Una gran señal fue vista en el cielo:
una Mujer vestida del sol. Apoc 12, 1.
El séptimo ángel tocó la trompeta, y sonaron grandes voces en el cielo... y se abrió el templo de Dios, que está en el cielo, y fue vista el arca de la alianza en el templo, y se produjeron relámpagos, y voces, y truenos, y temblor de tierra, y fuerte granizada.
Y una gran señal fue vista en el cielo: una Mujer vestida del sol, y la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas, la cual llevaba un Hijo en su seno, y clamaba con los dolores del parto y con la tortura de dar a luz.
Y otra señal fue vista en el cielo, y he aquí un dragón grande, rojo, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas: y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo y las precipitó a la tierra. Y el dragón se ha apostado frente a la Mujer, que está para dar a luz, para poder, en cuanto dé a luz, devorar a su Hijo.
Y dio a luz un Hijo varón, destinado a regir todas las gentes con vara de hierro; y fue arrebatado su Hijo, llevado a su trono (y derrotado el dragón). Y la Mujer (puesta a salvo de los asaltos del dragón) huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para siempre. (Apoc 11, 15, 19; 12, 1-6).
REFLEXION
María es la mujer del Apocalipsis, la nueva Eva, la corredentora.
Algunos hombres desprecian todavía a la mujer.
Algunas mujeres lamentan su feminidad y reclaman una «misión», que es sólo una «misión» artificial de lo que ellas creen que constituye los privilegios del hombre.
Sí; hombres y mujeres son iguales en dignidad pero diferentes y complementarios.
Para el cristiano hay igualdad absoluta en la dignidad del hombre y de la mujer:
uno y otra son criaturas de Dios,
uno y otra fueron redimidos por Cristo,
uno y otra son hijos de Dios,
uno y otra están llamados al mismo destino sobrenatural.
Pero la mujer debe, en el mundo de la eficacia material y también en el de la injusticia y la crueldad, ser testimonio del poder de la ofrenda y del amor redentor.
La mujer está hecha para «llevar» y dar vida. Ella lleva el don del hombre, el hijo, y sólo llega a su logro pleno en la maternidad.
Ella debe, en el mundo actual, reino de la materia todopoderosa, llevar y engendrar «lo humano».
PLEGARIA
Señor: Hoy vengo a rezarte, sencillamente, la oración de la mujer, de ese misterioso ser tan igual y tan distinto del varón, del que se ha dicho tanto, tan bien y tan mal.
Si está en lo cierto Ludwig Borne, al decir que «la incesante aspiración de la mujer es inspirar amor», haz que tenga también razón al escribir: «La mujer es para el hombre un horizonte donde se unen el cielo y la tierra».
No sé si los defensores del feminismo estarán de acuerdo con la primera parte de la máxima de Chamfort: «Las mujeres tienen en el cerebro una célula de menos»; pero, sin duda, admitirán la segunda: «y, en el corazón, una fibra de más». Haz que la empleen siempre bien.
Señor, quisiera que tuviera razón Geoffrey Chaucer, cuando asegura: «¿Qué hay mejor que la sabiduría? La mujer. Y ¿qué hay mejor que una buena mujer? Nada». Entonces sería verdad la afirmación de Goethe: «El eterno femenino nos guía siempre hacia lo alto».
Deseo, Señor, que todas las mujeres tomen como ideal la frase de Plauto: «Prefiero que digan que soy una mujer buena, que no una mujer dichosa». Así ellas como los hombres serían más felices.
Romain Roland piensa que «los hombres hacen las costumbres,
pero las mujeres hacen a los hombres». Ante esta responsabilidad enorme, te
ruego que todas ellas mediten la sentencia de León Bloy: «Cuanto más santa es
una mujer, es más mujer». Así, los hombres serían mejores.
Artículo enviado por:
Jesús Manuel Cedeira Costales
Fuente: www.mercaba.org
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