Fue especialmente el Concilio Niceno II,
"siguiendo la doctrina divinamente inspirada de nuestros Santos Padres y
la tradición de la Iglesia Católica", el que defendió con fuerza la
veneración de las imágenes sagradas: "definimos, con todo rigor e
insistencia que, a semejanza de la figura de la cruz preciosa y vivificadora,
las venerables y santas imágenes, ya pintadas, ya en mosaico o en cualquier
otro material adecuado, deben ser expuestas en las santas iglesias de Dios,
sobre los diferentes vasos sagrados, en los ornamentos, en las paredes, en
cuadros, en las casas y en las calles; tanto de la imagen del Señor Dios y
Salvador nuestro Jesucristo, como de la inmaculada Señora nuestra, la santa
Madre de Dios, de los santos Ángeles, de todos los Santos y justos".
Los Santos Padres encontraron en el misterio de Cristo
Verbo encarnado, "imagen del Dios invisible" (Col 1,15), el
fundamento del culto que se rinde a las imágenes sagradas: "ha sido la
santa encarnación del Hijo de Dios la que ha inaugurado una nueva economía de
las imágenes".
La veneración de las imágenes, sean pinturas,
esculturas, bajorrelieves u otras representaciones, además de ser un hecho
litúrgico significativo, constituyen un elemento relevante de la piedad
popular: los fieles rezan ante ellas, tanto en las iglesias como en sus
hogares.
Las adornan con flores, luces, piedras preciosas; las saludan con
formas diversas de religiosa veneración, las llevan en procesión, cuelgan de
ellas exvotos como signo de agradecimiento; las ponen en nichos y templetes, en
el campo o en las calles.
Sin embargo, la veneración de las imágenes, si no se
apoya en una concepción teológica adecuada, puede dar lugar a desviaciones.
Es necesario, por tanto, que se explique a los fieles la doctrina de la Iglesia, sancionada en los concilios ecuménicos y en el Catecismo de la Iglesia Católica, sobre el culto a las imágenes sagradas.
Es necesario, por tanto, que se explique a los fieles la doctrina de la Iglesia, sancionada en los concilios ecuménicos y en el Catecismo de la Iglesia Católica, sobre el culto a las imágenes sagradas.
Según la
enseñanza de la Iglesia, las imágenes sagradas son:
- Traducción iconográfica del mensaje evangélico, en
el que imagen y palabra revelada se iluminan mutuamente; la tradición eclesial
exige que las imágenes "estén de acuerdo con la letra del mensaje
evangélico".
- Signos santos, que como todos los signos litúrgicos,
tienen a Cristo como último referente; las imágenes de los Santos, de hecho,
"representan a Cristo, que es glorificado en ellos".
- Memoria de los hermanos Santos "que continúan
participando en la historia de la salvación del mundo y a los que estamos
unidos, sobre todo en la celebración sacramental".
- Ayuda en la oración: la contemplación de las
imágenes sagradas facilita la súplica y mueve a dar gloria a Dios por los
prodigios de gracia realizados en sus Santos.
- Estímulo para su imitación, porque "cuanto más
frecuentemente se detienen los ojos en estas imágenes, tanto más se aviva y
crece en quien lo contempla, el recuerdo y el deseo de los que allí están
representados"; el fiel tiende a imprimir en su corazón lo que contempla
con los ojos: una "imagen verdadera del hombre nuevo", transformado
en Cristo mediante la acción del Espíritu y por la fidelidad a la propia
vocación.
- Una forma de catequesis, puesto que "a través
de la historia de los misterios de nuestra redención, expresada en las pinturas
y de otras maneras, el pueblo es instruido y confirmado en la fe, recibiendo
los medios para recordar y meditar asiduamente los artículos de fe".
Es necesario, sobre todo, que los fieles adviertan que
el culto cristiano de las imágenes es algo que dice relación a otra realidad.
La imagen no se venera por ella misma, sino por lo que representa.
Por eso a
las imágenes "se les debe tributar el honor y la veneración debida, no
porque se crea que en ellas hay cierta divinidad o poder que justifique este
culto o porque se deba pedir alguna cosa a estas imágenes o poner en ellas la
confianza, como hacían antiguamente los paganos, que ponían su esperanza en los
ídolos, sino porque el honor que se les tributa se refiere a las personas que
representan".
A la luz de estas enseñanzas, los fieles evitarán caer
en un error que a veces se da: establecer comparaciones entre imágenes
sagradas.
El hecho de que algunas imágenes sean objeto de una veneración
particular, hasta el punto de convertirse en símbolo de la identidad religiosa
y cultural de un pueblo, de una ciudad o de un grupo, se debe explicar a la luz
del acontecimiento de gracia que ha dado lugar a dicho culto y a los factores
histórico-sociales que han concurrido para que se estableciera: es lógico que
el pueblo haga referencia, con frecuencia y con gusto, a dicho acontecimiento;
así fortalece su fe, glorifica a Dios, protege su propia identidad cultural,
eleva con confianza súplicas incesantes que el Señor, según su palabra (cfr. Mt
7,7; Lc 11,9; Mc 11,24), está dispuesto a escuchar; así aumenta el amor, se
dilata la esperanza y crece la vida espiritual del pueblo cristiano.
Las imágenes sagradas, por su misma naturaleza,
pertenecen tanto a la esfera de los signos sagrados como a la del arte. En
estas, "que con frecuencia son obras de arte llenas de una intensa
religiosidad, aparece el reflejo de la belleza que viene de Dios y a Dios
conduce".
Sin embargo, la función principal de la imagen sagrada no es
procurar el deleite estético, sino introducir en el Misterio. A veces la dimensión
estética se pone en primer lugar y la imagen resulta más un "tema",
que un elemento transmisor de un mensaje espiritual.
En Occidente la producción iconográfica, muy variada
en su tipología, no está reglamentada, como en Oriente, por cánones sagrados
vigentes durante siglos.
Esto no significa que la Iglesia latina haya
descuidado la atención a la producción iconográfica: más de una vez ha
prohibido exponer en las iglesias imágenes contrarias a la fe, indecorosas, que
podían dar lugar a errores en los fieles, o que son expresiones de un carácter
abstracto descarnado y deshumanizador; algunas imágenes son ejemplo de un
humanismo antropocéntrico, más que de auténtica espiritualidad.
También se debe
reprobar la tendencia a eliminar las imágenes de los lugares sagrados, con
grave daño para la piedad de los fieles.
A la piedad popular le agradan las imágenes, que
llevan las huellas de la propia cultura; las representaciones realistas, los
personajes fácilmente identificables, las representaciones en las que se reconocen
momentos de la vida del hombre: el nacimiento, el sufrimiento, las bodas, el
trabajo, la muerte.
Sin embargo, se ha de evitar que el arte religioso popular
caiga en reproducciones decadentes: hay correlación entre la iconografía y el
arte para la Liturgia, el arte cristiano, según las épocas culturales.
Por su
significado cultual, la Iglesia bendice las imágenes de los Santos, sobre todo
las que están destinadas a la veneración pública, y pide que, iluminados por el
ejemplo de los Santos, "caminemos tras las huellas del Señor, hasta que se
forme en nosotros el hombre perfecto según la medida de la plenitud en
Cristo".
Así también, la Iglesia ha emanado algunas normas sobre la
colocación de las imágenes en los edificios y en los espacios sagrados, que se
deben observar diligentemente; sobre el altar no se deben colocar ni estatuas
ni imágenes de los Santos; ni siquiera las reliquias, expuestas a la veneración
de los fieles, se deben poner sobre la mesa del altar.
Corresponde al Ordinario
vigilar que no se expongan a la veneración pública imágenes indignas, que
induzcan a error o a prácticas supersticiosas.
Artículo
enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales.
Fuente:
Directorio sobre la piedad popular y la liturgia. Ciudad del vaticano, 2002
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