Aunque te parezca
contradictorio te invito a que hoy, en este domingo de la Divina Misericordia,
regales de nuevo tus pecados al Señor: sí, regales, no me he equivocado.
Se cuenta una
anécdota de san Jerónimo —quizá sepas que se trasladó a Tierra Santa, a Belén,
para allí, con su ciencia (era un gran conocedor del hebreo, del arameo y del
griego), traducir al latín toda la Biblia, la que hoy conocemos como la
Vulgata. La Vulgata es una de las primeras traducciones latinas, que después
tuvo mucha autoridad en la Iglesia, y también hoy la sigue teniendo.
Se cuenta que, la
noche de Navidad, en Belén, se le aparece el niño Jesús, y le dice: «Jerónimo,
hoy es mi “cumple” ¿Qué me vas a regalar?» Ya sabes que los niños son muy
pedigüeños, siempre piden regalos, y el niño Jesús no iba a ser menos. San
Jerónimo le responde: «Pues, mira, acabo de terminar la traducción de la
Vulgata. Te la regalo». «¿Y qué más?» San Jerónimo le dice: «Te regalo toda mi
ciencia». Y Jesús le vuelve a preguntar: «¿Y qué más?» «Señor, te doy mi vida».
«¿Y qué más?» «Señor, si ya te he dado todo». Jesús le dice: «No, Jerónimo.
Quiero que me regales tus pecados para que te los vuelva a perdonar». Es una
anécdota entrañable y encantadora que manifiesta que, en el hecho de regalarle
al Señor nuestros pecados, le reconocemos como nuestro Salvador. Y estamos
además diciéndole: «Sí, para esto has venido, no te has equivocado. Aquí
estoy».
Deja, pues, que el
Señor entre totalmente en ti con su misericordia. A veces, el peligro es creernos
buenos, y entonces estar medio farisaicamente ante el Señor. Decía Charles
Péguy:
«No
siempre se es permeable. De aquí vienen tantas faltas que constatamos en la
eficacia de la Gracia, la cual, trayendo victorias inesperadas al alma de los
grandes pecadores, permanece a menudo inoperante en la gente más honesta, o los
que creen ser más honestos».
Está muy bien
expresado: qué grandes victorias opera la Gracia en los grandes pecadores, y,
sin embargo, en la gente más honesta, parece inoperante por aquello de que no
nos hacemos permeables a esa Gracia. Esta es la historia, que se repite también
en otros momentos del evangelio, en la que aparecen contrapuestas la situación
del pecador frente a la del formalista. Esto lo podemos ver en la parábola del
publicano, o en la del hijo pródigo.
Características de la misericordia de Dios
Podemos dar ahora
algunas indicaciones de cómo es esta misericordia del Señor.
Hay una bella
oración colecta en el Misal Romano, correspondiente al domingo XVI del tiempo
ordinario, que dice: «Oh Dios, de quien lo propio es apiadarse del pecador. Oh
Dios, que manifiestas de modo particular tu omnipotencia en la misericordia».
La misericordia es el atributo del que Dios más se gloría. «No desconfíe
ninguno, aunque muy pecador, de aquella misericordia de que Dios más se
gloría», decía Tirso de Molina en El condenado por desconfiado.
Esta misericordia
es fiel e incansable, indefectible. San Pablo lo expresa así en la segunda
carta a Timoteo (2 Tim 2,11-13):
«Es
cierta esta afirmación: si hemos muerto con él, también viviremos con él. Si
nos mantenemos firmes, también reinaremos con él. Si le negamos, también él nos
negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí
mismo».
Es una de esas características del corazón de
Dios en la que podemos entrar a fondo: su fidelidad y misericordia. «La
misericordia brota de la tierra, la justicia baja desde el cielo», dice el
salmo (84,12). Esa fidelidad se manifiesta en Jesús clavado en la cruz. Es la
fidelidad del amor que no se echa para atrás. Parece que Dios ha querido que
tuviéramos una constatación visible en esos clavos de que Jesús, que no se
baja, ha curado a muchos, pero que no se salva a sí mismo. Dios es fiel,
expresado en ese corazón abierto, en ese amor:
«Los ojos al mundo
muertos abiertos,
llagadas de amor
las manos,
de sangre los pies
cubiertos,
y los dos brazos
abiertos
para todos los
hermanos»
(J. M. PEMÁN, El Cristo
de la buena muerte).
Así es la fidelidad
y la misericordia de Dios: obstinada, insistente, inimaginable, eficaz,
transformante, porque uno no se queda igual. No es humillante: Cristo no
humilla, sino que eleva. Cristo es elegantísimo, es un caballero. Lo vemos en
el evangelio con la mujer pecadora (Lc 7) o con el mismo san Pedro. Lo vemos
enseguida. Nosotros actuamos de otra forma, y vamos a meter el dedo en el ojo,
y a revolver, si es posible.
Jesús no pasa
cuentas. Lo podemos ver en un pasaje de san Juan (Jn 21,15-19): la triple
pregunta de amor. Pedro dice, durante la última cena: «Yo no te dejaré» (Mt
26,33), y saca la espada en el huerto para herir. Jesús le responde: «Te
aseguro, Pedro, que hoy me negarás tres veces antes que el gallo haya cantado
dos» (Mt 26,34). Y Jesús, cuando se le aparece resucitado a Pedro, le va a
curar, pero no por la vía de meterle el dedo en el ojo. No le pasa cuentas. Lo
hace con esa elegancia y carácter elevado: le brinda la triple oportunidad de
que él mismo restañe su traición triple con una triple profesión de amor. Pedro
no había fallado en la fe. Había fallado en el amor.
Toda esa
misericordia cae sobre ti: el perdonado eres tú. Ojalá entremos en esa actitud
de reconocimiento agradecido.
«Cuando
te vea cara a cara por primera vez, ¿qué te sabré decir? Lentamente, como
cuando yo era un niño, esconderé mi cabeza en tu regazo. Y tú me contarás una
bella historia que comienza: “Érase un hombrecillo de la tierra y un Dios que
le quería”».
Dios perdona
gozosamente. Por eso está esperando con los pies clavados, como dice uno de los
himnos que rezamos en la Liturgia de las Horas. Por eso, no desconfíes de su
misericordia y lánzate hacia él a tumba abierta. Termino con unas preciosas palabras
del P. Ramón Cué, SJ:
«No me quieres
mirar
porque sospechas
que tengo de rencores llena el alma.
Piensas que las
injurias de aquel día las llevo aquí guardadas
¿Sabes tú lo que
dura lo que escriben los niños en la arena de la playa?
Mírame bien: las
olas del olvido también entran cantando en mi alma,
y, al retirarse el
mar, queda la arena tersa, esponjosa, blanca
para que escribas
TÚ lo que quisieres.
Ven, sin miedo, a
mi playa».
Artículo enviado
por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
Jesús Manuel Cedeira Costales.
Fuente:
Texto de Pablo Cervera
Barranco, Redactor Jefe de MAGNIFICAT de la edición española
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