Febrero de 2022
Hermano:
«Levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo»
«Necesito tocar la inmanencia de la carne y la trascendencia del espíritu. La generosidad de una vida entregada. Necesito ver en las personas más cercanas la huella de Dios»
Salud confirma cuatro nuevos casos de ómicron silenciosa.
Uno de los cuatro que se mantenían ayer en estudio ha sido descartado.
Los contagios apuntalan el descenso pero Asturias suma ocho muertes.
La tendencia a descender de los contagios se confirmó en el último balance de Salud con una una nueva cifra a la baja, 1.390 casos de coronavirus detectados en las últimas 24 horas, lejos del pico de los 3.000; pero con la suma de ocho nuevos fallecidos: dos mujeres de 89 y 94 años y seis hombres de 62, 63, 74, 77, 78 y 91 años.
En su balance, la Consejería indica que actualmente hay 443 pacientes hospitalizados con sospecha o confirmación de covid, de los que 401 están en planta y otros 42 permanecen ingresados en UC.
El amor crece desde la complementación. Dos personas se enamoran en sus diferencias. Aman lo que no poseen. Anhelan lo que no tienen. Al mismo tiempo el amor crece desde las semejanzas. Es difícil convivir con el que es totalmente distinto a mí. En aguas compartidas puedo sentirme más en casa. Pero son las diferencias las que me enriquecen y complementan. Tal vez porque no estoy completo y necesito que alguien, mirándome desde sus ojos, me haga ver lo que yo no veo y entender lo que no comprendo. Ese amor saca la mejor versión de mí. Ese es el amor que deseo. Esa mirada misericordiosa me quiere en mis límites y se enamora de mis preferencias. Aún así, no siempre amando lo que es diferente, me dejo complementar. En lugar de ayudar al nervioso a calmar sus pasos, lo acelero. En vez de calmar la ira del iracundo se la potencio. Entonces la complementación no sucede. Y no tiene lugar ese milagro del amor que tanto busco. Porque en las diferencias crezco, me enriquezco y soy mejor que antes. Dicen que el amor asemeja. «¿Qué produce el amor? Todas las virtudes brotan del amor. Si tengo amor, debo tener todas las demás virtudes. Lo entenderán mejor si les recuerdo la frase que dice: - Desde la perspectiva filosófica, el amor es la fuerza unitiva y asemejadora». Amando al que no es como yo me acabo pareciendo en algo al amado. Algo de su serenidad se mete en mi piel. Algo de su alegría o de su espíritu de servicio. Ya no sé si me asemejo sólo en lo bueno o también en lo malo. Puede que también su pereza se me contagie o su egoísmo. Porque el amor tiene ese poder inmenso. Por eso quiero amar y dejarme amar. Quiero amar en lo humano para ser más humano y más de Dios. Me gustaría entender los mecanismos del amor que brota dentro de mi alma. Aprender a descifrar ese lenguaje del amor por el que soy mejor haciendo mejor al otro. Es esa comunión la que sueña mi corazón roto, desunido y tensionado. Quizás encierra el amor una magia única o es el poder mágico del abrazo lleno de ternura que tengo dentro el que sana el alma. Hay cosas que aprendo casi por osmosis. Una forma de ver la vida, una mirada, una actitud, el gusto por ciertas cosas, la pasión por la vida. Se van pegando en el alma cuando mi amor por la persona amada toca mi corazón. Entonces me parezco más a quien amo. Porque me gusta lo que a él le gusta. O me fío tanto de sus criterios que acaban siendo los míos. Sin tener yo que anularme, simplemente mejorando o madurando. Adquiero otras opiniones que acaban siendo mías. Y ciertos gustos o aficiones que son los suyos, se convierten en los míos. Me enamoro de la vida que ven otros ojos. Y dejo atrás mis propias esclavitudes sólo por amar la libertad de la persona amada. Por eso es tan importante elegir bien a quien amo. Elijo a quien es mejor, para mejorar yo. Tantas veces fracasa el amor que no sabe elegir y elige lo que no le conviene. Entonces esa complementación en lugar de sacar lo mejor de mi alma acaba sacando el peor veneno que llevo dentro. Se potencia en mí lo que no me ayuda a amar mejor a otros con un alma más grande, con una mirada más alegre y abierta. Necesito que alguien me ayude a recomponer mis roturas, a sanar mis heridas, y a desarrollar esas potencialidades que corren el riesgo de morir sin haber visto la vida. El verdadero amor enaltece, levanta y enriquece. Hay otros amores enfermos, cerrados sobre sí mismos, que en su egoísmo sólo logran acentuar mis miserias y dejan salir mis pequeñeces. El amor con el que sueño es un amor que levanta mis pies de la tierra haciéndolos volar sobre las nubes. Es un amor diferente que me da paz en el alma. No me recrimina continuamente por lo que no doy, tal vez no lo tenga. No pretende que sea como nunca he sido. Y al mismo tiempo me anima a seguir siendo quien soy sin renunciar a mi yo auténtico. Acepta mis límites como parte de la realidad amada. No se escandaliza de mis caídas porque las presupone al amarme por completo. Y entiende que detrás de todos mis sueños se esconde un corazón noble que sólo quiere amar hasta el extremo. Así de fácil. Amar bien es lo que importa.
Hacer lo que Dios me pide no es tan sencillo. ¿Cómo sé lo que quiere de mí? ¿Cómo sé que lo que hago es lo que realmente Dios desea y no lo que yo mismo he buscado desde siempre de forma enfermiza? ¿Cómo puedo distinguir entre mis deseos ocultos bajo la piel y esa voluntad suya que pugna por abrirse paso entre las aguas de mis mares? «Mi corazón debe ser liberado, primeramente del apego desordenado a todas las cosas, y después sobre todo del apego desordenado a nosotros mismos». Los apegos son sutiles. No es tan sencillo ver mis dependencias. A veces, sí, es obvio, necesito ayuda para cortar las cadenas. Y si no pido ayuda seguiré a la deriva sin encontrar mi rumbo. Pero otras veces me lleno de miedo y no sé avanzar, no logro encontrar un camino seguro. No me separo de la tierra que me grita, suplica, llama a voces. Libre de apegos, libre de mí mismo. Desordenadamente. Como esa alma mía en la que los compartimentos están mezclados y confusos y no logro poner orden. No sé limpiar, ni ordenar, ni siquiera establecer prioridades. No logro mandar ni que mis órdenes sean escuchadas. Huyo de mí mismo en una lucha inútil por encontrar un camino, un sendero más fácil, más abierto. Hacer lo que Él me dice sería fácil si me lo dijera con voz clara. Pero no es tan evidente su llamada. Y yo he aprendido a amar la idea de Dios, no conozco del todo a la persona: «La mayoría de los hombres de hoy, también los que pueden hablar con entusiasmo sobre Dios, no aman en absoluto a Dios como persona, sino que aman una idea». No me enamoro de su carne en Jesús. No me he apropiado de su rostro. No he logrado tocar sus manos cálidas. Las ideas son más fáciles de manejar que las personas. Las ideas se adaptan a mis manos, a mis ojos, a mi piel. Las personas se alejan, superan mi mirada, desbordan mi imaginación. Más aún pasa con Dios. Es infinito y eterno. Desborda toda idea que tenga sobre Él. Quiero reducirlo a palabras y contenerlo en oraciones que lo expliquen. Como si fuera una teoría sacada de algún libro. O como si fuera producto de mis pensamientos. Un Dios maniatado, hecho a la medida de mis sueños. Para que no me defraude, para que no me escandalice. Si ato sus manos no hará cosas extrañas. Si sujeto su lengua no dirá nada inapropiado. Lo limito, lo sujeto. Mi Dios hecho a la medida de mis límites. Tiene tiempo, no es eterno. Y así me siento en paz y seguro. ¿Qué podrá mandarme hacer que yo no sepa? Lo he sometido, lo he limitado. Nada de lo que Él quiera escapará de mis capacidades. Un Dios hecho idea, limitado a un pensamiento, sujeto en una definición. Así, conciso y exacto, preciso y palpable. Hoy las palabras del profeta me conmueven: «Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles. Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Mira, yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte». Un Dios personal me ama como soy y me envía. Quiere hacerme plaza fuerte. Quiere revestirme de su poder. Y quiere que les diga que Él me manda. ¿Quién es Él en mi vida? ¿Lo ven o es a mí a quien ven? Me gustaría liberarme de tantos miedos que no me dejan ser libre. Tantos apegos que frustran mi grito de libertad. Tantas escaramuzas para evitar hablar a Dios cara a cara. Sujetando en la punta de mi pluma todos los mandatos posibles que he imaginado sin apenas oír su voz. Quiero hacer siempre lo que Él me pide. Pero no escucho su voz. Escucho más esa voz interior que desea lo que no me conviene y persigue lo que no me hace bien. Hago más caso a mi vanidad herida, a mi orgullo que pretender levantar fortalezas para proteger mi ego. Que no me mancillen, que no me hagan daño. Voy buscándome en todo lo que hago, digo, sueño o escribo. Como un náufrago que busca la isla de sus sueños en la que poder descansar. ¿Qué quieres de mí? Quiere que renuncie a mis planes para ser libre, para caminar sin rumbo, para perderme por un desierto oculto en medio de mil bosques. Me quedo quieto queriendo oír su voz. Una voz que me diga lo que tengo que hacer. Fácil o difícil. Renunciando a algo o aceptando el don de la vida. Atando cuerdas en medio de la selva. Buscando fuentes bajo la tierra excavada. Descubriendo pájaros que sueñan la luz del sol volando contra el viento. Y bajo mi piel ese picor extraño que desea abrirse paso hasta la superficie. El deseo de abrazar la vida y sujetar los frutos. El deseo de entregar el amor que llevo dentro sin pretender que me quieran en correspondencia. Amar y ser amado sin méritos, sin nada que justifique el amor que doy y recibo. Justo al revés de lo que decía Freud: «Si amo a alguien, es preciso que este lo merezca por algún título». Rotas mis cadenas Jesús sólo desea que ame sin que nadie lo merezca. Y que me quiera a mí mismo también sin merecerlo.
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