El 13 de mayo de 1992, el Papa Juan Pablo II instituyó el 11 de febrero Jornada Mundial del Enfermo.
El 13 de mayo de 1992, el Papa Juan Pablo II instituyó el 11 de febrero Jornada Mundial del Enfermo.
MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA XXVI JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2018
Mater Ecclesiae: «Ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu madre.
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa» (Jn 19,26-27)
Queridos hermanos y hermanas:
La Iglesia debe servir siempre a los enfermos y a los que cuidan de ellos con renovado vigor, en fidelidad al mandato del Señor (cf.Lc 9,2-6; Mt 10,1-8; Mc 6,7-13), siguiendo el ejemplo muy elocuente de su Fundador y Maestro.
Este
año, el tema de la Jornada del Enfermo se inspira en las palabras que Jesús,
desde la cruz, dirige a su madre María y a Juan: «Ahí tienes a tu hijo... Ahí
tienes a tu madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa»
(Jn 19,26-27).
1.
Estas palabras del Señor iluminan profundamente el misterio de la Cruz. Esta no
representa una tragedia sin esperanza, sino que es el lugar donde Jesús muestra
su gloria y deja sus últimas voluntades de amor, que se convierten en las
reglas constitutivas de la comunidad cristiana y de la vida de todo discípulo.
En
primer lugar, las palabras de Jesús son el origen de la vocación materna de
María hacia la humanidad entera. Ella será la madre de los discípulos de su
Hijo y cuidará de ellos y de su camino. Y sabemos que el cuidado materno de un
hijo o de una hija incluye todos los aspectos de su educación, tanto los
materiales como los espirituales.
El
dolor indescriptible de la cruz traspasa el alma de María (cf. Lc 2,35), pero
no la paraliza. Al contrario, como Madre del Señor comienza para ella un nuevo
camino de entrega. En la cruz, Jesús se preocupa por la Iglesia y por la
humanidad entera, y María está llamada a compartir esa misma preocupación. Los
Hechos de los Apóstoles, al describir la gran efusión del Espíritu Santo en
Pentecostés, nos muestran que María comenzó su misión en la primera comunidad
de la Iglesia. Una tarea que no se acaba nunca.
2.
El discípulo Juan, el discípulo amado, representa a la Iglesia, pueblo
mesiánico. Él debe reconocer a María como su propia madre. Y al reconocerla,
está llamado a acogerla, a contemplar en ella el modelo del discipulado y
también la vocación materna que Jesús le ha confiado, con las inquietudes y los
planes que conlleva: la Madre que ama y genera a hijos capaces de amar según el
mandato de Jesús. Por lo tanto, la vocación materna de María, la vocación de
cuidar a sus hijos, se transmite a Juan y a toda la Iglesia. Toda la comunidad
de los discípulos está involucrada en la vocación materna de María.
3.
Juan, como discípulo que lo compartió todo con Jesús, sabe que el Maestro
quiere conducir a todos los hombres al encuentro con el Padre. Nos enseña cómo
Jesús encontró a muchas personas enfermas en el espíritu, porque estaban llenas
de orgullo (cf.Jn 8,31-39) y enfermas en el cuerpo (cf. Jn 5,6). A todas les
dio misericordia y perdón, y a los enfermos también curación física, un signo
de la vida abundante del Reino, donde se enjuga cada lágrima. Al igual que
María, los discípulos están llamados a cuidar unos de otros, pero no
exclusivamente. Saben que el corazón de Jesús está abierto a todos, sin
excepción. Hay que proclamar el Evangelio del Reino a todos, y la caridad de
los cristianos se ha de dirigir a todos los necesitados, simplemente porque son
personas, hijos de Dios.
4.
Esta vocación materna de la Iglesia hacia los necesitados y los enfermos se ha
concretado, en su historia bimilenaria, en una rica serie de iniciativas en
favor de los enfermos. Esta historia de dedicación no se debe olvidar. Continúa
hoy en todo el mundo. En los países donde existen sistemas sanitarios públicos
y adecuados, el trabajo de las congregaciones católicas, de las diócesis y de
sus hospitales, además de proporcionar una atención médica de calidad, trata de
poner a la persona humana en el centro del proceso terapéutico y de realizar la
investigación científica en el respeto de la vida y de los valores morales
cristianos. En los países donde los sistemas sanitarios son inadecuados o
inexistentes, la Iglesia trabaja para ofrecer a la gente la mejor atención
sanitaria posible, para eliminar la mortalidad infantil y erradicar algunas
enfermedades generalizadas. En todas partes trata de cuidar, incluso cuando no
puede sanar. La imagen de la Iglesia como un «hospital de campaña», que acoge a
todos los heridos por la vida, es una realidad muy concreta, porque en algunas
partes del mundo, sólo los hospitales de los misioneros y las diócesis brindan
la atención necesaria a la población.
5.
La memoria de la larga historia de servicio a los enfermos es motivo de alegría
para la comunidad cristiana y especialmente para aquellos que realizan ese
servicio en la actualidad. Sin embargo, hace falta mirar al pasado sobre todo
para dejarse enriquecer por el mismo. De él debemos aprender: la generosidad
hasta el sacrificio total de muchos fundadores de institutos al servicio de los
enfermos; la creatividad, impulsada por la caridad, de muchas iniciativas
emprendidas a lo largo de los siglos; el compromiso en la investigación
científica, para proporcionar a los enfermos una atención innovadora y fiable.
Este legado del pasado ayuda a proyectar bien el futuro. Por ejemplo, ayuda a
preservar los hospitales católicos del riesgo del «empresarialismo», que en
todo el mundo intenta que la atención médica caiga en el ámbito del mercado y
termine descartando a los pobres.
La
inteligencia organizacional y la caridad requieren más bien que se respete a la
persona enferma en su dignidad y se la ponga siempre en el centro del proceso
de la curación. Estas deben ser las orientaciones también de los cristianos que
trabajan en las estructuras públicas y que, por su servicio, están llamados a
dar un buen testimonio del Evangelio.
6.
Jesús entregó a la Iglesia su poder de curar: «A los que crean, les acompañarán
estos signos: […] impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos» (Mc
16,17-18). En los Hechos de los Apóstoles, leemos la descripción de las
curaciones realizadas por Pedro (cf. Hch 3,4-8)y Pablo (cf. Hch 14,8-11). La
tarea de la Iglesia, que sabe que debe mirar a los enfermos con la misma mirada
llena de ternura y compasión que su Señor, responde a este don de Jesús. La
pastoral de la salud sigue siendo, y siempre será, una misión necesaria y
esencial que hay que vivir con renovado ímpetu tanto en las comunidades
parroquiales como en los centros de atención más excelentes. No podemos olvidar
la ternura y la perseverancia con las que muchas familias acompañan a sus
hijos, padres y familiares, enfermos crónicos o discapacitados graves. La
atención brindada en la familia es un testimonio extraordinario de amor por la
persona humana que hay que respaldar con un reconocimiento adecuado y con unas
políticas apropiadas. Por lo tanto, médicos y enfermeros, sacerdotes,
consagrados y voluntarios, familiares y todos aquellos que se comprometen en el
cuidado de los enfermos, participan en esta misión eclesial. Se trata de una
responsabilidad compartida que enriquece el valor del servicio diario de cada
uno.
7.
A María, Madre de la ternura, queremos confiarle todos los enfermos en el
cuerpo y en el espíritu, para que los sostenga en la esperanza. Le pedimos
también que nos ayude a acoger a nuestros hermanos enfermos. La Iglesia sabe
que necesita una gracia especial para estar a la altura de su servicio
evangélico de atención a los enfermos. Por lo tanto, la oración a la Madre del
Señor nos ve unidos en una súplica insistente, para que cada miembro de la
Iglesia viva con amor la vocación al servicio de la vida y de la salud. La
Virgen María interceda por esta XXVI Jornada Mundial del Enfermo, ayude a las
personas enfermas a vivir su sufrimiento en comunión con el Señor Jesús y apoye
a quienes cuidan de ellas. A todos, enfermos, agentes sanitarios y voluntarios,
imparto de corazón la Bendición Apostólica.
Vaticano,
26 de noviembre de 2017.
Solemnidad
de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
Francisco
Artículo enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
Fuente:
https://w2.vatican.va
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