12 de mayo de 2020
Hermano:
He venido a la tierra para revelarles a los hombres el
nombre: Padre.
Día 58 de encierro: Asturias registra otros cuatro
fallecidos el día antes de inicar la Fase 1.
La región registra quince infectados más por
coronavirus, de los cuales solo tres han sido diagnosticados por prueba PCR.
Desde tiempo remoto, el hombre asoció el sufrimiento a
la voluntad de
Dios: confrontado con el sufrimiento sin sentido,
trató de encontrar en la
voluntad de Dios un significado para el sufrimiento al
que pudiera resignarse.
Desde siempre buscó en el corazón mismo del
sufrimiento un
principio de redención del sufrimiento, una razón que
lo liberase de lo
absurdo, atribuyendo su origen a Dios y a su finalidad
a los misteriosos
designios de su voluntad que todo lo conoce.
Pero, ¿puede Dios, el Dios que toma el sufrimiento
humano como propio
y lo expresa en el combate de la noche de Getsemaní y
en la pasión de la
tarde en el Gólgota, el Dios de las palabras del
crucificado, puede ser el
Dios de Jesucristo un Dios que inflige sufrimiento?
¿No se presenta,
precisamente allí, por el contrario, como el Dios que
voluntariamente
acepta el sufrimiento que le es infligido, hasta la
muerte?
El sufrimiento del Hijo es el sufrimiento del Padre,
son un solo Dios.
No es sufrimiento enviado por el Padre al Hijo; es el
sufrimiento natural de la
creación, nuestro sufrimiento de criaturas, el
sufrimiento propio de la
existencia, naturalmente sujeta a desequilibrios, en
virtud de sí misma.
Es este sufrimiento el que el Padre y el Hijo, cada
uno a su manera, asumen
y sufren, porque el amor incluso obliga a la libertad
de Dios.
Y así Dios inscribe, en el corazón del sufrimiento, en
el corazón de la muerte, el
principio de su redención: transformar libremente el
sufrimiento en un acto de amor.
¿El mayor acto
de amor? Dar la vida hasta la muerte.
Y este exceso de amor que libremente se ofrece.
Enviado
por:
Jesús Manuel
Cedeira Costales.
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