El nombre de Judas siempre ha sido sinónimo de traición, falsedad y maldad, algo usual después de leer las sagradas escrituras.
Y es que, Judas Iscariote fue, según la Biblia, el apóstol
que vendió a Jesucristo a los sacerdotes a cambio de unas meras monedas. Este
hecho, sucedido según la liturgia un Miércoles Santo como el de hoy, marcó
hasta tal punto a la cristiandad que ha sido imposible eliminar la connotación
negativa de este nombre.
Judas, el más malo de la película
A pesar de que Judas aparece nombrado en los cuatro
evangelios, es curioso que la Biblia no narre como fue llamado por Jesucristo
para formar parte de los 12 apóstoles iníciales (los elegidos para seguirle en
su predicación).
Por ello, y para conocer sus primeros pasos dentro del
grupo, es necesario remontarse a los textos recogidos por Juan.
Concretamente, lo que las escrituras dicen de Judas es que
era el tesorero de los apóstoles, es decir, el encargado de guardar el dinero
tanto de Jesús como de sus compañeros. Sin embargo, no parece que fuera un
ejemplo de honestidad, pues, según Juan, solía apropiarse del dinero común que
iba a ser entregado a los pobres.
Judas era un ladrón que robaba de la bolsa común de los
apóstoles
Juan no se deshace precisamente en elogios hacia su
compañero, de hecho, cuenta en su evangelio que, poco antes de la muerte de
Jesús, Judas mostró su verdadera cara al mundo. Al parecer, tras una cena,
María quiso lavar los pies del maestro con un frasco de nardo, un perfume
carísimo para la época.
«Judas, a pesar de haber motivos más que suficientes para
alabar a María (…) no pudo soportar que se echase a perder un perfume tan caro,
y dijo que con lo que valía podían haber resuelto las necesidades de muchos
pobres» determina Luis de la Palma en su libro «La Pasión del Señor».
Sin embargo, y según narra Juan en su evangelio, no hizo
esto porque «le importaran los pobres, sino porque era ladrón y, como llevaba
la bolsa, hurtaba de lo que le echaban en ella». «Por eso hubiera preferido que
el dinero que valía el perfume se echara en su bolsa», explica por su parte
Luis de la Palma.
La venta de Jesús
A su vez, según el autor, Judas llegó pronto a odiar a
Jesús, pues, mientras que él era un ladrón, su maestro predicaba a favor de la
pobreza y condenaba la codicia. «Endureció su corazón de tal manera que culpaba
al Señor de su propia inquietud y malestar, murmurando de El y censuraba todo
lo que hacía en vez de reconocerse a sí mismo culpable», añade el experto.
Judas encontró durante el Jueves Santo el momento perfecto
para vender a Jesús
Tal era su animadversión hacia Jesucristo que no tardó en
venderle a sus más terribles enemigos, los sacerdotes de la ciudad, durante una
reunión en el palacio de Caifás. «Judas (…) sabía que los fariseos buscaban a
Jesús para matarle, y pensó que no le convenía en esas circunstancias seguir
apareciendo como discípulo del Señor; así que decidió asegurarse, y ganar de
una sola jugada amigos poderosos y dinero», determina el escritor.
Tras negociar, Judas decidió definitivamente vender a su
maestro por 30 monedas alegando que merecía lo que estaban planeando hacer con
él. Desde aquel momento, según el evangelio de Mateo, estuvo siempre planeando
el momento oportuno para entregar a Jesús.
Una cena de despedida
Finalmente, Judas encontró durante el Jueves Santo el
momento perfecto para vender a Jesús: después de la que sería conocida como la
Última Cena. Concretamente, informó a los sacerdotes de que la persona a la que
él diera un beso sería a quien debían prender. El plan estaba en marcha.
Sin embargo, y según la Biblia, Jesús ya conocía entonces
sus intenciones. «El Señor tenía clavada en el corazón la pérdida de Judas y no
dejó escapar esta nueva ocasión, así que, para demostrarle su sentimiento, para
moverle a que se arrepintiera, (…) añadió (a sus apóstoles): “Vosotros estáis
limpios, pero no todos”», explica el experto en su libro.
Tras la cena, el final de Jesucristo ya había sido escrito.
Todo sucedió muy rápido mientras el maestro rezaba en un huerto cercano. En ese
momento, Judas se acercó, y, con un beso, le entregó. Por su fechoría cobró las
30 monedas prometidas.
Sin arrepentimiento, sin santidad
No obstante, y a sabiendas de que Jesús iba a ser
crucificado, Judas pronto se arrepintió de lo que había hecho e intentó ponerle
solución. «Devolvió a los sacerdotes su dinero, como si, por eso, ya no tuviese
él la culpa del daño que sufriese el Salvador», afirma el experto en su texto.
No fue suficiente, los sacerdotes ya habían decido la suerte de Jesús. Esto fue
demasiado duro para Judas que, tras arrojar delante de ellos las monedas, se
colgó de tal manera que cayó de cabeza y todas sus entrañas se desparramaron al
partirse su cuerpo por la mitad.
Para la cristiandad este fue el gran error pues, mientras
que otros apóstoles pidieron perdón a Jesús tras cometer todo tipo de actos
indebidos, Judas no se arrepintió verdaderamente. «Ya que conocía su culpa y le
pesaba haberla hecho, podía haberle dolido por amor al Señor. (…) pero como
hombre que siempre ha sido falso y mentiroso (…), no supo dar con el verdadero
camino. No le dolía haber ofendido a Dios, no deseaba enmendarse y servirle, su
arrepentimiento no le llevó a una verdadera penitencia sino a la desesperación.
(…) Le dolía por sí mismo, por haberse equivocado, porque los hombres iban a
odiarle, pero no por amor a Dios», sentencia el escritor.
Así, si el destino de Jesús estaba marcado antes de la cena,
el de Judas quedó grabado para siempre con este último acto. Y es que, al no
arrepentirse por su pecado «no subió al cielo» y, hasta hoy, no ha sido
declarado santo por la Iglesia.
Enviado por:
Jesús Manuel Cedeira
Costales.
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