2 de abril de 2020
Amabilísimo hermano:
Ser recio y fuerte en lo externo. En la vida interior,
ser ingenuo, sencillo y filial.
Y el tiempo se detiene sin previo aviso. Caen los
horarios, las prisas, las tareas pendientes, las urgencias, los planes
trazados. Los aviones aparcados en el aeropuerto llenos de sueños que no
despegan. Los parques vacíos. ¿Cómo se puede detener todo de repente? Un poema
de K.O´Meara escrito en la epidemia de peste en 1800 me conmueve: «Y la gente
se quedó en casa. Y leyó libros y escuchó. Y descansó y se ejercitó. E hizo arte y jugó. Y aprendió nuevas formas
de ser. Y se detuvo. Y escuchó más profundamente.
Alguno meditaba. Alguno
rezaba. Alguno bailaba. Alguno se encontró con su propia sombra. Y la gente
empezó a pensar de forma diferente. Y la gente se curó. Y en ausencia de
personas que viven de manera ignorante. Peligrosos. Sin sentido y sin corazón.
Incluso la tierra comenzó a sanar. Y cuando el peligro terminó. Y la gente se
encontró de nuevo. Lloraron por los muertos. Y tomaron nuevas decisiones. Y
soñaron nuevas visiones. Y crearon nuevas formas de vida. Y sanaron la tierra
completamente. Tal y como ellos fueron curados». Cuando todo terminó sanó la
tierra completamente. Me impresiona. Cuando todo termine. Ahora me cuesta ver
el final del túnel. Pero la luz brilla en mi corazón.
Una persona comenta: «No
te tomes demasiado en serio». ¿Que no tome en cuenta mis emociones, mis miedos,
mis ansiedades? ¿Qué finja que tengo las respuestas y las razones? ¿Que diga
que tengo la receta para vivir tiempos de guerra? Me resulta difícil. Quizás no
se toma muy en serio la vida quien sólo espera que acabe esta cuarentena para
seguir como antes. O quien en medio del dolor está pensando en sus dolores de
siempre.
Tal vez no tomarme en serio es bueno cuando pierdo la perspectiva de las
cosas. Cuando creo que mi problema pequeño es más importante que los que viven
muchos en estos días. Cuando pienso sólo en mí, en lo mío. No busco recetas, ni
soluciones fáciles. Ni que me digan que simplemente confíe. Creo que las
mejores respuestas en la vida las encuentro en un mar de dudas. Y los mejores
caminos son los que están llenos de bosque. Y los mejores atardeceres son los
que contemplo desde mi ventana. Porque esto que ahora vivo es lo mejor que me
puede ocurrir. Sin pretender tener recetas para vivirlo mejor.
Sin fingir que
entiendo el por qué de todo. Y que sé hacia dónde vuelan todos los aviones
aparcados en el aeropuerto. A lo mejor Dios quiere que ahora detenga mis pasos
para contemplar mi día y dar gracias. Por lo que tengo, por lo que hay. Que me
alegre de un avión que no alza un vuelo, aunque me duela el alma. Y sonría con
mis árboles llenos de luz vespertina. Me gustan las respuestas incompletas. Me
alegran las preguntas nuevas que brotan como hierba verde en medio del
desierto.
Me gusta vivir el hoy. Tan solo eso, sin prisas, con paciencia
infinita, con sonrisa verdadera. No me tomo en serio, no me angustio, no dejo
de sonreír, aunque muchos no sonrían. Corro por los pasillos de mi casa
buscando vida. Escribo en mi cuaderno mis poesías, sin soñar con que alguien un
día las rescate para dar esperanza a muchos. No lo pretendo. Las palabras
dibujan luces en medio de la noche. Vivo el ahora. No poseo el mañana. Y mi hoy
está lleno de pausas y silencios. De miedos contenidos. Como me escribía una
persona: «No se escuchan las palabras, o se oyen las pisadas, todo permanece en
calma».
En medio de esa paz forzada yo creo. Confío en medio de una enfermedad
que sigue amenazando. Sin encontrarle el sentido. Sólo entiendo una cosa: el
hoy me da paz. El hoy es una puesta de sol ante mi ventana. Los gritos y risas
de mis hijos. El ladrido de un perro soñando la calle. La comida familiar, una
tras otra. La ausencia de planes. Los horarios inventados para crearme una
nueva rutina. El propósito de no ver demasiadas noticias. Sólo las que me
muestran brotes verdes.
Las misas a través de una pantalla. El canto que
escucho por las redes. Un poema que me llena de esperanza. Y ese Dios que
habita en medio de mi noche, de mi día, de mi paz, de mi inquietud, de mi
miedo, de mis risas. Y decido tomarme en serio. Porque Dios lo hace conmigo. Y
decido dejar de preocuparme por cosas pequeñas. ¿Habré aprendido una nueva
sabiduría para enfrentar la vida? Sólo espero que no se me olvide. Que le dé
valor a lo que lo tiene y se lo quite a esas cosas que a veces me angustian.
En
esos momentos es cierto, no debería tomarme tan en serio. Y mientras tanto,
sonreír, tener paciencia, bailar, escribir, guardar silencio, reír, caminar por
donde pueda. Y esperar, no tanto a que todo pase, sino a que ese Dios que vive
dentro de mí venga cada tarde a visitarme. Me llene de luz y de vida. Sostenga
mis pasos temblorosos. Me haga sonreír. Y me diga que algo estamos
construyendo. Como dice una canción de la Oreja de Van Gogh.
Ese puente entre
los dos que antes estaba roto y ahora separado por una pantalla. Pero el mundo,
eso espero, será mejor cuando todo pase: «Y después de pasar la cuarentena,
habremos hecho un puente que unirá. Mi puerta al empezar la primavera, y la
tuya que el verano me traerá. Al vernos desde lejos tan unidos, empujando al
mismo sitio, sólo queda un poco más.
Volveremos a juntarnos, volveremos a
brindar, un café queda pendiente en nuestro bar. Romperemos ese metro de
distancia entre tú y yo, ya no habrá una pantalla entre los dos». No dejo de
tomarme en serio. Así lo hace Dios conmigo. Él se conmueve con mi dolor y llora
conmigo. No me dice que me calme y no me agobie. Calla a mi lado, velando mi
cama enferma. Y me sostiene con una fuerza interior que no viene de mí, sino de
muy dentro.
De un espacio sagrado que hay en mi alma y que me lleva hacia lo
alto. Más alto de lo que cualquier avión parado en el aeropuerto podría algún
día llevarme.
Pidamos por todos los familiares de quienes han padecido o están
padeciendo la enfermedad del coronavirus, para que el Señor los acompañe y
fortalezca en medio de la situación familiar que están viviendo.
Enviado
por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
Jesús Manuel Cedeira Costales.
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