15 de noviembre de 2020
Hermano:
«Al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el
trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a
los segadores: Arrancad primero la cizaña»
«Un corazón vinculado, enraizado, atado a la vida
humana. Sin miedo a perder el tiempo, el alma y los sueños. Sin miedo a querer
con toda el alma, con toda la vida y para siempre»
Alerta máxima: El coronavirus marca un triple récord
negativo en Asturias.
La región roza los 800 contagios, suma 23 nuevos
muertos y eleva la tasa de positividad al 11,45% en las últimas 24 horas.
Me gusta pensar que el reino de Dios nace como la
semilla pequeña y se desarrolla en lo oculto. Hoy escucho: «El reino de los
cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es
la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se
hace un arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros a anidar en
sus ramas». Me gusta la pobreza de los comienzos. La semilla incipiente que
muere y da un brote tan pequeño que apenas puede verse. Parece imposible que de
una semilla pueda surgir un árbol. Parece todo tan débil. Me resulta
incomprensible que de lo pequeño pueda nacer lo más grande. ¿Es siempre así?
Los pequeños comienzos de las grandes obras. El reino de Dios actúa como la
levadura en la masa en manos de una mujer: «El reino de los cielos se parece a
la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina y basta para que
todo fermente». Es así siempre en los comienzos. Puede ser así en los momentos
en los que parece todo perdido en mi vida. «Nunca me encuentro más a gusto que
cuando la esperanza humana decae» . Son momentos en los que el desastre parece
inminente, el final de todo lo que había soñado. En ese momento se hace más
visible la presencia de Dios. Parece imposible que las cosas salgan bien de
acuerdo con categorías humanas. Pero no es así. La semilla pequeña tiene que
morir. La levadura tiene que hacer fermentar la masa y desaparecer. El Reino de
Dios crece por la noche sin que nadie lo vea. Las obras de Dios, que
aparentemente no son nada y parecen irrelevantes ante el poder del mundo con
todo su ruido. El poder de los poderosos parece insalvable para mi debilidad.
Sólo me queda confiar en que una fuerza superior a la mía irrumpirá en medio de
mi vida y hará un milagro. Así me siento yo en medio de la pandemia cuando veo
que mis seguridades han caído. ¿Qué me queda? Sólo confiar. O cuando veo que me
cuestionan verdades de mi vida que parecían inamovibles. Y cuestionan a los que
creo santos. Entonces levanto la mirada al cielo y confío. Vuelvo a confiar
mirando a María mi Aliada y espero de Ella la misericordia. ¿Cómo voy a dudar
de su poder en mi vida? «El que con todo
su ser y actuar por la alianza de amor se pone como instrumento en el campo del
juego divino. Ese se siente tanto mejor y más seguro en las manos de Dios
cuando todos los apoyos y esperanzas humanas se rompen. El egoísta yo se rompe
y le ha hecho sitio total al divino Tú (…). Dios toma el lugar que le
pertenece; es el águila que con sus alas fuertes lleva a los débiles polluelos
hacia el sol; es el imán que atrae toda la debilidad humana» . Me dejo llevar
en las alas del águila porque solo no puedo elevarme en las alturas. En las
alas del águila sólo aspiro a tocar el sol. Voy directo hacia el cielo. Me dejo
llevar y dejo de temer. No pongo mi confianza en mis propias fuerzas. La
semilla más pequeña dará como fruto un árbol inmenso. El poder del árbol nace
de una semilla insignificante. Para los hombres todo parece imposible. Pero
para Dios nada lo es. En momentos en los que caen mis esperanzas humanas, mis
planes mezquinos soñados en mi corazón. En esos momentos en los que me siento
abandonado, miro al cielo y miro a Dios. Mi esperanza está puesta en ese sol
que ilumina la oscuridad de mi camino. Nada temo.
Enviado
por:
Jesús Manuel
Cedeira Costales.
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