La
Virgen se viste de hebrea siguiendo la tradición originada a principios del
siglo XX
Todo lo que rodea a la Semana Santa se caracteriza por
estar lleno de detalles que para algunos pueden pasar desapercibidos ante sus
ojos, detalles que pueden ser insignificantes y que sin embargo tienen
numerosas horas de trabajo a sus espaldas. Suele ser un mundo cargado de
tradiciones y costumbres, heredadas de siglos atrás y que nuestras hermandades
años tras años nos recuerdan. Con la llegada de la Cuaresma se repite uno de
los ritos más usuales y tradicionales de este tiempo de preparación. En el
interior de los templos, las imágenes de la Virgen de las respectivas cofradías
suelen vestirse con un atuendo especial alejado de los habituales, vestimenta
propia de este tiempo de preparación.
Estamos acostumbrados a ver a las Vírgenes ataviadas
con sus mejores galas durante la Semana Santa, para engrandecer la Imagen de la
Virgen en todo su esplendor. Pues bien, es gracias a la Cuaresma cuando la
imagen de la Virgen María se muestra más cercana a los devotos, sin joyas, sin
lujos, sin coronas, sin bordados... sin ningún elemento ostentoso, para
visualizarla de la misma forma en la que Jesucristo lo hizo antes de morir en
la cruz. Pocas cosas anuncian con tanta certeza la inminencia de la Semana
Santa como entrar en un templo y encontrar a una imagen de la Virgen vestida de
hebrea.
El origen de la vestimenta hebrea
El origen de esta manera de ataviar a nuestras
vírgenes se encuentra en Sevilla, a principios del siglo XX. Su ideólogo no
podría ser otro que Juan Manuel Rodríguez Ojeda, bordador y diseñador sevillano
y auténtico “creador” de la Semana Santa que hoy en día conocemos ya que con
sus obras revolucionó el mundo cofrade de principios de siglo XX. Rodríguez
Ojeda renovó, en gran parte, el estilo de las cofradías de la capital y su
modelo es el que se ha extendido por toda Andalucía y parte de España. La primera
de las imágenes que fue vestida de este modo fue la Virgen de la Hiniesta de
San Julián, en Sevilla, de la cual Juan Manuel era el vestidor, vestimenta que
posteriormente empleo en la Esperanza Macarena, la cual también lució este
singular atuendo. Con esta nueva forma de vestir a las imágenes de la Virgen,
Rodríguez Ojeda otorgo de mayor personalidad propia en su atavío, y así
perfecciono el atuendo de hebrea, haciéndolo mucho mas artificioso y
milimétrico.
La vestimenta de hebrea, pese a que puede ofrecer
distintas variaciones de colores o tejidos, suele presentar normalmente un
manto azul en raso, que puede ser en todos más claros, dando así un poco de más
alegría, o en tonos oscuros, lo que da recogimiento y elegancia a la Dolorosa
que lo porta. También en lugar del raso, se está utilizando últimamente el
terciopelo, que un tejido de más calidad. Es característico también que el
forro del manto sea en color blanco, por lo que al colocarlo, el doblez
destaque como una franja blanca sobre la cabeza y los hombros de la Virgen. En
cuanto al color de la saya, siempre se usa el rojo, y al igual que el manto, se
emplea en tonos claros u oscuros dependiendo de la seriedad y carácter que se
le quiera dar a la hermandad.
Para la confección del tocado de hebrea, Rodríguez
Ojeda pensó que las Dolorosas tenían que ir lo más simples posibles, ya que lo
que la vestimenta quiere representar es a la Virgen humilde y sencilla, como
una mujer hebrea, por ello, los tocados de hebrea son siempre de telas lisas y
sin adornos, como el tul, o el raso blanco, el cual se puede poner de forma
aireada, dejando ver el pelo y las orejas de la imagen, o más recogido,
ajustándose a la cara. Raras veces se usan encajes o mantillas ricas en diseño
y elaboración, ya que como se comenta, se debe ataviar a la imagen de la forma
más sencilla.
En la vestimenta de hebrea, quizá lo más
característico sea el cinturón o fajín que la imagen luce en su cintura. Para
ello, Rodríguez Ojeda buscó una tela llamativa, a rayas de colores, que
combinaba perfectamente con el manto azul y la saya de color rojo, y que ha
perdurado hoy día en el tiempo, ya que actualmente son muchos y muy vistosos
los fajines de colores que las Vírgenes suelen lucir durante la vestimenta de
hebrea. Por último, la imagen lleva sobre sus sienes una diadema de metal con
doce estrellas. El conjunto recuerda la Inmaculada Concepción de la Virgen, no
sólo por las doce estrellas, sino también por el colorido, ya que el rojo
jacinto y el azul cobalto eran los colores inmaculistas originales.
Pese a que muchos consideren la usanza hebrea como una
forma de representar la vestimenta de la época o bien para simbolizar la
humildad de María Santísima, lo cierto es que Juan Manuel creó esta nueva forma
de vestir a las dolorosas, debido ante la escasez de ajuar con que contaba la
Virgen de la Hiniesta. Al parecer Rodríguez Ojeda hizo pruebas para el
rostrillo con un papel de seda como el que utilizaba para el diseño de sus
bordados. La costumbre se generalizó a partir de los años 50, alcanzando hoy a
la práctica totalidad de las Dolorosas. Sin saberlo, o quién sabe, Rodríguez
Ojeda creó en 1925 la vestimenta que posteriormente se le llamaría “de hebrea”.
Así, desposeídos de casi todo, como la simpleza de una
Virgen vestida de hebrea debemos adentrarnos en la Cuaresma, con la sencillez
como elegancia, mirando hacia el interior, como la Virgen mira a la corona de
espinas que sostiene entre sus manos.
La Cuaresma se
caracteriza por estar llena de detalles, tradiciones y costumbres, heredadas de
siglos atrás y que las hermandades año tras año recuerdan. Con la llegada de la
Cuaresma, se repite uno de los ritos más usuales y tradicionales de este tiempo
de preparación. En el interior de los templos, las imágenes de la Virgen de las
respectivas cofradías suelen vestirse con un atuendo especial, singular y
distinto alejado de los habituales, vestimenta propia de este tiempo de
preparación que indica que un nuevo tiempo comienza. La imagen de la Virgen
María se muestra más cercana a los devotos, sin ningún elemento ostentoso, para
visualizarla de la misma forma en la que Jesucristo lo hizo antes de morir en
la cruz. La cercanía de la Semana Santa se anuncia en los templos cuando la
Virgen María viste de hebrea.
El origen de esta
manera de ataviar a nuestras vírgenes se encuentra en Sevilla, a principios del
siglo XX. Su ideólogo fue Juan Manuel Rodríguez Ojeda, bordador y diseñador
sevillano cuyas obras revolucionó el mundo cofrade de principios de siglo XX.
Rodríguez Ojeda renovó, en gran parte, el estilo de las cofradías de la capital
y su modelo es el que se ha extendido por toda Andalucía y parte de España.
Juan Manuel Rodríguez Ojeda vistió por primera vez de hebrea a una Dolorosa en
aquella Cuaresma de la primera década del siglo XX, férreamente marcada por los
preceptos litúrgicos. En 1905 Rodríguez Ojeda es nombrado Teniente Hermano
Mayor de la Hermandad de la Hiniesta de Sevilla, encargándose de la confección
del manto y palio así como del arreglo de las imágenes titulares. La imagen de
María Santísima de la Hiniesta de la Iglesia de San Julián se presentó en la
Cuaresma despojada de sus atributos de reina y vestida concisamente, mediante
pliegos de papel, con un sencillo manto raso, un pobre sayal ceñido a la
cintura con faja, el rostro enmarcado por un velo plisado y nimbada con
estrellas como único atributo de santidad. Su atuendo se perfeccionó después
con mucho más artificio y milimétrico, otorgándole mayor personalidad propia.
Virgen de
la Hiniesta. Sevilla
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La Sevilla de entonces
era una ciudad fuertemente religiosa en lo espiritual y en lo social, donde la
liturgia traspasaba los muros de los templos para marcar la vida cotidiana,
implantando unos usos y costumbres que afectaban al ocio, al vestuario e incluso
a la gastronomía. En este sentido, era la Cuaresma uno de las épocas más
importantes, un periodo de oración y preparación, que consideraba la
conformación de un ambiente austero y el uso de determinados símbolos como la
mejor guía para los fieles. De esta manera, la sobriedad inundaba las
celebraciones religiosas y la decoración de los templos, donde se suprimían
flores, se silenciaba la música y se ocultaban los ornamentos más lujosos no
como señal de tristeza, sino como signo de disposición.
La obra de Juan Manuel
Rodríguez Ojeda evidencia que poseía un profundo conocimiento de los protocolos
de la liturgia y de su lenguaje simbólico. Se sabe que durante sus inicios en
el taller de las hermanas Antúnez fue instruido en iconografía sagrada, poseía
amistad con personalidades muy cultivadas dentro de la jerarquía eclesiástica
sevillana y la producción de ornamentos litúrgicos era una de las principales
especialidades de su taller. El artista, fuertemente imbuido del espíritu
barroco que influenció la composición y el contenido de sus obras, fue
consciente del papel pedagógico que el aderezo de las imágenes religiosas
poseía en una cofradía. Así pues, subrayando la máxima tridentina de utilizar
la ornamentación como elemento reforzador de los valores espirituales de las
imágenes, vistió a la Virgen con absoluta austeridad, acorde a los principios
cuaresmales. Ya no se mostraba como Reina de los Mártires en su condición de
Mater Dolorosa, sino que se presentaba en toda su dimensión humana como la
humilde Myriam de Nazaret, cumpliendo de este modo la proposición de la sagrada
liturgia cuaresmal que ve a María como modelo de discípulo entregado, que
escucha y sigue el camino de Cristo hacia el Calvario.
Aunque esta
indumentaria contaba con precedentes en los siglos XVIII y XIX, la redefinición
del prototipo de hebrea por parte de Rodríguez Ojeda se constituye ahora como
una creación genuina del diseñador, que descubre a Juan Manuel como un artista
conceptual. La usanza de hebrea no sólo fue un recurso estético, sino que fue
tomada como instrumento para recalcar la función ejemplarizante de la Virgen,
que, representada en su humana condición de discípula fiel y seguidora
peregrina del misterio de Cristo, se mostraba como el ideal de participación
litúrgica de la Iglesia en Cuaresma. El logro fue doble, pues paralelamente se
revalorizaba su figura en este período, significando su presencia en los cultos
de Cuaresma, un tiempo dedicado de lleno a Cristo que tan sólo la recordaba
durante la festividad de los Dolores el Viernes de Pasión.
La referencia directa
del modelo se halla en la escuela barroca sevillana, donde artistas, como
Murillo o Roldán, figuraban a la dolorosa ataviada con simples ropajes: vestido
burdeos, ceñidor, velo hebreo y manto azul. Se retomaba a una vertiente
iconográfica mariana de gran antigüedad encontrándose en las primitivas
pinturas bizantinas y paleocristianas que había sido perpetuada en las obras de
los grandes maestros de toda la historia, como Pedro de Mena, quien la plasmó
de forma sublime en sus famosas dolorosas. Según esta corriente, el color
granate era símbolo de realeza, apego y apuntaba a la sangre de la Pasión y
Muerte de Cristo, la faja o cinturón ceñido a rayas de colores representaba la
sujeción y obediencia, el velo blanco hace alusión a la dignidad de la mujer y
el azul del manto se ofrece como signo de pureza, verdad y amor celestial,
color frecuentemente empleado en las representaciones de la Virgen junto a
Cristo. Por último, la imagen lleva sobre sus sienes un aro de metal con doce
estrellas, lo que recuerda en su conjunto los colores y la forma en la que se
representaba antiguamente la Inmaculada Concepción de la Virgen.
Boí
Tahull-Cataluña. Románico
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Bartolomé Esteban Murillo, 1660. El velo cae sobre
el manto, adelantando la idea de colocar tocas sobremantos en algunas
imágenes.
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La idea fue acogida
inmediatamente por otras hermandades, ya que, a juzgar por la prensa de la
época, no eran pocas las dolorosas que durante los años veinte se presentaban
en Cuaresma vestidas a la hebrea, apelativo que ya era recogido en las crónicas
de Muñoz San Román para designar a este atuendo. La costumbre se generalizó a
partir de los años 50, y actualmente goza de muy buena salud, trascendiendo
desde a todo el ámbito nacional como uno de los signos inequívocos de la
Cuaresma. Algunas hermandades también visten a sus dolorosas de hebrea durante
la Navidad para representar la sencillez con la que María dio a luz al Niño
Jesús y en lugar del aro de estrellas usan diademas sobre sus sienes.
Así, desposeídos de
casi todo, como la simpleza de una Virgen vestida de hebrea debemos adentrarnos
en la Cuaresma, con la sencillez como elegancia, mirando hacia el interior,
como la Virgen mira a la corona de espinas que sostiene entre sus manos.
Artículo enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales
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-¿Por qué se viste a la Virgen de hebrea?
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