El segundo domingo previo al Miércoles de Ceniza es el domingo de la Sexagésima y el inmediato anterior es el de la Quincuagésima. Estos tres se agrupan en el tiempo de la Septuagésima.

Su origen se remonta a que en algunas comunidades el ayuno previo a la Pascua iniciaba cuarenta días antes (quadragésima, cuaresma), otras cincuenta (quincuagésima), otras sesenta (sexagésima), y otras setenta (septuagésima). De ahí las denominaciones de los domingos. Finalmente se fijó la cuaresma, pero se mantuvieron los domingos previos como un periodo de transición.

Hoy se conserva en la forma extraordinaria del rito romano. En la forma ordinaria, este tiempo ha pasado a ser parte del Tiempo Ordinario o Per Annum.

Durante la Septuagésima se usan ornamentos morados. En las Misas del tiempo se omite el Gloria y se dice el Benedicamus Domino al final; y en todas las Misas, después del Gradual se lee el Tracto en vez del Aleluya.



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Jesús Manuel Cedeira Costales.

domingo, 24 de enero de 2021

CARTAS DE ESPERANZA 24 DE ENERO DE 2021

 



24 de enero de 2021

 

Hermano:

 

«Qué buscáis? Le contestaron: - Rabí, ¿dónde vives? Él les dijo: -Venid y veréis. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día; era la hora décima».

«Vivir merece tanto la pena que justifica el esfuerzo de dar la vida, de enterrar la semilla, de dejarse uno el alma hecha jirones por los caminos».

El Principado implanta una estrategia de medidas restrictivas basadas en criterios demográficos e indicadores de riesgo para anticiparse al recrudecimiento de la pandemia.

 La norma prevé cierres perimetrales de concejos, la clausura del interior de los establecimientos hosteleros y reuniones de un máximo de cuatro personas cuando la situación lo aconseje.

La Consejería de Salud seguirá monitorizando a diario la evolución de los casos en todos los municipios para adoptar decisiones.

La nueva resolución, que se publicó el lunes en el Bopa, entró en vigor a las 00:00 horas del martes, 19 de enero.

Cuesta entender los caminos de Dios, aceptar la vida y aceptar la muerte. El sentido del final y la esperanza que guardo en mi alma de un sueño que es eterno. Lo he soñado eterno. En ocasiones el corazón se turba y parece que el final de un camino es más que un final, una puerta al cielo, una puerta a la vida para siempre, con mayúsculas. Me rebelo por dentro, como si quisiera cambiarlo todo. Entiendo que compartir los sueños en la tierra deja algo de nostalgia, algo por acabar, algo por cumplir. Como un llegar anticipadamente o un no llegar del todo. Como un amanecer claro lleno de luz o un atardecer con nubes que todo lo confunden. Vivir merece tanto la pena que justifica el esfuerzo de dar la vida, de enterrar la semilla, de dejarse uno el alma hecha jirones por los caminos. Sé que el amor sostiene la vida porque una sonrisa vale una eternidad, una sonrisa disparada al cielo. Y al mismo tiempo palpo cómo la tristeza opaca la luz de la esperanza y todo se torna gris, a media luz, poco claro. Es verdad que llevo escribiendo muchas palabras que guardan la historia de forma misteriosa y desvelan torpemente la grandeza de una vida. No sé bien cómo hacer para tejer los sueños y que sean como yo deseo. Tal vez debería aprender de los niños que sólo se ofuscan un instante ante el juguete roto y pronto pasan a vivir otra historia, otra aventura, otro sueño. Pero no soy tan niño y el amor duele, y lo vivido. Me duele el alma al dejar partir a los que quiero. El corazón sostiene en pedazos la vida rota. Intento recomponer la luz de tantos futuros posibles que se escapan entre los dedos. Merece tanto la pena vivir hasta el final la vida, sin importar mucho que las cosas sean perfectas. Sin dejar pasar los días sin intentar darlo todo. Sin olvidar los momentos en los que de mí depende amar, sin guardarme nada, sin miedo al futuro. Por una sonrisa ancha, grande, merece todo la pena. Esa sonrisa que habla de una paz honda y de un misterio. Porque detrás de cada sonrisa se esconde toda una vida. Sagrada porque es de Dios y de los hombres a medias. Me consuela saber que ya reirá para siempre. Y no tendrá más dolor, ni más penas. Mientras tanto sigo soñando con una vida grande, con una sonrisa ancha, con una esperanza ciega, con un amanecer eterno y un enterrar bien la vida, hasta que dé fruto en el cielo. Sigo soñando y no temo. Merecen la pena los sueños soñados juntos. Y el camino recorrido es un don que hoy agradezco. Miro hoy la muerte cara a cara, y la vida. «Durante las veinticuatro horas anuncio la muerte de Cristo hasta que Él vuelva en la nueva santa misa. Cada día muero. ¿Acaso no podemos comprender también esa expresión en el sentido de la frase que dice: constantemente muero a mi propio yo?» . En cada eucaristía toco la muerte y la vida en un mismo momento, en un mismo gesto. Realizar el misterio de ese amor tan grande me da la vida. Así es mi vida cada día y me sorprendo ante la muerte que es cotidiana. Un morir como el día al atardecer para nacer a una vida eterna en un amanecer nuevo y siempre repetido. Ante la pérdida de ese presente que tanto amo, siento vértigo. No quiero perder el tiempo que se me concede. Una vez más constato la fugacidad de mis días. Hace nada estaba en el comienzo del camino. Y ahora ya he pasado más de la mitad de mi vida. Sin saber nunca el día ni la hora. A veces pienso que yo lo controlo todo. O eso es lo que intento de forma tan torpe y banal. Como si yo pudiera poner un final feliz a mis días o postergar la hora más temida. ¿Pero acaso no amo el cielo? Tanto predicar del paraíso me ha hecho desear más que no llegue su momento. No lo entiendo. Digo que amo a un Dios que tiene preparada para mí una mansión en el cielo y me aferro a los días que se me escapan queriendo que no se acaben. Y me asombro ante la muerte temprana de mis amigos. Ante la partida de los que amo. Y digo tratando de hallar consuelo que ya están en paz, que ya descansan habiendo entregado la vida. ¿Cómo podré hacer yo para morir santamente? ¿Cómo dejar ordenada mi alma antes de la partida? No será ese día un camino de rosas en el que todo encaje y esté en orden. No es así la vida, me llegará de improviso la partida y me aferraré con mis manos al último aliento que me quede, a lo último que mis ojos miren. ¿No es tanta mi fe? ¿O es muy grande el amor a estos días que vivo y disfruto, en los que sufro y amo y sonrío? Lloro ante la hora de la muerte de los que amo. Y no cierro la puerta a la evidencia de una vida con sentido. Aunque no entienda los momentos que Dios elige. Y sigo confiando en que su mano me ayudará a elegir el camino más pleno, para mi alma enamorada de la vida. Sólo espero que los días los viva con conciencia, con paz, atado a Dios desde lo más hondo de mi alma que anhela el cielo.

En ocasiones necesito un abrazo, un «apapacho», para seguir caminando. Esta palabra en Náhuatl significa «caricia del alma». Es quizás sólo eso lo que necesita mi alma en ciertos momentos. Es quizás ese abrazo interior el que nos sostiene a todos. Cuando el corazón duele o la nostalgia es demasiado pesada ese «apapacho» interior me llena de alegría. Es tal vez esa caricia del alma la que necesito en este tiempo de pandemia en el que me han quitado los encuentros y me han cerrado las calles. Me han pedido que no vaya a cualquier sitio y no exprese efusivamente lo que siento con abrazos y caricias. Despedir sin fundirme en un abrazo y saludar sin cercanía es artificial. Entonces el alma siente la distancia y duele por dentro, muy hondo. Y es el alma la que necesita ser acariciada. ¿Cómo se apapacha el alma? ¿Cómo apapachar el alma de los que sufren, de los que están solos, de los enfermos en los hospitales o confinados en sus casas? ¿Cómo abrazar sin tocar al que llora por dentro? ¿Cómo se acaricia sin caricias y se abraza sin abrazos? Una forma sutil habrá inventado Dios para hacerlo. ¿Cómo me acarician en su vuelo los que ya han partido dejando en su ida una estela de luz y de vida? Es esa una forma extraña de abrazar que desconozco. Pero sé que lo hacen de una forma honda tocando por dentro mis entrañas cuando parten, porque no se van lejos, se quedan cerca, a mi lado, caminando en mi vida y empujándome cuando cuesta subir los caminos. Siguen siendo parte de mi presente y me mandan saludos que yo siento por dentro. ¿Cómo acaricio yo a los que están lejos o ya se han ido a ese cielo con el que yo también sueño? Me inventaré una forma nueva. O será la misma de siempre, la de Jesús al irse y dejarnos tan solos. Con esa presencia espiritual que muchas veces no siento y no palpo. Mi alma quiere sentir ese «apapacho» eterno, del cielo, de Dios dentro, muy dentro. Me acostumbro entonces a hablar sin palabras, con silencios profundos, con caricias hondas. Me acostumbro a caminar sin mover los pies, con el andar tranquilo de mi propia alma. Me acostumbro a abrazar sin alzar los brazos, tendiendo un silencioso vínculo que une alma con alma. Así es en este tiempo extraño que vivo y me enseña el valor de las cosas pequeñas, de esas que de verdad importan. Sé que Jesús lo hace así cada día conmigo. En su presencia constante a mi lado, me habla, me acaricia, me ama. ¿Acaso no reconozco muchas veces en mis lágrimas, o en mis risas, o en mis silencios más profundos su presencia llena de amor? Sí, ahí está conmigo, a mi lado y oigo su voz como un día Samuel aprendió a oír la voz de Dios en su interior: «Comprendió entonces Elí que era el Señor el que llamaba al joven. Y dijo a Samuel: - Ve a acostarte. Y si te llama de nuevo, di: - Habla, Señor, que tu siervo escucha». Él no conocía a Dios: «Samuel no conocía aún al Señor, ni se le había manifestado la palabra del Señor». Ese día descubrió su voz. Yo también la descubrí un día en medio de mi camino ¿No la conozco de nuevo cada día yo que la he escuchado más de una vez? Me habla en susurros y en silencios. Me habla en soledades que son sus caricias, tan extrañas a veces. Me habla en vacíos que son sus abrazos, y sostiene así mi pena. Y yo reconozco su presencia caminando, corriendo a mi lado, para que nunca me aleje de su lado. Sé que es Él, lo toco sin tocarlo, lo oigo con el corazón y está muy presente en mi vida. Es un «apapacho» espiritual que yo necesito. Es como esa nieve blanca que cubre mi alma sin hacer ruido. Y con el paso de los días, pesa su presencia y noto su canto. Reconozco que me gusta mucho esa presencia tan silenciosa, tan callada, tan blanca dentro de mi alma. Me han quitado posibilidades en este tiempo, me han cerrado puertas cuidando mi vida. Pero no me han bloqueado los sentidos del alma con los que soy apapachado y yo mismo apapacho. Quizás me acostumbro así a expresar el amor de otras maneras, o la cercanía, o mi afecto más hondo. Soy creativo y descubro nuevas formas porque la inquietud del alma nadie me la puede quitar, soy un soñador empedernido. No podré dar esos abrazos o juntarme físicamente con todos aquellos a los que quiero. Y aun así descubriré nuevas rutas para cruzar océanos y llegar a otras almas, aunque también como la mía estén cubiertas de nieve. Me vuelvo más sensible a los gestos de cariño, más empático sintiendo lo que sufre el que va conmigo. El lenguaje no verbal vale más que antes, más que mil palabras. Lo que mi cuerpo expresa, o mis gestos de cercanía muestran, es lo más valioso. Valoraré más que antes las palabras escritas o las dichas en voz alta y los silencios guardados. Sentiré que está cerca el que vive más lejos. Y entregaré a Dios con mis silencios y gestos, con mi voz y con todo el amor de mi alma. Lo haré en oración, sin muchas palabras, sin canto, en la hondura. Quiero conocer a Dios en todo lo que me pasa. Saber que es su abrazo sutil el que me toca por dentro. Comprenderé que me habla sin palabras, yo lo entiendo. Me ama sin abrazos, yo lo siento. Me busca sin detenerme, yo noto sus gestos. Así me he vuelto más de Dios, más niño, para abrazar la vida, más sensible, más blanco como Dios mismo.

Creo que me gusta hacer mi voluntad antes que la voluntad de otros. Si quiero algo lo persigo, lo lucho, me empeño en alcanzarlo. Y cuando lo consigo el alma se relaja y encuentra la paz. Pero luego otra vez vuelvo a la lucha, como si me empeñara en luchar contra molinos de viento que parecen oponerse a todos mis deseos. Quiero un bien, deseo alcanzar una meta, me vale ese objetivo que se dibuja ante mis ojos como un ideal a alcanzar. Mi voluntad por encima de cualquier otra, mi deseo delante de cualquier otro deseo. No sé por qué se envenena mi corazón con rabia cuando no logra llegar lejos y tocar el bien anhelado. Mi voluntad, lo que quiero que se cumpla, la realidad soñada que dibujo en mi corazón. Siempre mi voluntad. Y hoy escucho la historia de Samuel: «Samuel fue a acostarse en su sitio. El Señor se presentó y llamó como las veces anteriores: - Samuel, Samuel. Respondió Samuel: - Habla, que tu siervo escucha». Me encanta su búsqueda de niño. No conoce a Dios y al final lo descubre. Dios lo llama por su nombre y él se pone en camino. Siempre me ha gustado la vida de Samuel. Un buscador del querer de Dios. ¡Qué lejos estoy de esa actitud dócil de niño! ¡Qué lejos de ese hombre recio que se levanta por encima de sus propios deseos y se pone en camino dejando a un lado sus propios caprichos! Mi voluntad quiere el bien. Mi corazón sueña con poseer lo que cree le hará feliz. Un plan, un viaje, un bien, una amistad, un amor, un sueño. Esa voluntad trato de que coincida con lo que Dios quiere. Si es bueno seguro que lo querrá Dios, pienso. Él quiere que sea feliz, que no sufra. Quiere que viva, que no muera. Por eso le suplico tantas veces por la salud de las personas que amo. Quiero que se sanen, que Dios cumpla mi deseo y el del enfermo. Porque la muerte es un mal. El aguijón que entró en el mundo sin quererlo Dios, porque Él nos soñó eternos. Y quiero que mi voluntad sea real. Y me turbo y enfado cuando no sucede la sanación y tiene lugar la muerte. Cuando el bien soñado no se realiza y sí ocurre ese mal que tanto temo. Y entonces sufro por dentro con angustia. No se ha cumplido mi deseo. El Dios de mi voluntad, el hacedor de mi dicha no es tan poderoso. No puede intervenir, no lo hace. No cumple mi voluntad. ¿Puede ser su voluntad la muerte? Seguro que no, Dios sólo la permite. Pero no interviene cuando se lo he pedido. ¿Para qué rezo tanto? No sé el fruto de mi oración, pero muchas veces, cuando pido por un enfermo, sé que Dios le va a dar paz, o esperanza, o algo de luz en el camino. Deseo su sanación pero también deseo que tenga paz sea cual sea el desenlace. No entiendo esos planes de Dios, porque Dios nunca quiere el mal. Tal vez en el cielo veré todo más claro, o quizás entonces las preguntas de ahora ya no requerirán una respuesta, lo veré todo más claro con más luz. Y mientras tanto sigo deteniéndome ante Dios con los ojos de Samuel: «Aquí estoy, porque me has llamado». Me llama Dios y yo corro a escuchar sus deseos. ¡Cuánto me cuesta entender sus planes! ¡Qué difícil interpretar entre las sombras la luz de su voluntad, de sus deseos! «El corazón no se ha entregado y abandonado a sí mismo de manera perfecta, ni se ha regalado ni entregado incondicionalmente a Dios, a sus deseos y a su voluntad. Por largos trechos de nuestra vida debemos contentarnos con ser un instrumento manifiestamente imperfecto en las manos de Dios. Nuestro carácter de instrumentos crece sólo lentamente, aplicando todos los medios disponibles con ayuda de la gracia, hacia grados más altos y perfectos» . Me encuentro en ese estado imperfecto del instrumento que lucha orgullosamente porque se cumplan sus deseos. Quiero mi voluntad, no el camino que Dios me propone. Quiero que se haga lo que yo sueño, no el otro camino, esa realidad que se presenta ante mis ojos como un camino real y concreto. Es tan verdadero que no puedo taparlo, ni esconderlo bajo las sombras. Esa voluntad suya se dibuja ante mis ojos en lo que estoy viviendo. Pero yo me resisto en mi orgullo a hacer su voluntad. Quiero que la mía se imponga por encima de todas las apariencias que parecen negarla. Necesito más docilidad, más pobreza, más humildad para correr como Samuel hasta los pies de Dios y decirle que sí, que lo amo, que sea lo que sea lo que me suceda le doy de antemano mi sí, mi corazón entero para que con Él haga lo que Él desea. Ese camino que estoy viviendo es su voluntad. Yo la elijo de nuevo. Le doy el sí a lo que me agrada y a lo que no me gusta. Digo que sí a lo que se presenta como una realidad innegable. Dios me ama en lo que vivo ahora. Y yo quiero que mi voluntad coincida con la suya. Tantas veces no sucede. Y siempre le repito lo mismo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Porque soy suyo, le pertenezco. Y sé que tiene sentido esa frase: «Si quieres hace reír a Dios, cuéntale tus planes». Y aun así se los cuento, porque me quiere y yo soy un niño en sus manos. Y le digo lo que deseo, lo que he soñado. Y luego Él sonríe. Yo a veces lloro, cuando me duele la vida. Y aún así miro a Dios de nuevo, conmovido. Y le digo que estoy ahí, para hacer su voluntad y seguir sus caminos. Y entonces Él me sonríe. Y me llega la paz de pronto. En un abrazo del alma.

No me canso de meditar y contemplar esa primera llamada a los discípulos. Ellos ya habían encontrado a un maestro, seguían a Juan. Pero aún faltaba algo y ellos lo sabían. Juan les muestra a Jesús, ellos no lo ven. Y entonces, cuando Jesús pasa junto a ellos, lo siguen de lejos. Jesús se da cuenta y les pregunta: «En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: - Este es el Cordero de Dios. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: - ¿Qué buscáis?. Ellos le contestaron: - Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?». ¿Es la curiosidad, o el deseo lo que mueve los pasos de Juan y Andrés? Quieren saber quién es ese hombre. Quieren conocer a Jesús y se acercan sin esperar que Él se dé cuenta. Pero Jesús los ve y les pregunta por qué lo buscan. O mejor aún, qué es lo que buscan. Esa pregunta ha recorrido mi alma muchas veces a lo largo de mi vida. He buscado muchas cosas. Me ha movido el deseo de una vida plena, el anhelo de un infinito inalcanzable, el sueño de tocar las estrellas. Me ha movido la curiosidad, siempre he sido curioso. Me han movido esas ansias mías por ser feliz, por alcanzar todo lo que sueño. He buscado con ojos de niño, de joven, de adulto. He escarbado en medio de los bosques queriendo encontrar la perla escondida. He subido montañas empinadas queriendo ver la flor oculta en lo alto de la cima. He deseado tocar la plenitud en noches de insomnio. Como un náufrago soñando la orilla salvadora. Como un buscador perdido que desea hallar lo que no posee. Así he vivido desentrañando misterios y deseando tocar la meta dibujada ante mis ojos. Hoy me detengo ante esta pregunta que resuena de nuevo en mi alma. ¿Qué busco hoy, qué deseo? Busco lo imposible. Y tal vez me detengo ante la realidad que me rodea queriendo que acabe la pandemia, que pase la enfermedad, que vuelva aquella normalidad a la que me había acostumbrado y ahora echo de menos. Me daría miedo responder que ya no busco nada, que me he cansado de esperar, y de buscar. Es tal vez eso lo que en ocasiones siente mi alma al verse vacía de sueños y deseos, vacía de logros. No quiero una vida así sin nada a lo que aferrarse. No quiero una vida hueca, vacía. Quiero una vida llena de sueños, insatisfecha, incompleta, siempre en camino. Es la vida que me gusta, la que deseo. Creo en esa promesa que Dios me hizo un día como a Samuel: «Samuel creció. El Señor estaba con él, y no dejó que se frustrara ninguna de sus palabras». También a mí me prometió que no me dejaría nunca solo, que no me abandonaría. Y yo le dije lo que repito cada mañana: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Yo esperaba con ansia al Señor; Él se inclinó y escuchó mi grito». Es la promesa que se repite en mis entrañas. Le pertenezco a Dios para siempre: «¿Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros y habéis recibido de Dios?». Deseo escuchar lo que grita en mi alma y no reprimirlo con falsos miedos. Quiero ser yo mismo, lo sé, soy de Dios para siempre. Y no hay nada fuera de mí que pueda apartarme de Él. Sólo puede alejarme lo que hay dentro de mí, en mis miedos enfermos, en mis deseos inmaduros. Dios posa siempre de nuevo su mirada sobre mí y me pregunta: «¿Qué buscas?». Y yo quiero decirle que sólo a Él, que sólo quiero vivir a su lado, perder la vida bajo su presencia. Y, ¿qué hago con esos deseos que no son de Dios o no me hacen bien o me enferman? Lo tengo claro: «Negar el deseo no protege del mal, porque el miedo y la negación acaban reforzando, más que atenuando, estas dinámicas. La tarea consiste, más bien, en aprender a leer el deseo, en descifrar el alcance simbólico que lo caracteriza» . Detrás de mis deseos enfermos o desordenados hay siempre escondido un deseo más hondo, más verdadero, más alto y puro, más sublime. Un deseo que me habla de un ansia de infinito que tiene el corazón. Comenta San Agustín: «Tu deseo es tu oración; si tu deseo es continuo, también es continua tu oración. El deseo es la oración interior que no conoce interrupción» . Quiero escuchar ese deseo más hondo que ya es oración. No reprimo lo que deseo, lo que busco. Pero sí trato de encontrar esa montaña a la que tiendo, esa altura inconsciente a la que aspiro. Esa plenitud que dibuja mi corazón enfermo. Ese deseo elevado es el que busco con un corazón herido. Busco un amor que no pase y una entrega que sea correspondida. Busco una vida lograda y no una vida perdida. Busco una amistad en la que no hagan falta las palabras porque sobran, basta el silencio del abrazo. Busco una intimidad con Dios que no poseo. Busco una música que no deje nunca de sonar y calme todos mis miedos. Busco un camino fácil o difícil que puedan recorrer mis pies cansados. Busco metas lejanas, no importa cuánto, pero metas alcanzables. Y busco resolver problemas que tengan solución. Sueño con lo imposible hecho posible por la gracia de Dios. Todo eso es lo que busco.

Jesús me mira en esa misma tarde, a esa misma hora y cambia mi vida: «Él les dijo: - Venid y veréis. Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día; era como la hora décima». Fueron y vieron. No sé bien qué vieron pero eso bastó para cambiar sus vidas. Vieron tal vez a Jesús sanando corazones con su presencia. Escucharon sus palabras o simplemente se sintieron en casa. Sintieron que la espera había valido la pena. A partir de ahora no tendrían otro sitio a donde ir. Y ya no necesitarían seguir buscando. A veces en mi vida he tocado a Dios como lo hicieron ellos ese día. Y he sentido entonces que mis búsquedas habían concluido. Que ya podía caminar en paz, porque no estaba solo, porque Él iba conmigo fuera donde fuera. Esa paz me alegra tan a menudo el alma. Siento su presencia y me calmo. Está conmigo, no me deja nunca. He ido y he visto muchas veces dónde vive. Y allí he querido quedarme. Recuerdo la hora y el momento. Y mi sonrisa torpe tratando de asumir lo que estaba pasando. Su mirada sobre mí, su paz dentro de mí alegrándome el día. Siento esa presencia dentro de mí que me llena por dentro. Y el saber que mis búsquedas han concluido. Porque va conmigo adonde yo vaya. No es al revés. Es Él quien sigue mis pasos para ver dónde vivo y vivir conmigo. La primera llamada fue el seguimiento de los discípulos. La llamada de Jesús ahora es al revés. Yo le llamo para que se quede a mi lado y no me deje nunca. Se calman todos mis miedos y siento una paz hasta ahora desconocida. Justo esto que vivo es entonces lo que siempre he deseado. Aun cuando no lo parezca y esté marcado por la cruz. Pero sí, Él está conmigo y todo tiene sentido. Aunque no lo entienda todo, ni sepa bien cómo podría haber sido de otra manera. Su presencia lo justifica todo y me da la paz. Sí, recuerdo el día, recuerdo la hora. ¿Cómo olvidar el momento del encuentro? Y entonces necesito contarlo. Así le pasa a Andrés: «Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: - Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)». Lo comparte con su hermano que también era un buscador como él. Ha encontrado al Mesías y tiene que contárselo. No puede callarse el misterio descubierto. No puede esconderse el tesoro encontrado. Me gusta la actitud de Andrés. No se guarda la alegría, la comparte. Creo que mi vocación es la de Andrés. Ir gritando por las calles que he encontrado a Jesús y que Él le da sentido a toda mi vida. No puedo callarme el hallazgo. Salgo gritando por los caminos. Me gustan las palabras de Khalil Gibran: «Quiero saber si puedes estar con alegría, tuya o mía, y si puedes danzar libremente y dejar que el éxtasis te llene hasta las puntas de los dedos de tus manos y de los pies, sin advertirnos de ser cuidadosos, ser realistas o recordar las limitaciones de ser humano». El que vive la alegría verdadera, honda y permanente no se la guarda. La lleva grabada en el pecho y no quiere ser cuidadoso, ni realista, ni ser consciente de las limitaciones. Esa actitud del que no puede guardar el fuego entre las manos o el agua en un pozo lleno de límites. Me gusta esa alegría que sube a las estrellas. La posesión imperfecta de una vida perfecta. El ilimitado contenido dentro de límites finitos.

 

 

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Jesús Manuel Cedeira Costales.

viernes, 22 de enero de 2021

LA HERMANA DE LOS ESTVDIANTES, DOÑA VALENTINA FREY NOMBRADA CAMARERA DE LA PRO-HERMANDAD GRUPO PARROQUIAL DE CULTO Y DEVOCIÓN AL SANTÍSIMO SACRAMENTO, NTRO. PADRE JESÚS NAZARENO DEL DULCE NOMBRE, ÁNIMAS DE NTRA. SRA. REINA Y MADRE DEL CARMEN DOLOROSO Y SANTA TERESA DE JESÚS.

 



Ser camarera, supone un honor indescriptible, un honor que no se puede cuantificar puesto que llega a ser infinito.

Las funciones de las Camareras es la de cuidar la imagen de la Virgen durante el año, son las encargadas, únicamente de ellas, de vestir a la imagen.

Son las únicas que pueden ver a la imagen desnuda y prepararla.




La función de éstas es tener el honroso y especial cuidado de la sagrada imagen, así como sus mantos, ropas, enseres y camarín.

La Hermana de los Estvdiantes, Doña Valentina Frey nombrada CAMARERA de la Pro-Hermandad Grupo Parroquial de Culto y devoción al Santísimo Sacramento, Ntro. Padre Jesús Nazareno del Dulce Nombre, Ánimas de Ntra. Sra. Reina y Madre del Carmen Doloroso y Santa Teresa de Jesús.




 

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Jesús Manuel Cedeira Costales.

 

jueves, 21 de enero de 2021

CARTAS DE ESPERANZA 21 DE ENERO DE 2021

 


21 de enero de 2021

 

Hermano:

 Asturias suma siete fallecidos y otros 242 contagiados por coronavirus.

La tasa de positividad sigue por encima del 10%.

Los datos de contagios siguen en un nivel alto, pero han dado un pequeño respiro en la última jornada. Eso sí, son números del fin de semana, fechas en las que las estadísticas suelen contabilizar menos casos.

 La Consejería de Salud ha confirmado 242 nuevos positivos por coronavirus diagnosticados en una jornada en la que la mortalidad por la pandemia ha crecido con fuerza, al registrarse siete fallecidos de personas de entre 78 y 103 años.

Comienza el año y se abre una puerta. En la catedral de Santiago de Compostela en España, por ser año jacobeo, se abre la puerta del perdón. Se derriba el muro que la cubre y queda abierta la puerta para que los peregrinos puedan pasar bajo su umbral y experimentar la misericordia de Dios en sus vidas. Es lo que yo necesito para sentirme totalmente aceptado, integrado, amado. Pasar por esa puerta que se abre ante mis ojos. Sé que antes es necesario que un muro sea derribado. Una puerta oculta, la puerta del perdón. Entrar por una puerta tiene un significado muy hondo. En la Basílica del Nacimiento de Jesús en Belén hay también una puerta pequeña por la que uno entra agachándose, humillándose. La puerta se abre para que pueda pasar, para que mi vida pueda cambiar. Me gusta esa imagen de la puerta. En ocasiones no veo puertas que atravesar. Y me quedo quieto, paralizado, sin saber el camino a seguir. Me gustaría entender que mi vida comienza cuando paso por una puerta. Cuando entro a través de una puerta. O cuando salgo por esa puerta. Todo depende del momento de mi vida. He atravesado muchas puertas en mi camino. Unas veces implicaron un comienzo. En otras ocasiones era el final de algo, una puerta de salida. Pero recuerdo con cariño muchas de esas puertas que se dibujaron ante mis ojos. Tal vez tuvo que caer un muro que las cubría y entonces vi claro el camino. Puede que fueran muy pequeñas y no quería abajarme tanto para pasar por ellas. Especialmente guardo cariño a las veces en las que pasé por una puerta del perdón. Me agaché, me humillé, pedí perdón por mi pobreza, por mi pecado, y comencé un camino nuevo, un camino de salvación. Me gusta pensar en esa puerta del perdón que me lleva al corazón de Dios. Sólo ahí puedo descansar, en Jesús. En mi vida hay muchas puertas. Algunas dan al mundo, al exterior. Ahora muchas de mis pantallas son esas puertas que me vuelcan en el mundo que me rodea, con su dolor, con su violencia, con sus cosas bellas, con el amor que también veo. «Se han abierto de par en par ventanas y puertas (…), nosotros no sólo hemos mirado hacia el interior de la Iglesia, sino que también miramos hacia afuera, miramos hacia el mundo» . Puertas que se abren. Ya no puedo ponerle puertas al mundo tratando de que no entre en mi alma. Sería como querer poner puertas al campo. Pero yo tengo otra puerta interior que me lleva a lo más profundo de mi alma donde hay mucho misterio. Si abro mucho la puerta hacia fuera y nunca la cierro, corro el peligro de dejar cerrada la puerta que me lleva a encontrarme conmigo mismo. Comienza este año con una puerta y pienso que esa puerta interior es la que tengo que cruzar muchas veces para saludarme a mí mismo, para quererme más, para comprenderme. Y dejar que por esa puerta entre Dios. Él está a la puerta de mi alma y llama. Espera paciente. Jesús siempre aguarda. Apocalipsis 3:20: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo». No me niego a que el mundo me toque por dentro. No quiero detener el viento. Pero sí abro la puerta a Jesús. Este año es un año santo y el perdón es la puerta que me lleva al corazón de Dios. Dejo que entre y con Él quiero que entren también otras personas. No me cierro, no me aíslo, no me niego a la vida ni al amor. No dejo a un lado la confianza que me dan, los lazos que me tienden. Quiero al mismo tiempo guardar cerrada la puerta de mi alma. No me quiero derramar sin cuidado en el mundo. Dejando sin misterio lo que guardo escondido. Es mi verdad que guardo con pudor, con sana distancia. No quiero vivir contando todo lo que siento, lo que me pasa, lo que me asusta, lo que me alegra, lo que me inquieta, lo que me preocupa, lo que amo, lo que sueño, lo que espero. No vivo desparramado en el mundo. Me abrirán otras puertas en este año. Puertas de corazones que se confiarán. Entraré de rodillas con inmenso respeto. Sin violentar la entrada. Agachándome con humildad. Sin más pretensiones. Y habrá otras puertas que Dios pondrá ante mis ojos. Pasos que habré de dar o retener. Palabras que habré de decir o cubrir con un pudoroso silencio. Puertas que se abren y se cierran. Puertas que me abren a la vida, puertas que me enseñan la senda de la entrega, de la generosidad. No lo dudo, me pongo en camino. Sólo el que busca encuentra puertas ante sus ojos. Si yo no busco nada nuevo, nada encontraré en mi vida. Y me parecerá que todas las puertas siguen cerradas. Me quedo mirando la puerta del perdón. Quiero pasar por ella para volver a empezar. Para sonreír, para soñar. No me detengo.

 

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Jesús Manuel Cedeira Costales.

miércoles, 20 de enero de 2021

LOS ESTVDIANTES CUSTODIOS DE LAS CAPILLAS DEL MONSACRO: XACOBEO 2021

 



La Hermandad de los Estvdiantes está de enhorabuena. El trabajo de los Cofrades y de su Junta de Gobierno con el Hermano Mayor a la cabeza, D. ANDRES LLAVONA avanza con paso firme.


Hace pocas semanas la Hermandad organizó una peregrinación al Monsacro a la que acudió el Sr. Arzobispo   - que subió marcando el ritmo, dicho sea de paso- para reconocer la ruta del “Vía Crucis” que comienza en el pueblo de LOS LLANOS y culmina en la majada de las capillas, con vistas al VIA CRUCIS que los Estvdiantes organizarán en esta próxima Cuaresma de 2021 (d.m.) con el Santísimo Cristo de la Misericordia a hombros de los costaleros de la Hermandad y flanqueado por antorchas. Una vez arriba, el SR. Arzobispo celebró la misa de campaña en la Capilla de la Magdalena a los peregrinos que acudieron.


El trabajo y las gestiones de la Hermandad con el REVERENDO PARROCO D. RECAREDO de quine dependen las capillas del Monsacro junto con el del Director Espiritual de la Hermandad REVERENDO PARROCO D. ALBERTO REIGADA y con el visto bueno del SR. ARZOBISPO han fructificado en que nuestra hermandad se convierta formalmente en los CUSTODIOS DE LAS CAPILLAS DEL MONSACRO (SANTIAGO Y LA MAGDALENA) para el cuidado, protección y desarrollo de las mismas junto con la feligresía del lugar.



Andrés Llavona habla sobre el Monsacro y su relación con el Camino de Santiago y las actividades deportivas y de culto que la Hermandad de Los Estudiantes de Oviedo tiene previsto realizar en esa localización.

Puede escucharse en http://hermandadestudiantes.es/




ESTO ES SOLO EL COMIENZO….


BAJO LA PROTECCIÓN DE MARIA, porque ¡DIOS LO QUIERE!





Enviado por:


Jesús Manuel Cedeira Costales.


domingo, 17 de enero de 2021

OVIEDO CAMINO PRIMITIVO

 



Se conoce con el nombre de Camino Primitivo el Camino de Santiago que tiene su origen en Oviedo y enlaza con el Camino Francés en Melide. El nombre "primitivo" se debe a que éste es el primer camino del cual se tienen referencias históricas; el rey Alfonso II de Asturias y su séquito salieron de Oviedo, en el siglo IX, para visitar la tumba del Apóstol Santiago, descubierta hacía pocos años.




 El itinerario documentado de aquella primera peregrinación y el actual son bastante coincidentes.

 


Una de las principales características de este camino, en comparación con los otros Caminos de Santiago, es la dureza del recorrido. De Oviedo a Lugo es un típico recorrido de montaña media. Excepto la bajada al embalse de Salime y la subida al Puerto del Palo no hay grandes desniveles a superar de una tacada. Sin embargo, el camino es un continuo sube y baja, con una sucesión de todo tipo de caminos: trochas, senderos, pistas de tierra (es fácil encontrar tramos embarrados), caminos pedregosos o de piedra suelta, y pistas de asfalto. Por lo tanto, es necesario un mínimo de preparación física para afrontar el reto con garantías. Afortunadamente, la distribución de los albergues a lo largo del recorrido permite, para aquéllos algo más lentos o menos preparados, realizar todo el camino sin tener que realizar ninguna etapa excesivamente larga. En invierno debe ser francamente complicado realizar este camino, entre otros motivos porque una buena parte del recorrido se sitúa por encima de los ochocientos metros de altitud.

 


Otras de las características más destacadas del Camino Primitivo, relacionada sin duda con la anterior, es la belleza del entorno y del paisaje. El camino cruza decenas de bosques, ríos, arroyos, prados de pastoreo (con ganado bovino), valles, colinas, montañas, aldeas... y los paisajes, sobre todo en el tramo asturiano, son fabulosos. También vemos numerosos caballos, algunos salvajes. Además, la mayor parte del camino transcurre en plena naturaleza y, afortunadamente, casi no hay contacto con carreteras de tráfico intenso.

 

Por desgracia, en los últimos años la construcción de la autovía Oviedo - La Espina, la A-63, ha afectado grave e irreversiblemente varios tramos, algunos de los cuales eran bellísimos, de las tres primeras etapas. Además, la construcción es lentísima (sólo los primeros 30 km se han puesto en funcionamiento), y a mediados del año 2012 las obras se encuentran casi paradas.

 

A lo largo del camino vamos encontrando numerosas fuentes de buena agua (ojo, excepto en la variante Ruta de los Hospitales), cada pocos kilómetros, con lo cual no es necesario cargar con mucha agua. En la época de máximo calor conviene ser, por supuesto, previsores.

 


En caso de fuertes lluvias algunos tramos, como por ejemplo la bajada a Cornellada y el tramo de La Espina a Tineo, quedan en muy mal estado, dificultando seriamente el avance. Así pues, si se da esta circunstancia, lo mejor es informarse en los albergues y valorar alternativas (pistas asfaltadas, etc.).

 

Donde pasa gente hay negocio, y nunca está de más ganar unos eurillos. Así deben pensar algunas personas cuyas casas están junto al camino y han instalado máquinas expendedoras para los peregrinos, algunas de la cuales no sólo ofrecen bebidas, sino que también ofrecen tabletas de chocolates, sándwiches, ensaladas, etc... y en algún caso incluso han construido una pequeña zona de descanso! Y es que, el camino ya no es lo que era...

 

Uno de los aspectos mejor valorados de este camino es el número de peregrinos que lo recorren. Nada que ver con la masificación del Camino Francés, pero tampoco nada que ver con la gran soledad de otros caminos. En primavera y en verano es habitual coincidir con entre 10 y 20 caminantes en los albergues (año 2012), un número de peregrinos idóneo pues permite compartir vivencias y al mismo tiempo disfrutar de una cierta soledad. La excepción son algunos días de verano, en los que efectivamente los albergues quedan desbordados por la cantidad de caminantes. Por otra parte, una buena parte de los peregrinos que empiezan en Oviedo coinciden cada día en los mismos albergues, al ser éste un camino con las etapas bastante predeterminadas por la situación de los mismos.

 


Y, para finalizar la introducción, lo que sin duda es lo mejor de este camino: los lugareños. A lo largo del día, en los pueblos y campos, nos encontramos con personas encantadoras, sencillas, alegres, perspicaces y extraordinariamente amables, que saben muy bien por dónde pasa el camino, dónde hay una fuente... y que siempre están dispuestas a ayudar en lo que sea menester. En este aspecto, el Camino Primitivo, es muy especial. Esperemos que nunca cambie.









Fuente:

gronze.com

Enviado por:

Jesús Manuel Cedeira Costales.