Esta es una Pascua diferente a cualquier otra que hayamos
experimentado.
Tal vez ya estás acostumbrado a la cuarentena. Tal vez sea
una montaña rusa, con días buenos y días malos. O tal vez, todavía estás
bastante conmocionado. De todos modos, es seguro decir, que ésta es una Pascua
diferente a cualquier otra que hayamos experimentado.
Nuestro mundo está de luto colectivo: pérdida de vidas,
pérdida de conectividad, incertidumbre, inestabilidad en los trabajos, etc.
Parece que nos han despojado de nuestra libertad. Nuestra esperanza en un
futuro luminoso parece más tenue, y nuestra capacidad de celebrar, cuando
estamos tan dispersos, parece casi imposible.
Sin embargo, estamos a punto de celebrar el Domingo de
Pascua, un día de inmensa alegría. ¿Pero cómo se supone que nos alegremos en
medio de tanto sufrimiento? ¿Cómo encontrar la esperanza en la Resurrección de
Cristo cuando nuestro mundo parece tan desesperado?
“No pretendemos que la vida sea toda belleza. Somos
conscientes de la oscuridad y del pecado, de la pobreza y del dolor, pero
sabemos que Jesús ha vencido el pecado y pasado por su propio dolor a la gloria
de la Resurrección. Y vivimos a la luz de su misterio pascual, el misterio de
su muerte y resurrección. “¡Somos un pueblo de Pascua, y Aleluya es nuestra
canción!” (S. Juan Pablo II).
Celebrar y vivir como “gente de Pascua” no significa que
ignoremos el sufrimiento o pretendamos que no nos afecta. Más bien, nos
alegramos porque comprendemos que el sufrimiento es necesario para la alegría,
porque es a través de la transformación de este sufrimiento, que la alegría
cobra sentido. Un sentido muy diferente al que el mundo conoce. La Pascua no
hubiera existido si no hubiera atravesado un gran sufrimiento.
Después de todo, los Apóstoles pasaron su Viernes Santo y su
Sábado Santo de forma muy parecida a la nuestra: encerrados en sus casas,
asustados y enfrentando muchas incertidumbres. A pesar de ello, Cristo transformó
su miedo y su tristeza en profundo gozo, incluso cuando la alegría parecía lo
más imposible.
Entonces, ¿cómo podemos alegrarnos en estas circunstancias?
No necesitamos buscar más allá de Jesús. Él nos da tres claves para la alegría:
Esperanza: Jesús tiene esperanza al decir, en la Cruz, “todo
está cumplido” y ponerse en las manos de su Padre. Él ya había hecho su parte,
ahora confía y espera en Dios. Sabe que su dolor no ha sido en vano.
Dejarse amar por Dios: Él confiaba en que lo que Dios le permitía
soportar, bueno o malo, era para la salvación de los hombres. Sabía que, en
medio de todo el dolor, su Padre lo estaba amando y ese amor lo sostenía. Jesús
demostró esta actitud de confianza continua, con una aceptación incondicional
de cada acontecimiento como regalo de Dios.
Amar a los demás: todos los días que nos quedamos en casa
por amor a todos, podemos encontrar alegría como la de Jesús. En cada momento
podemos ofrecer nuestro sacrificio por los demás. ¿Qué razón más grande para la
alegría que esta?
La muerte no es el final.
Sí, Jesús se levantó de la tumba, Él ha vencido la muerte. Y
si tiene poder sobre la muerte, puede elevarnos a la vida eterna con Él. En
otras palabras: si celebramos el Domingo de Pascua, celebramos que nuestra
muerte es solo el comienzo de la felicidad para siempre con Dios. Incluso si lo
peor nos sucede a nosotros y a quienes amamos, no es el final. Podemos esperar
en una vida eterna aún más feliz que todas las alegrías que hemos conocido en
este mundo.
En palabras de santa Teresita de Lisieux: “El mundo es tu
barco y no tu hogar”. No vivimos para este mundo, sino para el que no se ve. La
Resurrección de Cristo nos recuerda que hay mucho más para nosotros que esta
realidad presente y sus penas.
Artículo enviado
por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
Jesús Manuel Cedeira Costales.
Fuente:
aleteia.org
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