8 de diciembre de 2020
Hermano:
«Un Dios oculto que me ama. A Él le importa tanto lo que hay
en mí. Sólo quiere que mis deseos sean los suyos y mis intenciones sean sus
intenciones»
Asturias aplaza el plan de restricciones navideñas
«Tenemos que mirar las próximas fechas con una perspectiva
de cuál es nuestro contexto epidémico, que está en una situación muy
preocupante todavía»
La Alianza con María es mi camino de santidad. Mirarla a
Ella y confiar. Dejar allí mi corazón y recibir a cambio el suyo. Ese
intercambio tan desigual que a mí siempre me beneficia. Parece injusto, pero me
alegra. Puedo postrarme allí como hijo y descansar en sus brazos de Madre.
Siempre me está esperando, aunque yo lo dude. Porque aplico mis categorías tan
mundanas, tan humanas y temo el rechazo. Pienso que si llego sucio Ella no va a
querer cuidarme ni limpiar mis manchas. Esa forma de mirar la vida tan
limitada, tan pobre. María no es así. Se alegra simplemente al verme quieto en
la puerta, con pudor, con miedo. Me mira, me ama y se acerca hasta mí. Me
abraza con ternura y me levanta del suelo. Y en ese momento experimento su
misericordia. Me ama más que yo a mí mismo. Mucho más. Me sostiene cuando llego
roto. Me salva cuando estoy perdido. Me recuerda quién soy cuando yo me olvido.
Acaricia mis heridas cuando yo no sé curarme a mí mismo. Así es mi Madre que no
olvida que soy un niño herido. Y me mira con ese amor hondo que me recompone
casi sin darme cuenta. Me cobija en su alma como cuando estaba cobijado en el
seno de mi propia madre. Me siento en casa de nuevo, seguro. Es el punto de
partida de mi salvación. Siempre lo ha sido y lo vuelve a ser cada vez que
regreso buscando su encuentro. Es el gran misterio de Schoenstatt. Esa
presencia que todo lo transforma en mi vida. Quiero crecer en este camino de
entrega, profundizar en mi Alianza con María. A menudo me cuesta tanto
comprender y aceptar los planes de Dios. No sé lo que me pide y cuando algo
duro sucede en mi vida, no lo acepto. Miro el futuro y lo vivo con miedo y
angustia pensando en todo lo que puedo perder, en todo lo que puede salir mal.
Me cuesta tanto vivir con paz y alegría, cobijado en medio de la oscuridad de
la cruz. Tal vez la imagen de Dios que tengo grabada en mi corazón es la que me
asusta. Me da miedo acercarme demasiado a Él, no vaya a ser que me pida justo
lo que no quiero entregarle, esos planes a los que no quiero renunciar. En
épocas convulsas como la que vivo, se hace más acuciante un cambio de
perspectiva, una maduración en mi fe y en mi forma de entender la vida. La
crisis actual me confronta con mis límites. Miro a María que me espera como
siempre a la puerta de mi vida. Tengo muy claro que o paso mi vida anclado en
Dios y confiado, o me dejo llevar inerme, lleno de amargura, por la corriente
de la vida. «Si hemos puesto nuestra vida a entera disposición de nuestra
Madre, Ella, de modo similar, también se da totalmente a nosotros: su brazo
poderoso, el Niño en sus brazos, la lengua de fuego sobre su cabeza, en su oído
el Ave, en sus labios el Magníficat y la espada de siete filos en el corazón» .
María viene a mí para rescatarme. No me deja vivir con miedo, incapaz de tomar
decisiones. Ella me enseña a luchar por adquirir esa conformidad con la
voluntad de Dios que tanto bien me haría. Me gustaría decir lo que decía un
misionero en tiempos de dificultad: «¡Eso es justamente lo que yo quería!». No
lo es, pero cuando amo y soy amado, cuando estoy en paz con mi vida, la
realidad deja de ser algo violento, algo duro. Me adapto a lo que hay ante mis
ojos y saco de todo lo que sucede el mayor provecho. No me entristezco ya tanto
con las derrotas y las pérdidas. Y sé sacar del fracaso la mejor enseñanza. En
todo lo que me sucede, permitido o querido por Dios, saco provecho para la
vida. De un mal saco un bien. De una ausencia una ganancia. De una vida en la
precariedad un camino para crecer en santidad. El amor de Dios es tan grande,
el amor de María, que lo que me pasa tiene que ver siempre con mi felicidad
aunque en el momento me parezca todo lo contrario. María me ama y por eso
descanso en Ella, cobijado en su interior. Soy su hijo, su aliado. Le doy
anticipadamente mi «sí» a Dios a la hora de enfrentar la vida y todo lo que en
ella pueda sucederme. Digo que sí, que amo su camino, que soy feliz en lo que
me toca enfrentar. Le entrego de
antemano mi disposición a lo que pueda ocurrir. Pongo en sus manos mis miedos.
Me fío más de María, mi Madre, que de mí mismo.
Enviado por:
Jesús Manuel Cedeira
Costales.
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