Concluida la celebración de la Vigilia de la Pascua de
Resurrección, comienza el Tiempo de Pascua, que conmemora la Resurrección y
glorificación de nuestro Señor Jesucristo, la donación del Espíritu Santo y el
comienzo de la actividad de la Iglesia, al tiempo que anticipa en nuestros días
la gloria eterna que alcanzará su plenitud en la consumación de los siglos.
El
tiempo pascual está formado por la "cincuentena pascual" o cincuenta
días que transcurren entre el domingo de Resurrección y el domingo de
Pentecostés, y en cierto modo constituyen "un solo y único día
festivo": el gran domingo (SAN ATANASIO, Epist. Fest. 1).
El
origen de la cincuentena pascual se confunde con la celebración anual de la
Pascua: al principio, la Pascua apareció como una fiesta que se prolongaba
durante cincuenta días. A partir del siglo IV d. C. la unidad pascual se
fragmentó, cuando comenzaron a celebrarse de modo histórico las acciones
salvíficas divinas.
Los ocho
primeros días de la cincuentena forman la octava de Pascua, que se celebra como
solemnidad del Señor. Esta semana -in albis, como se denomina en el rito
romano- surgió en el siglo IV por el deseo de asegurar a los neófitos una
catequesis acerca de los divinos misterios que habían experimentado. El domingo
que cierra la semana, el octavo día, constituye el día más solemne del año
litúrgico después del domingo de Resurrección. Como explica Benedicto XVI
"Hoy domingo concluye la Octava de Pascua, como un único día "hecho
por el Señor", marcado con el distintivo de la Resurrección y por la
alegría de los discípulos al ver a Jesús. Desde la antigüedad este domingo se
llama in albis, del nombre latino alba, dado por la vestidura blanca que los
neófitos llevaban en el Bautismo la noche de Pascua, y que se quitaban después
de ocho días" (Homilía 21 Domingo de Pascua, 11.IV.2010)
La
celebración del día conclusivo del Tiempo Pascual, Pentecostés, nació a finales
del siglo III. Esta fiesta, que en su día conmemoraba la semana de semanas
pascual, surgió por influencia de la fiesta judía homónima. En el siglo IV, la
fiesta poseía un doble contenido celebrativo: Ascensión del Señor y descenso
del Espíritu Santo, como se advierte en los testimonios de la Iglesia de
Jerusalén. Sin embrago, poco a poco, el proceso de historificación litúrgica de
los hechos salvíficos de Cristo, llevó a algunas iglesias a dividir la fiesta,
celebrando la Ascensión el día cuarenta después de Resurrección.
Por
último, en los siglos VII-VIII, la Iglesia romana añadió a la fiesta de
Pentecostés una octava, como réplica a la octava de Pascua. El origen de esta
institución, que rompe la cincuentena pascual, se encuentra en la necesidad de
una catequesis para aquellos que habían sido bautizados en el día de
Pentecostés. Esta octava fue suprimida por la reforma del Calendario
actualmente en vigor, ya que oscurecía el simbolismo del tiempo de Pascua.
Los
textos de la fiesta de la Ascensión recuerdan el hecho histórico de la subida
de Cristo a los cielos, a la vez que fundamenta la esperanza en la segunda
venida del Señor y la exaltación gloriosa del hombre. La fiesta de Pentecostés,
por su parte, muestra la íntima relación entre la Resurrección de Cristo y la
venida del Espíritu Santo: todo el tiempo de Pascua es considerado como tiempo
del Espíritu. Queda así remarcado el carácter unitario de toda la celebración
pascual (muerte, resurrección, ascensión de Cristo y venida del Paráclito,
momentos de un único misterio salvífico divino).
Los tres
primeros domingos se leen los Evangelios de las apariciones del Señor
resucitado; mientras el cuarto se reserva a la parábola del Buen Pastor y los
restantes al discurso sacerdotal de Cristo después de la Última Cena, tal y
como vienen recogidos en el texto de San Juan. Las lecturas no evangélicas
dominicales están tomadas del Nuevo Testamento: así, la primera lectura recoge
los Hechos de los Apóstoles, mientras la segunda se dedica a la I Epístola de
San Pedro, a la I Epístola de San Juan y al Apocalipsis.
De este
modo, el Tiempo de Pascua subraya la renovación bautismal de la vida cristiana,
en continuidad con la novedad del acontecimiento de la Resurrección. La Iglesia
se ve a sí misma como presencia ininterrumpida de Cristo, movida por el
dinamismo del Espíritu, en camino hacia su verdadera patria, con la segunda y
definitiva venida de Cristo.
Durante
el tiempo de Pascua, los cristianos recordarán que la vida nueva iniciada con
la celebración de los misterios pascuales debe perpetuarse durante toda su
existencia. En medio de las circunstancias ordinarias, los fieles descubrirán
la presencia del Señor resucitado que les llama a ser testigos y dar testimonio
de su paso entre los hombres.
El
Tiempo pascual comienza el domingo de Pascua y termina el domingo de
Pentecostés. La primera semana constituye la octava de Pascua y se celebra como
solemnidad del Señor. En los lugares donde no pueda celebrase en jueves, la
Ascensión del Señor se traslada al domingo VII de Pascua. Los domingos de
Pascua tienen precedencia sobre todas las fiestas del Señor y solemnidades, que
serán trasladadas al lunes siguiente. Durante el tiempo de Pascua se utiliza el
color blanco.
Artículo
enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales
Fuente.:
http://www.primeroscristianos.com
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