Octubre 25 de 2020
Hermano:
«Al mirar a Dios descubro conmovido su misericordia.
En mi miseria encuentro su mano protectora y me conmuevo. Entonces soy capaz de
empezar siempre de nuevo»
La situación es "crítica" por el aumento de
hospitalizados: 55 ingresos en planta y 7 en UCI. Los datos del covid en
Asturias: 8 muertos y 288 casos nuevos.
El Gobierno decreta nuevamente el estado de alarma
para toda España que entrará en vigor esta tarde.
La tristeza y el desaliento no me hacen bien, me
enferman, me paralizan. Frente a esa actitud pasiva y autocompasiva quiero ser
capaz de agradecerle a Dios por su perdón, por su mano protectora, por su
misericordia. Me vuelvo niño dependiente, frágil, predilecto. Niño protegido en
las manos de Dios. Creer en ese Dios es lo que me salva. El pecado que me aleja
realmente de Dios es otro. Leía el otro día: «Somos pecadores en la medida en
que nos cerramos a Dios como Padre, como gracia y como futuro último de nuestra
existencia. Y en la medida en que nos servimos de nuestro pequeño poder físico,
intelectual, económico, sexual, político, no para servir al hermano, sino para
utilizarlo, dominarlo y lograr nuestra felicidad a sus expensas». Ese pecado sí
me aleja de Dios. Es el de la prepotencia, el pecado del abuso. No es el pecado
que me hace sentirme pequeño, ese siempre me salva. Es el pecado del orgullo
que me lleva a dar la espalda a Dios y a los hombres. El pecado que me
convierte en una roca inabordable. Y me llena de frialdad y de odio. En este
pecado no toco el arrepentimiento. Ni experimento la humildad. Este pecado es
el que pone una barrera que me aleja del amor de Dios. No me dejo amar por Él y
vivo centrado en satisfacer mis deseos. Esta forma de vivir me enferma por
dentro y me incapacita para ser hijo. No lo quiero. Deseo desnudarme de mi
poder y mi orgullo. Servir con un alma grande la vida que se me confía.
El olvido y los cambios de ánimo no me ayudan en la vida. Me olvido de lo que me he propuesto cuando las cosas no van bien y pierdo la alegría o la confianza. Entonces dejo de oír la voz de Dios susurrándome al oído que me ama. Se me escapa el tiempo entre los dedos sin poder hacer nada. Pierdo la vida inútilmente dejando que se escape. Tomo propósitos que nunca cumplo. Me olvido de lo que he empezado a construir. Mi ánimo no es estable, no soy una roca en la que otros puedan descansar. Al comienzo tengo mucha fuerza y ganas de luchar. Con el paso del tiempo me desanimo, pierdo las fuerzas y la alegría. Los acontecimientos del día me turban, me quitan la serenidad, me entristecen, sin saber muy bien por qué ni cómo. Ahora estoy feliz, más tarde muy triste o enfadado. ¿Cómo soluciono esto? Leía el otro día: «Las personas que realmente se desestiman, se menosprecian, se malquieren, no suelen ser felices, pues no puede uno desentenderse u olvidarse de sí mismo». Creo que no es tan sencillo mantener el ánimo equilibrado amándome de forma correcta.
En mi corazón hay emociones que no controlo fácilmente. Me dicen que la emoción surge con la idea que está presente, grabada en mi corazón: «Las sensaciones se convierten en emociones cuando llegan a nuestra cabeza. Es decir, cuando las pensamos. Cuando las interpretamos en nuestra razón. Cuando las llenamos de sentido, más o menos conscientemente» . Sólo si logro cambiar esas ideas negativas que llevo dentro podré tener un alma más estable, con más paz. Necesito cambiarlas porque lo que pienso es la base sobre la que puedo levantar mi autoestima y sostener mi alma. Esas ideas son las que me construyen por dentro como persona. Es mi credo, aquello en lo que creo. Puede ser que alguien no me haya valorado en algún momento de mi vida. O al menos yo lo he percibido así. Y entonces queda grabado que no valgo. Ese pensamiento se queda dentro de mí. No soy valioso y nadie me valorará nunca. Esta idea negativa y falsa, grabada en mí con mucha fuerza, tiene un poder casi infinito. Es una creencia limitante que no me deja crecer. Entonces bastará con que alguien no me valore de nuevo por algo pequeño, incluso en algo poco importante, para que un sentimiento de tristeza invada todo mi ser. Quiero hacer desaparecer esa creencia que me limita tanto. Si lo consigo tendré más fuerza para enfrentar los contratiempos de la vida.
No pensaré que no soy valioso. Seré más firme, más roca, más estable. No me tambalearé con los primeros vientos que experimente en el camino. No me afectarán tanto las críticas ni los comentarios negativos. No creeré todo lo que me dicen, ya sea bueno o malo. Mi propio valor no depende de la mirada de los demás. Una rosa sigue siendo bella incluso aunque muchos ciegos no aprecien su valor. Para tener paz es importante conocerme bien, conocer mi alma, saber por qué reacciono de esta o de esta otra manera. Es necesario apreciar mis dones, lo que valgo y estar feliz de ser como soy. Así podré entender mejor mis motivaciones y conocer mis creencias limitantes. Podré ir introduciendo en mi corazón esas ideas que me dan paz reemplazando a esas otras ideas que me la quitan y me entristecen.
Ese camino
es largo. La autoeducación dura toda la vida. «Debemos autoeducarnos como
personalidades sólidas. Hace tiempo dejamos de ser niños pequeños. Entonces
permitíamos que nos guiaran las ganas y los estados de ánimo en nuestras
acciones. Ahora, sin embargo, debemos aprender a actuar guiados por principios
sólidos y claramente conocidos». Las bases sólidas de mi alma. No me dejo
llevar por el vaivén de las olas. No son los vientos los que marcan mi rumbo.
Yo sujeto el timón y la vela. No voy en la dirección que otros pretenden. No me
hundo en mi ánimo ante los tropiezos y caídas. Me mantengo firme en las manos
de Dios. Él me da mi valor. Él cree en mí por encima de todos mis miedos.
Enviado
por:
Jesús Manuel
Cedeira Costales.
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