martes, 6 de febrero de 2018

FIESTA DE LA LUZ Y DEL CALOR




Este mes hemos celebrado la fiesta de la Candelaria. Y sentimos que esta fiesta recorre todo el mes. Tanto el nombre de Candelaria como el de Purificación tienen su origen en la fiesta que celebra la Iglesia cuarenta días después del Nacimiento de Jesús, el 2 de febrero, como cierre del período navideño. Candelaria, viene del verbo latino “Candere” que significa brillar por su blancura, estar blanco o brillante por el calor, arder. “Purificar” tiene en cambio su raíz en el griego “pur” que significa fuego, el fuego que todo lo purifica. Estamos hablando de una fiesta asociada a la purificación, fiesta de la luz y del calor. La luz es la presencia viva de Cristo en medio de su pueblo, por eso nosotros, que hemos visto esa luz, podemos decir lo que decía Simeón en el Templo al ver a Cristo:

Ahora, Señor, tu promesa está cumplida: ya puedes dejar que tu siervo muera en paz. Porque he visto la salvación que has comenzado a realizar ante los ojos de todas las naciones, la luz que alumbrará a los paganos y que será la honra de tu pueblo Israel”. Lc 2, 29-32.




 En esta fiesta recordamos a todos los que viven consagrados

a Dios, a todos los que mantienen encendida la vela que Dios encendió un día en su

corazón con la llamada. Pedimos por esa fidelidad al fuego que arde en nuestras vidas.

Es una fiesta de Cristo pero María está en el centro. Ella lleva en sus brazos la luz del

mundo, el fuego que purifica. Ella abraza y entrega. Ella, Madre y Reina nuestra

se convierte en camino para ser purificados y encontrar la luz que muestre

el sentido. María lleva la luz de Cristo a miles y miles de corazones. Somos testigos de esa vida que Ella regala al mundo. Su luz, su fuego, nos muestran el sentido de nuestra vida.

Ella nos funde en el fuego de Cristo, nos purifica en su presencia. Hoy volvemos la mirada a María. Hoy nos adentramos en sus brazos de Madre.





Hoy, como Ella, meditamos en nuestro corazón, las huellas que va dejando

Dios en nuestro camino, para que no dejemos nunca la senda marcada. Hoy María sana

nuestras heridas para hacernos instrumentos dóciles en sus manos, para anunciar que
su amor acoge, transforma y envía para dar luz al mundo. Hoy

María, que lleva la luz, a Cristo, nos mira y se alegra, porque cuenta con nosotros

como instrumentos, porque sabe que puede enviarnos donde hacemos falta.

Sin embargo, esa luz que ha surgido para alumbrar a todos los pueblos, esa luz que

es la presencia de Cristo en el mundo, no siempre es luz para los que caminan en

tinieblas. Al hombre le cuesta ver la luz y entonces siente suyas las palabras de Job:



“El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero. Como el

esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses

baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se alarga la

noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera, y se

consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la

dicha”. Job 7,1-4.6-7.



Son palabras de desesperanza que muchos hombres, que no han visto la luz de Cristo brillar, experimentan en sus vidas. Porque el hombre a veces prefiere vivir como si Dios no existiera. Hoy miramos a María, a Cristo que es nuestro fuego y nuestra luz, y les pedimos que nos enciendan, para poder llevar a muchos el amor que ha sanado nuestras heridas.



Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales

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