Muchos conocen los dolores de Nuestra Señora, pero ¿y sus
alegrías?
Sin embargo, pocos conocen bien sus siete alegrías, que
componen una tradición igual de antigua. Los franciscanos han contribuido a
preservar esta tradición a lo largo de los siglos gracias a su “rosario”,
llamado Corona Franciscana.
Hay una historia que dice que esta corona nació cuando la
Virgen María se apareció a un joven novicio franciscano en el siglo XV y “le
enseñó que, rezando diariamente un rosario de siete decenas en honor a sus
siete alegrías, podría tejer una corona que sería más de su agrado [de la
Señora] que el material ramo de flores”.
Las siete alegrías que se meditan durante la Corona
Franciscana son similares a los cinco Misterios Gozosos del Rosario.
La Corona de las Siete Alegrías de la Virgen María, también
llamada Rosario Franciscano, surgió a principios del siglo XV en Italia, en la
época de san Bernardino de Siena (1380-1444). En esta oración, los franciscanos
recuerdan las alegrías de Nuestra Señora.
Según una antigua tradición, antes de su Asunción de los
cielos, María vivió 72 años en la Tierra. Por eso, en la Corona de las Siete
Alegrías rezamos dos Avemarías antes de las siete decenas para completar un
Avemaría por cada año de vida de nuestra Madre del cielo.
Introducción.
Dios mío, ven en mi auxilio.
Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en
el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Se reza el Credo, un Padrenuestro y 2 Avemarías.
Primera
alegría de María: El ángel Gabriel le anuncia el nacimiento de Jesús.
– Lc 1,30-31.38 y reflexión
– Padre nuestro, 10 avemarías y gloria
Oh María, Virgen de la escucha, tú eres la llena de gracia,
tú eres la humilde esclava del Señor.
Tú has dado libremente tu sí al anuncio del ángel
y te has convertido en madre del Hijo de Dios hecho hombre.
Enséñanos a decir siempre sí al Señor, aunque nos cueste.
Segunda
alegría: María visita a su pariente Isabel.
– Lc 1,39-42 y reflexión
– Padre nuestro, 10 avemarías y gloria
Tú, María, madre del Señor, llevando a Jesús, que ha tomado
cuerpo
en ti, vas a visitar con gozosa premura a la anciana prima
Isabel,
para ponerte a su servicio. A tu saludo, su hijo es
santificado
por la presencia del Salvador. Enséñanos, Madre de Dios,
a anunciar y llevar siempre a Jesús a los demás.
Tercera
alegría: Jesús, Hijo de Dios, nace de la Virgen María.
– Lc 2,6-7 y reflexión
– Padre nuestro, 10 avemarías y gloria
Oh María, madre siempre Virgen, en la pobreza de una cueva
has dado a luz a Jesús, venido al mundo para nuestra
salvación.
Tú adoras como Hijo de Dios al que has engendrado.
Guíanos por el camino de una fe viva en Jesús, nuestro Señor
y Salvador.
Cuarta alegría:
Unos magos de Oriente adoran al niño Jesús en Belén.
– Mt 2,1.11 y reflexión
– Padre nuestro, 10 avemarías y gloria
Oh María, pobre y humilde de corazón, enséñanos a no juzgar,
sino a confiar únicamente en la misericordia de Dios,
que no hace distinción de personas. Porque, si nuestra fe
no se traduce en obras, muchos “magos” nos irán por delante
en el reino de los cielos.
Quinta
alegría: María y José encuentran al niño Jesús en el Templo.
– Lc 2,43.46.48-49 y reflexión
– Padre nuestro, 10 avemarías y gloria
Oh María, Virgen del silencio, tú saltas de gozo al
encontrar
a Jesús en el templo de Jerusalén, y adoras el misterio
del Hijo de Dios Creador, que en Nazaret vive obediente a
sus criaturas.
Enséñanos a buscar siempre a Jesús y a vivir en su obediencia.
Sexta
alegría: Jesús resucita victorioso de la muerte y se aparece a los suyos.
– Hch 1,14; 2,1-4 y reflexión
– Padre nuestro, 10 avemarías y gloria
Oh María, fuente del gozo, tú eres la madre del Señor
resucitado.
Él es quien ha vencido la muerte. El es nuestra esperanza
en el camino de la vida. Enséñanos, María, a vencer la
muerte del
egoísmo, para vivir en la resurrección del amor.
Séptima
alegría: María es elevada al cielo y coronada como reina y primicia de la
humanidad redimida.
– Ap 11,19; 12,1 y reflexión
– Padre nuestro, 10 avemarías y gloria
Oh María, Reina de los ángeles y de los santos, coronada
de gloria y honor en el gozo sin fin del paraíso,
tú brillas delante de nosotros como estrella de la mañana.
Enséñanos, Madre, a caminar por el mundo con la mirada
puesta
allá donde está el gozo auténtico y definitivo.
Letanías de
nuestra Señora
Se recitan las letanías lauretanas u otras semejantes.
Saludo a la
Virgen
Se puede decir la Salve, o el siguiente Saludo de San
Francisco:
Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios,
que eres Virgen hecha Iglesia,
y elegida por el Santísimo Padre del Cielo,
consagrada por él con su santísimo Hijo amado
y el Espíritu Santo Paráclito,
en la que estuvo y está toda la plenitud de la gracia, y
todo bien.
Salve, palacio suyo; salve, tienda suya;
salve, casa suya, salve, vestidura suya;
salve, sierva suya; salve, madre suya,
y todas vosotras, virtudes santas, que por la gracia y la
iluminación
del Espíritu Santo sois infundidas en el corazón de los
creyentes,
para que de infieles se vuelvan fieles a Dios.
Conclusión.
Oremos: Oh Dios, que en la gloriosa resurrección de tu Hijo
has devuelto la alegría al mundo entero, concédenos por intercesión de la
Virgen María poder gozar de las alegrías sin fin de la vida eterna. Por Cristo
nuestro Señor.
Amén.
Artículo
enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales.
Fuente: Aleteia.
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