El don más grande de Dios es Dios mismo. No se contenta simplemente con darnos bendiciones materiales, incluido el gran bien de la existencia terrenal. Se ha derramado en nuestros corazones por la gracia. Esto significa que podemos estar seguros de que el amor de Dios por nosotros sigue siendo fuerte y verdadero incluso cuando experimentamos dificultades y sufrimientos. De hecho, en su sabiduría, él permite que la cruz entre en nuestra vida para que podamos abrirnos más a su amor, para transformarnos más perfectamente en la imagen de su Hijo.
En el domingo de Pentecostés, alabamos a Dios por haber enviado su Espíritu sobre la Iglesia, por habernos dado ya una parte del amor que será nuestra delicia y felicidad en el cielo.
¡Ven, Espíritu Santo, renueva nuestros corazones y nuestras mentes!
Artículo enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
Fuente:
Texto de Pablo Cervera Barranco
Redactor Jefe de MAGNIFICAT, edición española
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