El signo de la ceniza con el que la Iglesia comienza
públicamente este tiempo de penitencia es muy elocuente. No hace falta mucha
explicación, habla casi por sí solo.
El hombre viene de la tierra (Adán
significa «sacado de la tierra, del barro») y al morir vuelve a la tierra en
forma de polvo, de ceniza. Entre esos dos momentos discurre la vida de cada
uno.
Esta puede vivirse con un horizonte de futuro, con esperanza, o como un
caminar sin sentido, hacia la nada.
El signo de la ceniza no expresa nihilismo,
sino finitud de la criatura, y presenta la ocasión para pensar en el sentido de
la vida con horizonte de eternidad.
Al imponernos la ceniza, se nos dice:
«Polvo eres y al polvo volverás», o bien, «Conviértete y cree en el evangelio».
Recuerda que eres muy poca cosa, pero se te anuncia algo y Alguien que te dará
esperanza: la vida eterna y a Jesucristo, que te la da: vuélvete (conviértete)
a él.
El evangelio nos presenta el «trípode» cuaresmal
gracias al cual podemos caminar con la mirada puesta en Cristo.
Esto es lo
importante, y no las obras en sí. La intensificación de la oración nos hace
llenarnos más de Cristo. En la medida en que me lleno del Señor, veo que puedo
prescindir (ayunar) de muchas cosas.
Y el fruto de ese desprendimiento es la
limosna. La ejercitación de este «trípode» no tiene como fin que nos vean, que
se «asombren» ante lo que hacemos. Solo importa una mirada: la mirada del
Padre, que ve en lo escondido.
Padre celestial, acaba con mis rebeliones. Que, a
través de la gracia de este tiempo, la gloria de tu imagen brille más
perfectamente a través de mi carne.
Penitencia sugerida para hoy:
Reza al menos quince minutos al Santo Nombre de Jesús.
Artículo
enviado por:
Jesús Manuel Cedeira
Costales.
Fuente:
Reflexión basada
en Mateo 6,1-6. 16-18. Texto de
Pablo Cervera
Baranco.
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