23 de mayo de 2020
Hermano:
Lo que el amor quiere es ser eterno. No entiendo un amor que no quiera durar para siempre. Porque el amor desea al amado. Y quiere que ese encuentro dure toda la eternidad. Por eso retiene mi mano al que está a punto de partir al cielo. Hoy Jesús les dice a los suyos que confíen en Él. Porque ellos tienen miedo y saben que Jesús se va. Jesús les promete el paráclito: «Pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros lo conocéis, porque mora con vosotros. No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros». Esta es la promesa de eternidad que mi corazón desea. No estaré nunca solo. El amor desea que permanezcan esos momentos sagrados de encuentros. Vive mi amor de recuerdos e imágenes guardadas en el alma. Vive de encuentros y caricias. De abrazos y sonrisas. De palabras y promesas. No me lo podrán quitar todo. Lo sé. Una canción me anima en estos días de nostalgias guardadas: «Canta y no llores. Que lo malo se va en un suspiro y amargarse no vale la pena. Que la vida está llena de cosas pequeñas que le dan sentido». El amor está lleno de cosas pequeñas que le dan sentido. Cosas insignificantes y cotidianas. El amor se conjuga en presente. Y se olvida cuando sólo queda el pasado. Pero cada vez que se dona el que ama y encuentra el corazón abierto del amado, todo vuelve a empezar de golpe, con pasión y alegría. Basta el deseo de dar un nuevo paso. Muchas veces será la voluntad la que mueva mi cuerpo. Y mi decisión firme se hará vida de golpe. Y volveré a levantar la mirada y a confiar. No quiero ponerme triste al pensar en lo que no hice, en lo que no dije, en el cariño que no expresé, en al amor que no prodigué. Lo malo dura un suspiro, aunque a veces parece tan largo. No quiero amargarme, quiero vivir con paz y alegría. La vida está llena de tantas cosas que le dan sentido. Abrazo el amor que tengo ahora, el amor que tuve, el amor que será más fuerte mañana. Si mi corazón se cierra a lo nuevo se envenena en rutinas de siempre. Quiero reinventarme para aprender a amar. Quiero que mi amor no sea pasajero. ¿Cómo es posible dejar de amar a quien uno tanto ha amado? ¿No será que ese amor no fue tan sano y profundo? ¿Es posible que viviera una relación enfermiza? Puede que no llegara a lo más hondo de mi corazón en ningún momento. ¿Cómo es posible dejar de amar a Dios si pienso que un día lo amé tanto? No me cabe en la cabeza el final del amor cuando este es verdadero. Puede que los sentimientos cambien en intensidad. Igual que las pasiones. Pero el amor es otra cosa, es mucho más. Es la conciencia de pertenencia. Es saber que el mar y la tierra nunca me separan cuando amo de verdad. Ni tampoco la enfermedad, ni la muerte. Podrán quitarme abrazos y caricias. Podrán pedirme que me aleje de los que amo por un tiempo. Pero ese amor verdadero que tengo en mi alma no desaparece ni con la ausencia. Al revés, aumenta, se hace más hondo, se acrisola con el paso de las pruebas, de los combates, de las arideces de la vida que cuestan tanto. El amor eterno no tiene fin. Quizás tuvo un comienzo, no lo recuerdo. Pero final no tiene. Puede que cambie, se transforme, se haga más hondo, sufra heridas y contratiempos. Pero si es verdadero. Si es correspondido. Ese amor dura siempre. El rechazo, las agresiones, es cierto, hieren de muerte al amor muchas veces. Lo comprendo. Un amor que se quiere dar y es rechazado, ¿cómo puede seguir amando? El amor de Jesús sí puede. El mío no. Él me amó hasta el extremo y desde la cruz me siguió amando. No sólo a mí que permanecía impasible sin hacer nada por evitar su muerte. Sino que su amor era también para aquellos hombres que deseaban su fin. Amó a sus enemigos. Y yo, que creo saber amar, no amo a los que no me aprecian, no busco a los que me olvidan, no quiero a los que no me quieren. Ese amor no correspondido se oscurece y enturbia fácilmente. Me cuesta imaginar un amor que resista las traiciones, las infidelidades y los olvidos. Me cuesta pensar en un amor imposible. Es el que quiero. Deseo que mi capacidad de amar sea la de Jesús. Que me parezca en algo a Él que tanto me ama. Parece tan fácil. No quiero más amarguras. Quiero alegrarme porque Jesús me dice que mi amor será para siempre. No pasará nunca. Nunca será olvidado. Me levanto feliz. Dios me abraza.
Enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
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