Este
mes hemos celebrado la fiesta de la
Candelaria. Y sentimos que esta fiesta recorre todo el mes. Tanto el nombre de Candelaria como el de Purificación tienen
su origen en la fiesta que celebra la Iglesia cuarenta días después del
Nacimiento de
Jesús, el 2 de febrero, como cierre del período navideño. Candelaria, viene del verbo
latino “Candere” que significa brillar por su blancura, estar blanco o
brillante por el
calor, arder. “Purificar” tiene en cambio su raíz en el griego “pur”
que significa fuego, el
fuego que todo lo purifica. Estamos hablando de una fiesta asociada a la purificación,
fiesta de la luz y del calor. La luz es
la presencia viva de Cristo en medio de su pueblo, por
eso nosotros, que hemos visto esa luz, podemos decir lo que decía Simeón en el Templo al ver
a Cristo:
“Ahora, Señor, tu promesa está cumplida: ya
puedes dejar
que tu siervo muera en paz. Porque he visto la salvación que has comenzado a
realizar ante los
ojos de todas las naciones, la luz que alumbrará a los paganos y que será la
honra de tu pueblo
Israel”. Lc 2, 29-32.
En esta fiesta recordamos a todos los que viven
consagrados
a
Dios, a todos los que mantienen encendida la vela que Dios encendió un día en
su
corazón
con la llamada. Pedimos por esa fidelidad al fuego que arde en nuestras vidas.
Es una
fiesta de Cristo pero María está en el
centro. Ella lleva en sus brazos la luz del
mundo,
el fuego que purifica. Ella abraza y entrega. Ella, Madre y Reina nuestra
se
convierte en camino para ser purificados y encontrar la luz que muestre
el
sentido. María lleva la luz de Cristo a miles y miles de corazones. Somos
testigos de esa vida que Ella regala al mundo. Su luz, su fuego, nos muestran
el sentido de nuestra vida.
Ella nos funde en el fuego
de Cristo, nos purifica en su presencia. Hoy volvemos la mirada a María. Hoy
nos adentramos en sus brazos de Madre.
Hoy,
como Ella, meditamos en nuestro corazón, las huellas que va dejando
Dios
en nuestro camino, para que no dejemos nunca la senda marcada. Hoy María sana
nuestras
heridas para hacernos instrumentos dóciles en sus manos, para anunciar que
su amor acoge, transforma y envía para dar luz al mundo. Hoy
María, que lleva la luz, a Cristo, nos mira y se
alegra, porque cuenta con nosotros
como instrumentos, porque sabe que puede enviarnos
donde hacemos falta.
Sin
embargo, esa luz que ha surgido para
alumbrar a todos los pueblos, esa luz que
es la presencia de Cristo en el mundo, no siempre es
luz para los que caminan en
tinieblas. Al
hombre le cuesta ver la luz y entonces siente suyas las palabras de Job:
“El
hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un
jornalero. Como el
esclavo,
suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son
meses
baldíos,
me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se
alarga la
noche
y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera,
y se
consumen
sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la
dicha”.
Job 7,1-4.6-7.
Son
palabras de desesperanza que muchos hombres, que no han visto la luz de Cristo
brillar, experimentan en sus vidas. Porque
el hombre a veces prefiere vivir como si Dios no existiera. Hoy miramos a María, a Cristo que es nuestro
fuego y nuestra luz, y les pedimos que nos enciendan, para poder llevar a
muchos el amor que ha sanado nuestras heridas.
Artículo enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales
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