La modernidad ilustrada y de progreso siempre ha visto
con recelo las manifestaciones de la religiosidad popular, como algo anticuado,
símbolo de épocas pasadas, poco letrada … Ahora, últimamente, se le da una
categoría de “cultura popular”, pero silenciando los elementos religiosos.
También algunos planteamientos pastorales han querido hacer un catolicismo
racionalista y docto, lejos de los sentimientos y tradiciones del pueblo.
Por otra parte, el pasado 15 de marzo, vimos al Papa
que, en plena pandemia del Covid-19, caminaba solitario por las calles de Roma
para rezar y depositar un ramo de flores ante la Virgen Salus Populi Romani,
protectora de Roma. Luego siguió peregrinando hacia la Iglesia de San Marcello
al Corso, para arrodillarse ante el Cristo milagroso que los romanos sacaron en
procesión durante la peste de 1522. Francisco es todo un ejemplo de buen
pastor, que siente y valora la piedad popular, que con estos gestos expresa lo
que nos dijo en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium: “Se trata de una
verdadera espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos. No está
vacía de contenidos…Es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse
parte de la Iglesia, y una forma de ser misioneros” (nº 124).
Ahora, en pleno siglo XXI, parecía que los avances
científicos iban a solucionar los grandes males. Sin embargo ocurre que una
pandemia no prevista hace tambalear todo el proceso de globalización de nuestro
mundo, en sus múltiples sectores. Se quiera reconocer o no, esto nos debería hacer
menos autosuficientes, más humildes. Así podremos aclarar nuestras mentes para
responder a los muchos interrogantes que nos hacemos los creyentes y hombres y
mujeres de buena voluntad, que deseamos encontrar un sentido a lo que está
pasando. Cuando vemos que los medios humanos están desbordados ante la
virulencia del coronavirus, ¿Qué hacemos? ¿Tenemos que admitir que sólo nos
queda la triste resignación?
¡No solamente de cosas materiales vivimos las
personas! (cf. Mt 4,4). La fe en Dios no quita nada a las ciencias de la salud,
pero puede ayudar mucho cuando nos estamos jugando la vida o la muerte. No
despreciemos o infravaloremos la fe de los sencillos y sus expresiones de
piedad porque consuelan, confortan, dan esperanza y crean fraternidad en
las más variadas situaciones límites que ha podido
vivir la humanidad. ¡Todas las ayudas son pocas en estos tiempos calamitosos!
La “mística popular”, a través las advocaciones
populares de Cristo, la Virgen y los Santos, se convierten en intercesores de
nuestra salud y bien morir. Así lo entiende nuestro pueblo, cuando rezan, hacen
una promesa o enciende una lámparilla a la Patrona de su pueblo o al Cristo de
su Cofradía. Ellos saben pasar del “amor a lo visible y llegar al amor de lo
invisible” (2Cor 4,18). Esto nos lo ratifica el Papa cuando dice: “Pienso en la
fe firme de esas madres al pie del lecho del hijo enfermo, que se aferran a un
rosario, aunque no sepan hilvanar las proposiciones del Credo, o en tanta carga
de esperanza derramada en una vela que se enciende en un humilde hogar para
pedir ayuda a María, o en esas miradas de amor entrañable al Cristo
crucificado” (EG 125).
+ Juan del Río Martín
Arzobispo Castrense de España
Artículo
enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
Jesús Manuel Cedeira Costales.
Fuente:
Texto de Juan
del Río Martín, Arzobispo Castrense de España
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