1.
En la gloria de Dios Padre
Jesús descendió a los infiernos pero está sentado a la
derecha de Dios, el todopoderoso y único Santo que VIVE y reina en esa unidad
Trinitaria como afirmamos en el gloria: ''Tu solus Altissimus, Iesu Christe,
Cum Sancto Spiritu in gloria Dei Patris''. De forma solemne las campanas han
repicado en la noche santa de Pascua acompañando este solemne ''Gloria''
anunciando al mundo que Cristo ha salido glorioso del sepulcro: ¡ha resucitado!
También, junto a María, contemplamos los misterios gloriosos del Rosario.
Sin embargo, la expresión de ''gloria'' en el tiempo
litúrgico en el que entramos adoptará un puesto secundario; ahora será el
"¡Aleluya!" la exclamación cantada que unirá al pueblo fiel en la
alegría de la resurrección, la cual nos acompañará hasta la próxima cuaresma.
La exclamación ''Aleluya'' que compartimos con el
judaísmo -nuestros hermanos mayores en la fe - es una exclamación de alabanza a
Dios. Más fueron los primeros cristianos quienes ya en el primer siglo de vida
de la Iglesia ligaron esta palabra a la Pascua; es más, parece que en los
primeros siglos únicamente se cantaba el domingo propio de Resurección. No será
hasta el siglo VI cuando se introduzca en las celebraciones del resto del año
litúrgico, por decisión de San Gregorio Magno.
Aleluya, aleluya, alegrémonos y gocemos y démosle
gracias, Aleluya. El cántico en sí ya es una alusión al misterio que
celebramos, pero además, que estas palabras formen parte del último libro de la
Bíblia es otro detalle que invita a pensar que una vez que el mundo que
conocemos llegue a su fin, será cuando el triunfo pascual de Jesucristo cobre
su sentido pleno y absoluto sobre la almas buenas que creyeron y esperaron ser
participes de su gloria.
Se hizo popular hace años una frase del Padre Arrupe
que decía que la muerte del creyente era el último amén para este mundo y el
primer "aleluya" para el siguiente; frase ciertamente bella, pero que
no deja de ser un comentario coloquial a lo que ya San Agustín había dicho: los
que en la Tierra digan «Amén» para aceptar a Dios plenamente, en el Cielo dirán
«Aleluya» para cantar su gloria y su poder.
2.
Luz de nuestras oscuridades
El Cirio es un símbolo del cuerpo del Señor, glorioso
y resucitado. Por eso aparecen en él la Cruz y los clavos, pues la vida vino
por la muerte. Y los números del año presente están para que no perdamos de
vista que Él es el mismo ayer, hoy y siempre.
Los caminos de nuestra vida están cargados de
oscuridades y sólo Jesucristo luz del mundo que supera toda luz, puede sacarnos
de la penumbra. Lo lograremos no sólo dejándole entrar en nuestra vida sino
situándolo en el centro donde alumbre a todos y no debajo del celemín.
Estamos llamados a ser luz, pero jamás podremos con
nuestra luz propia poder llegar a desterrar tantas penumbras que nos rodean,
eso sólo se puede lograr con la luz de Cristo que la liturgia de exequias tan
bien resume al pedir: que su resplandor de ilumine nuestras tinieblas y alumbre
nuestra camino hasta que lleguemos a Él, claridad eterna.
La luz visible del Cirio pascual acompañará los
sacramentos que se celebran en las parroquias durante todo el año, más esta la
luz también está presente de forma indivisible en el corazón de muchísimos
creyentes. Ahí los Santos, los que mejor saben vivir las Pascua dado que viven
en estado de gracia, de cara a Dios ya aquí, y finalmente una vez terminado su
camino. Participan mejor esta fiesta no sólo por que están más cerca de Dios,
sino por que han dejado atrás la penumbra. Catalina de Siena comentaba: ''Si
sois sólo lo que tenéis que ser, prendereis fuego al mundo''. Y es que santidad
y alegría no dejan de ser dos rasgos totalmente pascuales.
Y así llega esta cincuentena, la fiesta de la luz, la
Resurrección florida; llamada para los no creyentes a creer y para los
creyentes como invitación a "resucitar" ya aquí en nuestra vida
mortal a la gracia que no sólo pasa por la confesión y la comunión para cumplir
con la Pascua, sino además en lo que en la vida espiritual se conoce como
conversión de costumbres. Como nos dice San Pablo: ''como Cristo resucitó de
entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una
vida nueva'' (Rom 6, 4).
3.
Frente al sepulcro las preguntas
Los grandes pensadores de los últimos siglos han
tratado de sentenciar de un modo u otro lo que ha supuesto la figura de Jesús
de Nazaret. El filósofo Ortega y Gasset reconocía que Jesucristo había ido
creando -en muchos aspectos- un nuevo pensamiento cuyo principio del amor al
enemigo aventajaba en mucho a los mismísimos griegos, a pesar de lo muy fino
que estos habían hilado en temas de pensamiento. Ortega escribió: “Yo no
concibo que ningún hombre, el cual aspire a henchir su espíritu
indefinidamente, pueda renunciar sin dolor al mundo de lo religioso; a mí, al
menos, me produce enorme pesar sentirme excluido de la participación en ese
mundo". Porque hay un sentido religioso, como hay un sentido estético y un
sentido del olfato, del tacto, de la visión.(...) Pues si hay un mundo de
superficies, el del tacto, y un mundo de bellezas, hay también un mundo, más
allá, de realidades religiosas.
El filósofo, que sólo se concebía a sí mismo y a sus
circunstancias, crítico, incrédulo pero sorprendido por el mensaje cristiano al
que tantas vueltas le dió, sabemos que murió besando por dos veces un
crucifijo, a la vez que pedía la gracia de creer.
Y es que sin duda el amor al prójimo, la otra
mejilla... son claves primordiales del mensaje que el Señor nos vino a traer;
sin embargo, todo ello queda incompleto si omitimos su Resurrección enfocada a
la nuestra, o dicho de otra forma más oracional: "la vida del mundo
futuro". La espera en la esperanza; la preparación para nuestro final
aquí, con lo que supone preparar la maleta espiritual no sólo de lo que Dios me
va examinar, sino de lo que me permitirá ser digno o nó de sentarme en el
banquete de su Reino, es invitación a mantener firme la balanza entre las obras
y oración.
De nada sirve tratar de imitar al maestro en todo y a
la vez no aceptar que es el Unigénito de entre los muertos, el Único que salió
de la fosa después de haber bajado a ella. Siempre ante el sepulcro el hombre
se topa con las preguntas a las que autónomamente tendrá que dar respuesta.
Creer que no es Dios de muerte y de muertos sino que está vivo; Él vive y nos
ofrece vivir plenamente. Ciertamente, ''este es el día en que actuó el Señor,
sea nuestra alegría y nuestro todo gozo" (Sal.117). Hoy caemos en la
cuenta de que sólo por el sepulcro vacío cobra sentido nuestra existencia. Es
esta Octava de Pascua un tiempo apropiado para ir al cementerio, pues esto no
puede limitarse al mes de Noviembre, ahora es el mejor momento para
interiorizar junto a los sepulcros de los seres queridos la verdad que la Iglesia
en su liturgia y doctrina, por medio de la Palabra de Dios, nos transmite en
las próximas semanas. La liturgia bizantina de este día dice textualmente:
''con su muerte ha vencido a la muerte.Y a los muertos ha dado la vida''. Y es
que en Cristo se ancla nuestro sentimiento de vivir eternamente, sólo por Él
con Él y en Él.
Artículo
enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales
Fuente:
Texto de Rodrigo Huerta Migoya
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