“Éste es aquel santísimo nombre anhelado por los
patriarcas, esperado con ansiedad, demandado con gemidos, invocado con
suspiros, requerido con lágrimas, donado al llegar la plenitud de la gracia”,
decía San Bernardino de Siena.
La palabra Jesús es la forma latina del griego
“Iesous”, que a su vez es la transliteración del hebreo “Jeshua” o “Joshua” o
también “Jehoshua”, que significa “Yahveh es salvación”.
El Santísimo Nombre de Jesús comenzó a ser venerado en
las celebraciones litúrgicas del siglo XIV. San Bernardino de Siena y sus
discípulos propagaron el culto al Nombre de Jesús. En 1530 el Papa Clemente VII
concedió por primera vez a la Orden Franciscana la celebración del Oficio del
Santísimo Nombre de Jesús.
San Bernardino solía llevar una tablilla que mostraba
la Eucaristía con rayos saliendo de ella y, en el medio, se veía el monograma
“IHS”, abreviación del Nombre de Jesús en griego (ιησουσ).
Más adelante la tradición devocional le añade un
significado a las siglas: "I", Iesus (Jesús), "H", Hominum
(de los hombres), "S", Salvator" (Salvador). Juntos quieren
decir “Jesús, Salvador de los hombres”.
San Ignacio de Loyola y los jesuitas hicieron de este
monograma el emblema de la Compañía de Jesús.
El Nombre de Jesús, invocado con confianza:
Brinda ayuda en las necesidades corporales, según la
promesa de Cristo: "En mi nombre agarrarán serpientes en sus manos y
aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y
se pondrán bien" (Mc. 16,17-18). En el Nombre de Jesús los Apóstoles
dieron fuerza a los lisiados (Hch. 3,6; 9,34) y vida a los muertos (Hch. 9,40).
Da consuelo en las pruebas espirituales. El Nombre de
Jesús le recuerda al pecador el "padre del hijo pródigo" y el buen
samaritano; al justo le recuerda el sufrimiento y la muerte del inocente
Cordero de Dios.
Nos protege de Satanás y sus artimañas, ya que el
diablo le teme al Nombre de Jesús, quien lo ha vencido en la Cruz.
En el nombre de Jesús obtenemos toda bendición y
gracia en el tiempo y la eternidad, pues Cristo dijo: "lo que pidan al
Padre se los dará en mi nombre." (Jn. 16,23). Por lo tanto, la Iglesia
concluye todas sus oraciones con las palabras: "Por Jesucristo Nuestro
Señor", etc. Así se cumple la palabra de San Pablo: "Para que al
nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los
abismos." (Flp. 2,10).
Artículo
enviado por: Jesús Manuel Cedeira Costales
Fuente:
www.aciprensa.com
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