Sabemos que el Nuevo Testamento utiliza distintas
imágenes para que podamos comprender mejor quién es Jesús. El Domingo de Ramos
nos deteníamos en la contemplación de Jesucristo como rey. Varias veces se
habla del Salvador como cordero. En otros pasajes, el mismo Señor se considera
a sí mismo camino, verdad y vida. ¿Qué significado tiene, pues, mirar este
domingo a Cristo como buen pastor? La figura del pastor no es una novedad del
Evangelio. La tradición anterior hablaba con normalidad de la existencia de pastores,
algunos de los cuales, por ejemplo, Moisés y David, fueron llamados por Dios
para guiar al pueblo elegido. En realidad, el ambiente pastoril y agrícola de
tiempos de Jesús no era muy diferente del de los pueblos del Medio Oriente
durante la época en la que se había escrito el Antiguo Testamento.
Sin embargo,
para algunos, en pleno siglo XXI, la imagen del pastor podría considerarse
superada; no tanto por el contraste de nuestra sociedad con un pueblo ganadero,
sino porque el concepto de rebaño hoy puede haber adquirido unas connotaciones
peyorativas, al asociarse a un conjunto de personas sin voluntad ni capacidad
de decidir, que son guiadas por una voz que amenaza su libertad.
Nada más lejos
de la realidad. Basta con detenerse en tres puntos del Evangelio de hoy, para
verificar que no es esa la intención del Señor ni, por lo tanto, de la
tradición de la Iglesia, cuando ha adoptado el término pastor, para referirlo a
Jesucristo, o cuando, análogamente y en referencia a él, se habla de pastores
para designar a quienes están al frente del pueblo de Dios.
Entregar
la vida y conocer y amar a su pueblo
En primer lugar, el Señor señala que el buen pastor da
su vida por las ovejas. Escuchar esta afirmación en pleno tiempo pascual supone
reconocer a Jesucristo como aquel que ha entregado la vida: «Yo entrego mi vida
para poder recuperarla». Significa la implicación máxima de su persona en favor
de los hombres. Este ejemplo resuena cada vez que son ordenados presbíteros,
como pastores del rebaño de Dios, especialmente cuando esa celebración tiene
lugar en torno a este domingo. Por lo tanto, no se trata de dominar una masa de
personas, sino de comprometerse en cuerpo y alma con ellas. En este sentido,
cobra relevancia la segunda característica del Evangelio de este domingo sobre
el buen pastor: conocer a las ovejas.
Esta realidad nos habla de la relación
que nosotros establecemos con Jesucristo, vínculo que nos une también al Padre.
Pero también alude al conocimiento personal que la Iglesia pide a sus pastores.
La Biblia da a menudo al término conocimiento un valor más profundo, que va más
allá de ser consciente del nombre o de las condiciones o necesidades de una
persona o de una determinada comunidad: hace referencia al amor hacia esos
hombres, es decir, a una relación interior honda y a una aceptación del otro,
tal y como es. En tercer lugar, el pastoreo de Jesucristo constituye un
servicio a la unidad. No consiste exclusivamente en reunir al pueblo de Israel
disperso.
Cuando Jesús alude a «otras ovejas que no son de este redil» y de que
«habrá un solo rebaño y un solo Pastor», se está refiriendo a toda la humanidad
y a su llamada a salir a los caminos (Cf. Lc 14, 23). Así lo aclaran,
igualmente el resto de las lecturas de este día. No en vano la lectura del libro
de los Hechos de los Apóstoles dice que «bajo el cielo no se ha dado a los
hombres otro nombre por el que debamos salvarnos». Jesucristo, el buen pastor,
no nos ofrece únicamente una catequesis sobre cómo han de ser los pastores,
sino que, entregando su propia vida, conociendo y amándonos profundamente,
constituye el paradigma de quien guía a la Iglesia buscando siempre servir y no
ser servido.
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús: «Yo soy el Buen Pastor.
El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño
de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba
y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el
Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre
me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además,
otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y
escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. Por esto me ama el
Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita,
sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder
para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre».
Juan 10, 11-18
Artículo
enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales.
Fuente: Texto
de Daniel A. Escobar Portillo, Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
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