viernes, 13 de marzo de 2020

LAS ROGATIVAS



Las rogativas son oraciones públicas que se hacen en la Iglesia romana en los tres días que preceden a la fiesta de la Ascensión, para pedir a Dios la conservación de los bienes de la tierra y la gracia de estar libres de los azotes y desgracias.

Se atribuye la institución de las rogativas a San Mamerto, obispo de Viena en el Delfinado, que en 474, según unos, o en 408, según otros, exhortó a los fieles de su diócesis a hacer oraciones, procesiones, obras de penitencia durante tres días a fin de aplacar la justicia divina y obtener la cesación de los terremotos, incendios y devastaciones de bestias feroces que afligían a este pueblo. El resultado de estas oraciones hizo se continuasen como un preservativo contra semejantes calamidades y bien pronto esta piadosa costumbre se introdujo en las demás iglesias de Francia. El año 511 el concilio de Orleans mandó que se hiciesen las rogativas en toda la Francia. Este uso pasó a España a principios del siglo VII, pero en esta nación se destinó el jueves, viernes y sábado después de Pentecostés. Más tarde se adoptaron las rogativas en Italia, Carlomagno y Carlos el Calvo prohibieron al pueblo trabajaren tales días y sus leyes han sido observadas largo tiempo. En la Iglesia galicana se observaba también el ayuno.




Las procesiones de las rogativas se llamaron pequeñas letanías o letanías galicanas porque habían sido instituidas por un obispo de Francia y para distinguirlas de la letanía mayor o letanía romana, que es la procesión que se hace el 25 de abril, día de San Marcos y cuya institución se atribuye a San Gregorio el Grande. Los griegos y los orientales no usaban las rogativas.

Se hacían en Inglaterra antes del cisma y se dice que todavía se conservan algunos vestigios de ellas que en la mayor parte de las parroquias es la costumbre ir a dar una vuelta paseándose durante los tres días que preceden a la Ascensión.




¿Cuáles son los mejores santos a los que rezar en tiempo de coronavirus?
Las rogativas siempre han formado parte de la piedad popular. El directorio que el Vaticano publicó al respecto en 2002 pone el ejemplo de san Gregorio Magno y su impulso en la organización de “procesiones, estaciones y rogativas, unas estructuras que respondan a la sensibilidad popular, y que al mismo tiempo estén claramente en el ámbito de la celebración de los misterios divinos” (núm. 27).
Por ello, ante la incertidumbre del nuevo virus, repasamos algunos de los intercesores tradicionalmente relacionados con las epidemias de todo tipo.




San Roque, el peregrino franciscano
Un intercesor clásico en temas de “pestes” en san Roque de Montpellier, el peregrino del Tercera Orden de san Francisco, es representado con un perro que lleva un pan en la boca y mostrando las llagas recuerdan su peregrinaje por toda Italia curando a los enfermos de la peste. Por ello es el protector de hospitales y cofradías dedicados al cuidado de las epidemias. Son tantos los pueblos que están bajo su patrocinio que es el protector habitual de peregrinos, enfermeros, cirujanos –además de los perros–.

San Quirino de Neuss, remedio frente a la viruela
Aunque martirizado en la vía Apia romana, la población alemana de Neuss acogió las reliquias de san Quirino. Además de las crónicas de la muerte de este tribuno romano, tradicionalmente se le aplican algunos milagros relacionados con la peste bubónica y la viruela –patronazgo que comparte con san Matías–.

San Antonio abad, algo más que protector de los animales
San Antón es una institución en lo que a monacato primitivo y primeros compases de la vida religiosa se refiere. Este ermitaño que llegó a los 105 años de edad, según la tradición, además de ser el protector de los animales es el patrón de los afectados por enfermedades infecciosas. A él se dirigen los amputados, los tejedores de cestas, los fabricantes de cepillos, carniceros, enterradores, porquerizos… Entre las infecciones relacionadas con las súplicas a san Antonio está los eczemas, la epilepsia, la erisipela y las enfermedades de la piel en general.

Frente a las pandemias, san Edmundo mártir
Un clásico en la ayuda contra las pandemias es el rey inglés san Edmundo, mártir del siglo IX. Su devoción está presente en las iglesias católica, ortodoxa y anglicana. La defensa de su fe llevó a la muerte a este sajón tras la invasión de los daneses. Ferviente admirador de los salmos, que recitaba de memoria, protege no solo de las pandemias, sino también de la peste y ayuda a las víctimas de la tortura.

Damián de Molokai y Luis Variara, ayuda frente a la lepra
El mensaje de Jesús y su cercanía a los leprosos lo representa de forma existencial san Damián de Molokai. Patrón de los leprosos, de la enfermedad de Hansen, este misionero de los Sagrados Corazones belgas se entregó completamente al cuidado en la isla que ha pasado a ser parte de su nombre, en Hawai. Elegido “belga más grande de todos los tiempos” es implorado por leprosos y enfermos de SIDA.

Encomiable es la dedicación, en Colombia, del salesiano Luis Variara. Declarado beato por Juan Pablo II consiguió que enfermas de lepra formasen parte de una congregación religiosa por primera vez, las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y María. Su compromiso en un leprosorio le costó enfrentarse a su institución y a la sociedad, pero su entrega no fue en balde.




Pensando en los posibles transmisores del contagio –parece que el coronavirus proviene de un murciélago–, el mártir san Trifón protege con los chinches, los roedores y las langostas. Además, también santa Teresa combatió los piojos y los chinches a base de coplillas al ‘Cristo de los piojos’.




Las epidemias, en el origen de las cofradías de Semana Santa
Las enfermedades que han azotado a las sociedades han dado lugar a algunas cofradías y hermandades, también fueron el detonante de procesiones extraordinarias o del indulto.
Ahora es el coronavirus, pero antes fue la peste o el cólera. Las epidemias han sido noticia a lo largo de la historia en numerosas ocasiones, incluso antes de que existieran las noticias como tales. Hoy la respuesta está en la cienda, pero hace varios siglos las respuestas llegaban a través de las creencias religiosas. La dimensión dolorosa de estas situaciones hizo que se insistiera en la Pasión de Cristo y, en contrapartida, la resurrección de Cristo se planteaba como una esperanza ante la alta tasa de mortalidad.

A raíz de crisis de este tipo han surgido cofradías, como la Hermandad de San Joaquín y de la Virgen de los Dolores de Zaragoza. Los comerciantes de las calles de Escuelas Pías y de Cerdán (actual avenida de César Augusto) son el germen de esta agrupación. En 1522 -año de su fundación- se encomendaron a San Joaquín para pedir protección y le prometieron una capilla si les libraba de la peste. "Habiéndonos visto libres todos los que hicimos este voto, comerciantes y mercaderes de dicha calle, auxiliamos a los enfermos de otras calles sin daño ni perjuicio alguno y, agradecidos a tan singular beneficio, nos presentamos al Prior de Santo Domingo suplicándole nos diera lugar para construir una capilla al Santo y fundóse allí una cofradía". Así se referencia en los documentos que se conservan en el archivo de la hermandad.



Entre los siglos XVII y XIX la ciudad también padeció varias epidemias, según se refleja en las rogativas (oraciones públicas) que llevó a cabo la Hermandad de la Sangre de Cristo de la capital aragonesa. Por ejemplo, en 1688, 1868 o 1876. La última de ellas aconteció hace 135 años: en 1885 el Cristo de la Cama procesionó de forma extraordinaria para velar por el futuro de la ciudad ante la epidemia de cólera.

El cólera llegó a Aragón en el verano de ese año, según indica la Gran Enciclopedia Aragonesa (GEA), en concreto a Jaca, aunque pronto se extendió por el resto del territorio. En Zaragoza se autorizó a los alumnos sanitarios más excelentes para atender a enfermos y se tomaron medidas en camposantos y colegios. Algo similar a los que acontece estas semanas.




La flagelación
"En el siglo XIV, en plena peste negra, surgió en toda Europa una costumbre: la flagelación", apunta Jorge Gracia Pastor, cofrade zaragozano. Los autocastigos que se provocaban por los caminos eran una forma de "purgar pecados" (se entendía que los pecados eran la causa de la peste), añade Gracia Pastor. En relación a este concepto nace una tipología de cofradías, las conocidas como de sangre o disciplina pública.

La relación entre los episodios epidémicos y la Semana Santa no solo son como medio de protección o lamento, sino que además las cofradías intervenían en el cuidado y traslado de cadáveres. En 'Apuntes de Alcañiz', obra de Eduardo Jesús Taboada que data de 1898, se lee que la Hermandad del Santo Entierro de la localidad bajoaragonesa durante la epidemia colérica trabajó "con entusiasmo" y que los hermanos tenían un "turno riguroso para visitar enfermos".




El indulto
El privilegio del indulto, que todavía conservan algunas hermandades españolas, también sitúan su origen en una epidemia. Era el año 1795, con Carlos III en el trono, cuando la peste se extendió por Málaga. Los presos de la cárcel cercana al convento donde se veneraba la talla de Jesús el Rico solicitaron permiso para sacarla en procesión. Las autoridades no aprobaron el permiso, sin embargo, escaparon de la prisión para acometer su idea, procesionando con la imagen por las calles malagueñas más afectadas por la epidemia. El desenlace del relato que apunta la Cofradía de Nuestro Padre Jesús el Rico es que la peste "repentinamente desapareció". De ahí que se apueste por indultar a reos de buen comportamiento.

¿Surgirá una nueva cofradía o tradición de esta crisis del coronavirus?

Artículo enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
Fuentes:
wikipedia.org
vidanuevadigital.com
heraldo.es

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