Entre los ejercicios de piedad con los que los fieles veneran la Pasión del
Señor, hay pocos que sean tan estimados como el Vía Crucis. A través de este
ejercicio de piedad los fieles recorren, participando con su afecto, el último
tramo del camino recorrido por Jesús durante su vida terrena: del Monte de los
Olivos, donde en el "huerto llamado Getsemani" (Mc 14,32) el Señor
fue "presa de la angustia" (Lc 22,44), hasta el Monte Calvario, donde
fue crucificado entre dos malhechores (cfr. Lc 23,33), al jardín donde fue
sepultado en un sepulcro nuevo, excavado en la roca (cfr. Jn 19,40-42).
Un testimonio del amor del pueblo cristiano por este ejercicio de piedad
son los innumerables Vía Crucis erigidos en las iglesias, en los santuarios, en
los claustros e incluso al aire libre, en el campo, o en la subida a una
colina, a la cual las diversas estaciones le confieren una fisonomía sugestiva.
El Vía Crucis es la síntesis de
varias devociones surgidas desde la alta Edad Media: la peregrinación a Tierra
Santa, durante la cual los fieles visitan devotamente los lugares de la Pasión
del Señor; la devoción a las "caídas de Cristo" bajo el peso de la
Cruz; la devoción a los "caminos dolorosos de Cristo", que consiste
en ir en procesión de una iglesia a otra en memoria de los recorridos de Cristo
durante su Pasión; la devoción a las "estaciones de Cristo", esto es,
a los momentos en los que Jesús se detiene durante su camino al Calvario, o
porque le obligan sus verdugos o porque está agotado por la fatiga, o porque,
movido por el amor, trata de entablar un diálogo con los hombres y mujeres que
asisten a su Pasión.
En su forma actual, que está ya atestiguada en la primera mitad del siglo
XVII, el Vía Crucis, difundido sobre todo por San Leonardo de Porto Mauricio
(+1751), ha sido aprobado por la Sede Apostólica, dotado de indulgencias y
consta de catorce estaciones.
El Vía Crucis es un camino trazado por el Espíritu Santo, fuego divino que
ardía en el pecho de Cristo (cfr. Lc 12,49-50) y lo impulsó hasta el Calvario;
es un camino amado por la Iglesia, que ha conservado la memoria viva de las
palabras y de los acontecimientos de los último días de su Esposo y Señor.
En el ejercicio de piedad del Vía Crucis confluyen también diversas
expresiones características de la espiritualidad cristiana: la comprensión de
la vida como camino o peregrinación; como paso, a través del misterio de la
Cruz, del exilio terreno a la patria celeste; el deseo de conformarse
profundamente con la Pasión de Cristo; las exigencias de la sequela Christi,
según la cual el discípulo debe caminar detrás del Maestro, llevando cada día
su propia cruz (cfr. Lc 9,23)
Por todo esto el Vía Crucis es un ejercicio de piedad especialmente
adecuado al tiempo de Cuaresma.
Para realizar con fruto el Vía
Crucis pueden ser útiles las siguientes indicaciones:
- la forma tradicional, con sus catorce estaciones, se debe considerar como
la forma típica de este ejercicio de piedad; sin embargo, en algunas ocasiones,
no se debe excluir la sustitución de una u otra "estación" por otras
que reflejen episodios evangélicos del camino doloroso de Cristo, y que no se
consideran en la forma tradicional;
- en todo caso, existen formas alternativas del Vía Crucis aprobadas por la
Sede Apostólica o usadas públicamente por el Romano Pontífice: estas se deben
considerar formas auténticas del mismo, que se pueden emplear según sea
oportuno;
- el Vía Crucis es un ejercicio de piedad que se refiere a la Pasión de
Cristo; sin embargo es oportuno que concluya de manera que los fieles se abran
a la expectativa, llena de fe y de esperanza, de la Resurrección; tomando como
modelo la estación de la Anastasis al final del Vía Crucis de Jerusalén, se
puede concluir el ejercicio de piedad con la memoria de la Resurrección del
Señor.
Los textos para el Vía Crucis son innumerables. Han sido compuestos por
pastores movidos por una sincera estima a este ejercicio de piedad y
convencidos de su eficacia espiritual; otras veces tienen por autores a fieles
laicos, eminentes por la santidad de vida, doctrina o talento literario.
La selección del texto, teniendo presente las eventuales indicaciones del
Obispo, se deberá hacer considerando sobre todo las características de los que
participan en el ejercicio de piedad y el principio pastoral de combinar
sabiamente la continuidad y la innovación. En todo caso, serán preferibles los
textos en los que resuenen, correctamente aplicadas, las palabras de la Biblia,
y que estén escritos con un estilo digno y sencillo.
Un desarrollo inteligente del Vía Crucis, en el que se alternan de manera
equilibrada: palabra, silencio, canto, movimiento procesional y parada
meditativa, contribuye a que se obtengan los frutos espirituales de este
ejercicio de piedad.
Artículo enviado por: Jesús Manuel
Cedeira Costales
Fuente:
piedadpopular.blogspot.com
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