María
en el momento de la Anunciación, después de manifestar su turbación: “no temas,
María” (Lc 1,30), después de haber reflexionado: “estas palabras la
impresionaron muchísimo y se preguntaba qué querría decir ese saludo” (Lc
1,29), y después de haber pedido explicaciones: “¿Cómo podré ser madre si no
tengo relación con ningún hombre?” (Lc 1,34), hechos que revelan su deseo de
discernir los caminos del Señor y de seguirlos, pronuncia su “sí” incondicional. Declarándose
“servidora del Señor”, María expresa la comprensión del momento que vive y
obedece a la voluntad que Dios ha establecido sobre ella. En ese momento
consagra su vida, simbolizada en la entrega de su cuerpo - el mayor patrimonio
del pobre - para que en él Dios realice su designio.
Jesús,
en el momento del Getsemaní, después de manifestar su turbación: “comenzó a
sentir temor y angustia” (Mc 14,33), después de haber reflexionado: “siento en
mi alma una tristeza mortal” (Mc 14,34), y después de haber pedido
explicaciones : “Abbá, o sea Padre: para ti todo es posible; aparta de mí esta
copa” ( Mc 14,36), situaciones que revelan su deseo de discernir la voluntad
del Padre y de cumplirla, pronuncia su “sí”
incondicional: “Pero no: no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieras tú”
(Mc 14,36). Jesús, como María, asumiendo el papel de siervo, expresa en su “sí” la comprensión del momento que
vive y obedece la voluntad que Dios ha establecido sobre El. En ese momento
entrega su vida, simbolizada en la entrega de su cuerpo – el mayor patrimonio
del pobre – para que el Padre realice en él su designio.
En la
Cena, cuya memoria y actualización celebramos solemnemente el jueves santo,
Jesús anticipa su muerte. Su cuerpo masacrado y su sangre derramada, nos los
entrega hechos pan y vino. Lavando los pies a los discípulos y mandándoles a
que ellos lo hagan mutuamente, nos invita al amor fraterno que se expresa en el
servicio mutuo.
María parece estar ausente en este momento
sublime de la entrega y de la promulgación del mandamiento del amor. Pero no:
está hecha memoria y ejemplo para Jesús. Ella le enseñó el servicio humilde y
la entrega, la donación total del propio cuerpo, de la vida, sin reserva y sin
medida. Con el “sí” de María,
anterior al “sí” de Jesús, el
cuerpo que hoy se hace pan tuvo la posibilidad de ser cuerpo.
Someteos a Dios y enfrentaos con el diablo, que
huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y Dios se acercará a vosotros. Pecadores,
lavaos las manos, hombres indecisos, purificaos el corazón. Humillaos ante el Señor, que él os levantara.
(Santiago 4, 7-8.10).
Que María nos ayude a comprender, a vivir y a
saber actualizar en el amor y el servicio mutuo, este misterio de amor que es
la entrega del cuerpo y de la sangre de Jesús, simbolizado en la Eucaristía,
cuya memoria solemne celebraremos el Jueves Santo.
Artículo enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales
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