Jesús invita, recomienda, impone la oración, une a
ella toda gracia, toda bendición hasta la salvación eterna.
Él mismo reza por
todas partes y siempre: en el templo, en el Huerto de los Olivos, en el monte,
sobre las aguas, en las plazas y en las sinagogas.
San Pedro corre el peligro de hundirse en las aguas y
reza; la oración lo fortifica.
Marta y María piden llorando ante Jesús en la
hora del dolor y la oración las consuela.
Rezan los Apóstoles en el cenáculo y la oración hace
descender al Espíritu Santo con sus dones celestiales.
Y tú, ¿cuándo rezas?
¿Sólo cuando estás enfermo o cuando quieres que algo te salga bien?
Reza siempre porque siempre tienes necesidad de
permanecer junto a tu Dios.
Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira
Costales
Fuente: webcatolicodejavier.org
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