4 de abril de 2020
Amabilísimo hermano:
La nobleza, dignidad y valor de la mujer brillan en la
pureza, en la integridad y en la maternidad de María.
Miro a María en Nazaret. Me la imagino en su casa, en
su rutina. En ocasiones creo que mi casa no es un lugar sagrado, de encuentro
con Dios. Es más fácil verlo en un templo, lleno de imágenes que me inspiran, allí
donde mi corazón se eleva con cantos profundos. Pero mi casa, mi cuarto, ese
espacio cotidiano es muy vulgar, demasiado mundano. Tiendo a separar lo sagrado
de lo profano, lo que ha sido tocado por Dios y lo que está lejos de su pureza.
Tiendo a dividir campos: lo santo y lo pecaminoso.
Quizás por eso me cuesta ver
a Dios en mi vida. Veo que en ella predomina lo pagano, lo sucio, lo banal.
Miro a María en su casa, haciendo cosas cotidianas. Rezando mientras trabaja.
No sé bien cómo tuvo lugar el encuentro con el Ángel Gabriel. Sólo sé que allí,
en lo cotidiano, está Dios presente en medio de su vida diaria. María se
detiene llena de sorpresa y temor. ¿Qué significa aquel saludo del ángel?
«Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo».
Se alegra la que está llena
de Dios. No tiene que temer: «No temas María, porque has hallado gracia delante
de Dios». Y escucha que será cubierta por su amor: «El Espíritu Santo vendrá
sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra». No hay motivos para
el temor. Dios la ha elegido y sólo espera que pronuncie su sí. En medio de su
casa el Espíritu Santo la cubre con su sombra. No es un momento de oración, de
paz. No es un día santo. No es un lugar especial. María está en su casa,
trabajando.
Pienso en mi vida ahora confinado en mi cuarto, en mi casa. Dios
viene a mi casa para decirme que me alegre, que no tema, que no me turbe,
porque también yo he hallado gracia ante Él. ¿Por qué tengo tanto miedo? Esta
crisis mundial me desafía. Dios me pide hoy que no tema, que me alegre, porque
mi vida es sagrada. No me turbo en su presencia. Viene a mí justo ahora que no
puedo salir de casa. Justo cuando sólo me queda elegir este tiempo de
cuarentena, de enfermedad. Elegir lo que no puedo dejar de elegir. Pero soy
libre para vivir con paz lo que tengo ante mis ojos. De mí depende.
El ángel
aguarda ante María. De pie ante Ella que se inclina ante su presencia sagrada.
Y turbada, alegre, confiada, pronuncia su sí: «He aquí la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra». Y el Verbo se hace carne. Dios se arrodilla
ante el seno sagrado de María. Esa casa, ese cuarto es hoy un lugar sagrado.
Allí los peregrinos al llegar a Nazaret se arrodillan, tocan la piedra sin
poder entrar. «Hic», aquí. Uno puede leer en ese mismo lugar, en esa piedra.
Aquí, en el seno de una virgen, en la casa sencilla de Nazaret. Allí maría
pronuncia su sí.
Hoy la miro a Ella con temblor. No sé pronunciar mi sí. Tengo
miedo, me duele el alma al ver los estragos de esta enfermedad incontrolable.
¿Cómo puedo decirle que sí a lo que no deseo? ¿Cómo puedo aceptar en mi corazón
una realidad que me turba? Jesús hoy me lo pide. María me invita a arrodillarme
en silencio ante el ángel que hoy entra en mi casa, en lo más vulgar de mi
vida, en mi quehacer cotidiano, y me habla.
Allí donde vivo con mi familia, con
mis hermanos, solo. Allí donde siento que Dios no está tan presente como en una
iglesia. Pero ahora mi casa más que nunca es mi iglesia doméstica. Allí sucede
ahora la anunciación en mi vida. Mi «hic» es muy concreto, mi aquí, mi lugar
sagrado en el que Dios viene a verme. Para que pronuncie mi sí. Aguarda
paciente a la puerta de mi alma. Sí, sólo espera mi hágase. Que me deje hacer
en este tiempo tan inquietante en el que nada puedo hacer. Depende de mi sí.
Si
lo pronuncio viviré con paz todo lo que me está sucediendo. Si no lo hago
viviré inquieto y sin alegría. Será así. Dios golpea mi puerta y me dice que me
alegre. Yo quiero aprender a confiar. Me han roto los planes. Ahora más que
nunca se aplica ese dicho: «Si quieres hacer reír a Dios cuéntale tus planes».
Se los he contado. Nos hemos reído juntos Él y yo. Miro a Jesús en mi vida,
miro a María en este día en el que su sí abre el mundo a Dios y se hace carne
de mi carne gracias a ese sí libre.
Quiero pronunciar ese mismo sí. Quiero
aprender de María, vivir como Ella, vivir en Ella. «Si quiero a la Santísima
Virgen, no se trata sólo de un caminar con María, sino en María: es el caminar
propio del amor. Si realmente quiero a una persona, vivo en ella. Si realmente
quiero a la Santísima Virgen, Ella está en mí, y mi caminar es un caminar con
Ella».
Quiero vivir en Ella. Sólo así mi sí será profundo y cambiará mi vida.
Sólo así el sí que le dé a mi vida en su totalidad cambiará mi entorno. Tengo
miedo y se lo entrego. «No temas», Escucho. Dios me susurra que sólo tengo que
darle mi sí a la realidad. Sólo así algo puede cambiar. Mientras no le dé mi
sí, mientras viva inquieto queriendo yo cambiar las cosas, mi no bloqueará mi
ánimo.
Quiero vivir con el corazón anclado en el corazón herido de Jesús. En
sus llagas escondido. Viviendo con sus sentimientos. María me lleva hasta allí.
Al corazón de su Hijo. Allí puedo pronunciar mi sí confiado. Acepto esos planes
que no entiendo y los tomo en mis manos como un niño. Dios viene a mi tienda y
me cubre con su sombra. En Él descanso.
Te pido, Señor, dame un corazón de carne y quítame el
corazón de piedra, tal como se anunciaba en el Antiguo Testamento. Un corazón
de carne, capaz de amar y de compartir. Un corazón capaz de amar filialmente,
capaz de asirse al Padre Dios con calidez filial. Un corazón de carne, capaz de
amar maternal y paternalmente y que con amor creativo y desinteresado está
dispuesto a entregarlo todo para bien de los demás. Dame un corazón de hermana
y de hermano, que a todos los hombres y a cada uno de los miembros de la
comunidad humana los estima y valora como a sí mismo
Enviado
por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
Jesús Manuel Cedeira Costales.
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