El tiempo de Septuagésima abarca las tres semanas que
preceden inmediatamente a la Cuaresma. Constituye una de las principales
divisiones del Año Litúrgico, y se desarrolla en tres secciones semanales, de
las que la primera se llama propiamente Septuagésima, la segunda Sexagésima y
la tercera Quincuagésima.
La palabra Cuadragésima señala la serie de cuarenta
días que hay que recorrer para llegar a la solemnidad de la Pascua. Las
"palabras Quincuagésima, Sexagésima y Septuagésima nos anuncian la misma
solemnidad en una lejanía más acentuada; mas no por eso la Pascua deja de ser
el gran asunto que empieza a considerar la Santa Madre Iglesia y que ésta
propone a sus hijos como fin a que desde luego han de enderezar todos sus
deseos y esfuerzos.
Exige, pues, la Pascua como preparación cuarenta días
de recogimiento y penitencia; este tiempo es la palanca más potente de que echa
mano la Iglesia para remover en el corazón y en el espíritu de los fieles el
vivo sentimiento de su vocación. Era, por tanto, conveniente disponerlos a este
tiempo de salud, ya de suyo una preparación, a fin de que, amortiguándose poco
a poco en sus corazones las algazaras mundanales, escuchasen con atención el
grave aviso que la misma Iglesia les dará al imponerles la ceniza en la cabeza.
Importa mucho comprender bien este paso del Evangelio
y ponderar los motivos que decidieron a la Iglesia a colocarle en este día.
Fijémonos, por de pronto, en las circunstancias en que el Salvador pronunció
esta parábola y el fin instructivo que directamente se propone. Se trata de
advertir a los judíos que se acerca el día en que desaparecerá la ley, para dar
lugar a la ley cristiana, y disponerlos a aceptar de buen grado la idea de que
los gentiles van a ser llamados a hacer alianza con Dios.
La viña de que se trata es la Iglesia en sus diversos
esbozos desde el principio del mundo hasta que Dios mismo vino a habitar entre
los hombres, y crear en forma visible y permanente la sociedad de los que en El
creen. La mañana del mundo duró desde Adán hasta Noé; la hora tercia se
extendió desde Noé hasta Abrahán; la sexta empieza en Abrahán hasta Moisés; la
nona fue la era de los profetas hasta la venida del Señor. Vino el Mesías a la
hora undécima cuando parecía llegar el mundo a su ocaso.
Las más estupendas misericordias se reservaron a este
período durante el cual la salvación había de extenderse a los gentiles por la
predicación de los Apóstoles. En este postrer misterio Jesucristo se propone
confundir el orgullo judaico. Nota las repugnancias que fariseos y doctores de
la ley mostraban viendo se extendía la adopción a las naciones, por las
querellas egoístas que dirigen al padre de familias los obreros convocados a
primera hora. Esta obstinación será sancionada como merece. Israel que
trabajaba antes que nosotros será rechazado por la dureza de su corazón; y
nosotros, gentiles, éramos los últimos y llegamos a ser los primeros, siendo
hechos miembros de la Iglesia católica, Esposa del Hijo de Dios.
Tal es la interpretación dada a esta parábola por los
Santos Padres, señaladamente por S. Agustín y S. Gregorio Magno; pero esta
instrucción del Salvador ofrece además otro sentido avalado también por la
autoridad de estos dos santos Doctores, Se trata aquí del llamamiento que Dios
dirige a cada hombre, invitándole a merecer el reino eterno por los trabajos de
esta vida.
La madrugada es nuestra infancia. La hora tercia,
conforme al modo de contar de los antiguos es aquella en la que el sol empieza
a remontarse en el cielo; es la edad de la juventud. La hora sexta, mediodía,
es la edad del hombre. La hora undécima precede muy poco a la puesta del sol;
es la vejez. El padre de familias llama a sus obreros en estas diversas horas;
a ellos les toca acudir en cuanto oyen su voz; y no es lícito a las primeras llamadas
retrasar su salida a la viña so pretexto de acudir más tarde cuando vuelva a
oírse la voz del Amo.
¿Quién les garantiza se prolongará su vida hasta la
undécima hora? ¿Y cuando llega la tercia, puede uno siquiera contar con la de
sexta? No llamará el Señor al trabajo de las últimas horas más que a quienes en
este mundo vivan cuando estas horas suenen; y no se ha comprometido a reiterar
nueva invitación a los que desdeñaron la primera.
Artículo
enviado por:
Jesús Manuel
Cedeira Costales.
Fuente:
Año Litúrgico -
Dom Prospero Gueranger.
Texto de Juan
Insua Meirás.
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