Las rogativas son oraciones públicas que se hacen en
la Iglesia romana en los tres días que preceden a la fiesta de la Ascensión,
para pedir a Dios la conservación de los bienes de la tierra y la gracia de
estar libres de los azotes y desgracias.
Se atribuye la institución de las rogativas a San
Mamerto, obispo de Viena en el Delfinado, que en 474, según unos, o en 408,
según otros, exhortó a los fieles de su diócesis a hacer oraciones,
procesiones, obras de penitencia durante tres días a fin de aplacar la justicia
divina y obtener la cesación de los terremotos, incendios y devastaciones de
bestias feroces que afligían a este pueblo. El resultado de estas oraciones
hizo se continuasen como un preservativo contra semejantes calamidades y bien
pronto esta piadosa costumbre se introdujo en las demás iglesias de Francia. El
año 511 el concilio de Orleans mandó que se hiciesen las rogativas en toda la
Francia. Este uso pasó a España a principios del siglo VII, pero en esta nación
se destinó el jueves, viernes y sábado después de Pentecostés. Más tarde se
adoptaron las rogativas en Italia, Carlomagno y Carlos el Calvo prohibieron al
pueblo trabajaren tales días y sus leyes han sido observadas largo tiempo. En
la Iglesia galicana se observaba también el ayuno.
Las procesiones de las rogativas se llamaron pequeñas
letanías o letanías galicanas porque habían sido instituidas por un obispo de
Francia y para distinguirlas de la letanía mayor o letanía romana, que es la
procesión que se hace el 25 de abril, día de San Marcos y cuya institución se
atribuye a San Gregorio el Grande. Los griegos y los orientales no usaban las
rogativas.
Se hacían en Inglaterra antes del cisma y se dice que
todavía se conservan algunos vestigios de ellas que en la mayor parte de las
parroquias es la costumbre ir a dar una vuelta paseándose durante los tres días
que preceden a la Ascensión.
¿Cuáles son los mejores santos a los que
rezar en tiempo de coronavirus?
Las rogativas siempre han formado parte de la piedad
popular. El directorio que el Vaticano publicó al respecto en 2002 pone el
ejemplo de san Gregorio Magno y su impulso en la organización de “procesiones,
estaciones y rogativas, unas estructuras que respondan a la sensibilidad
popular, y que al mismo tiempo estén claramente en el ámbito de la celebración
de los misterios divinos” (núm. 27).
Por ello, ante la incertidumbre del nuevo virus, repasamos
algunos de los intercesores tradicionalmente relacionados con las epidemias de
todo tipo.
San Roque, el peregrino franciscano
Un intercesor clásico en temas de “pestes” en san
Roque de Montpellier, el peregrino del Tercera Orden de san Francisco, es
representado con un perro que lleva un pan en la boca y mostrando las llagas
recuerdan su peregrinaje por toda Italia curando a los enfermos de la peste.
Por ello es el protector de hospitales y cofradías dedicados al cuidado de las
epidemias. Son tantos los pueblos que están bajo su patrocinio que es el
protector habitual de peregrinos, enfermeros, cirujanos –además de los perros–.
San Quirino de Neuss, remedio frente a la
viruela
Aunque martirizado en la vía Apia romana, la población
alemana de Neuss acogió las reliquias de san Quirino. Además de las crónicas de
la muerte de este tribuno romano, tradicionalmente se le aplican algunos
milagros relacionados con la peste bubónica y la viruela –patronazgo que
comparte con san Matías–.
San Antonio abad, algo más que protector
de los animales
San Antón es una institución en lo que a monacato
primitivo y primeros compases de la vida religiosa se refiere. Este ermitaño
que llegó a los 105 años de edad, según la tradición, además de ser el
protector de los animales es el patrón de los afectados por enfermedades
infecciosas. A él se dirigen los amputados, los tejedores de cestas, los
fabricantes de cepillos, carniceros, enterradores, porquerizos… Entre las
infecciones relacionadas con las súplicas a san Antonio está los eczemas, la
epilepsia, la erisipela y las enfermedades de la piel en general.
Frente a las pandemias, san Edmundo mártir
Un clásico en la ayuda contra las pandemias es el rey
inglés san Edmundo, mártir del siglo IX. Su devoción está presente en las iglesias
católica, ortodoxa y anglicana. La defensa de su fe llevó a la muerte a este
sajón tras la invasión de los daneses. Ferviente admirador de los salmos, que
recitaba de memoria, protege no solo de las pandemias, sino también de la peste
y ayuda a las víctimas de la tortura.
Damián de Molokai y Luis Variara, ayuda
frente a la lepra
El mensaje de Jesús y su cercanía a los leprosos lo
representa de forma existencial san Damián de Molokai. Patrón de los leprosos,
de la enfermedad de Hansen, este misionero de los Sagrados Corazones belgas se
entregó completamente al cuidado en la isla que ha pasado a ser parte de su
nombre, en Hawai. Elegido “belga más grande de todos los tiempos” es implorado
por leprosos y enfermos de SIDA.
Encomiable es la dedicación, en Colombia, del
salesiano Luis Variara. Declarado beato por Juan Pablo II consiguió que
enfermas de lepra formasen parte de una congregación religiosa por primera vez,
las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y María. Su compromiso en un
leprosorio le costó enfrentarse a su institución y a la sociedad, pero su
entrega no fue en balde.
Pensando en los posibles transmisores del contagio
–parece que el coronavirus proviene de un murciélago–, el mártir san Trifón
protege con los chinches, los roedores y las langostas. Además, también santa
Teresa combatió los piojos y los chinches a base de coplillas al ‘Cristo de los
piojos’.
Las epidemias, en el origen de las
cofradías de Semana Santa
Las enfermedades que han azotado a las sociedades han
dado lugar a algunas cofradías y hermandades, también fueron el detonante de
procesiones extraordinarias o del indulto.
Ahora es el coronavirus, pero antes fue la peste o el
cólera. Las epidemias han sido noticia a lo largo de la historia en numerosas
ocasiones, incluso antes de que existieran las noticias como tales. Hoy la
respuesta está en la cienda, pero hace varios siglos las respuestas llegaban a
través de las creencias religiosas. La dimensión dolorosa de estas situaciones
hizo que se insistiera en la Pasión de Cristo y, en contrapartida, la
resurrección de Cristo se planteaba como una esperanza ante la alta tasa de
mortalidad.
A raíz de crisis de este tipo han surgido cofradías,
como la Hermandad de San Joaquín y de la Virgen de los Dolores de Zaragoza. Los
comerciantes de las calles de Escuelas Pías y de Cerdán (actual avenida de
César Augusto) son el germen de esta agrupación. En 1522 -año de su fundación-
se encomendaron a San Joaquín para pedir protección y le prometieron una
capilla si les libraba de la peste. "Habiéndonos visto libres todos los
que hicimos este voto, comerciantes y mercaderes de dicha calle, auxiliamos a
los enfermos de otras calles sin daño ni perjuicio alguno y, agradecidos a tan
singular beneficio, nos presentamos al Prior de Santo Domingo suplicándole nos
diera lugar para construir una capilla al Santo y fundóse allí una
cofradía". Así se referencia en los documentos que se conservan en el
archivo de la hermandad.
Entre los siglos XVII y XIX la ciudad también padeció
varias epidemias, según se refleja en las rogativas (oraciones públicas) que
llevó a cabo la Hermandad de la Sangre de Cristo de la capital aragonesa. Por
ejemplo, en 1688, 1868 o 1876. La última de ellas aconteció hace 135 años: en
1885 el Cristo de la Cama procesionó de forma extraordinaria para velar por el
futuro de la ciudad ante la epidemia de cólera.
El cólera llegó a Aragón en el verano de ese año,
según indica la Gran Enciclopedia Aragonesa (GEA), en concreto a Jaca, aunque
pronto se extendió por el resto del territorio. En Zaragoza se autorizó a los
alumnos sanitarios más excelentes para atender a enfermos y se tomaron medidas
en camposantos y colegios. Algo similar a los que acontece estas semanas.
La flagelación
"En el siglo XIV, en plena peste negra, surgió en
toda Europa una costumbre: la flagelación", apunta Jorge Gracia Pastor,
cofrade zaragozano. Los autocastigos que se provocaban por los caminos eran una
forma de "purgar pecados" (se entendía que los pecados eran la causa
de la peste), añade Gracia Pastor. En relación a este concepto nace una
tipología de cofradías, las conocidas como de sangre o disciplina pública.
La relación entre los episodios epidémicos y la Semana
Santa no solo son como medio de protección o lamento, sino que además las
cofradías intervenían en el cuidado y traslado de cadáveres. En 'Apuntes de
Alcañiz', obra de Eduardo Jesús Taboada que data de 1898, se lee que la
Hermandad del Santo Entierro de la localidad bajoaragonesa durante la epidemia
colérica trabajó "con entusiasmo" y que los hermanos tenían un
"turno riguroso para visitar enfermos".
El indulto
El privilegio del indulto, que todavía conservan
algunas hermandades españolas, también sitúan su origen en una epidemia. Era el
año 1795, con Carlos III en el trono, cuando la peste se extendió por Málaga.
Los presos de la cárcel cercana al convento donde se veneraba la talla de Jesús
el Rico solicitaron permiso para sacarla en procesión. Las autoridades no
aprobaron el permiso, sin embargo, escaparon de la prisión para acometer su
idea, procesionando con la imagen por las calles malagueñas más afectadas por
la epidemia. El desenlace del relato que apunta la Cofradía de Nuestro Padre
Jesús el Rico es que la peste "repentinamente desapareció". De ahí
que se apueste por indultar a reos de buen comportamiento.
¿Surgirá una nueva cofradía o tradición de esta crisis
del coronavirus?
Artículo
enviado por:
Jesús Manuel
Cedeira Costales.
Fuentes:
wikipedia.org
vidanuevadigital.com
heraldo.es
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